El arte de cuestionar certezas

El penúltimo libro de Fernando Savater es una breve y ágil Historia de la Filosofía en Occidente compuesta por veintiséis perfiles que van desde Platón a Foucault
Al igual que otras entregas suyas anteriores, Los diez mandamientos en el siglo XXI (2005) o Los siete pecados capitales (2006), el penúltimo libro de Fernando Savater nació como guión para una serie televisiva, adaptado luego a las exigencias del formato libro. La aventura del saber fue ayer una serie de veintiséis episodios, dedicados cada uno a un filósofo distinto, y hoy es una breve y ágil Historia de la Filosofía en Occidente compuesta por veintiséis perfiles que van desde Platón y Aristóteles hasta Jean-Paul Sartre y Michael Foucault (La cuota española está representada por Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset y el apátrida George Santayana). Habrá quien vea en esto el intento de amortizar en el mercado librero un trabajo previo; para mí es un paso más en su empeño de acercar los saberes a la gente, de despertar la conciencia crítica en el ciudadano, de instruir deleitando tal y como viene haciendo el donostiarra desde hace décadas.

En el primer capítulo, el dedicado a Platón, se cuenta una anécdota de su maestro Sócrates, no importa si fidedigna o no (y es que por no saber, ni siquiera sabemos si éste existió o fue sólo una ficción de Platón). En sus paseos por las calles de Atenas, se dice, Sócrates solía preguntar a quien estuviera dispuesto a oírle qué era según su opinión la verdad, qué la belleza, qué la justicia. Cosas así. Si la respuesta era la previsible, él volvía a la carga y lanzaba las mismas preguntas, quizás de manera indirecta, hasta hacer tambalear las convicciones del interlocutor. Es sabido que los más se conforman con repetir de manera mimética ese puñado de ideas sancionado por la mayoría sin sopesar el auténtico significado de éstas. En Sócrates tendríamos una primera personificación de la filosofía: el arte de cuestionar certezas, la pretensión de no dar por zanjado ningún tema, el afán de que la inteligencia tiburona no deje nunca de moverse en las aguas profundas de nuestro ser.

Se rememora asimismo el episodio que sustenta el armazón del pensamiento moderno. Durante una campaña militar, el soldado René Descartes está combatiendo el frío reinante al calor de una estufa mientras su mente, cual ardilla, salta entre las ramas intentando alcanzar las bellotas de la certidumbre: ¿Cuál puede ser la seguridad -se pregunta Descartes-, qué seguridad puedo tener yo de algo? La respuesta, en su sencillez, es portentosa: de la única cosa que está seguro al ciento por cien es de esa duda. Y si se duda, se existe; ése es el sentido del famoso Cogito ergo sum. Se trata de un paso importantísimo: la única verdad dada al hombre es la del propio hombre, la subjetividad humana es la medida de todas las cosas… De los pensadores anteriores a Descartes, sólo tienen cabida dos griegos, Platón y Aristóteles, y el teólogo santo Tomás de Aquino, que filósofo no es, pero cuya voluntad razonadora, aun supeditada a algo tan contrario a la filosofía como es la fe, lo convierte en “uno de los grandes gigantes del pensamiento occidental”, en palabras de Savater. La inclusión del santo es un gesto de ecuanimidad que, al venir de un ateo confeso y militante como Savater -véase su imprescindible La vida eterna (2007)-, dice mucho de su talante.

La aventura de pensar responde, a veces literalmente, a la promesa implícita en el título. Hay abundantes casos de filósofos arrojados de mala manera al mundo a causa de sus ideas; el papagayo, ese individuo que repite sumisamente las pequeñas verdades de la mayoría, jamás tendrá nada que temer. ¿Ejemplos contrarios? Por sostener sus ideas, por atreverse a saber, según el imperativo kantiano, y a decir lo que pensaba, la comunidad judía le impuso el herem a Spinoza cuando sólo contaba veinticuatro años. El herem, casi una maldición, prohibía a todo hebreo leer sus obras o relacionarse con él; ni siquiera podían compartir un mismo techo. La amenaza no se quedó en palabras feroces y a Spinoza lo atacaron mientras paseaba por Ámsterdam (se cuenta que el filósofo guardaría toda su vida la capa que destrozó el cuchillo). Por nuestra parte, podríamos añadir a Fernando Savater al elenco, pues sus críticas al nacionalismo vasco le han hecho un hueco en las listas negras de la banda terrorista ETA. También Savater está cuestionando algunas de las sacrosantas certezas que tanto daño hacen a la sociedad y sí, la suya podría sumarse a este apretado ramillete de semblanzas, un grupo de personas para quienes el pensamiento ha sido y es como el dragón para el héroe, no un peligro, sino un desafío.
Fuente: http://www.granadahoy.com/article/ocio/305764/arte/cuestionar/certezas.html

ESPAÑA. Jueves, 18 de diciembre de 2008



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Una respuesta a "El arte de cuestionar certezas"

  1. La uda sobre la certeza presente será siempre el motor de nuevas verdades. Pero cuidado, esas nuevas verdades se convertirán pronto en nuevas falsedades. Así será siempre.

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