Unamuno y el Quijote como retrato del caracter nacional

Las interpretaciones psicológicas del Quijote (3). Primera parte de la interpretación de Unamuno del Quijote en la línea de la psicología de los pueblos.
Miguel de Unamuno

Pertrechado de los postulados del pensamiento romántico alemán que va de Herder a Hegel, de las ideas de Taine y de la psicología de los pueblos, Unamuno se acerca al Quijote para encontrar en él un retrato del carácter y mentalidad nacionales, un carácter y mentalidad que se forjaron en la Edad Media, alcanzaron su máxima manifestación durante los siglos XVI y XVII y se mantienen hasta la actualidad, aunque algunos de ellos, no nos dice cuáles, ya en descomposición. Pero se mantienen con tal fuerza en la sociedad española coetánea, que en ellos buscará Unamuno la causa del marasmo de la España finisecular en la década de 1890.

La contribución más importante de Unamuno a la interpretación del Quijote en la onda de la psicología de los pueblos la encontramos en su En torno al casticismo (1902), conjunto de cinco ensayos publicados en 1895, de los cuales los más importantes para nuestros intereses son el segundo, «La casta histórica Castilla», y el tercero, «El espíritu castellano», aunque no son desdeñables sus aportaciones en Vida de Don Quijote y Sancho (1905) y hasta en Del sentimiento trágico de la vida (1913). Parte de los supuestos de que hay una vinculación interna entre el carácter y mentalidad nacionales y las obras maestras de la literatura, de que el Quijote, la obra maestra por antonomasia de la literatura española, es un libro épico que, por tanto, con mayor razón, ha de ser un reflejo del espíritu colectivo de los españoles y de que su protagonista, como bien expone en un artículo de esta época, «El Caballero de la Triste Figura» (1896), es un héroe, que, como el de tipo histórico, es una individualización del alma de un pueblo, del alma castellana, y, como tal, encarna la conciencia colectiva, la ideas, necesidades y aspiraciones del alma castellana, de la que no es sino su encarnación individual (El Caballero de la Triste Figura, Espasa-Calpe, 1980, págs. 74, 76 y 85). De esta manera queda expedito el camino para analizar la novela cervantina como una reflexión sobre el modo de ser de los españoles, un modo de ser, en el que Unamuno va a distinguir cuatro facetas, la histórica, la cultural, la moral y la psicológica propiamente dicha, todas las cuales se hallarían reflejadas en la novela a través de sus personajes y sus hechos. Ahora bien, el recorrido que va a realizar no consiste en darnos a conocer directamente la personalidad y mentalidad españolas según se reflejan en el espejo del Quijote, sino que, primero, va a reconstruir éstas y luego va a utilizar a éste como ilustración, como expresión canónica de lo descubierto por la vía de la historia y la psicología. Muchas veces la reconstrucción y su ilustración con material de la novela se entremezclan de inmediato.

Unamuno empieza su operación con el esbozo de una teoría sobre los orígenes históricos de la nación española, pues la definición de la personalidad y mentalidad españolas es el producto de un proceso histórico íntimamente unido al proceso de formación de España como realidad histórica. Y comienza por descartar que ésta se fundamente en la raza. Pues los pueblos no son un producto biológico, sino de la historia. No se piense por ello que niegue la existencia de razas como grupos de individuos, no sólo morfológicamente distintos, sino dotados de rasgos intelectuales y psicológicos diferenciales entre ellos. Por el contrario, no sólo la admitía, sino que distinguía entre razas superiores, como la de los blancos, y razas inferiores, como los negros africanos, y la superioridad de la raza blanca se cifra, según él, en poseer más circunvoluciones cerebrales que los negros, de lo cual da una explicación peregrina (peregrina doblemente, porque por su propia naturaleza es un despropósito y porque intenta explicar un hecho irreal) en términos de determinismo ambiental, geográfico: la mayor cantidad de circunvoluciones cerebrales de la raza blanca europea se debería a que Europa tiene seis veces más perímetro de costa respecto a su área territorial que África (véase En torno al casticismo, Biblioteca Nueva, 1996, pág. 147, n. 2).

