El miedo en el nuevo milenio: Un abordaje antropológico para comprender la postmodernidad

Soren Kierkegaard y la culpa
Gran parte de las obras de Kierkegaard rondan alrededor de la fe religiosa y la sanción ético-moral cristiana como es el caso de Temor y Temblor, y la angustia que experimentan los hombres al enfrentarse a una decisión. A continuación se analizarán tres de sus trabajos tales como: a) Tratado de la tragedia, b) Tratado de la desesperación y c) Temor y temblor. Originalmente, desde la época clásica la mayoría de los estetas adoptaron la definición aristotélica de la tragedia sin ningún cuestionamiento. Kierkegaard distingue la tragedia antigua de la moderna por la falta de responsabilidad que asume el héroe en las narraciones. Según su punto de vista, la modernidad parece lo suficientemente melancólica como para reconocer la responsabilidad, aun cuando pocas personas la ejerzan. De esta forma, la aplicación de la autoridad se disocia de la responsabilidad tanto del momento, como del cargo. Este hecho en su máxima expresión es el aislamiento y debilitamiento del Estado moderno. Si para Aristóteles de Estagira, las razones “de ser de la tragedia” son el razonamiento, carácter y fin con arreglo a una sustancial indiferencia hacia la acción individual, la tragedia moderna –por el contrario dota a su héroe de una conciencia reflexiva aislada del Estado y la Familia.

A diferencia de F. Nietzsche que veía a la culpa como un mecanismo ideológico de dominación y adoctrinamiento, en Kierkegaard la culpa se comporta como un componente ético fundido en la reflexibilidad del sujeto. En consecuencia, el sufrimiento asociado a la piedad y la culpa dan origen a la tragedia. La tesis principal del autor es que el hombre moderno supedita la responsabilidad a la acción de cada uno pasando de la pena, según la conceptualización antigua, al dolor (pero sin un destino fijo). Sin embargo, cuando este dolor es cubierto surge la angustia. Como más tarde concordarán Heidegger y Sartre, Kierkegaard afirma: “pues la angustia es una reflexión, por lo que se distingue específicamente de la pena. La angustia es el sentido por el cual el individuo se hace de la pena y la incorpora. La angustia es la fuerza del movimiento por el que la pena se asienta en el corazón humano (Kierkegaard, 2005: 52).

En otro de sus trabajos – Sygdomen til Doeden- traducido al español como Tratado de la Desesperación, Kierkegaard sostiene que existen dos tipos de angustia (traducido como desesperación), una real y otra virtual. Es por demás interesante el vínculo entre la enfermedad (mortal) y la desesperación que en el capítulo tercero hace Kierkegaard y resume en la pregunta: si supiéramos que vamos a vivir sufriendo ¿no desearíamos morir?; ésta sería una pregunta implícita en el desarrollo del autor, ya que no sólo la enfermedad mortal es la desesperación sino que además es la desesperanza en vida la que plantea un escape hacia la muerte. Así, el sujeto se constituye sobre la base de una relación dialéctica entre dos opuestos, vida y muerte, recurriendo a una u a otra según sus conveniencias.

La desesperanza es justamente la negación de la muerte; la desesperación puede ser entendida como “la discordancia interna de una síntesis; cuya relación se refiere a sí misma. Pero la síntesis no es la discordancia, no es más que lo posible o también ella lo implica (…) Dios, haciendo del hombre esa relación tiene que dirigirse. Esta relación es el espíritu, el yo, y allí yace la responsabilidad, de la cual depende siempre toda desesperación, en tanto que existe; por lo tanto depende, a pesar de los discursos y del ingenio de los desesperados para engañarse y engañar a los demás tomándola por una desgracia” (Kierkegaard, 2006: 18). Pero existe, dice Kierkegaard, una forma de desesperación que niega lo infinito y, por lo tanto, se niega así mismo, se hace parte de un ganado cargándose de asuntos que no le corresponden y olvidándose de sí (ibid: 36).

En este sentido, la ambición desmedida de ser otro que no somos con más riqueza, poder o carisma es una empresa que, si fallase, nos conduciría a la desesperación en un doble sentido reforzante: no somos quien queremos ser, sino nosotros mismos y por ello nos odiamos; pero ese odio no cambia lo que somos. En parte, es un error suponer que el desesperado destruye su yo, mas es precisamente por no poder hacerlo que realmente desespera. En consecuencia, la desesperación se encuentra siempre presente en el sujeto como parte de su naturaleza. En su planteo posterior, el filósofo danés sugiere que si el progreso no se lleva a cabo desde la imaginación que sustenta a los sentimientos del yo, entonces ese conocer, puede torna-se monstruoso. De esta forma, los hombres se someten a la enajenación de “su yo” cuando desean ser aceptados por otros, a la vez que olvidándose de sí mismos pueden abrazar-se con mayor seguridad; pero esa seguridad nada tiene que ver con la creciente angustia que sienten y no hay medios que ayuden a reducirla. Tal es la desesperación de la finitud sometida al egoísmo u otras causas, que los progresos de la conciencia cavan hondo en la desesperación. En parte, los sentidos y los placeres tanto así como la ignorancia pueden mantenerla oculta durante un tiempo y entonces cuando el enfermo se ve aliviado del dolor originado por los síntomas, irrumpe la enfermedad con mayor virulencia.

