Minima Moralia

El escepticismo es, por consiguiente, el primer paso
hacia la verdad
D. Diderot

No entiendo por qué la gente se asusta de las
nuevas ideas. A mí me asustan las viejas
J. Cage
A lo largo de la historia, el aforismo ha sido una de las manifestaciones más importantes del espíritu, sirviendo como puente entre la filosofía y la literatura, formas de pensamiento que la antigüedad, por lo menos hasta Aristóteles, no separó por completo; el entramado entre filosofía, ciencia y poesía es una constante desde los presocráticos, pasando por Parménides o Empédocles, hasta Lucrecio, y aún, el propio Platón, pese a su intento por separar dichas formas de saber, remite, una y otra vez a ese vínculo indisoluble.

Definido como una expresión concisa, y utilizado ya como tal por Hipócrates, su objetivo es condensar una serie de pensamientos, casi siempre de carácter abstracto, sin “la prueba explícita” y sin los elementos que vinculen a uno y otro. Para algunos autores, el aforismo tiene, también, el objetivo de exponer de modo claro y exacto algún asunto particular; sin embargo, dicha definición no contempla el carácter paradojal y sorpresivo e, incluso, polisémico, que caracteriza al género desde la antigüedad hasta nuestros días. Sin duda, el género más próximo al aforismo- descontando su colindancia y singularidad con el epigrama y la sentencia, colindancia y singularidad que se irán perdiendo desde prácticamente sus orígenes-, es la poesía, pero, mientras que el universo de ésta es la concreción y la imagen, el de el primero es la abstracción y el malabarismo intelectual. El aforismo no desdeña, por supuesto, ni el juego verbal, ni el ritmo, tampoco, como algunas tendencias poéticas, la analogía. A diferencia de la filosofía, el aforismo abjura toda mirada sistemática sobre el mundo; por el contrario, su singularidad descansa en una especie de iluminación momentánea. De ahí que pase también como una revelación profana, en el sentido que apueste por extraer el lado de sombra de un objeto o una idea determinadas. Como la poesía, puede también asociar dos objetos distantes, centrándose en el chisporroteo que el acercamiento de dichos objetos provoca.

Éticamente, podríamos definir al aforismo como una forma de conocimiento que escapa, casi siempre, a las formas políticamente correctas de saber. Su carácter eminentemente fragmentario obedece, como lo señaló Adorno respecto a su Minima Moralia, a la expresión de una conciencia desgarrada. Sí, de alguna manera, el aforismo expresa, casi siempre, la incomodidad del sujeto frente al mundo.

Aunque de origen heleno (véase por ejemplo la antología palatina), será el mundo latino y, particularmente los estoicos, el que otorgue al género aforístico, sea a través de la sentencia o el epigrama un carácter fundamentalmente moral, sin desconocer, como contrapunto, los breves textos amatorios producidos en Pompeya, algunos momentos de la obra, también erótica de Ovidio y Catulo, todos ellos de carácter eminentemente aforístico o epigramático; Catulo hizo del epigrama el arma más corrosiva contra la mendicidad de su época; Marcial llevará al epigrama a límites expresivos y temáticos nunca vistos; Séneca abrevó en la sentencia de carácter eminentemente moral. La diferencia fundamental entre el epigrama y la sentencia descansa en el amplio radio temático que alcanza el primero, desde la propia sentencia moral hasta la crítica artística, y sobre todo, la impronta irónica y lúdica, respecto a la segunda.

