El culto del conflicto, una politica suicida

El renombrado filósofo argentino, radicado en Canadá, reflexiona sobre el conflicto como motor de la historia a partir de un viejo texto de Mao Tse Tung, al que confronta con la realidad de la China actual. Y afirma: “El rol principal del administrador de todo sistema social, sea cabeza de familia, empresario o dirigente político, no es exacerbar conflictos sino resolverlos. Un mensaje muy útil para nuestro presente.
Un domingo del invierno de 1947 me reuní en mi casaquinta con un grupo de mis alumnos de Exactas para discutir sobre temas de interés común.

Entre esos muchachos descollaba Eduardo L. Ortiz, quien años después fue profesor de Matemática y de Historia de la Ciencia en el famoso Imperial College de Londres. Esta vez les propuse leer y discutir el largo artículo que Mao Tse Tung había escrito una década antes sobre la contradicción, el carozo de la dialéctica hegeliana y marxista.

Yo traduje oralmente el artículo de Mao y entre todos lo analizamos en detalle.

Dos puntos nos llamaron la atención: la imprecisión conceptual y la ausencia de ejemplos tomados de la ciencia y de la técnica.
En cuanto a la primera: Mao sostenía que las distinciones arriba/abajo, seco/húmedo, masculino/femenino, par/impar y similares ejemplificaban el borroso concepto hegeliano de oposición. Pero esto no es cierto, porque en Hegel la antítesis, al “contradecir” a la tesis, genera síntesis, mientras que la combinación de contrarios, tales como arriba y abajo, es improductiva.

El que Mao no mencionase casos científicos de “contradicción” no era de extrañar, ya que que había sido maestro de escuela, poeta y bibliotecario, y ahora encabezaba la revuelta campesina más potente y exitosa de la historia. Lo más triste del caso es que nosotros, sus lectores aquella noche en Florida, no dábamos con casos clavados de oposicion dialéctica en las disciplinas que estudiábamos, matemática y física.

Yo tuve mi epifanía tres años después, mientras leía un libro de George Boole en un tren que me llevaba a Tucumán. De pronto comprendí que la dialéctica era una macana monumental. Nunca supe qué experiencia tuvo al respecto mi alumno y amigo Eduardo Ortiz porque esa misma noche, al despedirnos, me informó que ese sería nuestro último encuentro, ya que el Partido le había ordenado que no volviese a saludarme.

Ninguno de nosotros sospechaba que apenas dos años después el guerillero Mao sería ascendido a Presidente Mao, la cabeza del nuevo gobierno comunista chino. Menos aun sospechábamos que el artículo de marras sería convertido en artículo de fe, ni que se lo invocaría en 1966 para justificar la Revolución Cultural, una de las purgas políticas más cruentas de la historia. Ni, desde luego, podía preverse que el físico Fan Dainian, una de las víctimas de esa represión, me visitaría en Montreal en 1979. Ni me acogería en Beijing en 2011. ¿Ristra de coincidencias o cadena causal? Veamos.

Yo saldé mis cuentas con la dialéctica en la ponencia que presenté en la reunión que celebró el Institut International de Philosophie en Varna, Bulgaria, en el verano de 1973. (Este trabajo está incluido en mi libro Materialismo y ciencia, que Ariel publicó en 1980). Empecé por reformular las tesis dialécticas en la forma más clara que pude, y las critiqué sin piedad una a una.

A continuación me criticaron dieciséis filósofos, casi todos marxistas europeos. Pero casi todos ellos empezaron por admitir que la dialéctica era oscura. Algunos de ellos, en particular un rumano y un belga, se comprometieron a ofrecer vesiones claras de la dialéctica dentro del plazo de un año. Que yo sepa, ninguno de ellos lo logró.

Transcurrieron cuatro décadas sin que yo volviese a pensar en la dialéctica cuando, hace pocos meses, mi mujer y yo fuimos invitados a disertar en la Peking University y otras escuelas importantes de la capital china.

En la Universidad mencionada y en la de Tsinghua se formaron todos los cuadros del gobierno chino, y casi todos los líderes científicos y tecnológicos chinos desde 1949. Cada una de ellas tiene un campus enorme y hermoso.

