Heidegger: ‘Ya sólo un dios puede salvarnos’

Tres autores recomendados para leer en la próxima primavera: Kierkegaard, Heidegger y Sartre; lo que resulta violentamente asombroso.


Los críticos literarios que recomiendan esta terna de agentes dobles sienten pasión por la filosofía que además es literatura (Kierkegaard), por la filosofía que ya es impuro discurso poético (Heidegger) y por la literatura que finge ser filosofía (Sartre).

El nombre de Kierkegaard basta para justificar a Dinamarca en el ámbito filosófico. Según Kierkegaard, el mal era la nada y el alma del hombre era el campo de batalla entre el absoluto y la nada. La solución está en el “salto en el vacío”, que es el salto (preferiblemente en las peores circunstancias) hacia la fe en Dios. Pero lo que aparece con más fuerza en las especulaciones de este escandinavo atípico es la angustia como perejil de todas sus salsas. La nada de Kierkegaard se asemeja demasiado a algo; es una nada en precario que no llega del todo a ser nada, transformándose en un instrumento que forma parte de un todo que quiere ser designio divino. El enigma de los heterónimos de Kierkegaard, su trayectoria como héroe y seductor, el misterio de su ruptura con Regine Olsen, las casi siete mil páginas de sus Diarios, su discutida deformidad física, sus conflictos con la Iglesia del Pueblo Danés, el irresistible atractivo de su lenguaje: en todo esto se encuentra definitivamente la razón última del pensamiento de Kierkegaard.

Lo mejor que ha salido del esperma de Kierkegaard, con diferencia, ha sido Miguel de Unamuno.

Heidegger no solamente comprendió lo que era la nada sino que la vio con sus propios ojos en el laboratorio de alquimia clandestino que tenía en Friburgo de Brisgovia, y fue entonces cuando pronunció la célebre frase lapidaria: “Ya sólo un dios puede salvarnos”; frase que más tarde repetiría en la archifamosa entrevista que concedió a Der Spiegel en 1966, no publicada sin embargo hasta 1976. En ¿Qué es Metafísica? (1929) Heidegger se hace, de manera constante, una pregunta de piedra filosofal: “¿Por qué hay ente en su totalidad y no más bien la nada?”. El problema consiste en “que haya algo en vez de nada”. Y el problema aumenta con el hecho de que ese algo, ­que es y no es la nada,­ contenga la angustia, el temor, el temblor y el tedio. Por eso escribió .DVM.SPIRO.SPERABO. (Mientras respiro espero), o sea, serpiente imagen del mercurio, una serpiente cortada por la mitad cuyas dos partes significan el metal disuelto, etc.

Para el psicoanalista suizo Jean-Marie Kellerman, que en este caso se muestra pérfidamente hegeliano, vivimos ya en plena vacuidad del ser y, por lo tanto, la nada ha perdido todo aliciente, aunque Kellerman insiste en su estupefacción al comprobar que esa nada, que siempre es algo, encierra en su interior la funesta incógnita de causalidad de un universo inhóspito con la única excepción de cierto planeta que lleva miles de millones de años acumulando mierda en forma de vida.

A partir de la molécula autorreplicante.

Por fin Sartre escribió El Ser y la Nada (1944); es decir, el ser y viceversa, aconsejado por un círculo de brujos doctorados del Boulevard Raspail de París; el cual círculo consiguió, mediante un aparatoso hechizo, relacionar incomprensiblemente a Jean-Paul Sartre y a la sirena urbana Simone de Beauvoir a través de un incesto edípico (?) y que de esta unión formidable naciera un hijo, al principio secreto, que fue llamado en el siglo Jacques Derrida.
Fuente: http://andaluciainformacion.es/el-sexo-de-los-libros/385004/heidegger-ya-solo-un-dios-puede-salvarnos/

5 de marzo de 2014



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