Los fundamentos de la democracia

Gustavo Bueno acaba de presentar su libro de crítica del pensamiento político, «El fundamentalismo democrático» (editorial Temas de Hoy, 2010). Ese fundamentalismo -que se contrapone a «funcionalismo»- es definido en su «Panfleto contra la democracia realmente existente» (2004) como un «idealismo» filosófico -o antifilosófico, según el materialismo crítico del autor-, en el que la democracia como «procedimiento» (Bobbio), no sólo es medio de legitimación de origen del poder -categoría que Bueno no discute-, sino pretendida y errónea causa suficiente de validación de la legitimidad de su ejercicio, incluso en contra del contenido sustantivo y normativo del interés general o bien común, que en el materialismo organicista de Bueno es la propia sociedad política -la nación-, organizada en una capa basal (o económico-material), una capa conjuntiva (o político-institucional) y en una capa cortical (relacional o «inter-nacional»).
Bueno se rebela contra una visión política ingenua y manipulada por los partidos políticos dominantes, en que legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio son lo mismo. La mayoría, además de que debe ser acatada, siempre tiene o «es» la razón. Para Bueno, el interés general sustantivo, definido por la razón crítica, se antepone a la democracia formal -«liberal» o «burguesa», como dice Marx-, del mismo modo que el Estado en sí mismo es anterior a la democracia como procedimiento. La acción de gobierno ha de ser «falsable» -en el sentido científico de Karl Popper-, no sólo por medio de elecciones políticas, sino racionalmente por su idoneidad y rectitud intrínsecas.

La prueba para Bueno del error de la democracia formalista es que ésta coexiste con la corrupción, entendida no sólo como delito, sino como perversión de la función política del Estado, si es amparada por una mayoría nominal. Para Bueno, que parafrasea a Suslov, la democracia actual «realmente existente» es una «aristocracia» corrupta o, en sentido platónico, una «oligarquía» de partidos legitimados mutuamente por ese «fundamentalismo» denostado por Bueno por justificar a Hitler o el aborto como derecho -más allá de su despenalización parcial-, como efecto formal de una mayoría contingente carente de fundamento racional o científico, aunque su referencia al juez Garzón como ejemplo de corrupción de la división de poderes es errónea y desafortunada.

Para Bueno tampoco el fundamentalismo puede justificar los nacionalismos separatistas al atentar éstos contra el elemento esencial de la «capa basal» del Estado, que es el territorio, anterior a la democracia como sistema. Desde el materialismo, Bueno converge en un pensamiento político conservador de modernidad inédita en la tradición clásica española, en defensa de la nación-estado. Donoso Cortés, Balmes, Menéndez Pelayo o Vázquez de Mella también parten de la nación como noción predemocrática, pero desde una filosofía confesional, no desde la razón crítica materialista.

A pesar de sus detractores, la obra de Bueno es una reflexión de raíz platónica sobre la democracia «desde dentro» que no tiene nexo común con la «dictadura inteligente» del discurso de ingreso en la Real Academia de Pío Baroja («La formación psicológica del escritor», 1935). El federalismo de Pi y Margall -heredero de Proudhon- defiende la nación-estado a través de una pluralidad de formas jurídicas subestatales, que es también incompatible con los nacionalismos actuales («Las nacionalidades», 1877). El pensamiento político de Gustavo Bueno sólo es comparable al regeneracionismo de Ortega y Gasset o Maeztu en su ambición teórica.

