Nietzsche transpersonal


A Nietzsche se le conoce mal y se le tergiversa mucho. Crítico del budismo de Schopenhauer, al tenerlo por vida en retirada, impulsa paradójicamente una espiritualidad afín al budismo (o al mindfullness): atención plena hacia la vida y desidentificación de lo que le es hostil.
La aceptación íntegra vital (sufrimientos, azares, errores, horrores) era su núcleo central de todo valor moral. Entendía –como la tradición clásica–, que la sabiduría trata de vencer la resistencia de las pasiones para obligarlas a servir a vida y moral y hacer de éstas algo luminoso y deseable mediante la aceptación de la realidad tal como se presenta, desmontando críticamente la construcción de realidades imaginarias a la medida de los deseos frustrados y la supervivencia, suplantación que sabemos inevitable para adaptarse a una sociedad que la promueve y favorece ya desde la familia, pero que adultera la naturaleza propia en favor de útiles ficciones sociales de competencia, prestigio, poder, etc., es decir cuánto apuntala al yo frente al otro en la vida cotidiana.

Nietzsche apuntaba al callado silencio del Ser, próximo a la gran tradición que desde el mundo clásico instruía en la “desidentificación” (mejor que “desapego”) de las pasiones que nos agitan, causan nuestra infelicidad y aplastan el principio saludable de la vida en crecimiento. Para él la principal manifestación del amor a sí mismo, fundamento de la vida virtuosa (tan descalificada como “egoísmo”), era la superación de sí, sin la que la vida no tendría sentido, y cuyo indispensable punto de partida era la aceptación de sí (dificultada por las éticas dualistas, a las que Nietzsche opone su sabiduría de los opuestos), algo imposible sin un “sabio olvido” del pasado serenamente aceptado como necesario, pues el amor fati al propio destino es preciso a la vida en crecimiento. Se llegaría así a la lucidez del Orfeo que no teme al abismo y se adentra en él disolviendo con música las sombras melancólicas del pasado. Sólo el paralizador mirar una sola vez hacia atrás le impide el rescate de su amada Eurídice de la vida traicionada. Sabe Nietzsche que sólo este deber impuesto a sí mismo es virtuoso: un quererse y un querer lo mejor para sí transmutando en vida consciente la vida ficticia sin más significado que las rutinas en fuga del sufrimiento en procura de la “felicidad”. En el fuego del autor del Anticristo arde así paradójicamente con tanta o mayor intensidad que entre los grandes santos el noble anhelo de una vida elevada.

Fuente: http://www.elcorreogallego.es/opinion/ecg/jose-luis-bouza-alvarez-nietzsche-transpersonal/idEdicion-2014-10-28/idNoticia-897883/

28 de octubre de 2014. ESPAÑA



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