Viajando entre Platón y Julio Verne

Hace unos días un profesor de semiótica me dijo que jamás leía novelas. No sentía ninguna culpa ni curiosidad. Tan sólo no podía abordarlas.
Luego se refirió apasionadamente a algunos libros filosóficos que había estado leyendo. El entusiasmo que profería al citar ciertos párrafos lo puso en evidencia. Leía los ensayos como si fueran novelas. Obtenía de ellos una trama de ideas eslabonadas por la propia intriga del pensar. Luego me recomendó la nueva edición del libro de Thomas Sebeok, Holmes y Pierce, métodos de investigación , en el que precisamente, el autor cruza la agudeza de Sherlok Holmes con la precisión del matemático, astrónomo y químico, Charles S. Pierce. A su entender, en este pequeño libro, en vez de haber un protagonista conflictivo y fabuloso, se lucía la conjetura, como personaje principal.

Esta sugerencia me llevó a otro libro, recién publicado por Homo Sapiens: Justicia, filosofía y literatura , de Alain Badiou. Aquí el filósofo francés rastrea los momentos en los que la filosofía se vuelve toda una aventura, desde Platón hasta Heidegger. Como se trata de unas conferencias seguidas de charlas que Badiou dio en la Escuela de Filosofía de Rosario en 2004, el texto es ameno y provocador. Al hablar de la fundación de la filosofía, centrada en Sócrates, aprovechó su visita a la Argentina para citar la gafe de Menem cuando éste dijo que había leído las obras completas de Sócrates, desconociendo que el filósofo griego jamás llegó a escribir. El chiste le sirvió a Badiou para ironizar sobre la ignorancia, al tiempo que señalaba el origen oral de esta disciplina.

Por otra parte, refiriéndose a la figura del intelectual, tan cuestionada después de la Segunda Guerra Mundial -más precisamente, desde el macarthismo hasta la era de Bush-, Badiou apela a un ejemplo laboral. Cuenta que, en una empresa de industria química, se encontró con un cartelito que decía: “Aquí no hay genios, tan sólo especialistas”. La declinación del intelectual correspondería entonces al afán de especialización de la sociedad capitalista.

Esta forma de exclusión, la encuentra también en la propia filosofía. Así como Platón privaba a la poesía de un saber riguroso, Heidegger le otorgó a ésta un estatuto privilegiado. Badiou se divierte con la rivalidad que en distintas épocas se establece entre filosofía y poesía. Durante el fin del siglo XIX y el XX, frente a la crisis de la metafísica, algunos poetas consideraron que ellos estaban a cargo de la tarea del pensamiento, como Pessoa, Mandelstam, Rilke o René Char. “La tarea moderna del pensamiento filosófico debía estar asegurada por la poesía”, dice Badiou.

El libro ofrece conexiones originales entre filósofos, científicos, poetas y novelistas. Una de las más desopilantes, pero interesante de indagar, es la propuesta de que algunas de las premisas nietzscheanas se encuentran en las novelas de Julio Verne, sobre todo en Veinte mil leguas de viaje submarino, “de manera que los núcleos filosóficos estarían presentes, incluso, en la novelística popular”.

Quizás el profesor de semiótica se las ingenió para transitar por esos puentes imaginarios que se establecen entre los distintos modos de pensar; después de todo, como señala el propio Badiou, “La filosofía es útil como una diagonal entre los saberes, es siempre viajar con alguien a través del pensamiento”.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=979176



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