Sin embargo, aunque no recurra a la raza, a la manera de Taine, para explicar la configuración histórica de la población española, lo cierto es que, como veremos, en el resultado no difiere apenas del autor francés. Pues, al igual que éste, atribuye a los españoles un conjunto de rasgos psicológicos permanentes, prácticamente invariables, como si fuesen innatos, aunque, según su explicación, se deberían a causas últimas relativas a la geografía física del territorio habitado. Pero ese origen geográfico no impide la permanencia de esos rasgos, salvo que se cambie de medio, que es la tesis de Taine. Unamuno no quiere hablar de raza española, pero con la boca pequeña parece decir otra cosa. Así, cuando habla del espíritu guerrero del español en el periodo de esplendor imperial de España se remite a las fuentes antiguas, que hablaban ya de la belicosidad como una propensión natural de los hispanos, de manera que, a la postre, Unamuno viene a coincidir con Taine en que los españoles, sean una raza o no, se caracterizan por cualidades psicológicas o disposiciones permanentes que se remontan hasta los tiempos prerromanos o prehistóricos. Dicho sea de paso, esta idea de Unamuno estaba llamada a ejercer una graninfluencia en historiadores eminentes, tal como Sánchez Albornzoz, cuya concepción de la historia de España descansa sobre el postulado de que ésta es el resultado de una «herencia temperamental» recibida de los hispanos primitivos, la cual constituye la raíz remota de la historia del pueblo español y a la vez un potencial en estado latente que se actualiza en cada momento de la vida histórica, de forma que los rasgos esenciales, como la belicosidad, de esa herencia temperamental son permanentes, pero adoptan formas diferentes en función de la adaptación al escenario histórico.

El autor vascongado no quiere hablar de raza española, aunque en escritos posteriores no duda en hacerlo, como, por ejemplo, en «España y los españoles», un discurso de 1902 (recogido en El porvenir de España y los españoles, Espasa-Calpe, 1973), donde alude a la raza ibérica (a la «raza común ibérica» en referencia a Camoens), o a la raza española («nuestra raza»); y en su lugar utiliza el concepto de casta, esto es, de casta española, pasando por alto que la casta, que es la ascendencia o linaje de sangre de un individuo, y la raza, que es también el linaje de un individuo o línea que va de padres a hijos (el propio Unamuno la define así en un artículo de 1916, «Españolidad y españolismo», incluido también en la obra antes citada), son lo mismo. En cualquier caso, su voluntad es la de abordar la población española convertida ahora en casta en términos históricos y culturales y no biológicos: no hay una raza española en sentido biológico, sino una casta española, pero en un sentido cultural o, al decir de Unamuno, espiritual, de ascendencia histórico-cultural latina y germánica.

La tesis nuclear de Unamuno, por lo que respecta a la conformación del modo de ser y de la mentalidad colectiva del pueblo español, es que tienen su origen histórico en Castilla. Castilla ha hecho la nación y la casta española como realidades culturales e históricas y, al hacerlo, se ha españolizado cada vez más al transferir su lengua y personalidad histórica y cultural al resto de los pueblos formando una unidad superior y más compleja en que el espíritu castellano ha quedado absorbido y fundido en el espíritu español. Y siendo así, está claro que lo castizo español no es sino lo castizo castellano, por lo que conocer el espíritu de la casta española equivale a conocer primero el espíritu de la casta castellana. De ahí la estrategia seguida por Unamuno de intentar definir los rasgos definitorios del alma española a partir del análisis de los rasgos del alma castellana. Este análisis puede dividirse en dos partes: una primera, en que se acerca al espíritu de la casta castellana desde una perspectiva histórica y cultural, esto es, en que se define el modo de ser castellano y, a su través, el de los españoles mediante un conjunto de características históricas, políticas y culturales; y una segunda parte en que se aproxima al espíritu del alma castellana y española desde una perspectiva psicológica, en que se caracteriza a éste a través de un conjunto de cualidades o disposiciones morales, sensoriales, intelectuales y volitivas.

Definición del carácter nacional en un contexto histórico y cultural

Un análisis de la personalidad histórica y cultural de los españoles debe comenzar por la lengua, habida cuenta, de acuerdo con la tesis unamuniana, del vínculo íntimo entre la lengua y la personalidad histórica y cultural de un pueblo. Unamuno no olvida señalar que, al transformarse de castellana en española, la lengua ha contribuido a transferir los rasgos del espíritu castellano al espíritu español, pues ella, siguiendo las tesis de Herder y Wilhelm von Humboldt que establecían un lazo estrecho entre lengua y carácter nacional, no es un mero instrumento o vehículo neutro de comunicación, sino el depósito de la experiencia y pensamiento de un pueblo, en cuyo vocabulario de metáforas (y lo son casi todos los vocablos, según él) porta las huellas del espíritu colectivo del pueblo y hasta una filosofía inconsciente. La tesis tácita de Unamuno está clara: Castilla ha prestado a los demás pueblos de España su lengua y, al hacerlo, no sólo les ha entregado un vehículo común de comunicación, sino una lengua, que, al asimilarla como propia, les conforma según del modo de ser castellano que ella lleva incorporado en su propio ser.

