El camino de la racionalidad moderna

Jaime Labastida,
El edificio de la razón, México, Siglo XXI, 2007.

Este libro extraordinario trata de la construcción del sujeto de la ciencia moderna. Es una historia maravillosa y sorprendente. Habla de los mitos en los cuales se fue trazando el camino por el que se llegó, en la época actual, a la construcción de la ciencia moderna occidental. Es de una sorprendente erudición, que se manifiesta principalmente en las notas a pie de página, amplias y certeras, expresadas en párrafos escogidos en sus lenguas originales: el griego, el francés y el alemán.

La historia se detiene en peldaños amplios que corresponden a la escalera que va recorriendo la evolución de la razón científica. Su primera voz se oye ya en los presocráticos, con Heráclito y Parménides. Heráclito ya no habla en primera persona, porque su voz no es suya, sino de la razón. Los que oyen su palabra, no oyen su palabra personal, sino “oyen al logos, a la Razón, oyen la voz del otro, el gran otro, el sujeto racional que habla por y a través de Heráclito” (p. 28). Surge el sujeto científico, el sujeto universal de la Razón: “Heráclito es el primero en postular la escisión profunda entre un sujeto y otro: entre el sujeto de la vida cotidiana y el sujeto de la ciencia” (p. 32). Parménides habla, en su poema, de la unidad entre el ser y el pensar, la razón. De este modo, en Heráclito y Parménides se anuncia la primera voz de la razón. Ya no es una razón individual, restringida a un sujeto. Es la razón universal que se manifiesta. En los presocráticos está ya el inicio de su historia, que pronto se desarrollará en el sujeto científico.

El sujeto de la ciencia es contrario al sujeto del mito. Mientras el sujeto proporciona voz a la comunidad o a la etnia, “el sujeto filosófico se esfuerza por incluir en la razón a todos los hombres en tanto que todos participan de ella” (p. 3). El sujeto mítico, de la etnia o el poblado, es intolerante y excluyente frente al otro; el sujeto de la razón teórica pretende ser universal.

Desde sus lejanos orígenes, en los presocráticos está ya el germen de la construcción del sujeto de la ciencia moderna. Se inicia, sin duda, en Grecia, pero emerge después en los siglos XVII y XVIII en la Europa occidental moderna. Será un sujeto universal, abstracto, propio de la ciencia moderna. Atravesará las diferentes concepciones de Descartes, Spinoza, Berkeley, Hume, Hobbes, Leibniz, Kant. No será un sujeto situado, sino un sujeto abstracto racional, puro, como el sujeto trascendental kantiano.

Ese es el sujeto filosófico moderno, que fue construido “durante los últimos 150 años (de 1637 a 1787) o sea desde la primera edición del Discurso del Método a la primera de la Crítica de la Razón pura” y que es paralela a la edificación de la ciencia moderna. Antes de esos años se habían publicado las obras de Francis Bacon, Nicolás Copérnico y Galileo. Ellos marcaron el inicio de la construcción del sujeto universal de la razón —cito a Jaime Labastida—: “modelo de todo sujeto racional posible; dotado de una estructura idéntica, poseído por los mismos principios y, por lo tanto, dominado por similar forma racional” (p. 115). ______Ese sujeto racional es un sujeto universal puro, más allá de su situación en cualquier lugar. Ausente de él está “el otro”. Con ese sujeto entra en contacto Hegel en su Fenomenología del Espíritu. ¿No es ésta la culminación de ese viaje, la construcción de la filosofía racional moderna?, ¿qué puede haber después? En la segunda parte de su libro, Labastida nos responde.

El camino de la razón científica es complejo. No sigue una línea recta, sino otra con muchos meandros y variantes. Se manifiesta en múltiples disciplinas: en la astronomía, en la biología, en la genética, habla lo mismo de la máquina del cosmos, de la del cuerpo o de la sociedad. Pero siempre camina un andar semejante: va de lo simple a lo complejo, de lo singular a lo universal. Tal es el camino de la razón.

El diversificado camino de la razón se manifiesta en varias disciplinas científicas: en la astronomía y en la física, como ya mencionamos, pero también en las ciencias de la naturaleza, con Buffon, Humboldt, Darwin; en la economía política, con Smith, Ricardo, Marx; en la sociología, con Comte, Morgan; en la lingüística, con Saussure, y aun en la psicología, con Freud y Lacan. En todos ellos se muestran las múltiples vías de la razón científica para lograr sus objetivos. En todos ellos se manifiesta una razón estricta pura, no sujeta a una teleología, que sigue sólo el determinismo de las causas y efectos para llegar a leyes generales. Leyes que, desde luego, son impersonales, universales, en las que no intervienen intereses personales; leyes, podemos decir, ciegas.

Sólo en algunos autores se advierte la influencia de la creencia religiosa en “lo más alto”. Es el deísmo de un Descartes, de Newton, de Kant, por ejemplo. Pero esas creencias no interfieren para nada en el camino de la razón. Cuando mucho, nos llevan a postular una hipótesis. Newton, por ejemplo, declara que “el orden perfecto del universo no puede ser sino la obra de un ser todopoderoso e inteligente” (p. 138). Y Kant considera la idea de Dios como la que da sentido a la razón.