Esa tendencia moral permanecerá hasta el Renacimiento y sus postrimerías, periodo en el cual se acentúa, dentro del mismo género, la reflexión sobre la relación entre el individuo y el poder. La Rochefoucauld sería el epígono de este creciente conflicto entre el sujeto y el mundo que marcará una de las constantes del aforismo a lo largo de la modernidad. No podemos dejar de destacar la importancia del aforismo a lo largo del periodo renacentista en autores tan dispares como Baltasar Gracián o Maquiavelo; tal vez, Miguel de Molinos, en ciertos momentos pueda acercarse al aforismo. El pensamiento de Pascal tiene el cometido de poner en entredicho- y un aforismo es siempre un entredicho; el sujeto entredicho del Psicoanálisis-, las nacientes pretensiones imperiales del sujeto cartesiano. Lo que comparten estos autores renacentistas es el denominador común de una conciencia desdichada, misma que alimentará al género aforístico a lo largo de su historia. Por otra parte, no podemos dejar de señalar el nexo indisoluble entre aforismo y ensayo, entendido éste como el género por excelencia de la modernidad; es indiscutible el apoyo que encuentra Montaigne en las formas aforísticas clásicas- y no sólo pienso en el orden temático sino, fundamentalmente, en el formal- para la realización de sus ensayos. Hay que señalar, también, respecto a la naciente modernidad, que ésta introduce un doble proceso de relativización, tanto de la sentencia o máxima, como de la autoridad que la dicta. No es gratuito ni casual que a esas formas el propio Quevedo las haya dado el nombre de “migajas sentenciosas”. Relativización que pasa, a su vez, por el reconocimiento de la pluralidad, la tolerancia y la necesidad de un ejercicio permanentemente crítico y renovador. El caso de Erasmo es el ejemplo más acabado de ese nuevo espíritu de los tiempos que se imprime tanto a la forma aforística como a la ensayística.

Quizá sean Lichtemberg y Novalis- el caso de Goethe se cuece aparte- los autores de la Ilustación y el Romanticismo, respectivamente, que mejor demarquen las dos grandes líneas que el aforismo seguiría a lo largo del siglo XX: una línea profundamente desacralizada y, otra, de carácter eminentemente religioso. Pero además, el caso de Lichtemberg revela, como pocos, la conciencia sobre el carácter asistemático del aforismo respecto al tratado ilustrado. No sería exagerado pensar en Lichtemberg como el antiKant del periodo, pese a los puntos de coincidencia entre ambos. En cuanto a Novalis, además de su intento por fundir ciencia poesía y religión, revela la creciente sospecha romántica sobre los valores de la propia modernidad y que alcanzará en los aforismos de Hamann o de Chateaubriand la cima del pensamiento “reaccionario”.Siguiendo el testamento aforístico y religioso de Novalis, Ch. Peguy será el heredero más importante de esa tradición católica en el S. XX.

Quizá no sobre explicitar que, si algo alimenta al género aforístico, es la sospecha; sospecha sobre la condición humana y sus obras. Precisamente, el carácter moral del aforismo apela, en un primer momento, a la fragilidad de nuestra condición y, a partir de la modernidad, la duda sobre el progreso humano y sus sucedáneos; los fragmentos de N. Chamfort, en las postrimerías del S. XVIII son la expresión más clara del escepticismo frente a la marcha de la historia. Igualmente, no es gratuito que uno de los grandes maestros de la sospecha, como Schopenhauer, haya recurrido al aforismo como vehículo privilegiado de expresión, añadiendo a él un matiz profundamente misógino y que marcará una parte importantísima del género. El vaciamiento de lo sagrado en la modernidad, y que perfila en gran parte el pensamiento poético de Hölderlin, impactará, de modo similar en el aforismo; la “muerte de dios” será uno de los temas que, con mayor fuerza y por distintos caminos, alimente al género durante el siglo XX, desde Nietzsche hasta Cioran e, incluso, Caraco, autor que, retrospectivamente, junto a Marco Aurelio, ha hecho del aforismo el mejor medio de meditación sobre la muerte, y cuyo pesimismo y acidez rebasan, con mucho, al del propio Cioran. De igual modo, como ningún otro creador de aforismos, Caraco nos ha ofrecido una mirada tan apocalíptica sobre la experiencia urbana moderna., renovando, también, las tragedias de Edipo y Hamlet.

La pasada centuria vio, además, la recuperación del aforismo para la poesía; pensemos, solamente en Celan, Char y Jabés; en nuestra América, Juarroz, cuyo antecedente más importante es, sin duda, Antonio Porchia.

Pese a que podría pensarse que aforismo constituye un género menor, la importancia que adquirió en autores como Valery o Schnitzler, revelan su centralidad en relación al resto de su obra.

