¿Son las vacaciones una ilusión? Qué puede enseñarnos Platón sobre el FOMO estival. Por  E. Zamorano

Por  E. Zamorano

Agosto es el mes en el que las ideas de descanso, placer y turismo se hacen realidad. ¿Qué pensaría el filósofo griego sobre el verano, salvando las distancias temporales e históricas?

Unos vuelven y otros se van. Unos recuerdan con nostalgia lo que fue y otros aguardan con nervios la espera. En pleno agosto, ya no se puede abordar ningún otro tema de conversación, tan solo queremos descansar. Es ese mes del año en el que parece que todo el mundo se pone de acuerdo en cultivar el arte de no hacer nada o hacer todas esas cosas que la rutina impide realizar el resto del año. En realidad, como casi cualquier otro elemento de nuestra vida social, el verano es una gran simulación. ¿Cómo sería nuestra vida en caso de que no tuviéramos que trabajar para alimentarnos o pagar un alquiler?

A estas alturas del verano, las vacaciones estivales son más que nunca un deseo, que como decía el psicoanalista Jacques Lacan, siempre es “el deseo del Otro“. La ventana hacia ese deseo tiene forma física, y es el teléfono móvil, en concreto apps como InstagramImágenes de placer, de reconexión con uno mismo, de momentos de diversión junto a los seres queridos… pero meras proyecciones, claro, acompañadas de su correspondiente parrafada para expresar gratitud a la gente que estuvo.

Relatos, textos e imágenes placenteras que se cuelan en nuestro día a día e ilustran un perfecto corolario de nuestros anhelos contemporáneos, que siempre acaban redundando en alejarse de una vida monótona y aburrida, mantener a raya la preocupaciones y buscar a toda costa la realización personal. También en la esfera más ociosa de nuestras vidas, a tal punto llega la “sociedad del rendimiento” que busca en todo momento generar plusvalía, en esta ocasión, a través de las experiencias.

El resultado es un FOMO continuo que se acrecienta en períodos vacacionales. Al fin y al cabo, el verano no es más que una simulación cuyo protagonista principal es el turista. Y un turista, como tal, no existe. Es una categoría vacía que se emplea para designar a alguien que se va a de vacaciones. Un “turista” no es ni una profesión, ni una manera de ser, ni un atributo. A esta conclusión llegan José M. Faraldo y Carolina Rodríguez-López, profesores de la Universidad Complutense de Madrid, en su magnífico Introducción a la historia del turismo(Alianza Editorial, 2013). “Somos turistas cuando voluntariamente nos ponemos en ese papel, reservamos un hotel, compramos un billete de avión, tenemos como objetivo conocer una ciudad, queremos descansar en una playa lejana”.

El verano: placer de placeres

En este sentido, la esencia del turismo se basa en una pura proyección mental, una idea de nosotros mismos tendida hacia el futuro. Y ningún filósofo mejor para reflexionar sobre las ideas que Platón, quien en sus libros obviamente no habla del turismo, pero sí el fin último que persigue al turista y le empuja a irse de vacaciones una vez más: la búsqueda astuta del placer. Para él, este es peligroso y engañoso, pero, sobre todo representacional, es decir, los placeres son una representación del mundo y no meras sensaciones que nos asaltan de vez en cuando para nuestro goce carnal o espiritual.

“Si nuestros placeres buscan proporcionarnos un fragmento del mundo, entonces ciertos placeres, por muy bien que nos hagan sentir, no pertenecen a una vida plena”

Así lo asegura Derek van Zoonen, investigador postdoctoral en Filosofía de la Univeridad de Oslo, en un artículo reciente de la revista en el que se dedica a analizar la postura del filósofo griego sobre el placer y las gratificaciones instantáneas de nuestro día a día a partir de sus famosos diálogos, del Fedón al Filebo. Para Platón, el placer es “representacional” porque va dirigido a un objetivo que se quiere cumplir, pero también tiene una dimensión “evaluativa“, ya que basándonos en nuestra experiencia o en la ajena sabemos que ese objetivo es bueno para nosotros.