Sin embargo, en todo este camino de la razón, tenemos que advertir otra faceta que a menudo acude a la emoción, al sentimiento, aunque —pienso yo— sólo sea de paso. Me refiero, por ejemplo, a las emociones de admiración ante el cosmos, desde Descartes hasta Newton y Kant, y sobre todo a sentimientos más terrenos, que se muestran en la profunda indignación de Marx ante la injusticia. Pero sobre todo en un autor, al que Labastida concede toda su importancia: Alexander Von Humboldt. La extensa obra de Humboldt sobre América clama indignada por la desigualdad e injusticia en América Latina. Pero la justa indignación de Humboldt no desdice su visión objetiva frente a la realidad existente. No conduce a una posición revolucionaria, como en el caso de Marx.

Hemos recorrido, paso a paso, el camino de la construcción de la razón científica, tal como nos la propone la obra de Labastida. Describe un camino de continuidad, con distintos meandros, de continuidad y superación permanente del sujeto de la ciencia occidental. “En el sujeto científico moderno —nos dice Labastida— no hay fisuras internas: es un todo sólido y coherente, pero en el inicio del siglo XX surgen grietas en aquel edificio que parecía tan perfecto”.

El último capítulo del libro se asoma a esas grietas. Nos habla entonces de Heisenberg, Kuhn, Eddington, Popper. Sus observaciones ya no son tan firmes y seguras como lo eran en todo el resto de su libro. Apenas ocupan ahora unas breves páginas con las que el estudio concluye. ¿Son esas “grietas” tales que pueden amenazar el edificio que, con tanto cuidado, hemos construido? No lo sé. Sólo podría indicar, por mi parte, que si se profundizaran, esas grietaspodrían conducir al resquebrajamiento del edificio de la razón científica moderna.

Señalaré sólo dos puntos. El primero se refiere a la misma idea de la racionalidad en la naturaleza. Se refiere al determinismo. Supone que la naturaleza obedece a leyes universales incontrovertibles, aunque éstas pudieran expresarse en cálculos probabilísticos. Ya Darwin había manifestado que la evolución no obedecería, tal vez, a leyes universales si no estuviera sujeta al ayer. Tanto Heisenberg como Eddington señalan los límites de las leyes físicas, lo mismo en la observación empírica o al través del uso de instrumentos, que harían relativa la aplicación de las leyes de la física.

No se trata solamente ya de superar la contradicción entre dos paradigmas teóricos, como en el caso de la posible contradicción entre la mecánica cuántica y la relatividad general, sino de hacer frente al desafío de la falta de fundamento racional de toda teoría coherente. Habría entonces que superar la misma racionalidad de la ciencia moderna sujeta a leyes incontrovertibles. Este sería mi primer punto.

Mi segundo punto ya no se restringe a la modernidad occidental, la rebasa. Sobre todo marca los límites de una cultura que se quiere y se piensa universal. Esa cultura, aunque por un lapso de tiempo en el ámbito de un espacio mundial, haya sido la predominante, no ha sido la única. Ha habido otras muchas culturas en la historia universal, que perseguían o persiguen otros valores quizá más altos. De allí la conciencia creciente de la relatividad de toda cultura, conciencia más fuerte sobre todo en los pueblos que han sido sometidos al dominio de la cultura occidental moderna. De ahí la valoración actual de un multiculturalismo entendido como la relatividad de toda cultura: la cultura dominante europea, que ha sido la del dominador, y las culturas dominadas, cuyos valores son o han sido comparables, e incluso a menudo superiores en parte, a los de la cultura occidental dominante. Esto ha dado lugar a un amplio movimiento cultural, en Asia y en América Latina, que considera a otras culturas actuales o pasadas en unos puntos superiores y en otros inferiores o iguales, a la cultura dominante de la modernidad occidental. Esos movimientos se dan en América Latina en Bolivia, Ecuador, Perú, Brasil y en México, en parte en el neozapatismo.

Algunos filósofos han discutido detenidamente esas tendencias. Pienso, por ejemplo, en Taylor, MacIntyre, Sendel, Kymlicka y el propio Wittgenstein. “El edificio de la razón” no puede limitarse así a la razón de la modernidad occidental. Tiene que rebasar con mucho esos límites, abrirse a la pluralidad en que, de hecho, se ejerce la racionalidad.

Estas dos advertencias finales (la universalidad de las leyes de la naturaleza y la multiplicidad de las culturas) pretenden ampliar aún más el edificio de la razón que ha estudiado Labastida. En la primera, se pondría en cuestión la racionalidad fundamental de las leyes naturales; en la segunda, se cuestionaría una cultura racional universal. Una y otra plantean sendos problemas para discutir en el porvenir. Ambas plantean ciertos límites a la racionalidad moderna que estudió Labastida. Discutirlos críticamente sería el camino de una racionalidad por venir. Este magnífico trabajo, en su parte final, abre ese camino para el porvenir.
Fuente: http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=452&idpublicacion=1&idnumero=36&expand=1



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