Cioran, en el centenario de su nacimiento

El ocho de abril se celebra el centenario del nacimiento del filósofo rumano E.M. Cioran. El escrito forma parte de lo que la lamentablemente malograda revista Archipiélago llamó “La inquietante lucidez del pensamiento reaccionario”.
La revista, que podríamos situar dentro del pensamiento radical de izquierdas, sacó un número con este título que rápidamente se agotó. Se trata de una serie de escritores o de pensadores conservadores, reaccionarios o incluso fascistas que fascinan a los intelectuales de izquierda. Podríamos empezar por Nietzsche, que dió lugar a un agrio debate en Rebelión y continuar por muchos más. Céline, el peor de ellos, entusiasmó a Sartre con su “Viaje al fondo de la noche”. El escritor conservador católico Chesterton, el poeta fascista Ezra Pound y otros muchos otros ( entre los cuales Ernest Jünger, del que ya me ocuparé en otro artículo). Podemos considerar la cuestión de manera ambivalente : está bien porque señala un pensamiento no dogmático, capaz de los matices. Pero abría que ver si no hay detrás de esta admiración muchas incoherencias y contradicciones.

En el caso de Cioran, que es uno de los filósofos que más me han impresionado, mi pregunta no gira en torno a la política. De joven se dejó seducir por el fascismo y una vez desencantado se transformó en un escéptico conservador. Sus escritos contra el fanatismo son magníficos y de lectura recomendada para cualquier espíritu crítico. Su denuncia del “maldito yo” como origen de nuestras desgracias no tiene desperdicio, sobre todo en el contexto de una sociedad narcisista como la nuestra. Su lúcida capacidad para desenmascara las ilusiones y engaños de los humanos también merece ser compartida por la lectura de muchos de sus escritos. Sus aforismos y análisis incisivos, secos, claros, sin concesiones, son un auténtico repulsivo. Más que los de Nietzsche, del que dice que no soporta la ingenuidad adolescente con que habla de su propuesta del superhombre. Para Cioran no hay salvación posible, ni tan sólo las que nos plantean pesimistas como Schopenhauer a través de la música y de la compasión. El único discípulo interesante que ha tenido a sido Clemence Rosset. Lo que yo pregunto es sobre la sinceridad del uno y del otro. En el caso de Rosset, que dice que la realidad es idiota y que nuestras ilusiones quieren transformar esta estupidez en algo con sentido. ¿No cae él en una contradicción cuando escribe y transforma esta realidad en un producto estético, en un pensamiento atractivo? Pero el caso de Cioran es más interesante. Cioran dice que lo peor que le puede pasar a alguien es haber nacido. Ser ya es una condenación de la que nadie nos salvará.

Ni siquiera el suicidio es una solución, decía, y las malas lenguas afirman que lo apartaron de la universidad porque eran sus alumnos los que se suicidaron. Pero Cioran continuó viviendo, con sus pequeñas satisfacciones: la amistad, la pareja, las lecturas. Y continuó escribiendo en nombre de esta lucidez amarga. Lo cual quiere decir que hay, por una parte, un vida no totalmente desesperada y por otra una ética de la veracidad que actúa como motivación. Ni Coiran ni Rosset se ocupan de la política, la desprecian. Pero saben que las condiciones políticas hacen la vida más o menos llevadera, para él y para los otros.

En este centenario aconsejo la lectura de Cioran, pero sin acabar de creernos del todo lo que dice, porque si él mismo se lo hubiera creído me parece que ni tan sólo hubiéramos sabido de su existencia. Se hubiera suicidado o simplemente hubiera sobrevivido en la más penosa inercia.

Tampoco renunciemos a la política, porque aunque aunque seamos materialistas y escépticos, aunque pensemos que la vida no tiene ninguna finalidad, si merece la pena mejorar nuestras condiciones materiales y sociales. Saldremos ganando casi todos y todos podremos filosofar, como hacía Cioran.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125621

SPAIN. 2 de abril de 2011



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