La apuesta del filósofo

Algunas expresiones tienen el poder de despertar la imaginación. Sucede con ciertos apotegmas que llaman la atención y, a decir verdad, sacuden por la contundencia de lo que afirman.
En especial uno, por sencillo y lapidario, merece un poco de reflexión. Trata de la filosofía y del filósofo.

Dice: “el filósofo es una persona ciega, encerrada en un cuarto oscuro, buscando a tientas un sombrero negro que no existe”.

De entrada es impactante. Revienta de tajo cualquier sentido, utilidad o aplicación que se pretenda de la filosofía.

La actividad del filósofo queda reducida a la insania que le prodiga su propio ensimismamiento, tan espuria que no se concibe a nadie capaz de dedicar su vida a un destino de insatisfacción, lóbrego e infundado. Una carencia de principio a fin; vacío en el que se pierde todo esfuerzo; camino que no conduce a ninguna parte. Un completo volver sobre los mismos pasos en la creencia de que se avanza. Fútil e incierto es el quehacer del filósofo.

Si vacía en un cuenco roto el agua que ha de beber,

¿qué motivaciones llevan al filósofo a entregar su esfuerzo, sus ansias de vida y sus más profundos anhelos a una labor sin sentido, de búsquedas en vano, sin descanso ni puerto alguno que dé un poco de solaz a su alma inquieta y tranquilidad a su persona?

No se concibe entonces mayor locura que aquella que afecta el ser del filósofo. Claro que su locura quizás no tenga ninguna razón de ser, pero es la misma que han padecido aquellos hombres notables por sus grandes aportes a la humanidad. Visionarios, creadores por excelencia; anticipes de nuevos mundos y forjadores de firmamentos, que hicieron refulgir en su mirada un renovado sol, más intenso, más brillante.

Pienso en Platón, Kant, Newton, en tantos otros. De pensar y sentir distintos, lejos de la ordinariez del hombre común. No pretendieron encontrar alguna vez un sombrero corriente, no ha sido tan vulgar el empeño de su aliento. Otras las palabras, otras las intenciones. Y a semejanza de los pájaros con sus nidos, ellos construyen, con trazos sutiles y delicados, un producto de la imaginación y el pensamiento: un sombrero lógico.

Y al reconocer siempre que la realidad es enigmática, actúan con la paciencia del tejedor.

¿Acaso el hombre ha llegado al dominio de sí mismo y al conocimiento total del universo como para suponer que procede a plena luz?

En absoluto. Es tanta la ignorancia, que el mundo no deja de ser un enorme cuarto oscuro. Seguimos dando palos de ciego, las equivocaciones son mayores y mucho más perjudiciales. Es pues, de creadores, traer la luz y dar origen a las cosas.

La apuesta del filósofo radica en el arte de crear conceptos, y en la fe por la superación del ser humano. El pensamiento es así un acto de celebración del hombre consigo mismo; un sobreponerse a la finitud y a las limitaciones propias del ser; exultación que le permite recorrer la senda del éxtasis; pero la desazón de espíritu está ahí, al acecho, para entristecer su existencia por la condición humana y sus miserias. Razón por la que se comprende mejor, ante el arrebato de una inquietud que no deja en paz, la frase que Virgilio pone en boca de Eneas, en los infiernos:

“¿Cómo puede ser que haya en estos desgraciados tan funesto deseo de luz?”
Fuente: http://cronicadelquindio.com/index.php?module=Pagesetter&func=viewpub&tid=3&pid=45779

Armenia, Quindio, Colombia. 28 de diciembre de 2008



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2 respuestas a "La apuesta del filósofo"

  1. Dice: “el filósofo es una persona ciega, encerrada en un cuarto oscuro, buscando a tientas un sombrero negro que no existe”

    En este caso, me permitiré la invención de otro apotegma:

    Dice: ” el filosofo es aquel que, aún en contra de los apotegmas, sigue buscando”.

    Esta apotegma también me ha despertado una reflexión; el emisor del apotegma, o bien, era un filosofo ,o bien, no sabia lo que decía. Pues ¿ Como sabría el emisor del apotegma que tal sombrero es inexistente si no ha entrado en aquella habitación oscura para buscarlo? ¿Como conocía las intenciones del filosofo sin preguntarle por su cometido? Y, si es filósofo, ¿realmente Cree en su propio apotegma?

    Todo ello me lleva a una conclusión ludica: él que dijo aquel apotegma o bien, no sabia lo que decía, o bien, no creía su propio apotegma.

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