Emerson y la fundación del espíritu americano

A pesar de haberse quedado «extramuros de la filosofía», Nietzsche consideraba a Ralph Waldo Emerson «el americano con más riqueza». Sus «Diarios» recuerdan a Rousseau y San Agustín

El filósofo Ralph Waldo Emerson

Hay autores que, sin que se sepa por qué, no caen en la parte soleada de la historia de la filosofía, y permanecen en una húmeda penumbra de segundones a los que nunca llegan las bendiciones del «marketing» intelectual europeo. Ralph Waldo Emerson (1803-1882) es uno de ellos. Como señaló S. Cavell, está extramuros de la filosofía, y eso a pesar de que Nietzsche lo considerara el «americano con más riqueza» y aprovechase una frase suya para escribir un aforismo que luego llevará, incompleto, a la portada de «La Gaya Ciencia»: «Emerson expresa el sentir de mi corazón: al poeta, al filósofo, al santo todas las cosas le son amicales y benditas, todos los acontecimientos provechosos, todos los días sagrados, todas las personas divinas». Otros, como Santayana, lo liquidan con injustificado apremio: «Emerson tampoco fue primariamente un filósofo, sino un místico puritano dotado de fantasía poética y capacidad para la observación y el epigrama». Eliot directamente lo ignora: «los ensayos de Emerson son un estorbo».

Pero lo que es y significó este pastor puritano –hijo, nieto y tataranieto de eclesiásticos formados en Harvard, donde él fue fámulo para pagarse los estudios en Teología– lo dejó claro otro norteamericano, el filósofo John Dewey: «Pensando en Emerson como el único ciudadano del Nuevo Mundo cuyo nombre puede ser mencionado junto al de Platón, podemos creer… que, aunque Emerson carezca de sistema… es el profeta y heraldo de cualquier sistema que la democracia pueda construir y sostener, y que, cuando la democracia se haya articulado a sí misma, no tendrá dificultad alguna en encontrarlo propuesto ya en Emerson».

La huella de Lincoln

En una fecha tan determinante como el 4 de Julio hay variadas razones para recordar a los grandes «Founding Fathers» de América: J. Adams, B. Franklin, A. Hamilton, J. Jay. Th. Jefferson, J. Madison y G. Washington. Las hay también para recordar, en estos tiempos convulsos, a aquellos padres fundadores –Hamilton, Jay, y Madison– que escribieron «El Federalista», el tratado «espontáneo» de política más importante de la época y probablemente de la historia de EE.UU., en el que no se defendía lo que el título sugiere (el federalismo), sino el «centralismo» de un Estado fuerte. Así se logró una democracia representativa única.

La historia no termina ahí. Faltaba otro paso determinante: el «hombre representativo» de esa democracia representativa. La mente por la que asomasen las corrientes espirituales de aquella América inicial. Esa mente iba a ser un joven pastor de Nueva Inglaterra, nacido en Boston en 1803, que desarrollaría en miles de conferencias y artículos el manual filosófico de esa nueva América. De Lincoln dijo Emerson que era «el verdadero representante de América». Cabe verlo de otra forma, él es el «verdadero representante de América» porque es quien proclama la independencia intelectual americana: «Nuestro día de dependencia, nuestro largo aprendizaje de las enseñanzas de otras tierras ha terminado». Su papel y su contribución las sintetizó maravillosamente uno de sus mayores admiradores, Whitman: es el explorador que nos conduce «a las orillas de América».

Emerson es el gran teólogo de la religión americana, y, para bien o para mal, quien le dio su configuración intelectual a ese nuevo Imperio Romano: «Dedico mi libro [los «Diarios»] al espíritu de América. Lo dedico a esa alma viviente que existe en algún lugar más allá de la fantasía, a la que la Divinidad ha asignado el cuidado de este brillante rincón del Universo».

