El cambio de clima que necesitamos

Nacio el 13 agosto 1953, en Barcelona (España), es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia y doctor por la Universidad de Navarra. A este centro se incorporó en 1978 como secretario general, cargo en el que permaneció hasta 1991.

Asimismo, ha sido profesor visitante en las universidades norteamericanas de Harvard y Stanford y en la de Glasgow (Escocia). Desde 1991 es profesor de Filosofía del Lenguaje y de Metodología de la Investigación en la Universidad de Navarra. También ha impartido cursos en numerosas universidades de Hispanoamérica, en particular en Argentina, Chile, Colombia y México. Entre 1998-2000 fue vicerrector de Ordenación Académica de la Universidad Internacional de Catalunya.

Filósofo y escritor

Este filósofo es autor de libros como El compromiso esencialista de la lógica modal, La renovación pragmatista de la filosofía analítica, El Taller de la filosofía. Una introducción a la escritura filosófica, así como de numerosos artículos sobre filosofía del lenguaje e historia de la filosofía analítica, metodología filosófica, filosofía americana y pragmatismo. Desde el año 2003 dirige la revista Anuario Filosófico.

En 1994 promovió en Navarra un Grupo de Estudios Peirceanos para impulsar la traducción y el estudio de la obra del científico y filósofo norteamericano Charles S. Peirce (1839-1914), que ha obtenido financiación del Gobierno de Navarra y halogrado un amplio reconocimiento internacional.

El profesor Nubiola es miembro del consejo de asesores del Peirce Edition Project (Proyecto de la edición de Peirce), de la Universidad de Indiana en Indianápolis, y del comité directivo del European William James Project. Es miembro del consejo editorial de las revistas Streams of William James, Utopía y Praxis Latinoamericana (2001-) y de varias colecciones de libros. Ha dirigido 16 tesis doctorales y más de 25 tesis de master, licenciatura o trabajos de investigación doctoral.

Además, ha sido international referee para el National Endowment of Humanities (1998), Imperial College University Press (1999), CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) de México (2000), John Simon Guggenheim Memorial Foundation (2000, 2002), Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica de Argentina (2003) y evaluador de trabajos para las revistas Mathematical Reviews (1994-), Streams of William James (2000-), Theoria (2001), Estudios sobre Educación (2003), Philosophia Scientiae (2003), Cultura y Semiosis (2003) y Tópicos (2004).

FUENTES: http://www.unav.es/users/cv-nubiola.html; http://www.unav.es/arquitectura/documentos/noticias/not247/

a mayor parte de los estudiantes universitarios tienen poco interés en el denominado cambio climático. “Yo sé poco del tema. A mí me interesa el tiempo, como mucho -me decía uno con descaro- del próximo fin de semana”. De modo general, puede quizás afirmarse que los universitarios perciben el tema del cambio ambiental como una cuestión política, pues comprueban a diario en los medios de comunicación cómo los políticos utilizan en su favor los argumentos y los datos -algunos de ellos evidentes y otros a veces un tanto controvertidos- que aporta la comunidad científica internacional. Sin embargo, un buen número de estudiantes advierte también que lo que está en juego en este debate es, sobre todo, el estilo consumista de vida de los países más desarrollados y el destrozo que esta forma de vida está causando -quizá irreversiblemente- a nuestro planeta.

Lei libro del profesor de Georgetown, John R. McNeill, Algo nuevo bajo el sol. Historia medioambiental del mundo en el siglo XX concluye -después de quinientas apretadas páginas- con un epílogo titulado “¿Qué podemos hacer?”, en el que afirma que “resulta imposible saber si la humanidad ha entrado en una auténtica crisis ecológica. Está suficientemente claro que, desde un punto de vista ecológico, nuestras actividades son actualmente insostenibles, pero no podemos saber durante cuánto tiempo podemos seguir manteniéndolas o qué podría ocurrir si lo hacemos”. Efectivamente, el futuro es incierto y esencialmente impredecible, pero lo que sabemos bien es que la razón humana es capaz de detectar los problemas y estudiarlos a fondo hasta dar con soluciones que, en este caso, hagan posible un horizonte de vida más esperanzador para todos. Esto requiere -tal como viene haciéndose ya desde hace algunos años- un trabajo interdisciplinar de científicos, ingenieros y planificadores sociales que mueva a los gobiernos a adoptar unas políticas eficaces en este campo. El premio Nobel de la Paz recientemente concedido a Al Gore y al Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas parecen sugerir que nos hallamos en el buen camino.

