Filosofía de ir por House

Algunos de mis colegas en tareas docentes, de esos que se llaman a sí mismos filósofos, han descubierto un filón capaz de dejar en nada los libros de autoayuda, los iconos de la postmodernidad que, bajo la coartada de que saben cómo enmendar el déficit de neurotransmisores leyendo a los clásicos, han logrado hacer muy apreciables fortunas. Fortunitas, si se comparan con la literatura -digamos- que supo reunir bajo las tapas esoterismo, novela negra e historia del Vaticano.
La receta de los novísimos consiste en decir que hacen filosofía de las series de televisión. Basta con decirlo o, mejor aún, es imprescindible decirlo, y mejor aún contárselo a un amiguete que disponga de alguna columna en el diario y nada que meter en ella. Gracias a tales ingredientes y un poco de fortuna igual le hacen a uno una entrevista en la que, llegado el momento, el filósofo de serie de turno puede decir, como he leído con mis propios ojos, que sus obras unen el humor con el trato riguroso y son un ejemplo de trabajo intelectual. Conviene que uno deje las cosas claras, no vaya a ser que a su abuela se le olvide hacerlo.

Como no podía ser menos, la moda la han inventado los yanquis. Hará unos meses que cayó en mis manos un libro cuyo título me llamó la atención, La filosofía de House, sobre todo porque llevaba un subtítulo aclaratorio: “Todos mienten”. De su autor, Henry Jacoby, no sabía nada. Ahora ya sé más: que es bastante aburrido, que pretendía tomarse en serio la filosofía subyacente al doctor que no necesita de ella para decir las cosas de manera clara, ofensiva y terminante, y que la cosa ha devenido en gran negocio. Hasta el punto de que han salido, faltaría más, imitadores locales. Son éstos quienes presumen del gran papel intelectual reservado para quienes, en el tránsito de ponerse a filosofar acerca de los personajes de la televisión, sacan conclusiones magníficas como las de que venden mucho más los Simpson que los tratados de teología medieval. Y, como es así, no tiene sentido meterse hoy a escribir acerca de la naturaleza divina.

Por fortuna vivimos en un mundo muy distinto al del medievo, uno en el que se permiten mayores licencias. En el terreno más cercano a la teología que se puede pisar, he leído las declaraciones -procedentes no sé si de Facebook, de Twitter o de algún otro de esos lugares- en la que un pastor de la Iglesia que era antes seleccionador de lucha libre o algo parecido reconoce rezar mucho a la divinidad para que le ayude a barrer de Mallorca a los progres. En el fondo se trata de la misma cruzada aunque pueda aparecer bajo distintos ropajes. Se parte de un oficio, el que sea, se trasladan sus sabidurías y virtudes a otro y se proclama en voz alta el resultado por aquello de ver si se hace uno con un huequecito lejos de las listas del desempleo. Si en ese propósito tan loable hay que dejar de lado, qué sé yo, la religión o la literatura, la teología o el arte filosófico, se deja. Ni House, ni Los Soprano, ni Da Vinci, ni los primeros progresistas y filósofos, los ilustrados, habrán de quejarse.
Fuente: http://www.diarioinformacion.com/opinion/2010/08/17/filosofia-house/1035854.html

SPAIN. 17 de agosto de 2010



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