La mente de Emerson es América. Nadie la determinó tanto, ni nadie fue un reflejo más perfecto de su espíritu. Él es quien descubre que «ha sonado la hora de América», que es el momento del salto de la infancia a la virilidad. Y va desgranando entonces los fundamentos últimos del espíritu americano: su fe en Dios, en la religión y en la ley moral; su fe en el hombre («Dios es el alma personal llevada a la propia perfección»); su admiración por el igualitarismo americano, sin estirpes superiores; su convencimiento de que América es el «templo de la libertad» y su absoluta certeza de que esa libertad se debe a las libres instituciones americanas; su fe total en la importancia decisiva de la verdad y del mérito (la aristocracia natural y auténtica es la verdad); su fe, inamovible, en el valor del pensamiento libre (que demostró en vida con su «salvaje independencia ismaelita», con enormes costes, como tres decenios de veto en Harvard); su fe granítica en el saber, que siempre debe ser un «nomadismo intelectual», es decir, una mutación constante y una gran aversión a dogmas y sistemas («los credos son una enfermedad del intelecto»); su fe en la individualidad y su proclamación de la «confianza en uno mismo»; su certeza total en el valor del esfuerzo y que la autocomplacencia, la indolencia y la dejadez son venenos que lo matan todo.
Buenas ediciones

En Emerson no hay ideología, no hay sistema: su obra vive de antítesis y de incoherencias («una necia coherencia es el duende de las mentes estrechas»). Esas antítesis forman el espíritu «abierto» de América y ellas aseguran su grandeza, que durará mientras mantenga la fortaleza de su carácter y su energía emprendedora. De lo contrario, conocerá, como otros países, la decadencia, y cita a España, que viene de la corrupción y de las faltas inveteradas de su gobierno.

Todo eso, y muchísimo más, puede encontrarse en sus «Ensayos» y también en su famosísimo «Hombres representativos», una contracubierta de «De los héroes» de Carlyle. De esos libros de Emerson, y de otros también importantes, hay buenas ediciones en español, hechas con mérito por sus traductores, Antonio Lastra y Javier Alcoriza.

Pero el libro probablemente más maravilloso de todos es ese «cajón de sastre» que son sus «Diarios», iniciados en 1820 cuando era un muchacho en Harvard bajo el programático título de «El ancho mundo», y escritos durante 55 años hasta casi su muerte. Los «Journals and Miscellaneous Notebooks» están publicados en edición crítica en 16 tomos en Harvard. Reúnen tres millones de palabras. Como ha anotado Harold Bloom, se trata de una obra conmovedora y maravillosa, que gana muchísimo en su versión original completa y pierde en las selecciones de textos, sean americanas (Porte) o españolas.

No son unos «Diarios» al uso: son una miscelánea de reflexiones personales, generalmente muy breves, sobre los temas esenciales de la existencia. A veces recuerdan a las «Confesiones» de San Agustín, en otros a las de Rousseau. En esos «Diarios» resplandece una persona noble, con gran libertad de pensamiento y un amor infinito a la Verdad, y con una sensatez, ecuanimidad y modestia que le impide precipitarse a los abismos («el ingenio es una especie de lujo que destruye el buen sentido, como el lujo destruye la fortuna»).

El Dios interior

Hay una comparación en Nietzsche entre «este sabio amable de Concord» (Savater) y su amigo Carlyle que dibuja bien los contornos de su alma: «Emerson, mucho más ilustrado, fantasioso, variado y sutil que Carlyle, sobre todo mucho más feliz… Es alguien que, instintivamente, se alimenta sólo de ambrosía, que deja lo indigerible en las cosas… Comparado con Carlyle, un hombre con gusto… Emerson tiene esa bondadosa e ingeniosa amenidad que desarma a cualquier gravedad».