Amén de la lengua con su impronta, al tiempo que Castilla se convertía en el núcleo de la nación española, ha aportado a la configuración de ésta el conjunto de rasgos característicos del espíritu castellano, que definían su ideal y ethos históricos, pasando así a ser los rasgos específicos del espíritu español, que no son otros que el centralismo (Castilla destacó, según el autor vascongado, por su afán centralizador en su relación con las demás regiones y pueblos de España), el unitarismo conquistador e imperativo, con el consiguiente dinamismo expansivo y la catolización del mundo. Y estos rasgos, que conforman a la casta española, se han manifestado no sólo en su acción histórica, sino también en su literatura, la cual es un reflejo de su obra histórica. Y ninguna mejor que el Quijote refleja el completo modo de ser de los españoles y de su mentalidad nacional. Pues la gran novela expresa el alma de los españoles en su doble vertiente histórica e intrahistórica. La dicotomía unamuniana entre historia, de un lado, y, de otro, intrahistoria, que viene a ser el fondo inconsciente, eterno y universal de la vida de los pueblos que subyace a los hechos históricos, revelado en las tradiciones o folklore y cuyo conocimiento abre la puerta al descubrimiento de la verdadera alma de un pueblo, está representada por don Quijote y por Alonso Quijano respectivamente.

El primero simboliza el espíritu histórico de Castilla y, por extensión, de España, esto es, su unitarismo imperialista y conquistador, el prurito de dominar y mandar, la catolización del mundo en defensa de la unidad y ortodoxia católicas. Pues don Quijote, como España, erigiéndose en ministro de Dios en la tierra y brazo armado de la justicia, quiere arreglar el mundo a base de mandobles. Unamuno tiene una visión tan negativa de la España imperial y del catolicismo, que reniega por completo de ello, simbolizando en la muerte de don Quijote, en la recuperación de su cordura, su rechazo de la España del Imperio, la de las grandes empresas militares y conquistadoras, y empeñada en la catolización del mundo. Unamuno pretende con ello convertir la historia en un examen de conciencia, según su declaración, pero en la práctica su revisión de la historia de España, como producto del modo de ser español y de su ideal histórico que don Quijote personifica, desemboca en una interiorización de la leyenda negra antiespañola y una demolición de la cultura española, de la que no salva más que el Quijote, santa Teresa, san Juan, fray Luis de León y ese nebuloso y misterioso fondo instrahistórico del pueblo español, del que nos ofrece una visión maniquea, idealizada y metafísica. La historia de España es el reino del mal; su intrahistoria, el reino del bien.

Y a este reino del bien pertenece Alonso Quijano, símbolo intrahistórico del pueblo español, que en su trabajo cotidiano, callado, pacífico y mecidoen sus tradiciones y cantares entra en comunión con lo eterno y universal del espíritu humano. ¿Hay cosa más simplona y metafísica que ésta? Pues bien, Alonso Quijano simboliza ese fondo intrahistórico del alma española y con ello señala el camino de la regeneración nacional, que pasa, en un primer trámite, por renegar del pasado histórico de España, de sus locas empresas imperiales y de su no menos alocado campeonato en pro de la unidad y ortodoxia católicas frente al protestantismo: «Alonso Quijano el Bueno se despojará al cabo de Don Quijote y morirá abominando de las locuras de su campeonato, locuras grandes y heroicas, y morirá para renacer» (En torno al casticismo, pág. 82); y, en un paso posterior, contrito y alejado ya del trasiego de la malhadada historia, por reintegrarse a la callada y pacífica intrahistoria del pueblo regresando a su aldea para llevar una vida sosegada de hidalgo al cuidado de su hacienda.

Tal es el mensaje que, como remedio para los males del presente histórico, se propone para los españoles: amén de europeizarse, sumergirse, como Alonso Quijano, en el pueblo, en su fondo intrahistórico donde se entra en comunión con lo eterno y universal del hombre, un fondo en el que Alonso Quijano el Bueno abandona su españolismo para internarse en el espíritu universal humano, que anida en el interior de todo individuo humano. Esto suena a mística krausista, lo que no debe sorprender habida cuenta de la simpatía unamuniana por el krausismo, al que atribuye haber traído a España un movimiento muy civilizador (ibid., pág. 60).

Definición del carácter nacional en un contexto moral y psicológico

Hasta aquí la definición de la esencia de la personalidad nacional en un plano histórico-cultural. Entremos ahora en la definición de la psicología colectiva de los españoles en las vertientes moral y psicológica propiamente dicha, la cual a su vez se descompone en tres facetas, la sensorial, la intelectual y la volitiva. Es aquí donde el enfoque de Unamuno se parece más a la psicología de los pueblos de Lazarus, Steinthal y Wundt. Sin embargo, no es a estos autores a los que sigue Unamuno para hurgar en los entresijos de la mente de los españoles, sino a Taine. El autor español no parte de la existencia de un conjunto de cualidades psicológicas como cualidades primitivas, ya dadas, de la población española, sino que, en consonancia con el pensamiento de Taine, presenta tales cualidades como un resultado de la interacción del hombre con su entorno geográfico: el medio ha producido la psicología del español. En el principio del determinismo ambiental y geográfico encuentra Unamuno las claves del carácter español y, finalmente, de nuestra cultura, en tanto ésta es un resultado de la configuración psicológica, determinada, en último lugar, por el medio.