Hay también, a lo largo del siglo pasado, una tendencia en ciertos autores, como Wilde, en convertir al aforismo en un objeto eminentemente estético, preocupado no sólo por lo que pueda revelarse a través de él, sino y, fundamentalmente, por el proceso de subjetivización que implica la percepción del mundo. El caso de Wilde es particular, dado el carácter casi siempre objetivo que se le intenta imprimir al aforismo. Resaltar el carácter estético de ese autor, no equivale a subestimar la precisión que requiere el género, ni mucho la importancia del sujeto en él. Al igual que la poesía, el aforismo siempre nos intenta ofrecer una mirada diferente de lo siempre visto. Como contraparte de ese esteticismo, Flaubert y, posteriormente, Musil, llevan el aforismo a una zona insospechada entre la ironía y el desgarramiento; el tema de la estupidez humana es el centro de la obra de ambos, como el Elogio, de Erasmo

A lo largo del siglo XX, el aforismo cobra un lugar central en la creación artística y filosófica; no es gratuito que Las tesis de filosofía de la historia, y otros textos de Benjamín, hayan sido escritos en el género, o que la aspiración alcanzada de R. Barthes haya sido escribir un libro sin “costuras”, sin autor, hecho con la pedacería de múltiples citas, como es el caso de sus Fragmentos de un discurso amoroso, y cuyo prólogo, solamente, vale todo el libro.

También hay que señalar La escritura del desastre, de M. Blanchot, como otra de las grandes obras filosóficas contemporáneas, en clave aforística. G. Perros convirtió al aforismo en un destino tanto ético como estético; sus Papeles pegados, aún sin traducir por completo al español, además de su originalidad, compendian un profundo conocimiento de la historia del aforismo en Occidente. Introduzco una moción antes de continuar: partiendo de Benjamín y Barthes y Perros, pero extendiendo su ejemplo a un radio más amplio, si algo caracteriza, también, al aforismo es su carácter de palimpsesto, de trasiego.

En lengua alemana, recordemos que prácticamente la totalidad de la obra de Wittgenstein está escrita en aforismos. No es menor la importancia que le otorgaron al género mencionado otros dos de los grandes escritores de la lengua alemana del siglo XX: E. Jünger y G. Benn. Aunque nadie me desmentirá si afirmo, contundente, que el gran libro de aforismos de la pasada centuria es el Libro del desasosiego, de F. Pessoa.

Desgraciadamente, en México, el género ha sido poco concurrido. Edmundo O´Gorman y Jaime Moreno Villarreal, y más recientemente J. Fernández Granados, son la excepción. Hay que distinguir, con precisión el aforismo como entidad autónoma, pensado y escrito como tal, de ciertas formas aforísticas que aparecen en otros contextos, como es el caso de los aforismos de Cervantes dentro del Quijote, o el de los aforismos de Proust en La recuperación del tiempo perdido, por citar sólo dos ejemplos.

A propósito, no he tocado el tema del aforismo en otras tradiciones culturales. Sin embargo, el género es particularmente importante tanto para el Budismo, como para el Islam y la Cábala; Confucio eligió al aforismo como forma de transmisión. El Corán y el Zohar, respectivamente, responden, en gran medida a esa forma de expresión.

Difícilmente se puede agotar, en un espaciocomo éste, un tema tan complejo e inexplorado como el que he pretendido abordar; seguramente he pasado por alto muchos autores relevantes para el género y muchos problemas en torno a él. Escribo apoyado únicamente en mi memoria y, de seguro, otros tendrán que colmar sus huecos y precisar un sin fin de matices, pero el presente texto puede servir como preámbulo para seguir una discusión que no ha tenido lugar en Puebla, Después de todo, no debería ser otro el objetivo del periodismo, que abrir brechas para que muchos más continúen su camino.
Coda

El día de ayer se produjo la última máquina de escribir en el mundo. Inexplicablemente, la noticia ha pasado desapercibida y no ha merecido los comentarios que merece. La escritura en máquina de escribir determinó, durante siglos, una relación particular con la escritura, la memoria y los otros. Ahora sí llegamos al final de la Galaxia Gutemberg, y con ello a un trastocamiento global de lo que entendimos por cultura. Los efectos de dicho trastocamiento, pese a los esfuerzos de Mc Luhan y otros por conceptualizarlos, apenas empezamos a sentirlos.

En algún lugar de Puebla, a 29 de abril del 2011

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Fuente: http://e-consulta.com/portal/index.php?option=com_k2&view=item&id=7930:minima-moralia&Itemid=334

MEXICO. 1º de mayo de 2011



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Una respuesta a "Minima Moralia"

  1. Excelente reflexion, inteligentemente expuesta, deja en el espiritu una agradable sensacion de la relacion entre ciencia, filosofia, mertafisica, y el hombre para dar cuenta del mundo, para explicarlo.

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