Los temas de esos «Diarios» pueden agruparse en grandes ejes, círculos concéntricos y excéntricos. El tema al que más reflexiones dedica es Dios, el Dios interior («hay un Dios dentro de nosotros, cuando nos agita, nuestro pecho entra en calor»), es la religión, como plenitud del alma, y es la Naturaleza, templo de Dios y santuario de la propia soledad (de la Naturaleza dice que es el libro más lleno de sentido). En el círculo siguiente encontramos a América, la historia y la época: Lincoln, Franklin, la esclavitud, los yanquis, los indios, Europa, la revolución de 1848,el feminismo, Alemania, la guerra…

En el tercer círculo aparecen las complejas cuestiones existenciales de la vida de Emerson: su rabiosa independencia, su abandono de la confesión unitaria, sus agitaciones morales, el personaje deslumbrante de su tía Mary Moody Emerson, las muertes dolorosas de sus dos esposas, de dos queridos hermanos, y el golpe inmenso de la muerte con seis años de su primer hijo, infinitamente querido, al que dedica textos trágicamente dolidos (el niño «que se parecía a las tardes de verano y a las mañanas espléndidas, al arco iris y al canto de los pájaros» se ha ido…, «…la Naturaleza parece haber olvidado que ha aplastado a su creación más dulce»); está también su hermosa filosofía de la amistad (con aquella descripción que parece un retrato de su venerado Carlyle: «un amigo… es una suerte de enemigo hermoso, indomable, fervorosamente venerado, y no una relación cómoda y trivial…»).

El cuarto círculo lo forma el mundo de la poesía, del saber, de la filosofía, de la escritura, el diálogo con sus amados Plutarco, Montaigne, Shakespeare… y con algunos de los grandes de su época: Mill, Whitman, Coleridge, Wordsworth, Carlyle, Tocqueville, Goethe…, además de sus hermosas y peculiares visiones de los libros: «Para leer bien hay que ser inventor».

Sentido de la libertad

De esos «Diarios» existen dos ediciones recientes en español. Una, titulada «Diario íntimo», que supone la mera reproducción de una traducción bastante antigua, y que, por eso, tiene numerosos errores (tipográficos, de puntuación, frases inacabadas…) y de traducciones no siempre convincentes. La otra, titulada «Diarios», es una traducción nueva, y buena, hecha por A. Lastra y Fernando Vidagañ, que sigue más fielmente los cuadernos originales y tiene en cuenta los últimos avances interpretativos, aunque incluye menos entradas. Lo bueno es que las dos existan, por ser complementarias, y lo mejor que esos «Diarios» –incompletos– estén disponibles para los lectores españoles.

Al margen de que Emerson sea o no un filósofo, al margen del acierto o desacierto de su «filosofía», al margen de que en sus reflexiones encontremos en embrión muchas de las caras oscuras de ese nuevo Imperio, al margen de que quepa reprocharle que ese mar de confianza en sí mismo y subido optimismo iniciático no le dejaron ver –ni siquiera imaginar– las tremendas irracionalidades y romanticismos que ya estaban muy activos en muchas cabezas e iban a llevar al siglo, no mucho después de su muerte, a la Gran Catástrofe, hay que decir que los «Diarios» de «este pintor de palabras» son una hermosa prueba de la calidad e integridad extraordinarias de Ralph Waldo Emerson, de su admirable independencia intelectual y de su profundo sentido de la libertad.

En los textos rezuma la «frescura de los inicios» y están llenos de hermosas descripciones poéticas, frases extraordinarias y epigramas que brillan como perlas. Todo ese conjunto refuta su famosa frase de que en aquel «continente titánico, donde la Naturaleza es tan magnífica, el genio es tan insulso». Él es su propia refutación: en esos «Diarios» su genio no tiene nada de insulso. Y, por supuesto, le sirven al lector para entender mejor el espíritu de América y descubrir el universo inmenso –con sus luces y con sus sombras– que se esconde tras la famosa leyenda del dólar: «In God we trust». O sea, Emerson, precursor de esa religión y profeta de esa confianza.
Fuente: http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-emerson-y-fundacion-espiritu-americano-201607041337_noticia.html

4 de julio de 2016. ESPAÑA



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