Los rostros de la injusticia

Estudiar la injusticia como lo hace Judith Shklar (1928-1992) resulta tan claro, sugerente e incitador al pensamiento que su libro merece ser leído. Desde Aristóteles se ha definido claramente en qué consiste la justicia, pero la experiencia de la injusticia resulta mucho más habitual e hiriente que su contrario.


Dirimir si las aflicciones de los demás provienen de la desgracia, de la desventura o de la injusticia no siempre es fácil ni posible si no se adopta el punto de vista adecuado. La filósofa de Harvard nacida en Riga plantea su ensayo de forma poco habitual: la mayoría de las injusticias ocurren todos los días precisamente en las sociedades democráticas que cuentan con sistemas legales más perfeccionados, y este tipo de injusticias –activas y pasivas– es el que a ella le interesa.
 

Aunque al lector le parezcan cuestiones menores, Shklar no las tiene por tales y presenta, entre otros, un caso de un comprador al que un cajero de un supermercado da el cambio equivocado: dos dólares y medio de menos. Una cantidad que para él es importante. Protesta, pero el cajero se lo quita de encima. Se trata de una injusticia activa por parte del cajero. Pero si la persona siguiente de la cola que ha visto todo no nterviene, es pasivamente injusta por no hacerlo. No tiene excusa, insiste Shklar. El caso sigue con más consideraciones y es tan claro y cotidiano que todos nos sentimos involucrados, al igual que en otros muchos ejemplos del libro.
 

Judith Shklar subraya que, a menudo, son las propias personas que deberían evitar la injusticia –como los funcionarios– o los propios ciudadanos, los que consienten pasivamente que se produzcan continuas injusticias de mayor o menor grado. Lo llamativo de este ensayo es que, en su aspecto más práctico, no trata de las instituciones de justicia o las responsabilidades de grandes organismos, o de las leyes, sino de lo que cada uno como ciudadano puede y debe considerar y hacer.
 

Inhibirse por la incomodidad que supondría denunciar delitos, avisar a la policía, dar testimonio en los juicios o ir en ayuda de las víctimas es injusticia, tan importante como la que cometen los funcionarios públicos, los delincuentes o los embaucadores.
 

La filosofía política y moral ha prestado muy poca atención a la injusticia desde un punto de vista teórico y práctico, y quizá apenas ningún autor lo ha hecho como Shklar en esta obra. Los filósofos que la autora considera, no han iluminado la condición de víctima, omisión que ella denuncia y repara en su ensayo en un tono directo y claro, menos pendiente de lo académico o ensayístico que de hacer pensar al lector. Combina las referencias filosófico-políticas con las literarias y con imágenes escultóricas sugerentes, y tiene en cuenta la psicología. Los filósofos a las que más acude son san Agustín, Stuart Mill, Cicerón, Montaigne y Rousseau.
 

Shklar no resuelve preguntas: más bien las propone. No aporta soluciones ni reglas o principios; más bien plantea problemas actuales y los enlaza teóricamente con los grandes autores del pensamiento político. Logra hacernos revisar críticamente nuestros juicios habituales, y someter de nuevo a consideración las fronteras entre infortunio, catástrofe natural o desgracia e injusticia que están presentes desde su introducción hasta la última página. Ella misma señala que no pretende trazar una línea concluyente que demarque esas fronteras, pues no se puede hacer de modo abstracto. Apunta, a modo de conclusión, que se trata de considerar cada situación injusta a plena luz. Y esto se hace teniendo en cuenta las perspectivas de las víctimas.
 

Los rostros de la injusticia presta atención en sus primeros capítulos a quiénes son víctimas y a cómo se las ha tratado. Por ejemplo, desde la perspectiva cristiana Agustín de Hipona señala que el esclavo está en mejor posición para ser espiritualmente libre, pues puede evitar el pecado que tienta a los poderosos. Por otro lado está Nietzsche, que señalaba la santificación de la condición victimaria por parte de las clases reflexivas europeas. La autora explica con más detenimiento del que aquí es posible cómo ha habido una larga lista de argumentaciones que tratan al criminal como una víctima.
 

También examina por qué muchas personas rehúsan ser una víctima pública, así como otras creen merecer el desprecio que reciben. Shklar constata con claridad y valentía que a la mayoría de la gente no le gusta verse como víctimas. De ahí que sea más difícil evitar o resolver las injusticias si no hay víctimas reales y conscientes. Y precisamente otorgar a la voz de las víctimas su debido peso es lo que nos hace no resignarnos sin más ante una injusticia, o, por otro lado, no aceptar la historia oficial de que hemos sido víctimas de la mala suerte, cuando pensamos que hemos sido objeto de una injusticia.  

Los rostros de la injusticia
Autor: Judith Shklar 
Herder.
Barcelona
2010
200 págs.
14,90 €.
Traducción: Alicia García Ruiz.
Fuente: http://www.aragonliberal.es/noticias/noticia.asp?notid=48854&menu=6

SPAIN. 26 de abril de 2011

www.aceprensa.com



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Una respuesta a "Los rostros de la injusticia"

  1. El enfoque que tiene Shklar de la injusticia es muy interesante, pues nos propone de manera directa un análisis reflexivo del rol que nos toca jugar en la propuesta de una sociedad menos injusta, nos emplaza en lo personal a actuar de manera que no se genere silencio e impunidad al maltrato a la arbitrariedad y el abuso, a asumir un rol activo, a alzar la voz y no ser cómplices y/o participes silenciosos de la injusticia.

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