Daniel Innerarity: «Los filósofos somos gente muy rara a la que le gusta fracasar»

«Los periodistas son los dueños del teatro de la sociedad», asegura el autor

Pausado y reflexivo, Daniel Innerarity no deja un solo aspecto de la vida sin cuestionar. Eso sí, el pensador renuncia a dar pautas. Prefiere abrir sendas para que cada uno saque sus propias conclusiones. Y es que Innerarity sabe como nadie dar un enfoque humano a la filosofía. Es su seña de identidad. Hoy indaga en el mundo de la política dentro del ciclo ‘La Sociedad Civil’, organizado por el Aula de Literatura y Pensamiento contemporáneos Rafael Pérez Estrada, del Ateneo de Málaga. ‘La política como actividad inteligente’ es el título de la conferencia que ofrece a las 20.30 horas en la sede del Ateneo (C/ Compañía, 2).

Usted apuesta por cambiar la estructura del sistema político. ¿Quizás para acercarla más al ciudadano?

Siempre he dicho que los políticos son personas que hacen mal algo que nadie puede hacer por ellos. Yo creo que son insustituibles, en una sociedad democrática tiene que haber un sistema de representación. Por consiguiente, no creo que al ciudadano medio se le deba exigir que actúe en función de los políticos. También es verdad que una sociedad democrática se empobrece si no tiene una ciudadanía activa. Una ciudadanía activa que no se expresa necesariamente sustituyendo el trabajo de los políticos, pero que está llamada a ejercer funciones de vigilancia, de control, de protesta, de atención, sobre lo que pasa en la escena política.

¿No cree que la decadencia de las grandes ideologías ha influido en ese fracaso de las estrategias políticas?

Sí, las grandes ideologías han perdido su vieja función. Lo que las ha sustituido es un pragmatismo de corto alcance en el que no hay un proyecto definido. Probablemente, ese llamado final de las ideologías sea una gran oportunidad para las ideas en política. De hecho, en la ciencia política se han vuelto a introducir proyectos, ideas, conceptos no tan cerrados como los ideológicos.

Pero se sigue valorando más a la persona…

Efectivamente, cuando se debilitan las ideologías lo que aparece en primer plano es la persona. Por eso, el estilo de gobernar, el talante, la cercanía o lejanía respecto al pueblo aparecen como virtudes fundamentales. Confiarlo todo a las personas y pensar que es la gran solución es un error. Lo que asienta reformas duraderas y transformaciones profundas son estructuras, procesos, sistemas, y no tanto brillos personales.

¿Y cómo influye en el ciudadano?

Una sociedad en la que la política esté reducida a una actividad despreciada, irrelevante, es una sociedad más pobre. La gran tarea que hoy tenemos es politizar la sociedad en el buen en sentido de la palabra, es decir, entendiendo que politizar un asunto significa arrebatárselo a los técnicos y situarlo en un espacio de libre discusión.

En este caso, los medios de comunicación tienen un papel decisivo.

Los medios de comunicación no son un actor más en la puesta en escena de la sociedad, son el escenario. El debate político se desarrolla en un formato mediático. De alguna forma, los periodistas son los dueños del teatro. La lógica que gobierna los medios ha invadido el tratamiento de los asuntos políticos. La sociedad debería resistirse a que las cuestiones políticas sean decididas por agentes económicos o criterios mediáticos, de esta forma sería una sociedad más madura y responsable.

Pero la sociedad también se deja llevar por la globalización.

La globalización no es tan negativa como se piensa. Tiene algo interesante y es que elimina la diferencia entre lo nuestro y lo de los demás, entre lo propio y lo ajeno. Complementa la visión de lo propio con una visión desde fuera y eso es muy positivo. Lo malo de la globalización es que sea selectiva, que se globalice el dinero o el terrorismo y que no se globalicen los derechos humanos o el acceso a la educación…

Precisamente, el individualismo y la falta de solidaridad caracteriza a la sociedad de hoy en día…

Yo no creo que sea para tanto. Lo que ocurre es que las formas que teníamos de tramitar esa solidaridad o ese altruismo han cambiado. Hay más gente dedicada a cuidar que a transformar, hay mucha gente que se ocupa del medio ambiente, el patrimonio… Sin embargo, hay mucha menos gente dedicada a cambiar las cosas. Yo creo que hay mucha solidaridad, lo que pasa es que está articulada de manera distinta o bien es superficial y está gobernada mediáticamente. Hay cantidad de gente que se moviliza ante una catástrofe natural, pero quién se acuerda hoy de cómo les va a los afectados por el tsunami de hace dos años. Esas corrientes de solidaridad están también gobernadas por el sensacionalismo de los medios y por tanto son cosas más puntuales, más espontáneas, menos sostenidas en el tiempo. Precisamente, una de las funciones de la política es sostener en el tiempo esas expresiones de solidaridad. Yo pienso que el potencial existe, si no la política no tendría sentido.

Es, en realidad, lo que usted explica con la llamada ‘ética de la hospitalidad’, una contraprestación de servicios, ¿no es cierto?

Sí, la verdad es que todo está relacionado y unos aspectos permiten explicar otros. En el fondo, la filosofía es dar vueltas a la misma idea.

Sin embargo, la filosofía aún no ha conseguido llegar al ciudadano.

La filosofía puede parecer un poco extraña en un mundo regido por la competencia. Y lo que le pasa a la filosofía es que se pone ante problemas de difícil solución y, por tanto, un filósofo es alguien que fracasa siempre, nunca llega a su verdadero objetivo, porque no resuelve problemas como el de la existencia de la verdad, la naturaleza, Dios… Son problemas que no tienen una solución definitiva. Es bueno que haya en la sociedad gente incompetente como los filósofos. Somos gente muy rara a la que le gusta fracasar. Nos gusta merodear en torno a problemas que nos exceden y sobre los que tenemos una capacidad de resolución muy limitada.

Pero no está clara su utilidad…

Bueno, hace poco, en el libro de instrucciones de una aspiradora vi que hablaba de «la filosofía de esta aspiradora». Filosofía hay en todas partes, no es una ciencia oculta, separada del sentido común, ni para unos pocos privilegiados. Lo que ocurre es que en un mundo en el que se premia la competencia, el rendimiento inmediato, la filosofía es una rémora para la acción, una cierta detención del tiempo, un ejercicio de la lentitud y eso, de entrada, es castigado.
Fuente:
http://www.diariosur.es/



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