Heidegger, una fotografía

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Quizás sólo sea posible una fotografía de Heidegger, excluida una película que recogiera su argumento de forma completa. Pero esta situación plantea un incómodo dilema al lector: ¿con qué fotografía quedarse? Las hay diversas: el serio catedrático de universidad; el deslumbrante joven profesor que iluminaba posiciones políticas extremas, alimentando por igual a teólogos y revolucionarios; el seductor de deslumbradas estudiantes; el impostado nazi; el afectado personaje con corbata que jugaba a campesino; y envolviendo a todas, finalmente, el mítico filósofo. La vista simultánea de todas esas fotos produce una distorsión reflejada en la última instantánea, la que conjuga el carácter mítico con el de filósofo. Verdaderamente, ¿puede ser mítico un filósofo?
En esa mezcla se encuentra quizás la anomalía que resulta ya inseparable del nombre Heidegger y que se resume en los siguientes términos: el personaje se ha antepuesto a su obra. De ahí justamente su éxito, que frecuentemente hace de su obra un ornamento más de su exótica figura, a veces grande y a veces ridícula. La aproximación a Heidegger se encuentra así contaminada de antemano por un éxito viciado, resultado de mezclar una extremada lucidez y un estilo intencionadamente ambiguo. Cuando el discurso filosófico sobre el ser, siguiendo la tradición de Aristóteles, Kant y Hegel, viene también acompañado por una grandilocuencia y una llamada afectiva a transformar la historia, el pensamiento se desliza inaparente pero ineludiblemente hacia la profecía. Tampoco se puede descartar que el constante tránsito de la gravedad de la pregunta filosófica fundamental a la aparatosa retórica en la que se mezcla el retorno a un ingenuo primitivismo con la llamada a un nuevo futuro, se encuentre ya inicialmente al servicio de una auto-redención que viniera a rescatar de su desgracia al filósofo caído para conducirlo a su aura heroica, que habría de justificarlo todo. Después de reconocer lo que ese tránsito tiene de farsa, a la buena recepción hoy le cabría como única tarea suspender ese deslizamiento hacia la profecía y denunciar la falsa ingenuidad. Tal vez así, y al margen de la fascinación del personaje, recordado muchas más veces por el papel representado en la comedia que por su obra, se podría reconocer que esa deriva a favor del viento reinante venía reclamada por un público que inconscientemente había asumido la irrelevancia de la reflexión enclaustrada todavía en la academia y enfrentada ya sin poder a las nuevas fuerzas pseudo-políticas de naturaleza intelectual o militar. Pero de ningún modo se trata sólo de que la catástrofe ligada a Heidegger proceda del público que reclamaba una figura eminente para la legitimación de su grito (que desaforadamente exigía a la par el dominio violento sobre lo extranjero, incluida su aniquilación, y la propia seguridad de su madriguera burguesa), sino de si el propio fracaso de la filosofía en su última aparición épica resulta atribuible a un personaje –ciertamente a uno que vino a constatar biográficamente su inevitabilidad– o a lo extemporáneo del discurso mismo. Porque ciertamente la pregunta por el sentido del ser planteada por Heidegger como inicio y núcleo de su filosofía no sonaba contemporánea, sino antigua y trasnochada. ¿Pero lo era?
Con un golpe de efecto, en las cuatro primeras páginas de Ser y tiempo (1927) Heidegger recupera sumariamente el pasado de la pregunta desde Platón hasta Hegel y lo propone como el problema exclusivo y más actual de la filosofía, pero olvidado. De ese modo, se introduce él mismo en escena como evocador de la pregunta y continuador privilegiado. ¿Fue acaso ese eco que procedía del pasado el que catapultó a la fama una reflexión cargada de una dificultad casi inaccesible? ¿Se percibió en ese mismo eco, tintado de nostalgia romántica –el olvido del ser–, un esperado motivo de ruptura con la tradición moderna, definitivamente desencantada? ¿Percibió aquel lector contemporáneo de entreguerras en las figuras de la existencia y la muerte, planteadas filosóficamente en Ser y tiempo, otro remedo de salvación heroica que le alejaba de su malestar? En todo caso, Heidegger arrojó provocadoramente contra aquel lector contemporáneo la antigua cuestión en toda su extrañeza, recuperando su actualidad perdida al margen de la tradición moderna. Seguramente, la apelación al ser surgió ya inicialmente contra dos dogmas contemporáneos de la Ilustración: el carácter lógico-analítico de verdad científica, representado por la tradición liberal anglosajona, y la utopía marxista, representada por la tradición socialista. Heidegger se apartaba así por igual en ese primer tercio del siglo de Wittgenstein y Lukács. La pregunta por el ser, planteada con insistencia retórica al principio de su obra, resultó doblemente reaccionaria al revelar un sentido ajeno por igual a la ciencia y a la política. Definitivamente, la Ilustración moderna tenía que pasar por un examen previo, del que eventualmente podría salir suspendida: aclarar en qué consiste ser. Esta pregunta, acompañada de su sugestivo carácter, se volvió emblema de la filosofía en aquella actualidad. Pero, ¿qué constituía lo más específico de la misma, su carácter antimoderno?
Si bajo su comprensión habitual el término ser aparece en toda su obviedad remitido a la esfera gramatical (lingüística) o a la puramente material de las cosas, Heidegger adelantó una respuesta extraña: el tiempo inherente a la categoría verbal no tiene sólo un carácter gramatical, sino real y efectivo. Por lo mismo, bajo el término ser no hay que sobreentender un significado lingüístico o un concepto, sino lo inherente a la misma cosa tal como aparece. Bajo esta premisa, la cuestión del ser rompió un sobreentendido de la filosofía moderna, que confinaba su significado a la lógica o a la dialéctica revolucionaria. Lejos de eso, el ser aparecía simplemente como lo anterior, sin reglas que garantizaran su presencia. Ese carácter indescifrable e intratable por cualquier método, lo remitía a una esfera inquietante, de la que pese a todo tenía que hacerse cargo la filosofía. Y Heidegger se hizo portavoz de su propio encargo, abriendo un camino que enfrentaba a la razón moderna con su propia inseguridad.
Fuente: http://www.fronterad.com/?q=heidegger-una-fotografia
30 de octubre de 2010



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