Hay que volver a ser conscientes del lenguaje

“Hay que volver a ser conscientes del lenguaje: hoy casi nadie sabe lo que dice”: Miguel Morey, filósofo.

El pensador, catedrático de la Universidad de Barcelona y emblema de la escuela ‘nietzscheana’ en España, disertó en la Facultad de Bellas Artes de Málaga sobre Foucault y los archivos

El pensamiento nietzscheano español tiene en Miguel Morey (Barcelona, 1950) a uno de sus grandes valedores, a través de la escuela de Foucault. Catedrático de la Universidad de Barcelona, articulista y autor de libros como Deseo de ser piel roja (Premio Anagrama de Ensayo en 1994), Hotel Finisterre, Pequeñas doctrinas de la soledad y El hombre como argumento, ayer visitó la Facultad de Bellas Artes de Málaga para disertar sobre Foucault y el espacio del archivo.


Miguel Morey en la Facultad de Bellas Artes.
-En una ocasión afirmó que sus primeras lecturas de Foucault le habían enseñado a recelar de la racionalidad de los discursos. Los archivos proponen hoy un discurso contundente, hasta el punto de que han sustitudo a las obras de arte en las exposiciones. ¿Conviene también, por tanto, desconfiar de ellos?

-Sí, es cierto que los archivos han cobrado un protagonismo en el mundo del arte que Foucault no se esperaba. Cuando yo dije aquello de la racionalidad discursiva me refería a lo que imperaba en aquel momento, una racionalidad continuista que explica la historia de nuestro presente casi como una línea recta, aunque con sus zigzags, que va desde las cavernas hasta hoy. Cuando se quiere hablar de lo que sucede ahora a menudo se señala “ya los griegos decían…” Y lo que hizo Foucault fue cortar esa presunta continuidad en la especificidad de cada época. Hoy, por ejemplo, leemos documentos de hace algunos siglos que tratan sobre brujería; detrás hay mujeres con una serie de neurosis y enfermedades que fueron mal comprendidas, además de una institución brutal que promovía su persecución. Lo que Foucault dice es que hay mirar los archivos de la época, y leer la manera en que se investigaba la brujería, cómo se documentaba, cómo se asimilaba, cómo era el día a día del inquisidor y a partir de ahí recortar lo que vendrá después. Si nos limitamos a decir que las brujas eran unas histéricas y que la Inquisición era una brutalidad no entendemos nada de lo que está ocurriendo, y de rebote estamos calificando nuestro presente. Hay una serie de umbrales históricos que habría que definir con precisión y estudiar los archivos de cada uno de ellos, para conocer las condiciones de posibilidad que nos permiten decir lo que decimos sobre cada una de estas etapas.

-¿Y si adoptamos una postura marxista y nos acercamos a los archivos como ejercicios de poder, como paradigmas impuestos sobre otros ya extintos?

-Foucault decía de hecho que no se puede ser historiador sin ser marxista. Otra cosa es repetir y aplicar la vulgata comunista a la mínima ocasión. El esquemita básico del marxismo se ha tenido en cuenta, claro, pero por ejemplo no explica el nacimiento de la cárcel, ni su racionalidad económica, ni si era necesaria para la aplicación del capitalismo. Hoy podemos decir que ha ido bien, pero también que no era la única solución posible. Queda ese resto infame que no cuenta en la configuración general de la sociedad. Pero precisamente por estas lagunas Foucault se desvió del marxismo.

-¿Es internet el archivo definitivo, o el antiarchivo?

-En internet está la explosión del archivo, o la conjunciónde muchos archivos sin mucha intención de ordenar, salvo algunos buscadores que tampoco siguen unos criterios claros de ordenación. Foucault reinvidica el archivo frente a la biblioteca: en la biblioteca está la esencia de la humanidad, lo que todo hombre culto debe conocer; pero Foucault dice que para estudiar una época lo que hay que hacer no es buscar una selección de lo que las firmas más relevantes han dicho sobre el tema, sino todo. Todo lo que pueda ser encontrado. Cuando él escribe la Historia de la locura, no sólo acude a los tratados de medicina ni a los procedimientos de los manicomios, sino a todas las patografías que se conservan en los hospitales, todos los papeles infames que no salen a la luz. ¿Por qué Kant tendría que decir algo más relevante que las patografías, que los recuentos y los análisis hechos día a día con decisiones psiquiátricas?

-Y al final, ¿no cree que el tiempo le ha dado la razón a Foucault?

-En buena medida sí, en el sentido de que en los dominios que ha tratado Foucault (la locura, las ciencias sociales, el humanismo, la sexualidad) hay con él un antes y un después. No se puede hablar de la locura hoy como se hablaba antes de Foucault. Existían convenciones que él hizo vacilar. Pero no hace falta ser foucaltiano: él abre espacios de problematización en lo que antes eran espacios de certezas. Y esta problematización cada uno ha de resolverlas con las herramientas de que disponga. Esto es algo realmente raro, porque la mayoría de los filósofos que asumen un papel intelectual exigen la conversión a su sistema de ideas, a su vocabulario, a sus postulados previos. Pero Foucault te coloca en un espacio vacío, al otro lado de las convenciones, donde como muchos puedes encontrar tres o cuatro pistas. Ahí, cada uno decidirá qué hacer. Por eso Foucault se entiende perfectamente con cristianos y con marxistas, porque a todos les compete la misma responsabilidad. Esto viene de Nietzsche: en este juego, hay que abrir fuego y no matar. Las conclusiones a las que llegue cada uno no tienen que ser útiles para todos los casos, ni para todas las preguntas.

-Aunque esa tarea, con la excepción de Foucault, sigue estando pendiente desde Nietzsche…

-Sí, claro. También Nietzsche lo hace: critica todos los valores y nos deja a todos con el culo al aire. Su falta de vanidad es incontestable.

-¿Qué se dirá en el futuro cuando se estudien los archivos de hoy?

-Foucault jugaba mucho a esto, que también viene de Nietzsche. En La historia de la sexualidad decía algo así, más o menos, como que los hombres del futuro que miren a los hombres que hemos sido se preguntarán de donde sacamos la obstinación y la infinita paciencia para interrogar eso que llaman sexualidad, esperando que en ella hallaríamos una verdad tan importante como antaño los hombres buscaron en las estrellas o en las formas puras de la espiritualidad. Eso que para nosotros nos parece tan obvio en el diván tal vez inspire una mirada piadosa, o ridícula, en los hombres del futuro.

-No quería dejar pasar la oportunidad de preguntarle por María Zambrano, a la que ha dedicado varias obras. ¿Queda espacio hoy para la razón poética?

-¿Queda espacio para la lectura, o para la relectura? La experiencia de la razón poética de María Zambrano es altamente educadora. Si no somos conscientes de los obstáculos y de todo lo que nos hace decir el lenguaje que habla solo dentro de nosotros estamos desarmados. Así que la razón poética es una toma de conciencia del peso de cada una de las palabras y de las consecuencias a donde nos llevan. La suya tampoco es una reflexión lineal, sino hecha a saltos. Pero creo que pensar es así. Pensar no es deducir, pensar es algo que nos ocurre. No es el resultado de una cadena. Hoy en día el lenguaje se utiliza fatal, empezando por los hombres públicos, desde el presentador del telediario hasta el presidente del Gobierno. Ninguno sabe lo que está diciendo. Así que conviene volver a ser conscientes de lo que se dice.
Fuente: http://www.malagahoy.es/article/ocio/1732592/hay/volver/ser/conscientes/lenguaje/hoy/casi/nadie/sabe/lo/dice.html

25 de marzo de 2014. España



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