La travesura de Wittgenstein

Extracto del libro Forma e intenciones del lenguaje (inédito).

La literatura ha cumplido la función de decir del ser humano lo que ninguna expresión del arte ha logrado. Es, en general, creación artística con la palabra y, mediante ella, productora de imágenes que configuran la representación del mundo. Es imaginación –espiritual y sensual – y lenguaje, para comunicar algo que sólo de esa manera puede comunicarse. Las herramientas del lenguaje son las palabras, las del habla cotidiana o las que resultan de una combinación purificadora para darnos un poema.

Ludwig Wittgenstein introdujo en la lingüística un modo de pensar a la manera filosófica acerca del lenguaje. Su objetivo científico expuesto en el Tractatus tiende a abolir la filosofía y quedarse con la realidad mundanal que sólo puede decirse con la palabra. Por ello, la función del lenguaje es representar al mundo, sin poder ir más allá. En las artes figurativas puedo decir en palabras lo que ellas representan: describir con el habla el David de Miguel Ángel o Las Señoritas de Avignon, de Picasso. Pero al hacerlo, la obra de la que hablamos no será la misma que hemos apreciado, y difiere esencialmente de lo dicho verbalmente. En tal situación, nuestro oyente no tendrá nunca una reproducción fiel de su presencia real. Puedo decir en palabras la descripción de esas obras de las artes plásticas, y dejar al receptor del mensaje la comprensión de lo que he percibido individualmente, pero nunca podré mediante la palabra representarlas plenamente.

El pensamiento puede ser ilimitado en su vuelo libre y silencioso, pero la palabra, que es su forma expresiva, sólo representa lo que puede decirse, y queda fuera de ella lo que únicamente puede mostrarse. El mundo es el valladar del lenguaje y se basa en la lógica que lo hace comprensible: los extremos del mundo son las limitaciones del lenguaje. Lo que está fuera de aquél carece de significado porque la lengua no puede decirlo, y sí apenas mostrarlo. La ética, la metafísica, la religión y el arte, con su algo de idealismo, pertenecen al reino de lo trascendental, de ellos nada puede afirmarse ni negarse (o decirse), sólo puede mostrarse. La palabra es la herramienta del lenguaje, y por eso ella misma pone el coto final adonde puede llegar lo expresable.

La teoría de Wittgenstein (Atomismo Lógico) pretende que la filosofía no puede interferir el uso del lenguaje, y que no busca descubrir su esencia (como lo hace el pensamiento filosófico tradicional). Lo que persigue el nuevo filosofar es trazar los límites del sentido de lo que decimos, señalar lo que se puede decir y lo que no puede decirse. Wittgenstein propone, además, algo que rescata la tesis convencionalista de Hermógenes (a ser tratada en el próximo capítulo de este ensayo), que da al sentido de las palabras usos múltiples, de acuerdo con el juego lingüístico concreto que estemos desarrollando en cada situación. Según este criterio, no existen significados y tampoco carencia absoluta de significados, pues todo depende del uso de los vocablos en cada caso. Decir que algo tiene sentido es una expresión vaga, ya que si ahora ese decir tiene sentido, en otra situación no lo tiene, de acuerdo con el contexto del argumento que se esté desarrollando.

Estas ideas del filósofo austriaco llegan a proponer la desaparición de los problemas filosóficos. En la última parte de su obra: Investigaciones Filosóficas dejó para nuevos estudiosos del lenguaje su original travesura: “Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de uno u otro claro sin sentido y de los choques que nuestro entendimiento ha sufrido al haberse golpeado la cabeza contra los límites del lenguaje”
Fuente: http://www.analitica.com/va/arte/documentos/2645522.asp



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