Simone Weil, amante de la filosofía y el trabajo rudo

Criticó los privilegios y arrogancia de los intelectuales. Casi 10 años después de su muerte se publicaron sus escritos. Simone Weil, fiera combatiente de la vida convencional.

Este 2009 se conmemora el centenario natal de la francesa Simone Weil: escritora, crítica social, activista y mística, descrita por su biógrafo Robert Coles como “una figura enigmática y enervante”, cuyo pensamiento dejó profunda huella en la cultura europea del siglo XX.

Simone Adolphine Weil nació en París el 3 de febrero de 1909, en el seno de una familia de profunda raigambre judía, perteneciente a la burguesía francesa.

Su breve e intensa vida (1909-1943) transcurrió entre los ecos finales del caso Dreyfus (militar judío alsaciano que en 1894 fue acusado injustamente de entregar información secreta a los alemanes) que dividió en dos a la opinión pública francesa, la Primera Guerra Mundial y el encumbramiento del nazismo, cuando Hitler dominaba Europa y millones de judíos eran asesinados en los campos de concentración.

Estudiante de filosofía, con una sólida formación clásica, que combinaba con un conocimiento cabal de las matemáticas, la física y la biología, Weil –describe Coles– “fue una intelectual de brillo excepcional cuyos intereses eran eminentemente los de la cultura europea superior.”

Durante un viaje que hizo a Alemania a principio de los años 30, se percató del camino que emprendía la sociedad y de lo que eso traería en un futuro no lejano. Plasmó sus impresiones en algunos artículos reconocidos por su notable lucidez. La compleja cuestión judía será uno de sus temas recurrentes.

A pesar de viajes constantes y el ambiente de guerra en que pasó su infancia, su apovechamiento fue notable. A los 19 años ingresó a la prestigiosa École Normale Superiéure, donde obtuvo el puntaje más alto de ingreso, seguida por otra Simone, apellidada De Beauvoir. En la École Normale leyó acuciosamente a Marx y adquirió la consciencia política que definió muchas de sus actividades posteriores: su pacifismo radical; su adhesión a las luchas sindicales de la época y su solidaridad con los obreros al grado de trabajar como obrera ella misma. Se desempeñó como empaquetadora, como operadora de una fresadora en la armadora automotriz Renault y fue trabajadora agrícola.

Con 20 años de edad “ya se había convertido en un crítico severo de los intelectuales, un crítico inflexible y áspero de lo que consideraba las maneras privilegiadas y arrogantes de éstos.”

Independiente y obstinada

Simone Weil estaba convencida –cuenta Robert Coles– de que “el trabajo físico duro era esencial para un intelectual, pues en caso contrario la mente quedaba demasiado ocupada consigo misma, demasiado alejada de las realidades concretas de la vida cotidiana, de las cargas que pesan sobre la mayor parte de la población de la Tierra.”

Para aliviar la fatiga por el trabajo físico que erosionaba su de por sí frágil salud, los padres de Weil la llevaron de vacaciones forzadas a Portugal, en 1935. Ahí, la imagen de una procesión de pescadores en honor de su santo patrono sembraron en ella interés por el cristianismo, que al paso del tiempo iría ganando un lugar preponderante en su pensamiento.

Escribe su biógrafo: “Comenzó a considerar las enseñanzas de Jesús y sus numerosos enigmas y acertijos.”

En 1936, al comienzo de la Guerra Civil española, tomó un tren hacia Barcelona para ponerse del lado de los republicanos. Por una quemadura accidental con aceite de cocina, tuvo que regresar a Francia dos meses más tarde.

Después de algunos viajes, a partir de 1937 el empeoramiento de su salud la incapacitó para realizar cualquier actividad que no fuera intelectual. Al cuidado de sus padres, se dedicó a leer, escribir, meditar y pensar. Ante el avance del nazismo en mayo de 1942 su familia abandonó Francia. En julio de ese año los Weil llegaron en calidad de asilados a Nueva York.

Pero fiel a su talante independiente y obstinado, Simone Weil renunció a la seguridad y comodidad del exilio e hizo un esfuerzo sobrehumano para volver a Europa y enrolarse en la resistencia francesa que se organizaba en Londres. Ahí pasó la Navidad de 1942, la última de su vida. En abril de 1943 le fue diagnosticada tuberculosis y debió ser internada en un hospital.

Weil falleció el 24 de agosto de 1943. Ninguno de sus libros fue publicado en vida de ella. Fue al terminar la guerra que los amigos que habían leído sus manuscritos, cartas y cuadernos de notas “comenzaron a pensar qué debían hacer con ellos, también con su memoria, como la de alguien cuya mente, corazón y alma –según creían– eran realmente excepcionales.”

Casi 10 años después se publicaron como artículos y libros. Entre los títulos que se dieron a conocer en español están Carta a un religioso, Ensayos sobre la condición obrera, Espera de Dios, La fuente griega, La gravedad y la gracia, Pensamientos desordenados acerca del amor de Dios y Raíces del existir.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2009/01/02/index.php?section=cultura&article=a05n1cul

MEXICO. Viernes, 02 de enero de 2009



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