Provisto de esta concepción y supuesto nuevamente que Castilla hizo a España, Unamuno se dirige a la tierra castellana para intentar descubrir en su medio geográfico –al que se refiere constantemente, en términos más poéticos, como paisaje– las raíces de la psicología y cultura españolas. El autor vascongado nos ofrece a continuación una vívida descripción, de gran belleza literaria, de los elementos fundamentales de la geografía física de Castilla, centrándose en la meseta central (a la manera como lo practicaba Taine, cuando, por ejemplo, describía minuciosamente el medio geográfico en el que se gestó la cultura de los Países Bajos): llanuras anchas e inacabables escasamente arboladas (salvo alguna procesión de encinas, de pinos o de unos pocos álamos a la orilla de un río), sierras peladas, grandes cuencas fluviales, pero con muchos arroyos secos, y un clima extremado de inviernos largos, duros y fríos y un estío breve y ardoroso, de grandes sequías seguidas de aguaceros torrenciales.

Pero los dos elementos del paisaje a los que Unamuno presta más atención en relación con su influjo en la psicología castellana son sin duda las llanuras y el clima, en los que Unamuno resalta sus contrastes, lo que va a ser el factor fundamental de su interpretación del alma castallana como un producto de un paisaje y un clima sometidos a contrastes abruptos, sin suaves transiciones. Ya hemos mencionado los contrastes del clima, del que, amén de los citados, Unamuno destaca el hecho de que los cambios de temperatura son bruscos, se pasa violentamente del calor al frío o al revés y de la sequía al aguaducho. Pero sobre todo se explaya con los numerosos contrastes del paisaje: el del paisaje mismo, que se presenta recortado, perfilado, contra una atmósfera de aire transparente y sutil; la planicie interminable contra las sierras que la bordean; el suelo uniforme, mosaico de tierras de poca variedad, contra el cielo de azul intenso y compacto que lo cubre; contrastes de luz y sombra, trazados con tintas disociadas y pobres en matices.

Pues bien, estas llanuras inmensas, uniformes y monótonas («este campo infinito»), sembradas de polaridades, y el clima extremoso conjuntamente constituyen un medio duro, hostil, que ha producido una casta de hombres, en lo físico, dotados de una complexión seca, dura y sarmentosa. ¿Quién no ve ya en esta descripción del tipo físico castellano a don Quijote, al que Unamuno parece tener presente al hacerla? De hecho, Unamuno confiesa que la sola contemplación de la llanura castellana le recuerda las siluetas de don Quijote y Sancho en lontananza recortadas en el inmenso páramo muerto sobre el cielo agonizante. En cuanto a la constitución moral, el medio pobre en oportunidades económicas y los crudos inviernos han producido, como resultado de una larga selección, una casta de hombres sobrios, graves, tenaces y de humor socarrón, como el del bachiller Sansón Carrasco.

Saltando de lo moral a lo propiamente psicológico, el ensayista vasco se entrega a especulaciones gratuitas, que le llevan a caracterizar la psique del hombre castellano como peculiar en el plano de la sensibilidad. Sus sentidos son lentos, ya que el tiempo de reacción que necesita para darse cuenta de una impresión o una idea es largo, y una vez que la agarra no la suelta, a no ser que otra la empuje y expulse. Sus impresiones son, pues, lentas y tenaces, pero están desprovistas de lo que Unamuno denomina nimbo, un nimbo que las circunde y una, y, por tanto, del matiz en que se diluye la una desvaneciéndose antes de dejar lugar a la que le sigue. Se trata de impresiones recortadas que se suceden unas a otras abruptamente, sin suaves transiciones, como las tintas del paisaje de su tierra. Ahora bien, no es fácil poder relacionar esto con el Quijote, pues no se dispone de un punto de agarre para poder presentar a don Quijote y Sancho como modelos de esta forma de funcionar de los sentidos de los castellanos; y de ahí que Unamuno ni siquiera intente transitar por esta vía, al parecer impracticable.

