Santo Tomás de Aquino, una brújula ante la crisis de la racionalidad

Pamplona.- El pensamiento de Santo Tomás de Aquino es actual «porqué siempre volvemos a él». Lo afirma en esta entrevista la profesora Ana Marta González, autora de una exhaustiva investigación publicada por Eunsa, «Moral, razón y naturaleza. Una investigación sobre Tomás de Aquino» (Eunsa, Pamplona, 2006, 2ª edición).

Ana Marta González (Orense, 1969) es doctora en filosofía y profesora en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra.

–¿Por qué la ética tomista es actual?

–Profesora González: La palabra actual tiene dos significados que conviene distinguir: uno de ellos lo hace equivalente a la moda: es actual lo que está de moda, o aquello de lo que se habla hoy, pero ya no se habla mañana, lo que suele pasar con las noticias de los periódicos.

El otro sentido es más filosófico: es actual lo que es permanente. Las cuestiones filosóficas tienen este tipo de actualidad, que es la que suele atribuirse, también, a lo «clásico».

El pensamiento de Tomás de Aquino es siempre actual en este segundo sentido. Por eso volvemos a él, como volvemos en general a los clásicos, en los que se afrontan cuestiones de interés permanente.

Pero además es actual en el primer sentido, en la medida en que la ética contemporánea continúa profundizando en aquella rehabilitación de la filosofía práctica comenzada en el último cuarto de siglo XX. Si entonces la recuperación de la razón práctica vino especialmente de la mano de Aristóteles y Kant, era razonable que esa recuperación alcanzara tarde o temprano a Tomás de Aquino, que tanto por razones cronológicas como conceptuales ocupa un lugar intermedio entre ambos autores.

–¿Qué entendía Tomás de Aquino por naturaleza?

–González: Es una pregunta importante, porque de cómo entendamos el término “naturaleza” depende su posible relevancia para la ética. De hecho, buena parte de las críticas a la ley natural o al papel de la naturaleza en la ética dependen de cómo se entienda la naturaleza. Pienso en las críticas de Hume, John Stuart Mill, John Dewey…

Al mismo tiempo, es una pregunta difícil, porque la palabra naturaleza se usa en muchos sentidos distintos aunque relacionados entre sí: como origen, como principio intrínseco, como materia, como forma, como esencia… Tomás de Aquino era perfectamente consciente de la multiplicidad de sentidos que tiene este término.

Él mismo trata de dar razón de todos ellos en un conocido texto (S.Th.III, q. 2, a. 1). Pero de todos ellos destaca uno por encima de los demás: la esencia, en cuanto principio de operaciones. De este modo, Tomás emplea un concepto metafísico de naturaleza que se puede extender también a los seres racionales, permitiéndonos hablar de naturaleza racional. Hablar de naturaleza racional es hablar del hombre como un principio singular, que Aristóteles describe como «inteligencia deseosa o deseo inteligente», e identifica con la elección (EN, VI, 2).

–¿Cuáles son los efectos de la crisis de racionalidad?

–González: Esta pregunta merecería una contestación más amplia. Digamos que el hombre contemporáneo es muy racional cuando se trata de poner medios para conseguir objetivos que se ha prefijado de antemano, o cuando se trata de certificar cuestiones de hecho y enmarcarlas en un modelo teórico.

Pero, fuera de eso, y precisamente en las cuestiones que se suelen considerar de importancia vital se muestra emotivo y sentimental. Como si en lo que se refiriese a la orientación de la vida y de las acciones no hubiera lugar para la verdad. Ha desarrollado mucho la racionalidad instrumental y la racionalidad científica, pero ese desarrollo no se ha visto compensado por un desarrollo paralelo de la racionalidad ética o metafísica, que tiene que ver con el fin de la vida humana.

El resultado es que el contexto humano y trascendente de la actividad técnica y científica tiende a oscurecerse. Como suele decirse: los árboles no dejan ver el bosque.

–¿Estamos en una crisis moral que refleja una crisis más profunda de otra índole?

González: En cierto modo ya he contestado a su pregunta. Si hay crisis, ésta es en primer lugar una crisis de racionalidad. La proliferación de medios que caracteriza la moderna sociedad tecnológica no se corresponde con una profundización en la sabiduría acerca de los fines: ya hemos hablado de la técnica.

Otro tanto cabría decir de la economía o de la política: ¿cuál es el fin de la actividad económica? Aristóteles ponía mucho empeño en distinguir economía (arte de administrar) y crematística (arte de adquirir).

Ciertamente, el pensamiento económico de Aristóteles no es sin más trasladable a nuestro mundo, pero la intuición ética que presidía sus distinciones sí lo es. Concretamente, decía que la crematística responde simplemente al «deseo de vivir», mientras que la economía responde al deseo de «vivir bien», y por eso ponía empeño en subordinar la economía a la política, porque entendía que la actividad económica sólo tiene sentido cuando se ordena a la convivencia de ciudadanos libres. Sin embargo, nosotros también nos encontramos desconcertados respecto a la naturaleza de la política.

A menudo da la impresión de que no es otra cosa que el arte de hacerse con el poder y mantenerlo, en cuyo caso, no tendría nada que ver con la justicia. Estas reflexiones no son ociosas: hoy las necesitamos más que nunca.

Estamos embarcados en muchas tareas muy interesantes, y somos conscientes de la interdependencia creciente de todas ellas, pero a menudo nos falta la visión necesaria para introducir orden y ver de qué manera sirven efectivamente al bien humano.

La ética, según Tomás de Aquino, es el saber que se ocupa de introducir orden en los actos voluntarios. Ahora bien, para introducir orden en un conjunto de medios no sólo es necesario tener un cierto sentido de la armonía, sino tener un conocimiento claro del fin.



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