Veinticinco años de Xavier Zubiri

Ahora hace un cuarto de siglo, un 21 de setiembre de 1983, moría en su casa de Madrid acompañado por su esposa Carmen Castro el mayor pensador sin duda que ha dado nuestra ciudad y uno de los mayores también del siglo XX, al decir de Alain Guy. Poco tiempo antes de expirar le decía al amigo y discípulo Diego Gracia, profesor de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense: «Yo quiero morir con plena conciencia». Y murió así en sus brazos.
La eucaristía y funeral en el aula magna de la Fundación Jiménez Díaz fue concelebrada por cinco sacerdotes, tres de los cuales eran filósofos y discípulos. Eran Baciero, Castro Cubells y López Quintás. Zubiri fue enterrado en el Cementerio Civil de Madrid en el que entró el féretro precedido de la cruz alzada. Le acompañaron en el sepelio personajes de la cultura como López Aranguren, Justino Azcárate, Botella Llusiá, Cristóbal Halffter, Rafael Lapesa y Antonio Tovar entre otros. Su muerte y sus exequias constituyeron todo un acontecimiento en aquel otoño incipiente de 1983.

No sé si los donostiarras hemos demostrado el justo aprecio por este incansable trabajador del pensamiento, nacido en la confluencia de la calle Hernani con el Boulevard a finales del siglo XIX y bautizado en la iglesia de Santa María en la cual también una vez ordenado sacerdote dijo su primera misa. Su vida transcurrió fuera de San Sebastián. Tan sólo acudía los veranos para pasar las vacaciones alojado con su esposa en el parador Carlos V de Fuenterrabía. Se le veía pasear por el Paseo Nuevo o sentado en el Dover en conversación con amigos íntimos.

Profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad Central formó parte de un claustro inigualado en la historia de la Facultad de Filosofía. José Gaos, Manuel García Morente y José Ortega y Gasset eran sus compañeros de docencia. El acervo científico, filosófico y literario de Zubiri era de veras fuera de serie. Fue adquirido a la vera de las mejores mentes de su tiempo como fueron los filósofos Bergson, Heidegger, Husserl y Ortega, los científicos Einstein, Max Planck y Schrödinger, de experto en lenguas orientales como Deimel, Labat y Benveniste. Su amigo Severo Ochoa solía contar cómo Zubiri les acompañó a él y a su esposa en una visita al museo del Louvre y cómo les iba descifrando el lenguaje asirio inscrito en algunos de los monumentos.

Pero entre todos los centros de la curiosidad intelectual de Xavier Zubiri hay uno que se llevó siempre la palma. Fue el tema de Dios. Hoy sabemos más de la fe agónica de nuestro pensador en una época bastante dilatada de su vida, semejante en alguna forma a la del también nuestro Miguel de Unamuno. Zubiri fue fuertemente tentado en su fe por la ola del modernismo de comienzos del siglo XX. Llegó a dudar seriamente del carácter divino de la persona de Cristo y de la Iglesia como institución cristiana. Sufrió mucho por ello por obra de los inquisidores de su tiempo. Le era muy difícil sintonizar con una Iglesia en España a la que miraba como ignorante y retrógrada, para nada a la altura de los tiempos. En un momento decisivo de su vida solicitó y obtuvo de Roma el paso al estado laical. Había sido empujado en exceso por parte de su familia hacia la carrera sacerdotal. Fue por el fin el Padre Xiberta, teólogo abierto y eminente el que salvó del naufragio la fe de Zubiri. Siempre le estuvo agradecido.

Pero por encima de todas estas peripecias Zubiri jamás dejó de lado el que constituía para él la cuestión de las cuestiones: el tema de Dios. Como hombre de pensamiento y siguiendo la senda de todos los pensadores que en el mundo han sido quería buscarle un fundamento racional a la creencia en Dios. Su primera y su última obra están dedicadas a este problema. «Naturaleza, hombre y Dios» y «El hombre y Dios». Las obras Intermedias son obras de epistemología destinadas a fundamentar su particular vía de legitimación de la creencia en Dios inspirada de una forma o de otra en la fenomenología de Husserl. El libro «El hombre y Dios» es el resultado de una esforzada ascensión hacia el que constituye la realidad suprema o mejor un descanso ininterrumpido hacia las profundidades del ser humano en donde habita Dios.

El problema de Dios para Zubiri no es otra cosa que el problema del hombre. Si el Dios de la filosofía escolástica y de la filosofía moderna a lo Descartes ha muerto, vive sin embargo el Dios que no es otra cosa que la profundidad de lo real, el Dios que no es aquél que trasciende las cosas sino el que trasciende en las mismas cosas. Nuestro filósofo se identifica con el Dios de San Agustín («Dios más íntimo a mí que mi propia intimidad»), de Teresa de Ávila y de Juan de la Cruz.

Esto le lleva a fórmulas que escandalizarán a más de uno como que «el hombre es un modo finito de ser Dios», «el hombre es un Dios a lo humano». Su pensamiento sobre Dios le llevó asimismo a contradecir aquello de que «extra ecclesiam nulla salus» y defender que todas las religiones son expresión del latido de Dios en el seno de una cultura».
Fuente: http://www.diariovasco.com/20080921/opinion/articulos-opinion/veinticinco-anos-xavier-zubiri-20080921.html

21.09.08



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