Marta habló sobre la matemática muy abstracta, y por tanto ideológicamente neutral, en la que trabajó toda su vida. Yo di cinco conferencias sobre diversos temas filosóficos, pero en todas ellas machaqué mi mensaje central: en China la filosofía no se ha movido junto con la economía, la técnica ni la ciencia. En efecto, el núcleo de su filosofía, la dialéctica, es falso en el mejor de los casos y en el peor es confuso y por tanto incapaz de ser debatido racionalmente.

En particular, no es verdad que el conflicto sea la madre de todo cambio. Aunque hay competición y aún conflicto en todas partes, la cooperacíón tiene precedencia, como lo muestra la existencia de los sistemas dentro y entre los cuales emergen conflictos.

Más aun, el culto del conflicto es políticamente suicida, ya que el rol principal del administrador de todo sistema social, sea cabeza de familia, empresario o dirigente politico, no es exacerbar conflictos sino resolverlos. Recuerden, concluía yo, que la desastrosa Revolución Cultural (1966-1978) fue justificada por la idea de que la sociedad china, habiendo resuelto sus principales “contradicciones”, corría el peligro de estancarse, de donde la necesidad de darle una descarga para que siguiera avanzando.

De aquí mi exhortación: descarten a Hegel y su dialéctica, y pongan al día al materialismo y al realismo con ayuda de la lógica y de las ciencias, tanto naturales como sociales. Admitan que estas ciencias se han desarrollado fuera del cajón marxista y que la mayoría de los filósofos marxistas han desempeñado un papel reaccionario al rechazar casi todos los avances científicos de su tiempo. Recuerden que Engels admiraba a Hegel pero depreciaba a Newton, y que se ensañó con Eugen Dühring, un aficionado desconocido, en lugar de escribir un Anti-Hegel. Avancen, les sugería finalmente, a partir de Marx y Engels: reemplacen el materialismo dialéctico por el materialismo científico y sistémico.

Mis conferencias fueron recibidas respetuosamente, y la mayoría de las preguntas que suscitaron fueron pertinentes e interesantes, aunque demasiado largas. (¡Qué contraste con la apatía filosófica porteña!) Más aun, a mis oyentes les asombró la rapidez y el apasionamiento de mis respuestas.

Presumiblemente, de un sabio anciano se esperan lentitud y moderación, así como el abstenerse de criticar a íconos y de hacer bromas.

No sé qué impacto hayan tenido mis críticas, pero los dirigentes de las escuelas en las que hablé me aseguraron que mis intervenciones fueron exitosas, y me invitaron a repetir mi visita. ¿Mera cortesía china? Veremos. Al fin de cuentas, mi materialismo científico apareció en chino el mismo año de la represión de la Plaza Tiananmen, y el congreso del partido, que se celebró al mismo tiempo que yo hablaba, se propuso reforzar la cultura china. Es posible, pues, que mi visita haya sido oportuna y bienvenida por los filósofos reformistas.

No se habló de política porque yo no quisecomprometer el éxito de mi misión filosófica. Además, los chinos están demasiado ocupados en salir de la miseria milenaria, o incluso de hacerse ricos pronto, para apreciar las bondades de la libertad y la democracia.

Pero cuando una periodista quiso saber mi opinión sobre el socialismo chino le dije que hasta entonces no lo había descubierto, y que en todo caso hay más socialismo en mis patrias, Argentina y Canadá, donde tanto las escuelas como los hospitales son gratuitos.

Por lo visto, en los cursos de filosofía marxista, que son obligatorios a todos los niveles, no se estudian temas que son de cajón en otras partes, tales como liberalismo(s), democracia(s) y socialismo(s).

Pero no desesperemos, porque los chinos están avanzando muy ligero y con enormes empuje y optimismo, mientras que en el resto del mundo nos hemos resignado a deslizarnos barranca abajo. Cosas veredes, Sancho. Y cuídate del maléfico dragón dialéctico.
Fuente: http://www.perfil.com/ediciones/2011/11/edicion_623/contenidos/noticia_0025.html

5 de noviembre de 2011



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