En el plano intelectual, el clima extremado y el paisaje monótono han configurado un espíritu castellano cortante y seco, que se caracteriza por tres rasgos fundamentales. Primero, en vez de generalizar mediante síntesis realizadas a partir de un análisis de hechos vistos en una serie continua, generaliza sobre los hechos vistos en bruto en seria discreta, como si estuviesen separados abruptamente. La mente castellana carece de un nimbo de ideas, es decir, su proceso de ideación o de conceptualización funciona saltando de idea en idea sin establecer conexiones de una idea con las que la envuelven formando su nimbo o de buscar ideas mediadoras entre ideas opuestas y de ahí su incapacidad para los matices y las suaves transiciones entre ideas distintas. De ahí también la tendencia castellana a oscilar entre ideas extremas.

En segundo lugar, y como consecuencia del rasgo precedente, los hombres de casta castellana se caracterizan por lo que él denomina su espíritu disociativo, dualista o polarizador, lo que equivale a decir que son incapaces de armonizar el idealismo con el realismo, esto es, se mueven entre los dos polos sin hallar elementos mediadores que permitan unir lo uno con lo otro. Don Quijote y Sancho son, según Unamuno, los símbolos perfectos de esta imperfección de la casta castellana: o se es idealista o realista, pero no vale un término medio. Por eso, el realismo castellano es tosco y vulgar, y el idealismo seco y formulario, cuyo modelo son, claro está, el idealismo quijotesco y el realismo sanchopancesco, los cuales «caminan juntos, asociados como don Quijote y Sancho, pero nunca se funden en uno» (ibid., pág, 95). Es difícil no ver aquí el influjo de Pérez Galdós, quien en su novela Gloria, como ya anotamos en su momento, fue el primero en reclamar la atención sobre el espíritu disociativo como característica propia de los españoles, que don Quijote y Sancho encarnan, aunque Galdós no le da ese nombre, pero lo describe perfectamente. Donde Unamuno escribe que «don Quijote y Sancho caminan juntos, se ayudan, riñen, se quieren, pero no se funden» (ibid. pág. 101), Galdós de modo similar escribe que «don Quijote y Sancho no llegaron a reconciliarse nunca», permaneciendo mutuamente impermeables el uno con respecto al otro; atrincherados cada uno en su posición, don Quijote no aprende nada del realismo de Sancho, lo que le impidió poder realizar su pensamiento sublime, pero igualmente, apunta Galdós, Sancho no aprende nada del idealismo de su amo. Y al igual que en esta dualidad polarizadora del espíritu español veía Galdós la clave de la decadencia española en el pasado y el presente, Unamuno participa de la misma idea. Y si España yace anclada en la actualidad, en la década de 1890, en un estado de marasmo, según su conocido diagnóstico, ello se debe a que el espíritu polarizador se mantiene vivo.

Después de Unamuno muchos otros autores se referirán a la dualidad polarizadora o la propensión a los extremos como rasgo constitutivo de la mente y la praxis histórica de los españoles, como Azorín, Ramón y Cajal o Carreras Artau, hasta convertirse en un tópico archirrepetido por todo tipo de gentes a la hora de hablar de nuestro modo de ser y se echará mano de la historia, hasta de la más próxima, para ver en ella la confirmación de semejante modo de ser, que habría trazado de forma fatal el carril sobre el que había de discurrir la historia y cultura españolas. Y Unamuno, desde luego, señaló el camino y además lo recorrió.

Un tercer rasgo de la mente castellana, producto de su espíritu disociativo, es la tendencia a separar los sentidos de la inteligencia y viceversa, oponiéndolos entre sí. Los hombres de cepa castellana saltan de los sentidos a la inteligencia abstractiva, sin mediación entre ambos elementos. Sensitivismo o intelectualismo, nunca un esquema de fusión, unión o intermediación entre los dos polos, sino disociación siempre. Nuevamente, don Quijote y Sancho constituyen el emblema de esta forma de pensar y de actuar, aunque también hace el mismo reproche a los personajes del teatro de Calderón, que se escoran hacia el lado intelectivo.

Pasando ya del terreno del intelecto al de la voluntad, a la disociación en el plano cognoscitivo entre los sentidos y la inteligencia corresponde, según Unamuno, en el plano de la voluntad el dualismo entre la vigorosa reacción ante las presiones del ambiente y el sometimiento a éstas, entre la firme afirmación de la voluntad, adoptando resoluciones bruscas y tenaces, y la abulia o la indolencia de la misma, dualidad que engendra fatalismo y librearbitrismo, creencias gemelas, que a veces se dan en un mismo individuo según las circunstancias. Así don Quijote pasa del yo soy quien quiero ser al no puedo más, al no saber qué conquisto con mis trabajos y al sentimiento de derrota invencible cuando regresa derrotado a su aldea. La hipertrofia de la voluntad da lugar a un tipo de personajes, que, como don Quijote o muchos personajes de nuestro teatro o de nuestra historia, alzan una bravía individualidad frente a la ley externa, la sociedad o el medio rechazándolos o combatiéndolos hasta la victoria o la derrota; o, por el contrario, la abulia produce una clase de gentes que se resignan ante la ley o la presión social o la sufren sumisamente; pero ni en un caso ni en otro su voluntad se identifica internamente con la ley. En suma, el español, como sus personajes literarios más representativos, o es, afirma Unamuno muy expresivamente, tirano de lo que le rodea o su esclavo o juguete.

