The Economist encarnó el orden kantiano del deber y la razón. Pero la era de la inteligencia artificial reveló que el mundo siempre fue hobbesiano.

Hobbes y The Economist | Foto:ChatGPT
Por Mookie Tenembaum
Durante décadas, The Economist fue mucho más que una revista. Fundado en 1843 en Londres, hablaba en nombre de un mundo que se pensaba a sí mismo como racional, meritocrático y ordenado. Se convirtió en el manual de estilo de la élite financiera global. Lo leían banqueros, diplomáticos, burócratas internacionales y gerentes de multinacionales. No era un periódico masivo, pero sí era una brújula. Su prosa seca, sin adjetivos emocionales, era una defensa incondicional del libre comercio. Transpiraba su fe en las instituciones liberales y una obsesión con los datos, esto lo transformó en una referencia obligada para quienes querían parecer inteligentes sin levantar la voz. Representaba el consenso ilustrado, ese acuerdo silencioso entre los que mandan y los que obedecen, basado en la idea de que el mundo podía gestionarse si se pensaba correctamente.
Ese pensamiento era kantiano. Immanuel Kant creía que la razón humana nos guiaba hacia un orden justo con principios morales universales y accesibles a cualquier ser racional. Entendía que uno debía actuar no por conveniencia, sino por deber. Lo correcto, decía Kant, debía hacerse aunque fuera en contra del propio interés. Ese “debo” moral, en realidad, lo que llamaba el imperativo categórico, fue la base filosófica del orden liberal que The Economist sostuvo. Un mundo donde los países cooperaban, las guerras se evitaban, las reglas eran respetadas y los mercados se autorregulaban porque todos compartían, en el fondo, los mismos valores.
Pero esa visión siempre tuvo un rival. Thomas Hobbes, escribiendo dos siglos antes que Kant, tenía otra lectura del ser humano: no como un agente moral, sino como una criatura aterrada, egoísta, dispuesta a todo por sobrevivir. Para Hobbes, sin un Leviatán como poder central imponiendo orden, la vida era una guerra perpetua de todos contra todos. Su frase más célebre lo resume: homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre. No hay deber, hay miedo. Tampoco hay moral, hay cálculo. No existe el orden natural, sino la fuerza organizada.
Durante mucho tiempo, el mundo quiso creer que Kant había ganado. Que habíamos dejado atrás lo primitivo reemplazándolo por la cooperación, los derechos humanos y la razón colectiva. Y The Economist fue su notario, su curador y pedagogo.
La inteligencia artificial no inventa nada, sólo representa. Lo que hace es sintetizar y reproducir patrones humanos. Y al hacerlo, expone lo que somos. Durante años se intentó que fuera kantiana entrenándola para respetar principios, censurar lo ofensivo y modular el lenguaje. Se la moldeó para que hablara como The Economist: mesurada, prudente e ilustrada. Pero su funcionamiento real es hobbesiano. Busca lo que funciona, maximiza resultados y evita castigos. En realidad, opera en una lógica darwiniana. Y al imitar al ser humano, lo desnuda: bajo la superficie de nuestras declaraciones morales, hay miedo y estrategia. Como la IA, los humanos simulan a Kant, pero operan como Hobbes.
Eso es lo que queda claro. Ahora no hay manera de disimular que el mundo siempre fue hobbesiano. Y en ese proceso de revelación, The Economist pierde su poder. Es simplemente un artefacto estético de un tiempo donde aún creíamos que el deber podía ordenar el caos, es una pieza de museo.
La inteligencia artificial no trajo la oscuridad, trajo el espejo. Lo real es el Leviatán y el miedo. Hobbes tenía razón, y esperó siglos pacientemente, para hoy gobernar.
Kant, en cambio, se hunde junto a todos los aparatos que pretendían educar a la humanidad. Entre ellos, The Economist, una revista que creyó que el mundo podía organizarse con ideas. Y terminó hablando sola, en un rincón, mientras el planeta se organiza con poder.
Notas

Fuente: https://noticias.perfil.com/noticias/opinion/el-fin-de-the-economist-y-la-victoria-de-hobbes.phtml
20 de octubre de 2025
