Diario: Tomás y el poder.

Sólo se habla del poder cuando las libertades son amenazadas por los excesos de ese monstruo polimorfo que es el Estado.
Se habla del “poder de los Medici”, por ejemplo. Aquella forma de proto-absolutismo, legitimado y no por el “poder divino de los reyes”, sino por el no menos divino poder del dinero. Luego sería el verdadero absolutismo, los intentos racionalistas de la Ilustración, la orgía napoleónica, la farsa imperial del sobrino y la más seria consolidación bismarckiana. Después de 1870, el interés por la república y la monarquía parlamentaria, son las principales preocupaciones en los países el norte occidental.

Así, hasta el auge del totalitarismo y su ruidoso apocalipsis en 1945. Las democracias occidentales comenzaron a temerle al poder, a sus excesos. De allí la triste retirada de Churchill y, décadas después, la más estirada de De Gaulle. En América Latina, cuando comenzamos a hablar del poder es porque ya es casi demasiado tarde. “El poder de Uribe”, “el poder de los Kirchner” o el poder del teniente-coronel venezolano. No sé en los demás países, pero aquí, en Venezuela, nos hemos convertido en “expertos” en el escabroso tema. El oscuro Carl Schmitt está de moda y, pronto, el todavía olvidado José Donoso Cortés. Sobre el poder y otras debilidades, algunas opiniones de Santo Tomás:

Resulta de aquí, por vía de consecuencia inmediata, que el bien último del hombre no puede encontrarse en la gloria humana o renombre, pues aparte de que la inestabilidad de la gloria humana basta para distinguirla de un fin último permanente e inmutable, depende también de la beatitud. El renombre, aun suponiendo que sea legítimo, queda detrás de la perfección y acompaña el bien por donde lo descubre, y, por tanto, no lo constituye.

Lo mismo podría preguntarse si el fin último no sea el poder; pero el poder, cuyo nombre latino equivale al de facultad, es el principio de las acciones, y no será, por tanto, el fin. Y por otra parte, se trate de riquezas, de honores, de renombre o de poder, todos estas dotes pecan por los mismos vicios, son moralmente indiferentes, insuficientes, nocivos a veces para los que lo poseen y, sobre todo, exteriores a la naturaleza del hombre.

Es, precisamente, lo que olvidan los gobernantes y los convierte en dictadores, que el poder no es el fin. De ese modo, el Estado abandona la racionalidad y se convierte en mito, para desgracia de los gobernados.
Fuente: http://prodavinci.com/2009/09/12/diario-tomas-y-el-poderel-pulpo-de-santo-tomas/

VENEZUELA. Sábado, 12 de septiembre de 2009.



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