Unamuno relaciona con este extremismo de la voluntad el espíritu guerrero de la sociedad española («fue una sociedad guerrera»), una belicosidad que, ateniéndose a las fuentes antiguas, sería una herencia de nuestros ancestros iberos y, por tanto, un rasgo permanente del carácter español. Si la hipertrofia de la voluntad conduce a los españoles a desarrollar un carácter guerrero, la indolencia de ésta, la escasa capacidad para un esfuerzo sostenido y lento de adaptación para transformar el medio en función de sus necesidades, les lleva al castizo horror al trabajo, a los oficios mecánicos, y así tenemos una sociedad en que los nobles prefieren morir antes que deshonrar sus manos hechas para la guerra trabajando y en la que pululan los mendigos, pordioseros y holgazanes que iban tirando con la sopa de los conventos en vez de trabajar. Esto del desprecio del trabajo manual y de los oficios mecánicos por parte de la nobleza española y de villanos espoleados por el prurito de hidalguía es un tópico manido desde el siglo XVI entre muy diversos autores españoles, que parecen tener escaso conocimiento de lo que sucedía en el extranjero; Américo Castro, muy influido por las ideas de Unamuno, abusará de este tópico, al considerar el desdén al trabajo como una actitud peculiar y distintiva de los españoles, fruto del desmedido afán de hidalguía o de nobleza. Pero lo cierto es que la nobleza inglesa o francesa no menospreciaba menos el ejercicio de oficios mecánicos, de suerte que no se puede decir que se trate de un rasgo peculiar o distintivo de la aristocracia española, sino de un rasgo ligado a la mentalidad aristocrática, con independencia del país de origen. Así lo reconocen historiadores eminentes, como J.H. Elliot, en referencia a la baja nobleza y, si así pensaba ésta, excusamos decir lo que pensaba la alta nobleza sobre el trabajo manual:

«Los empobrecidos hidalgos de España no parecen ahora tan diferentes de los descontentos hobereaux de Francia o de la gentry de Inglaterra. Ni el desprecio del trabajo manual, sobre el que lo historiadores de España son propensos a insistir, parece ya una actitud únicamente de la Península». «The Decline of Spain», en Crisis in Europe 1560-1660, editado por Trevor Aston, 1965, pág. 171.

Todavía en el siglo XIX, en su retrato de la Francia de la Restauración borbónica, Balzac se hace eco, en sus novelas, del menosprecio de los nobles hacia el trabajo, cuyo ejercicio se percibe como una mácula, como, por ejemplo, en Las ilusiones perdidas (1843), donde un noble, el conde de Senonches, aristocráticamente llamado Jacques, al enterarse de que Lucien –uno de los dos protagonistas de la novela, que, siendo plebeyo por parte de padre, se hace llamar Lucien de Rubempré, abandonando el apellido paterno, que es plebeyo, para usar el de su madre, procedente de una familia noble venida a menos, y así darse ínfulas de aristócrata– trabaja en casa de un impresor, sentencia condenatoriamente: «Un noble que trabaja con sus manos debe dejar de usar su apellido» (op. cit., Mondadori, 2006, pág. 99). El propio Unamuno, muchos años después, en un escueto artículo de 1932, cuestiona tanto el tópico de la deshonra vista en el trabajo manual, sobre el que se pregunta, aunque no con acierto, si acaso no provenía de que éste no daba de comer a todos, como el de la holganza o abundancia de holgazanes, acerca del cual se plantea si ésta no podría tener su origen en la pobreza de la tierra y no la pobreza en la holganza («Vicios propios de los españoles», en El porvenir de España y los españoles, pág. 226)

Con la belicosidad de la casta castellana y su aversión al trabajo, vincula la búsqueda del enriquecimiento a través de la guerra y la conquista bajo la forma de riqueza obtenida como botín. Los conquistadores, como Pizarro, representan perfectamente esta faceta de la personalidad histórica española. Y don Quijote sería la encarnación literaria de todos estos rasgos, ya que a través de sus hazañas militares pretende lograr no sólo la gloria, sino el enriquecimiento tras el reparto realizado después de las conquistas, como sucedía en los libros de caballerías, que es su modelo; rasgos de los que, en cambio, Alonso Quijano el Bueno simboliza su negación y la afirmación del pacifismo y del aprecio del trabajo. Por supuesto en Sancho, en el codicioso Sancho de la ínsula, que despoja a varias de las víctimas de don Quijote, ve igualmente un símbolo del afán de la casta castellana por el botín, que su amo, según su pensar, había ganado en la batalla.

