El niño filósofo

Cuento para despertar la curiosidad intelectual
Ari se puso contento cuando supo que hacía unos días encontraron un busto del filósofo griego Aristóteles, una cabeza de mármol blanco muy bien hecha, cuya imagen apareció en el periódico.

“¿Por qué no la descubrieron hasta ahora?”, preguntó Ari a su tío que leía La Opinión en la sala, tomándose un cafecito con pan.

Pero antes de que su tío respondiera, ya había hecho otras dos preguntas: “¿Por qué en ese tiempo no había fotógrafos?, ¿cómo hacían los escultores para hacer estatuas igualitas a las personas?”.

Al tío Gastón ya no le parecían raras las preguntas que le hacía Ari. Desde que nació él quería que fuera filósofo, que fuera de las personas que siempre se están haciendo preguntas, averiguando lo que pasa a su alrededor y buscando explicaciones. Por eso, cuando nació le sugirió a su hermana que a su hijo le pusiera Aristóteles.

Le pusieron Aristóteles con la condición de que el tío Gastón fuera el padrino de bautizo.

En ese tiempo, ellos vivían en Caurio de Guadalupe, cerca de un cráter de un volcán de Michoacán. En el pueblo todos empezaron a decirle “Ari” al niño, sin preguntarse qué significaba el nombre.

El tío Gastón sí sabía cuál era el significado. Él hubiera querido ser un filósofo, o por lo menos un profesor de su pueblo, pero su padre se lo trajo a EU cuando terminó la secundaria.

En California iban tras las cosechas de uva en Sonoma; de naranjas, en Santa Paula; de fresas en Oxnard… e incluso llegó a plantar pinos en Mendocino. Lo importante del tío Gastón era que siempre llevaba un libro adondequiera que fueran. Por eso, desde que Ari era muy pequeño le enseñó a no tener miedo a preguntar.

“Es mejor parecer tonto una vez, y no parecerlo siempre”, le decía cuando veía que Ari tenía duda en hacerle una pregunta muy simple.

Conocía bien a su ahijado. Cuando lo llevaba a pasear al cráter del volcán de Los Espinos le hacía todo tipo de preguntas: ¿por qué un volcán puede estar lleno de agua?; ¿por qué las mariposas andan de flor en flor?; ¿por quéla gente le dice ‘alberca’ a este volcán?; ¿por qué dicen que aquí sólo se han ahogado mujeres y que el volcán es hombre?; ¿por qué el padrecito hizo una peregrinación al volcán y la gente tiró costales de sal cuando se ahogó doña Teresa?; ¿no se ahogó doña Teresa simplemente porque no sabía nadar o porque era muy gorda?

Había veces en que sentados al filo del cráter, desde donde se veía el lago del volcán como un espejo perfectamente redondo, Gastón no tenía una buena respuesta para todas las preguntas.

Cuando ocurría eso, era honesto y le decía: “Para eso no tengo respuesta, pero te voy a platicar un cuento”.

Entonces le daba la explicación que daban las personas ancianas del pueblo, o las explicaciones de las leyendas que leía en los libros.

Por eso el tío Gastón era el preferido de Ari. Además de que nunca se enojaba por las preguntas, siempre buscaba una forma de animar una conversación con su ahijado y sobrino.

Incluso, cuando Ari hacía preguntas incómodas a su tía Elvira, a Gastón sólo le daba una risilla que se aguantaba: “Tía, ¿por qué nunca te casaste si estás tan bonita?; ¿te vas a casar todavía alguna vez?; ¿por qué ves tantas veces en tu cuarto aquella foto donde estás con un muchacho abrazada?; ¿por qué a ti te sale mejor la sopa de lentejas que a mi mamá?”.

A su escasa edad, Ari sabía bien la historia de su familia: por qué dejaron el pueblo de Caurio de Guadalupe, quién fue su abuelo Gastón Bachelard Martínez, por qué su abuelo tenía un apellido francés, en qué trabajaron sus tíos y dónde vivieron en California… Todo esto le servía para tener más seguridad y confianza en sí mismo.

En su escuela, a todos los niños y niñas les gustaba conversar con él, incluso los maestros. Ari sabía bien de dónde vino y por qué era como era, por su hábito de preguntar.

La única vez que su mamá le dio un coscorrón sirvió para que su tío Gastón le diera una explicación del tipo de preguntas.

“Todas las preguntas son buenas, pero no es bueno hacer todas las preguntas al mismo tiempo”, le dijo.

“Hay preguntas simples que parecen complicadas, y preguntas simples que son complicadas, y los filósofos se pasan toda la vida tratando de responderlas. Hay preguntas que tienes que hacer en público para que todos sepan, y hay preguntas que tienes que hacer sólo a una persona”.

El tío Gastón también le enseñó a distinguir cuándo los adultos le estaban dando una buena respuesta y cuándo solamente “le estaban dando vuelta”.

Frases para pensar

Una forma de saber más de filosofía es leyendo las frases de los filósofos.

El filósofo William James dijo: “Hay personas que parece que están pensando, cuando en realidad sólo están reorganizando sus prejuicios”.

Discute con tus maestros y padres: ¿qué diferencia hay entre un prejuicio y un juicio; entre una opinión y un hecho?

http://www.laopinion.com/



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2 respuestas a "El niño filósofo"

  1. Es imprescindible para que verdaderamente se realíce un ejercicio filosofico el saber cuestinar, para una buena respuesta es categórica una buena pregunta.

    Por que para saber comprender la respuesta es importante saber realizar la cuestión.

    tener la idea de lo que se esta preguntando.

    El buen filósofo solo trata de responder las preguntas bien formuladas.

  2. Martín:
    Muy buena manera de desarrollar conocimento
    en nuestros jovenes y me partece que incluso
    se pudiera hacer una materia en donde solo se
    hiceran preguntas, el elumno, para estimular su
    aprendizaje.

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