
Por Zarko Pinkas
En medio de la ciudad saturada de ruido, pantallas y movimiento, hay un tipo de silencio que duele más que el bullicio: el silencio humano. No el de las bocas cerradas, sino el de los corazones apagados. La gente camina rápido, habla mucho, pero dice poco. La conexión emocional es un lujo raro. Y estar solo ya no es un estado transitorio, sino una forma de vida.
La soledad, en estos tiempos, ya no es castigo ni búsqueda espiritual. Es una forma de supervivencia. Pero también es una condena. Y aquí nace la gran pregunta:
¿Es preferible estar solo en este mundo hiperconectado pero emocionalmente mudo?
Nietzsche y la soledad como destino
Friedrich Nietzsche —el filósofo del martillo, del abismo, de la voluntad de poder— vivió una vida llena de rechazos, enfermedades, amores imposibles y aislamiento. Murió solo. Pero transformó esa soledad en una fuente de pensamiento radical. Para él, el superhombre (Übermensch) era quien se atrevía a mirar el vacío sin temerlo, a crear sus propios valores, a vivir sin Dios ni certezas.

Retrato de Edvard Munch, Noruega 1906
Pero no todos quieren ser superhombres. Ni todos pueden.
El superhombre exige una ruptura con la moral tradicional, con la costumbre de buscar aprobación. ¿Y qué ocurre con el hombre común, el que aún desea amar, pertenecer, abrazar sin pedir permiso?
Ahí es donde Nietzsche incomoda: porque plantea que la lucidez, muchas veces, conduce al aislamiento. Pero hoy el aislamiento no es filosófico. Es estructural. Es económico. Es emocional. Y muchas veces, es involuntario.
El positivismo: orden, progreso y vacío
Del otro lado, el positivismo prometió progreso, ciencia, racionalidad. Nos enseñó que la verdad era lo que podía medirse. Pero ¿cómo se mide una ausencia? ¿Qué fórmula alivia una madrugada sin nadie?
Nos hicieron funcionales, pero no sensibles. Nos hicieron productivos, pero no significativos.
Sabemos todo lo que se puede calcular, pero ignoramos cómo cuidar al alma.
La era digital nos dio conexión, pero no cercanía. Lenguaje, pero no comunicación. Y así, entre algoritmos y horarios, el ser humano se fue reduciendo a su utilidad. Y los sentimientos quedaron en segundo plano, como si fueran interferencia.
Masculinidad, heterosexualidad y el vacío simbólico

Yo soy hombre. Heterosexual. Adulto. Vivo la soledad desde un lugar que no siempre se nombra. Porque los hombres, nos dicen, no debemos hablar de eso. Hemos sido criados para resistir, para no llorar, para buscar sin pedir. Y hoy nos encontramos con que no sabemos qué se espera de nosotros.
¿Está permitido aún el deseo? ¿Está permitido aún el afecto? ¿Está permitido aún el error?
La masculinidad, muchas veces, vive entre dos fuegos: el de la tradición rígida que exige dureza, y el de un nuevo mundo que no siempre ofrece alternativas claras. En medio de ese fuego, surge la soledad. No como refugio, sino como condición.
Y si no tenés pareja, no es porque no amás, sino porque no podés pagar una vida digna. Porque no podés competir con la imagen falsa que las redes venden. Porque la ternura no genera clics.
En este siglo, el amor también se volvió elitista.
¿Qué nos queda?
Quizás el punto no sea si es mejor estar solo o acompañado, sino cómo habitamos esa soledad.
¿Es una forma de protección o una trinchera?
¿Es una elección o un síntoma?
¿Nos hace más libres o más frágiles?
Nietzsche eligió la soledad como camino de lucidez. Otros la sufrimos como resultado del desgaste. Pero aún así, hay algo que vale la pena sostener: la honestidad emocional. El derecho a no endurecerse. A seguir siendo sensibles. A escribir aunque no se nos lea. A sentir aunque no se nos abrace.

El hombre del siglo XXI no necesita conquistar ni dominar. Tal vez solo necesita reaprender a habitarse a sí mismo.
Con deseo. Con duda. Con silencio.
Pero un silencio fértil, no impuesto.
Un silencio que no niegue el amor, sino que lo aguarde.
Sin algoritmos. Sin máscaras.
Con el alma expuesta.
Notas
Zarko Pinkas-Ramírez
Periodista y publicista chileno que reside fuera en El Salvador por más de 30 años. Egresado de Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad de Chile y licenciatura en Periodismo y Comunicaciones de la Universidad Centroamericana, José Simeón Cañas.
22 de septiembre de 2025. EL SALVADOR
