La impermanencia

Kant asume que ese misterioso mundo de la Cosa en Sí está regido por la Razón.
A pesar de las profundas sacudidas intelectuales que desde la muerte de Hegel -es decir, en tan solo 180 años- han ocurrido, la cultura occidental sigue aferrada al enfoque que hace 2.500 años produjeron Parménides, Platón y Aristóteles. El formidable ¡y lamentable! giro hacia la Permanencia, la Seguridad, la Certeza, el Ser, la Unidad o lo Uno, la Lógica, la Identidad, lo Definido, Finito, Estable o Exterior a la Conciencia, el Mundo, la Naturaleza y, la clave de todo: lo Cognoscible. Un enfoque global que desechó o al menos colocó en posiciones subsidiarias -respectivamente- a la Impermanencia, la Inseguridad, la Duda, el No-Ser o la Nada, la Multiplicidad, la Ética, la Diferencia, lo Indefinido, Infinito o Inestable, la Interioridad, el Espíritu, el Hombre y resumiéndolo todo: lo Incognoscible, el Misterio, lo Inefable… Dios.
En los últimos 180 años -de la mano de Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger- Occidente ha hecho esfuerzos por liberarse del logos griego, del Giro Parmenídeo… ¡y no ha podido! Seguimos aferrados a la Permanencia y a esa lamentable idea según la cual lo esencial es el Ser y no el No-Ser. La vida constituida alrededor de lo cognoscible. El Misterio, esto es, Dios, relegado al trasfondo; o lo que es peor, convertido en un Ente definido, estable, permanente ¡y cognoscible! Un Ser antropomórfico que juzga, perdona, castiga, provee y alivia.

Pero la Filosofía griega, es decir, el apego a la Permanencia, es tan solo la mitad de la tragedia de Occidente, la otra mitad vino con la Filosofía moderna, con el Giro Cartesiano hacia la subjetividad, la conciencia y el pensamiento. El Cogito, el archifamoso Pienso, luego existo, puso el énfasis en el Actuar, en la capacidad de transformar la realidad; más que en la Ciencia, en la Tecnología; no en el mero conocimiento del Ser o de la Naturaleza -que supuestamente son “en sí mismos”- sino en el sometimiento de todo ello a la razón humana.

Esta segunda etapa de la Filosofía occidental reforzó hasta los tuétanos la deficiencia clave:

el menosprecio de lo Incognoscible ¡el By pass al Misterio! la casi nula conciencia de que sólo conocemos la capa más externa y superficial de las cosas, el milímetro más aparencial o fenoménico de una Realidad -o de un océano- cuya profundidad es infinita. Fue un escenario trágico al que Kant, la mente más brillante de Occidente, apenas logró asomarse: esa idea poderosa, pero inmediatamente castrada, según la cual más allá del mundo de los Fenómenos -la delgada capita en la que vivimos- se encuentra la Cosa en Sí, la esfera del Noúmeno, la realidad más profunda, la que lo determina todo. Una idea poderosa, pero castrada, decíamos, porque Kant inexplicablemente asume que ese misterioso mundo de la Cosa en Sí está regido por la Razón. ¡Era el fracaso final de Occidente!

A la muerte de Hegel, la crisis estalla. Y empezamos a descubrir que el No-Ser no sólo es, no sólo existe, sino que tiene mucha más fuerza y mucha más “Realidad” que el Ser. Que éste es una tontería… o, al menos, una fábula, como decía Nietzsche. Que la Nada, el Misterio absoluto e impenetrable, es la verdadera dimensión a partir de la cual nos constituimos. Que la Impermanencia (un hermoso cuadro que nos ha regalado un magnífico pintor budista muy querido) era la realidad más profunda sobre la que debimos habernos volcado hace 2.500 años, cuando Parménides y Platón giraron hacia la Lógica y hacia el mundo. La misma época en la que Buda, Lao Tse y Confucio asumieron el Espíritu. Temas éstos que abordaremos en nuestro curso que comienza el miércoles.

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Fuente: http://www.eluniversal.com/2008/07/13/opi_art_la-impermanencia_920157.shtml

Caracas, Venezuela



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