A pesar de las dudas que pueda haber sobre el proceso de calentamiento global a causa de las emisiones de CO2 de los países más industrializados, lo que es obvio -y así lo confirma el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en su informe del pasado martes 27 de noviembre- es que los efectos nocivos del cambio climático afectarán sobre todo a los más pobres: “En el mundode hoy, son los pobres los que llevan el peso del cambio climático”, indica este informe, que reconoce además que “los altos niveles de pobreza y el bajo desarrollo limitan la capacidad de los hogares pobres de administrar los riesgos climáticos”. Todos tenemos bien comprobado que los desastres naturales afectan casi siempre a los más necesitados, a los que no tienen los recursos o la cultura para emigrar o los medios para contrarrestar la contaminación originada en la mayor parte de los casos por los países ricos.

Al visitante de los Estados Unidos le llama la atención la obsesión nacional por el reciclaje, la separación de las basuras, la eliminación de los plásticos, etc., que, en cierto modo, es la contrapartida que anestesia la conciencia de un estilo de vida brutalmente consumista. “El nivel de vida y la protección al medio ambiente me parecen poco compatibles, -me escribía un antiguo alumno desde México-. No es posible un combate frontal del cambio climático sin renunciar a ese estilo de vida, ya que por más bolsas de papel que usen en los supermercados, las terrazas de las casas están hechas de madera de teca de la selva de Indonesia, su coche híbrido está hecho en una fabrica que se construyó sobre un humedal en Coahuila o sobre una selva en Morelos, el tomate que consumen se siembra en lo que fue la selva espesa de la cuenca del Sinaloa y el café proviene de lo que fueron las selvas colombianas, brasileñas o mayas de México y Centroamérica”.

Comparto por entero ese severo diagnóstico. “Como habitantes de este planeta, -me escribía desde Arizona, Marcia Moreno-Báez, una experta en el manejo de recursos naturales- tenemos la obligación de cuidar nuestra casa, pues no tenemos ningún otro sitio adonde ir. Es importante que aprendamos a convivir, a cuidar y disfrutar del único lugar de refugio que se nos ha dado y eso implica tener una visión de cooperación, de trabajo, de cuidado y de amor para poder entender que la tierra es un todo”. Y me añadía: “Sí, es muy complejo, pero ahí entra el cambiar de ideas, de estilo de vida, de costumbres, comodidades, etc., dentro de una sociedad que nos empuja a vivir de una manera -casi siempre- consumista. Sin embargo, todos podemos de una u otra forma ayudarnos a ser conscientes de nuestras acciones, comenzando por nuestro estilo de vida -cómo nos transportamos, cómo comemos, cómo desechamos, cómo cuidamos del agua, etc.- y terminando por cómo nos comunicamos y ayudamos a otras personas a tener una conciencia de conservación y buen uso de los recursos; todo con amor”.

Me ha impactado esta valiente defensa del amor, pues es el auténtico cambio climático que los jóvenes de hoy -y algunos mayores- defendemos. Un nuevo clima en el que el compartir esté por encima del consumir, el querer sobre el poseer, la preocupación por los demás por delante de nuestra personal satisfacción, la cooperación entre las personas y los pueblos por delante de la competitividad. Este es el cambio de clima que necesitamos.



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Una respuesta a "El cambio de clima que necesitamos"

  1. Doctor Nubiola, estoy iniciando mi trabajo mongrafico para optar el titulo de filosofa en el Instituto de Filosofia de la Universidad de Antioquia y a la vez, soy funcionaria de la misma. Mi inquietud es “puedo elaborar mi trabajo monografico sobre filosofia del cambio climático?”. Me puede dar luces por favor. Perdone mi atrevimiento al dirigirme con algo tan insulso para un ser tan instruido como usted. Reciba un abrazo, anajulia

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