Por último, Unamuno pone énfasis en el tipo de actitud global del hombre castellano ante el entorno natural, que caracteriza como la carencia de un sentimiento de la naturaleza, que le inhabilita para apreciarla. La casta castellana vive en permanente conflicto con un medio que se le presenta como hostil, un medio que, con sus campos áridos y secos, no invita a la alegría de vivir, a la comodidad o la grata satisfacción de los deseos, sino a la beligerancia constante para obtener lo necesario para sobrevivir merced a un laborioso esfuerzo, que no permite otra alegría que la de una vida frugal. De ahí la sobriedad y austeridad estoicas de los castellanos. Lejos de ofrecerse la naturaleza como una incitación a la recreación del espíritu, el castellano lo que busca es desasirse de ella, como si el entorno natural fuese su condena, ya que no le evoca sino las penalidades por las que tiene que pasar para poder vivir. No sólo no es posible aquí la comunión con el paisaje, sino que éste, en virtud de la escisión del castellano con respecto a un medio tan adverso y de la grandeza con que se le presenta como campo infinito, le recuerda constantemente la insignificancia de su ser, un ser que se achica con sólo contemplar la llanura inmensa cubierta por el azul infinito.

Sorprende que el autor bilbaíno no traiga en este punto a colación a don Quijote como ilustración de la carencia de un sentimiento de aprecio del paisaje, pero podría haberlo hecho. Pues en la novela nunca vemos al ilustre personaje interesándose por él. Es el autor el que hace multitud de referencias al mismo, lo que no encaja con la tesis de Unamuno, aunque podría domesticar este hecho alegando que se trata de una excepción, como es el caso señalado por él de los grandes místicos y de fray Luis de León. Pero desde luego don Quijote se queda mudo ante el paisaje, no nos transmite nada acerca de él; y no digamos Sancho, cuya relación con el mismo, por su oficio de labrador, era de brega diaria. Así que Unamuno prefiere buscar la ilustración de su tesis en la pintura y anota que en la vieja y castiza escuela castellana, en la que incluye a Ribera, Zurbarán y Velázquez, al que estima como el más castizo de los pintores castellanos, no hay paisajistas y el fondo del cuadro, que llenan figuras humanas, es un mero accesorio de decoración pobre en matices.

Así que, conforme a lo visto hasta aquí, el ambiente geográfico ha hecho a la casta castellana y a través de ella a la casta española; en otras palabras, la geografía ha hecho a Castilla y a España como realidades históricas, políticas y culturales. Más precisamente, los contrastes del entorno físico han producido una casta de hombres dotados de una mente tan dicotómica o polarizadora como el propio medio al que han tenido que enfrentarse. Una mente disociadora que se manifiesta en el conjunto de rasgos examinados que funcionan como una especie de leyes psicológicas que habrían determinado el curso entero de la historia y cultura españolas hasta el presente, de manera que tanto las realizaciones históricas de los españoles como sus logros culturales no son sino manifestaciones de unas leyes psicológicas subyacentes de su espíritu dualista y que hallan su más excelsa expresión literaria en el Quijote. Éste es así un perfecto retrato, a escala alegórica, del espíritu español, como espíritu disociativo, y de la historia y cultura por él engendrados. Por decirlo en términos unamunianos, contiene un cuadro tanto de la dimensión histórica de la vida y cultura nacionales, simbolizada por don Quijote, como de su dimensión intrahistórica, simbolizada por Alonso Quijano el Bueno. También puede decirse que retrata los vicios o defectos o excesos nacionales, encarnados por don Quijote, y las virtudes, base de una futura regeneración nacional, representados por Alonso Quijano.
Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2009/n092p09.htm

SPAIN. octubre de 2009



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Una respuesta a "Unamuno y el Quijote como retrato del caracter nacional"

