Diógenes y Kant para todos los públicos

Mi amiga Cristina (48 años) me recomendó leer El filósofo-perro frente al sabio Platón, y mi amiga Julia (18 años) me dijo que había visto un libro titulado Un día loco en la vida del profesor Kant que tenía muy buena pinta. Suelo hacer caso a mis amigos, excepto si hablan de fútbol. Así que compré los dos libros y pasé la tarde de un viernes lluvioso (perdón por la redundancia) con un filósofo-perro y con un filósofo de Königsberg llamado Kant. Las contraportadas de los dos libros dicen que la edad recomendada para disfrutar con su lectura es de 9 a 99 años. Mienten.


Diógenes y Kant para todos los públicos
Cristina y Julia tienen entre 9 y 99 años, y las dos disfrutaron con dos libros de filosofía maravillosamente ilustrados y escritos con tanta delicadeza como ternura. Bien. Pero me pregunto por qué un niño de 7 años y un abuelito de 103 años no pueden también pasar una lluviosa tarde de mayo en compañía de un filósofo-perro como Diógenes y un filósofo tan kantiano como Immanuel Kant. ¿Alguien me puede contestar? Nadie por ser joven vacile en filosofar, ni por hallarse viejo de filosofar se fatigue, pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que concierne a la salud de su alma, dice Epicuro de Samos en su Carta a Meneceo. El que dice que aún no le llegó la hora de filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que ya no hay tiempo para la felicidad, de modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo. Así que nada de restringir el placer de la lectura de El filósofo-perro frente al sabio Platón y Un día loco en la vida del profesor Kant a los seres humanos que tienen entre 9 y 99 años. Filosofía para todos.

El filósofo-perro frente al sabio Platón cuenta la historia del joven Andróstenes, que viaja desde Egina a Atenas para conocer al gran filósofo Platón. La verdad es que Yan Marchand idealiza un poquito la Atenas clásica («los habitantes llevan ropas magníficas, y en el mercado los puestos se hunden por el peso de las mercancías»), mientras que deja a Platón y a su Academia bastante malparados. Platón habla y habla y habla sobre la ciudad ideal, y Andróstenes se aburre porque prefiere pasear por la Atenas de carne y hueso antes que filosofar acerca de ciudades utópicas. Pero todo cambia cuando Diógenes, también filósofo, pero sin Academia, se asoma a la ventana y escucha a Platón decir que el hombre es un bípedo implume. Diógenes se presenta ante Platón con un gallo al que había desplumado. Platón se enfada, es decir, Platón no tiene sentido del humor. Después, Diógenes decide meterse con el filósofo Anaxímenes, que había reunido a un buen número de atenienses dispuestos a escucharlo. Diógenes agita un arenque y todos se van, así que Diógenes pregunta a Anaxímenes: «¿Quién es más fuerte, tú o el arenque?».

Vaya con Diógenes. Andróstenes se aburría con Platón, pero parece que escuchar a Diógenes puede ser más divertido. ¿Beber vino en una copa? Absurdo. Es mejor beber agua, que es más simple y exige menos esfuerzo. ¿Imitar a Platón? Por supuesto que no. ¿A los dioses, quizá? Tampoco. ¿A quién, entonces? A los perros. ¿A los perros? Sí, a los perros, porque se trata de querer sólo lo que se necesita para vivir: agua, aire, el calor del sol. La tierra es una mesa abundante y el mundo entero es nuestra casa. ¿Para qué tener un vaso cuando se puede beber agua del hueco de las manos? ¿Para qué tener un plato si las lentejas se pueden comer sobre un pedazo de pan? El único amode Diógenes es la naturaleza, que le ordena comer, beber y dormir. Diógenes se considera ciudadano del mundo e ignorará hasta al mismísimo Alejandro, que se acercó a ver al filósofo, pero sólo consiguió que éste le ordenara apartarse porque le estaba quitando el sol. Andróstenes, con no poco esfuerzo, consigue convertirse en perro y ser feliz viviendo como un perro. ¿Y si todos fuéramos filósofos-perros? No sé… No parece buena idea. Está bien que exista un Diógenes para que saque de quicio a Platón, pero si todos somos Diógenes, ¿quién escribiría libros tan bonitos como El filósofo-perro frente al sabio Platón? ¿Quién los ilustraría? Además, con lo rico que está el vino…

No se aprende filosofía, se aprende a filosofar. Es el turno de Kant, así que es el turno de Un día loco en la vida del profesor Kant. Kant no es un perro. Kant es kantiano. Muy kantiano. Para conocer algo, debo poder concebirlo en el espacio y el tiempo, que son el marco en que mi espíritu inscribe toda experiencia. ¿Y Dios? Es imposible estudiar a Dios en el espacio y el tiempo, y no podemos demostrar la libertad, la existencia de Dios o la inmortalidad del alma, pero eso no significa que no podamos pensar en todo eso. La libertad, la inmortalidad del alma o la existencia de Dios son cuestiones que deben tratarse en la moral, no en la ciencia. Ejem. ¿Y esto es apto para todos los públicos? Pues sí. El libro tiene bellas ilustraciones de Laurent Moreau y los textos de Jean Paul Mongin no olvidan las palabras de Epicuro, así que se trata de un Kant para todos los públicos. Por eso Un día loco en la vida del profesor Kant nos presenta al filósofo de Königsberg recibiendo una carta perfumada de la señorita María Charlotte, tomando un café en el puerto y hablando como lo haría un filósofo marinero. A diferencia del serio y presuntuoso Platón que aburría al joven Andróstenes y no sabía aguantar una broma de Diógenes («pues que se vaya del pueblo», diría Gila), nuestro Kant es un tipo que cree que la risa facilita la digestión y que el mejor remedio contra el insomnio es pensar en Cicerón. Pero dos cosas llenan el alma de Kant de admiración y respeto: el cielo estrellado y la ley moral.

Todos conocemos y admiramos las estrellas, pero pocos se admiran ante la ley moral. Y eso que la ley moral está mucho más cerca que las estrellas, porque está en nosotros mismos. Hay que actuar siempre como todos deberían actuar y tratar a los demás siempre como un fin y nunca como un medio. Lo único absolutamente bueno es la voluntad de hacer el bien. El imperativo categórico explicado a los niños y a los abuelos. ¿Saben que los habitantes de Königsberg ponían en hora sus relojes de péndulo cuando Kant salía a pasear después de su almuerzo? ¿Saben que Kant no fue viajero, ni explorador, ni corrió grandes aventuras, ni se casó, ni tuvo hijos, ni tenía una enorme biblioteca, ni gustos caros y ni siquiera era griego? Sin embargo, el Kant de Un día loco en la vida del profesor Kant disfruta de la vida ordenada, de las cartas perfumadas y del café. Kant nació, trabajó y murió en Königsberg, y un día en la vida del profesor Kant (aunque sea un día loco) no se parece en nada a un día en la vida del filósofo-perro Diógenes. O sí. A ver qué dicen mi amigo Hugo (8 años) y mi amiga Nieves (103 años).
Fuente: http://www.lne.es/cultura/2012/06/25/diogenes-kant-publicos/1261569.html

ESPAÑA. 26 de junio de 2012



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