En conjunto, la obra de Bueno -a pesar de estridencias intituladoras editoriales, como «Zapatero y el pensamiento Alicia» (2006) y de su afán polémico, que perjudican su rigor teórico- mantiene una indudable coherencia en la defensa del contenido sustantivo de la democracia, desde su «Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas» (1991) en el que indaga su cierre categorial. Su materialismo entronca con el pensamiento político clásico. Tocqueville, en «La democracia en América» (1840), ya advirtió del riesgo de «tiranía de la mayoría». Para el teórico liberal y maestro del positivismo Hans Kelsen, en «Esencia y valores de la democracia» (1920; traducción castellana de Legaz Lacambra, 1934), el centro de la acción política es el Estado, no el individuo. «Sólo es libre el ciudadano de un Estado libre. En el lugar de la libertad del individuo se sitúa la soberanía del pueblo. O, lo que es lo mismo, el Estado libre», idea que en la España actual es una afirmación contra los nacionalismos. Kelsen exige la transacción entre mayoría y minoría en la formación de la voluntad colectiva, una forma de superación de la oligarquía de partidos. La Comisión Europea ha publicado su Libro Blanco «White Paper on European Governance» (2001), en que exige a la acción de gobierno los cinco principios sustantivos de la «gobernanza»: «transparencia», «participación» -ampliando el principio de mayoría con el de consenso-, «responsabilidad», «efectividad» y «coherencia». Roger Scruton, autor de «A political philosophy» (2006) y del trabajo para el Civitas Institute «The needs for nations» («La necesidad de las naciones», 2004), defiende la pervivencia de la nación-estado frente a Europa como garantía de los derechos humanos, en indudable convergencia con la obra de Bueno «España frente a Europa» (1999).

La corrección de la mayoría mecánica ya fue exigida por el Marqués de Condorcet (1785). La «paradoja de Condorcet» consiste en que el voto de la mayoría puede ser contrario a las tendencias de los votantes. En especial, es innegable la concordancia de Bueno con «Reflexiones sobre la Revolución Francesa» (1790), de Edmund Burke, tanto en su fondo aristotélico -incluido el desprecio de la «metafísica»-, como en su énfasis en la supremacía de la nación. El mérito filosófico-crítico y el coraje del autor son indudables y, aunque sería deseable mayor ecuanimidad valorativa de la política concreta, es comprensible la dificultad del equilibrio entre «seny» y «rauxa», entre buen sentido y pasión. Bueno tiene rasgos de noventayochista colérico. A Bueno, como a Ortega, le duele España como ciudadano antes que como pensador.
Fuente: http://www.lne.es/opinion/2010/03/04/fundamentos-democraciabr/881557.html

SPAIN. 4 de marzo de 2010



::: 159 hits

7 respuestas a "Los fundamentos de la democracia"

  1. El fundamentalismo democrático

    Por Agapito Maestre

    El descubrimiento de los males de la democracia a través de una nueva y más amplia idea de corrupción, que traspasa las fronteras del ámbito delictivo, es la principal pretensión que satisface este libro. Un nuevo ensayo para levantar acta del fracaso de la democracia española.

    Tres pasos son fundamentales para entender ese fracaso. En primer lugar, Bueno trata de fundamentar una nueva noción de corrupción. En segundo lugar, hay una descripción crítica de los defensores fundamentalistas de la democracia: quienes, lejos de contribuir al desarrollo del la democracia, vendrían a convertirse en los principales ideólogos de las democracias corruptas; el caso de la España de Zapatero es todo un arquetipo de corrupción democrática. Y, en tercer lugar, Bueno reitera la defensa de la nación española a través de la descripción y análisis de la mayor de las corrupciones del sistema político español, a saber, la utilización de los mecanismos democráticos para negar el fundamento del propio sistema político: el Estado-nacional. Al final, la corrupción máxima estudiada en este libro es una traición a la nación. A España.

    Hace ya algunos años que Gustavo Bueno se ha unido, sí, al club de quienes venimos denunciando, hace décadas, las diferentes formas que adopta esa traición. Esa agonía. Por fortuna, como reconoce el propio Gustavo Bueno, la muerte “definitiva” aún no se ha producido. Su libro quiere contribuir a que eso no suceda nunca.