  1. Buenas a todos, les escribo por lo nituiesge: primero que todo, quiero citar textualmente lo que dice en la ayuda del JAWS sobre el OCR. OCR re1pidoEs frecuente encontrar ime1genes que contienen informacif3n textual. Ejemplos de ello son un archivo PDF, la pantalla de instalacif3n de una aplicacif3n o el menfa de una peledcula en DVD. Una persona que ve puede evidentemente leer el texto de dichas ime1genes, pero JAWS no lo lee, ya que el texto forma parte de la imagen.La funcif3n de OCR 8Optical Character Recognition) re1pido permite acceder a las ime1genes en pantalla que contengan texto. Con unos cuantos comandos, JAWS reconocere1 la imagen en cuestif3n de segundos y activare1 el cursor de JAWS para que sea posible navegar por el texto resultante. El texto reconocido estare1 situado en la misma posicif3n que la imagen real en pantalla. para que el texto reconocido pueda distinguirse del resto del texto que este9 en la ventana, JAWS utilizare1 una voz diferente para verbalizar el texto reconocido. Cuando se reactiva el cursor del PC o se conmuta a otra aplicacif3n o die1logo, el texto desaparece, por lo que sere1 necesario volver a reconocer la imagen.Existe un nivel de comandos para manejar el OCR re1pido. Los comandos son los nituiesges:•INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, V. Reconoce la ventana que tiene el foco.•INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, P. Reconoce toda la pantalla.•INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, C. Reconoce el control seleccionado, por ejemplo, un botf3n gre1fico.•INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, Q. Cancela el reconocimiento en curso.•INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, H. Verbaliza un breve mensaje de ayuda que describe los comandos disponibles del nivel OCR.Los ejemplos nituiesges ilustran algunos de los usos posibles de esta funcif3n.•Insertamos en la unidad una peledcula en DVD, y aparece un menfa con distintas funciones. pulsamos INSERT+SBARRA ESPACIADORA, O, V, y, al cabo de unos segundos, JAWS anunciare1 que el OCR ha finalizado. En este momento estare1 activo el cursor de JAWS y podremos navegar por la pantalla con las FLECHAS y leer el texto del menfa. cuando lleguemos a la opcif3n deseada, pulsaremos BARRA DE DIVIDIR TECL. NUM. para hacer clic con el botf3n izquierdo del ratf3n, o INSERT+Mc1S TECL. NUM. S para llevar el cursor del PC al de JAWS y activar la opcif3n. En versiones anteriores a JAWS 13, este menfa habreda sido totalmente inaccesible.Nota: El rendimiento del OCR dependere1 del tipo de pantalla que muestre el DVD y de la calidad del texto. Algunas pantallas de DVDs se reconocen mejor que otras.•Abrimos un documento PDF con Adobe Reader que resulta no ser accesible. Pulsamos INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, V, para que JAWS reconozca el texto visible en pantalla, y despue9s podremos navegar por e9l con el cursor de JAWS. Antes de llevar acabo el reconocimiento en Acrobar Reader, debemos pulsar CTRL+1 para seleccionar zoom de Tamaf1o real. Si bien de esta forma la pantalla mostrare1 una parte de la imagen me1s pequef1a, el reconocimiento alcanzare1 mayor precisif3n.•Tratamos de instalar o de utilizar una aplicacif3n cuya interfaz no es accesible, tal como Acronisae True Image™ Home 2011 o 2012. Si no hay texto disponible cuando se pulsa TAB ni con el cursor de JAWS, podemos probar con el OCR re1pido. Activamos el cursor del PC y pulsamos INSERT+BARRA ESPACIADORA, O, V para reconocer el texto del gre1fico de la pantalla de presentacif3n. Entonces podremos utilizar el cursor de JAWS y la BARRA DE DIVIDIR TECL. NUM. (botf3n izquierdo del ratf3n) para desplazarnos y seleccionar los posibles enlaces y botones.Si considera que los resultados del reconocimiento no son aceptables o que el texto se desordena, consulte las preguntas frecuentes (en ingle9s), FAQ 63556para obtener informacif3n sobre cf3mo optimizar el rendimiento del OCR.Es posible seleccionar un primer y un segundo idioma de reconocimiento, para que el OCR reconozca el texto correctamente en distintas lenguas. Las opciones del OCR re1pido se encuentran en el e1rbol del Gestor de configuraciones. El elemento correspondiente contiene opciones de primer y segundo idioma de reconocimiento. pulse la BARRA ESPACIADORA para conmutar entre los idiomas hasta llegar al que desee, o pulse F6 para ir al cuadro combinado y seleccionar un idioma.Cuando se instala JAWS desde el DVD, se instalan autome1ticamente los componentes del OCR. Cuando se descarga JAWS desde la Web y se dispone de conexif3n a Internet cuando se inicia la instalacif3n, los componentes del OCR se descargare1n durante la instalacif3n. Si no se dispone de conexif3n a Internet cuando se instala JAWS desde el archivo de la Web, JAWS verbalizare1 un mensaje al final de la instalacif3n informando de que no se han instalado algunos componentes. Para poder utilizar la funcif3n de OCR, cree una conexif3n a Internet y vuelva a ejecutar la instalacif3n para que se descarguen los componentes correspondientes.No recuerdo de quien fue el comentario de que primero lo intentf3, y despue9s de conectarse a internet, logrf3 optener el OCR. Entonces supongo que el crac todaveda depende del internet. Aunque no queramos. En fin, gracias, a Ernesto por facilitarnos el JAWS, felicidades, y espero que este proyecto siga adelante.

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