Belleza interior y exterior en un solo doncel, por santo Tomás

El Doncel de Sigüenza representa aún un símbolo de la juventud ideal. Noble, guerrero, muerto en batalla, amante del saber. Y ajeno a la utilidad materialista hoy imperante.
Aún se celebra cada enero santo Tomás de Aquino. ¿Pero quién recuerda su equilibrio entre fe y razón, o más aún su equilibrio entre todas las bellezas humanas? Al margen de debates eruditos sobre quién ha entendido o no al santo dominico (y los candidatos del siglo XX son cuando menos discutibles), lo cierto es que con toda razón se conmemora al fundador de la educación europea, el que encontró para ella la síntesis adecuada, y quien confirmo a los jóvenes de este lado del mundo la exquisita grandeza del saber por el gusto de saber y de crecer. La economía aún no imperaba.

Decía el escritor Franz Kafka que “la juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece”. Y ahí se unen muchas cosas a la vez: lo bello es joven por serlo, y lo joven tiene a ser bello si es verdaderamente joven; a la vez, hay una belleza del alma y del espíritu que puede unirse a la del cuerpo pero que va mucho más allá de él, y que es la permanentemente joven. En quien confluya el amor a lo bello y el amor al saber la juventud no perecerá, sino que podrá convertirse en un modelo permanente.

El gran Tomás no conoció el Doncel de Sigüenza, pero este monumento castellano es uno de los símbolos españoles duraderos de la síntesis entre belleza, juventud y saber. Cuando uno ver docentes del siglo XXI proferir sandeces por las que tanto en el siglo XIII como en el XV los habrían corrido a collejas, es inevitable pensar qué habría dicho y hecho el Aquinate. ¡Y lo que obligamos a ser a nuestros mejores alumnos! Esta generación ha sido educada en contenidos mediocres, formas discutibles y, lo peor, en el culto a la diosa utilidad, como si educarse fuese prepararse para el “mercado”. Qué espanto, y qué lejos del Doncel.

Ortega y Gasset escribió de él: “Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas, declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?”

Puede que el mundo de Tomás y el del Doncel nos parezcan lejanos, pero la verdad es que fue un mundo con un orden y un sentido que no tenemos hoy, en un mundo en el que sólo lo materialmente práctico parece codiciable a la triste mayoría. Puede que lo que necesitemos sea ese toque de optimismo casi irracional que hace unos años aconsejaba el Papa Bergoglio, “con las cosas que a uno le suceden vamos aprendiendo que nada es imposible de solucionar, solo sigue adelante”. Seguramente Tomás le daría la razón.

Fuente: http://www.elsemanaldigital.com/blog.asp?idarticulo=139988&cod_aut=

31 de enero de 2015



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