    Aplaudo el compromiso intelectual y alabo el coraje moral de Bueno. Pero, en mi opinión, para que su apuesta ética y política tuviera mayor eficacia quizá hubiera sido bueno y, por supuesto, conveniente citar, o sea, dialogar y discutir con, otras propuestas, incluidos libros anteriores del propio Bueno, que han hecho hincapié en la traición a la nación. Es menester que nos acostumbremos a dialogar entre nosotros. A sintetizarnos para seguir construyendo categorías que se enfrenten al totalitarismo federal, confederal o, simplemente, salvaje sobre el que está desarticulándose el Estado-nacional. Tenemos que aprender a elevarnos sobre los hombros de otros hombres, a veces, gigantes.

    Quiero decir que es más que conveniente, sí, es necesario que en momentos de agonía nacional sumemos esfuerzos, o sea, nos hagamos cargo de modo explícito de una tradición que va, por lo menos, desde Unamuno y Ortega hasta César Alonso de los Ríos, pasando por Dieste o Jiménez Losantos, gente que ha subrayado que esa traición a España es otra forma de negar la democracia. O discutimos entre nosotros o seguiremos siendo un signo claro de subdesarrollo intelectual. El verdadero pensamiento casi siempre tiene, como dice Gabriel Zaid, un centro de discusión local. El milagro creador de Sócrates, Platón y Aristóteles se hizo subiendo de nivel la conversación local.

    En cualquier caso, la obra del maestro Bueno tiene grandes aportaciones para seguir analizando la agonía de España. También hallaremos un montón de argumentos para seguir construyendo una teoría crítica de la democracia española; incluso leeremos páginas muy estimulantes sobre una idea de nación que se enfrente a la corrupción del sistema democrático. He aquí, en fin, una argumentación sólida para defender la nación española de los ataques perpetrados por los mecanismos del llamado “Estado democrático de derecho”. Bueno analiza motivos, siempre irracionales, y ofrece razones, desde su especial perspectiva filosófica, para contrarrestar a los ideólogos de la democracia realmente existente, es decir, a quienes ocultan la principal realidad de la democracia, a saber, que ésta aloja en su seno la corrupción. Más aún, la corrupción no es algo coyuntural, o perfectible, en los sistemas democráticos, sino que es un asunto estructural.

    El ataque a la nación se hace en nombre de lademocracia. Esta es la principal corrupción del sistema político español. Es el ejemplo más insigne de corrupción democrática puesto por Gustavo Bueno, de generación de efectos indeseables para la Nación española, de fraude de ley, si se quiere, que la democracia ha propiciado como tal, por lo menos ha facilitado y en todo caso no ha podido conjurar. Esa corrupción es, por expresarlo con palabras de Ortega, en 1917, la democracia morbosa, que más tarde desarrolló el propio Ortega en una obra aún magistral para comprender la corrupción derivada de todo fundamentalismo democrático, La rebelión de las masas.

    Discrepo, sin embargo, de Gustavo Bueno cuando mantiene que el fundamento de la corrupción es el “pueblo soberano”:

    La fuente de la corrupción de la Nación española que su democracia canaliza no se fundamenta en los partidos políticos; se fundamenta en el dictamen mismo del pueblo soberano que se entrega al juego de esos partidos, dándoles su voto mayoritario.

    No, no y no, por suerte, eso no es el “pueblo soberano”. A eso que Bueno denomina “pueblo soberano” yo, por el contario, le llamo “plebe”, o sea, una de las figuras históricas de la rebelión de la masas.

    A pesar de todo, Gustavo Bueno trata de fundamentar, es decir, dar razones a favor de la famosa frase de Churchill: “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”.

    GUSTAVO BUENO: EL FUNDAMENTALISMO DEMOCRÁTICO. Temas de Hoy (Madrid)

    Fuente: http://libros.libertaddigital.com/el-fundamentalismo-democratico-1276237541.html

    4 de marzo de 2010

Responder a daniel chachagua Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *