Vidal Peña: La razón siempre a salvo

Una potente reflexión que recorre la filosofía, la literatura, la historia, la música y encuentra algunas de las difíciles claves del tránsito entre la estética y la lógica.


La razón siempre a salvo recoge veintiséis escritos de Vidal Peña, de 1976 a 2009, de temáticas muy variadas: música, literatura, filosofía, polémicas culturales y autores diversos como Keats, Flaubert, Campoamor, Valera, Wagner, Kraus, Schopenhauer, Rousseau, Espinosa, Descartes, Platón, Aristóteles? Preciosa polifonía. Realidades culturales que el lector presiente muy difíciles de conectar. Sin embargo, se va viendo que no se trata de un libro recopilatorio o amalgamado, que es su primera apariencia. Y no nos referimos solo a esa identidad de estilo, construido a base de profundo saber, filológico, histórico, hermenéutico, de estilizados análisis, de argumentos donde la dialéctica de los conceptos evoluciona dramáticamente, porque las razones luchan entre sí como si se tratara de personajes de un drama. Vidal Peña escribe ensayo con el arte del novelista. Quien se decida a seguirle, que se prepare a entrenar su lucidez, la diversión está asegurada.



El aspecto de fondo contiene grandes resonancias escépticas, lleno de indagaciones siempre abiertas y de matices encabalgados, de sensibilidad para las ambigüedades y de abertura a lo complejo. No obstante, maestro de los recursos del antidogmatismo y de la duda metódica, en todas sus búsquedas hay tesis y afirmación y conclusión, aunque a veces, es verdad, tenuemente. Por ello, la razón, efectivamente, siempre queda a salvo.


La razón siempre a salvo se toma del título de uno de los veintiséis capítulos, dedicado a indagar en un texto de Platón donde el gran filósofo griego eleva las dudas sobre su propio sistema hasta el riesgo de la autodestrucción. Es el punto en el que Platón somete a la más despiadada crítica su propia teoría de las ideas en el Parménides. En este momento de irracional amenaza, quebrada aparentemente la sintaxis lógica que concilie las ideas con las cosas, se apela al imperativo práctico de la supervivencia: «no es posible vivir sin razón».



Cada uno de estos veintiséis escritos tiene valor por sí mismo, sin embargo el lector que los va uniendo puede ir constatando que son partes de una misma estructura artesanal. Se trata persistentemente de los recorridos de «la razón», siempre escurridiza, difícil de seguir, pero que deja señales y vías abiertas. La razón puede tener fama de monótona, repetitiva y plana, pero es sobre todo dinámica, plural y paradójica. La razón es dialéctica y la dialéctica contiene planos y sentidos plurales, no arbitrarios pero tampoco apresados en un rígido cliché.



Varias tesis se van delineando a lo largo de estos treinta y tres años de reflexión, y una de las más potentes es, según he visto, la sintonía que existe entre los temas lógicos y los estéticos; para mí, una de las tareas más acuciantes que tiene pendiente la filosofía de nuestro tiempo. Al adentrarnos en esta problemática, advertimos que en la filosofía de Vidal Peña se trata más de un «lugar natural» donde discurre su pensamiento que de un propósito temático.



Se vale de Descartes para mostrar lo que tienen en común la metáfora y el razonamiento deductivo. La metáfora no es ajena al método racional, no es una de sus alternativas, sino un componente esencial del mismo pensamiento deductivo, a través de la proporcionalidad, lugar de la intuición, sin la cual no es posible la deducción.



Podemos reparar también, en este chequeo a escala periodística, en la aproximación que hace entre el lógico Hegel y el esteta Flaubert. Las lecturas de la Fenomenología del espíritu y de Bouvard et Pécuchet pueden enriquecerse recíprocamente porque ambas obras, antitéticas en apariencia, se iluminan la una a la otra. La historia heroica de la razón hegeliana y la historia de los dos antihéroes flaubertianos transitan un mismo sentido de dos direcciones.



De igual modo, el metafísico Aristóteles y el romántico J. Keats pueden estar tratando de lo mismo: la construcción esteticista de un poema de Keats («Oda a una urna griega») comparte callada y paradójicamente la semántica de la filosofía del Estagirita. La «quietud de lo móvil» o la inmortalización del pasado que expresa el dibujo de la urna griega cantado por Keats encaja con los supuestos de la estética aristotélica, que el poeta inglés por otra parte no necesita conocer.



Otro momento estelar del tránsito entre lo estético y lo lógico se produce cuando, frente a «Mairena», no cree excluyentes la lógica y la lírica. Para Machado, los buenos poetas lo son por su lírica y los malos porque se contaminan de lógica. Las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, son ejemplo de sentimiento verdaderamente lírico sobre la fugacidad del tiempo y la futilidad de las cosas, mientras que el soneto de Calderón de idéntica temática, funcionaría más como una lógica rimada. Vidal Peña, sin pretender dogmatizar sobre gustos poéticos, analiza el «¿Qué se hicieron las damas, / sus tocados, sus vestidos, / sus olores?,», etcétera, de Manrique, y el «Estas que fueron pompa y alegría, / despertando al albor de la mañana, / a la tarde serán lástima vana/ durmiendo en brazos de la noche fría», etcétera, de Calderón, y no estima que sean dos casos contrapuestos, el bueno y el malo, el primero de lirismo exento de silogismo, y el segundo de simples ideas puestas en verso; para ello rastrea el poema de Manrique, dotado de estructura lógica, y el soneto de Calderón, y sus elementos líricos.



Como es de suponer, la aproximación entre los fenómenos estéticos y los lógicos quedan en primerísimo plano en los artículos dedicados a temas musicales: Fidelio, La flauta mágica, Don Giovanni? Verdaderos sabrosos bocados.



El juego dialéctico entre la lógica y la estética, se hace extensible, de algún modo, a las relaciones razón/pasión, donde el par «Ética geométrica»/«Deseo» de Espinosa funciona como un magnífico prototipo. También se extiende a otros pares de conceptos tensionales como el de naturaleza/cultura. Finalizaremos la recogida de tantos y tantos ejemplos como hay, con este último. La ramplona filosofía que Rousseau exhibe muy a menudo, cuando defiende al yo «natural» frente a la supuesta degeneración de la cultura, queda desmantelada con un golpe fulgurante, ejecutado sin mayores estridencias, al apelar a Sade, coetáneo de Rousseau, como una plausible ejemplificación de esa «naturaleza pura», que podría encarnarse en Justine, heroína pura y natural, pero cuyas desventuras son una ironía despiadada acerca de la «bondad natural». ¿El ejemplo de esa buena «naturaleza humana» iría a buscarlo Rousseau, tal vez, en las prácticas sexuales más aberrantes?
Fuente: http://www.lne.es/cultura/2012/02/13/vidal-pena-razon-salvo/1198369.html

13 de febrero de 2012



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