Del lenguaje político

Hace más de cuarenta años Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), el prestigioso lingüista americano de origen judío que se declara socialista libertario, criticó una serie de expresiones políticas de la época de J. F. Kennedy. Si a la huelga se le llama «conflicto laboral» y a la guerra «conflicto bélico», este lenguaje resta importancia y dramatismo a tales acontecimientos. Se produce así un enmascaramiento de la realidad que era analizado por Chomsky bajo el concepto marxista de «ideología».
De entonces acá, hemos ido mucho más lejos. La teoría estructuralista del lenguaje como bloque cerrado que lleva dentro una visión del mundo, se ha convertido en herramienta política. Ahora ya no pensamos, como Marx nos había enseñado, que la filosofía, el arte y la religión sean «superestructuras» que brotan de la situación económica. Con el mundo entero abrazado al modo de producción capitalista, el famoso socialismo científico de Marx -los demás eran socialismos utópicos- ha perdido toda credibilidad. Si Marx le dio la vuelta al idealismo alemán (Fitche, Shelling, Hegel) ahora hemos vuelto a ese idealismo. Ahora no somos aristotélicos, no pensamos que se va de la física a la metafísica, de la experiencia al concepto, sino que somos platónicos. Creemos que el lenguaje crea una realidad nueva. Hemos vuelto a la caverna de Platón: si las cosas son el reflejo de las ideas, basta cambiar las ideas. Si la estructura jerárquica del lenguaje crea una realidad social, cambiemos las palabras. La gramática generativa de Chomsky no ha podido con el idealismo de los estructuralistas.

Y ahora intentemos confirmar lo dicho con algunos ejemplos. Las feministas llevan años diciendo que tenemos un lenguaje machista y defienden que si cambiamos el lenguaje acabaremos resolviendo el problema del feminismo. Así escuchamos eso de «los vascos y las vascas», «los miembros y las miembras». Y la ministra Bibiana Aído pide con todo desparpajo que la Academia admita el nuevo término. Si algo no conviene al Gobierno, se le cambia de nombre. Esto no es un trasvase, sino aporte puntual de agua, transfusión u otras imaginativas invenciones. No hay crisis económica, hay disminución de crecimiento, desaceleración y hasta desaceleración acelerada. Eso de que «el pesimismo no crea puestos de trabajo», que dice Zapatero, es ya glorioso. (¿Los crea el optimismo?).

Si la realidad se puede cambiar mediante palabras, ¿qué no pasará con las leyes, que están hechas de palabras?… Pues las leyes se han de interpretar a la luz de los acontecimientos, las palabras cambian de significado dentro de diversos «horizontes de sentido». Así fue posible meter de nuevo a Batasuna en los ayuntamientos vascos, en tiempos de negociaciones «por la paz». Y si todo es relativo e interpretable, no hay posible crítica, sólo opiniones particulares, todas discutibles y aceptables a voluntad. La verdad es un producto de supermercado. Vemos pues como el lenguaje se ha convertido en centro del debate político en España.

Pero la prueba del nueve es el nacionalismo, que mantiene la lengua como el alma o esencia de la nación.

«Alemania está donde haya un hablante alemán», decía Fitche («Discurso a la nación alemana», 1808). La lengua ha sustituido a la raza y a la religión como elemento identitario fundacional del pueblo o nación. Por eso vemos cómo los nacionalismos separatistas niegan la lengua española, la expulsan de la vida oficial y de la escuela, convierten la cooficialidad constitucional en oficialidad excluyente. Tal es su manera de negar a España, condición necesaria para el surgir de los nuevos estados-nación periféricos. Es el resultado de una larga andadura, desde que los juegos de lenguaje se introdujeron en la Constitución del 78, con aquello de las «nacionalidades y regiones», más un Título VIII del todo flotante e indefinido.
Fuente: http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008062400_52_650136__Opinion-lenguaje-politico



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Una respuesta a "Del lenguaje político"

  1. no es lo q busco pero para el q necesit esto psssssssss bn 5 strellitas por publicar algo productivo y no una mamarrachada

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