Gadamer para mortales

La influencia de Hans Georg Gadamer no ha dejado de crecer. El próximo martes se cumplirán 10 años de la muerte del pensador alemán (Marburgo, 1900- Heidelberg, 2002). Mañana mismo, jueves 8 de marzo, en Barcelona, Emilio Lledó y Gianni Vattimo, ambos discípulos suyos y ambos con trayectoria propia, mantendrán en la Universidad de Barcelona un diálogo sobre la herencia intelectual de quien fuera su profesor en Heidelberg. Y se preparan otros actos para evocarlo en no pocos puntos del planeta.

En el segundo volumen de Verdad y Método escribió: “Las palabras sólo existen en la conversación, y las palabras en la conversación no se dan como palabra suelta, sino como el conjunto de un proceso de habla y respuesta”. Sería una osadía decir que una sola frase resume una obra tan ingente como la suya (más de 10 volúmenes editados en lengua alemana de sus obras completas), pero sirve para poner en la pista de su núcleo esencial. Una obra que se divide en dos partes claramente conectadas: la propia, expresada en libros, conferencias y clases, y la de aquellos a los que orientó y que luego han pensado por su cuenta. ¿Cuántos profesores pueden presumir de tal herencia?

La expresión que más se asocia a Gadamer es la de “nueva hermenéutica”. Nueva porque la hermenéutica (literal y muy resumidamente, interpretación, sobre todo de textos) tiene una larga historia filosófica. Gadamer retoma el camino en el punto en el que, en cierto sentido, lo había dejado su maestro Martin Heidegger, quien, recuerda el mismo Gadamer, “intentó retrotraer las palabras a su sentido literal ya desaparecido, no vigente, y a extraer consecuencias conceptuales de este sentido etimológico. Es significativo que el Heidegger tardío hable a este respecto de «palabras primordiales» que expresan la experiencia griega del mundo mejor que las teorías y principios de los primeros textos griegos”.

Dicho de otro modo por el propio Gadamer: “Heidegger tuvo siempre presente el objetivo último, aunque muy vago todavía: repensar el inicio, lo inicial. Aproximarse al inicio significa siempre percatarse de otras posibilidades abiertas desandando el camino recorrido. El que se sitúa en el comienzo debe elegir el camino, y si se regresa al comienzo, advierte que desde el punto de partida podía haber elegido otras sendas”.

Interpretación del sentido originario de la palabra, pero sin perder de vista que este sentido aparece en plenitud en el diálogo, en el esquema pregunta-respuesta. Un diálogo que es siempre con el otro, esté presente o se muestre en un texto, como lenguaje. Un lenguaje que, en la hermenéutica husserliana había quedado “en la penumbra” y que tiene que pasar al primer plano.

El diálogo lector es un ejercicio infinito. Se aborda la lectura desde los propios prejuicios, que el texto va modificando, si no se hace desde el dogmatismo. De ahí que la lectura, la interpretación, no sea nunca definitiva. Ahora bien, la palabra “prejuicio”, advirtió Gadamer, no debe ser tomada en elsentido peyorativo heredado de la Ilustración. Para ésta, el prejuicio era el juicio sin fundamento, para Gadamer, es el juicio que acompaña al hombre como ser histórico. Se lee al otro desde el propio presente, abiertos a la fusión de horizontes. Porque el hombre es un ser de carácter histórico (aunque desprovisto de relativismo historicista), el tiempo que habita y el espacio que ocupa. La interpretación forma parte de un proceso y se da la mano con la comprensión y el entendimiento. La comprensión de la verdad, que es el acontecer en la historia y que se alcanza a través del lenguaje, que nos permite una experiencia del mundo. Pero quede claro: el hombre es lenguaje, no idioma y “el lenguaje es diálogo. Es preciso buscar la palabra y se puede encontrar la palabra que alcance al otro, se puede incluso aprender la lengua ajena, la del otro. Se puede emigrar al lenguaje del otro hasta alcanzar al otro. Todo esto puede hacerlo el lenguaje como lenguaje”.

Gadamer fue hijo de un profesor de Química que ocupó también el rectorado de la Universidad de Marburgo, donde él empezó sus estudios de filosofía de la mano de dos neokantianos: Paul Natorp y Nicolai Hartmann. Posteriormente se desplazó a Friburgo donde conoció un joven docente llamado Martin Heidegger. De su mano trabó relación, entre otros, con Leo Strauss, Karl Löwwith o Hannah Arnadt. No simpatizó con el régimen nazi, más bien al contrario, de modo que su acceso a la docencia universitaria se produjo en 1946, en la Universidad de Leipzig (entonces en la República Democrática Alemana), donde estuvo poco tiempo, en buena medida debido a su rechazo a la ideología comunista. En 1947 se trasladó a Frankfurt y dos años más tarde sucedió a Karl Jaspers en la Universidad Heidelberg, donde permaneció hasta su jubilación en 1968. Verdad y método, su obra más importante, apareció en 1960. Un segundo volumen sería publicado en 1986. Ambos han sido traducidos al castellano en la editorial Sígueme, de Salamanca.

Entre los pensadores que reconocen su influencia están, además de LLedó y Vattimo, el francés Paul Ricoeur, los alemanes Karl Otto Apel y Jürgen Habermas; el italiano Enrico Castelli y los españoles Isidoro Reguera y Pedro Cerezo.
Fuente: http://www.culturamas.es/libros/category/martin-heidegger/

8 de marzo de 2012



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