“Platón cree que nuestros placeres constituyen una especie de apertura al mundo: experimentar placer implica que el mundo se presente de cierta manera”, asegura el investigador. El engaño aparece cuando surge la brecha entre lo que representamos en nuestra cabeza y la realidad en sí, distorsionando nuestra idea preconcebida de ese placer. “Lo que hace que el placer sea especialmente complejo es que, al igual que la creencia, necesariamente representa su contenido como verdadero, lo que hace que sus errores sean irresistibles a la detección inmediata”.

Origen e historia de las vacaciones: ¿cuándo empezamos a viajar por placer?

En este sentido, es fácil distinguir cuando un placer es engañoso y cuando no: si después nos sentimos peor de lo que estábamos antes, evaluaremos que ese placer no es bueno para nosotros. A simple vista es fácil distinguirlo, y por eso mismo los comportamientos compulsivos o adictivos a sustancias o actividades empeoran la vida de una persona. Lo difícil es rechazar de pleno esa fuente de placer, que aunque sea engañosa, buscamos constantemente al haber sido muy intensa al principio. Sin embargo, poco a poco nos aleja de la eudemonía, el concepto que el filósofo griego usaba para describir ese estado de florecimiento humano en el que el alma actúa acorde a la virtud adquirida por el conocimiento, en este caso, de los placeres.

Por esto mismo, hay placeres verdaderos y falsos, y también incomodidades necesarias para alcanzar la virtud o el goce. “Los placeres engañosos demuestran que algunos placeres entran en conflicto con la felicidad genuina”, avisa van Zoonen. “Si nuestros placeres buscan proporcionarnos un fragmento del mundo, entonces ciertos placeres, por muy bien que nos hagan sentir, no pertenecen a una vida plena, a pesar del imperativo hedonista. No solo queremos experimentar ‘cualquier’ placer, sino que nuestros placeres nos acerquen al mundo. Deben ser veraces, no engañosos. En lo que respecta al bienestar, el contacto con la realidad importa tanto como la calidad de la experiencia”.

El placer veraniego, una ilusión

Teniendo en cuenta que las vacaciones son sinónimo de placer, podríamos decir que nuestra actitud representacional nos engaña prometiéndonos experiencias inolvidables en playas paradisíacas o ciudades hermosas que nunca hemos visitado, cuando la realidad es que la gente que allí habita todo el año no lo conciben como algo placentero. De hecho, nuestro placer en las vacaciones juega en contra del placer de otros, ya que la población local asocia el turismo con el ruido o la masificación urbana. Más aún, contribuye a romper su eidamonia a largo plazo, gentrificando barrios y subiendo los precios de los alquileres en zonas concretas.

Nunca más solos: la solución filosófica al problema del FOMO

Por otro lado, las expectativas que nosotros mismos nos hacemos de las vacaciones a veces no se corresponden en absoluto con la realidad. Eso sí, aunque el plan acabe decepcionándonos, siempre podremos aparentar que hemos tenido unas vivencias increíbles de cara a los demás. Aunque por dentro caigamos en la decepción o en el desengaño.

“El placer importa, pero una vida que realmente valga la pena vivir exige placeres arraigados en la verdad, no en ilusiones”, concluye van Zoonen. ¿Y qué mayor ilusión que las imágenes y textos que abundan tanto en esta época, en el scroll infinito y perezoso de redes sociales que representan esas vacaciones ideales? No podemos aplicar nuestro contexto vacacional al de la Grecia de Platón, pero la famosa metáfora de la caverna platónica bien podría ser el fondo liso de la pantalla del móvil, la máquina más perfecta de representaciones que existe y usamos a diario.

Notas

Por  E. Zamorano

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2025-08-04/platon-aristoteles-vacaciones-verano_4182975/

 4 de agosto de 2025

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