Cuando el hombre no reconoce otro “yo” más que el de la vida exterior y el hábito, se transforma en un “hombre de lo inmediato” cuyo desprecio es tan grande como la diferencia entre el exterior y su propio yo (desesperación-debilidad). Cuando el hombre-de-lo-inmediato desespera no se reconoce a sí mismo; cuéntase, dice Kierkegaard, que un campesino llegó a la ciudad descalzo y ganó tantas monedas que no sólo pudo comprarse calzado sino que se emborrachó; cuenta el autor que intentó regresar pero fatigado se acostó en medio del camino; entonces, un cochero que quería pasar por el camino le gritó que se apartara, el campesino se despertó y mirando sus piernas le respondió: ¡pasa cuando quieras esas piernas no son mías!; este ejemplo ayuda al autor a explicar la actitud del hombre de lo inmediato cuando desespera (Kierkegaard, 2006: 52).

Finalmente, Kierkegaard introduce la figura del temor como una forma de abandonarse hacia lo infinito, o hacia la “nada heideggeriana o sartriana”. Sin embargo a diferencia del existencialismo agnóstico, en Kierkegaard ese abandono, no es otra cosa que el encuentro del hombre y su finitud con la trascendencia infinita. En Temor y Temblor (2003), el autor afirma que los límites de la Fe van más allá de la locura o de la angustia; usando como ejemplo a Abraham quien casi sacrifica a su propio hijo en honor a Dios, Kierkegaard sugiere que “la conducta de Abraham desde el punto de vista moral se expresa diciendo que quiso matar a su hijo, y, desde el punto de vista religioso, que quiso sacrificarlo; es en esta contradicción donde reside la angustia capaz de dejarnos entregados al insomnio y sin la cual, sin embargo, Abraham no es el hombre que es” (Kierkegaard, 2003: 35).

De esta cita se desprenden dos interpretaciones: en su naturaleza no estética la fe no permite mirar a la imposibilidad de frente sino que presupone la propia resignación ante lo trágico, ante la desgracia. La fe es una especie de consuelo frente a la finitud y la limitación; en un punto, utilizo mis fuerzas para renunciar al mundo y por eso no puedo recobrarlo; pero a la vez recibo lo resignado en “virtud de lo absurdo”. El temor y la ansiedad surgen como respuestas cuando el sujeto se abandona a lo individual y en consecuencia se desprende de lo infinito. Esta paradoja a la cual se refiere el autor no es otra cosa que la pérdida de la razón; en efecto, la fe comienza donde sucumbe la razón y por su intervención nace una suspensión teleológica de lo moral. Sin embargo, cuando el sujeto reivindica su individualidad frente a la generalidad entonces peca. Por lo tanto, el pecado no es más que un reclamo por lo propio que contradice las reglas de la eternidad (Kierkegaard, 2003: 66). Explica Maldonado Ortega que, a diferencia de Sócrates y Platón quienes sugerían que la filosofía iba tras el recuerdo, para Kierkegaard la filosofía debe enfocarse en la “repetición”; no obstante, la verdadera repetición acontece en el “estadio religioso” al cual se accede únicamente por el absurdo. Citando a León Chejov escribe Maldonado Ortega, la angustia en Kierkegaard surge del pecado original y del estado de libertad otorgado a Adán y Eva (Maldonado Ortega, 2001: 106).

En resumen, las contribuciones de Kierkegaard al tema en estudio versan en las siguientes líneas:

a) la solidaridad en la modernidad se encuentra debilitada por el aislacionismo y el culto al número;
b) el número tiene como característica principal partir lo similar en algo diferente (Kierkegaard, 2005: 16-19);
c) a diferencia de los animales, sólo el hombre se angustia por tener conciencia de la responsabilidad y tener la habilidad de sustituir continuamente el presente por un pasado;
d) la desesperación es la negación de la eternidad del hombre, a la vez que negada siempre regresa a él y entonces desespera, –o bien una vez negada cae en la desesperanza de no poder acceder a la eternidad desesperación inconsciente, o bien de aceptarla cae en una desesperación consciente (Kierkegaard, 2006: 15-18);
e) la desesperación por la pérdida –de algo u otro parte de uno mismo y no por la separación en sí sino que por tener que seguir viviendo sin-el-otro-yo; mas en mí ese otro es recordado (Kierkegaard, 2006: 23); el temerario percibe un peligro y se dirige a éste con la esperanza de ser ayudado, mas sucumbe, mientras que el creyente, por su fe-en, confía abandonándose a la idea de-la-no-pérdida (Ibíd.: 40-45);
f) el joven vive en la ilusión de cara a toda una vida mientras el anciano vive del recuerdo y esa ilusión se reduce a la forma en que la juventud es recordada, la pérdida se soporta en mayor medida cuando pasan los años. Sin embargo ambos desesperan de diferente forma, los ancianos lo hacen en el arrepentimiento de lo vivido mientras los jóvenes en la incomprensión de su futuro (Kierkegaard, 2006:56-57). Luego de la voluminosa pero obligatoria revisión bibliográfica del tema, a continuación analizaremos el sentimiento de angustia reflejado en los recortes periodísticos argentinos con respecto a la gripe A, (bautizada originalmente como gripe porcina) producto del virus H1N1.
Fuente: http://www.eumed.net/libros/2010a/660/Soren%20Kierkegaard%20y%20la%20culpa.htm

24 de marzo de 2010



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