De la crítica

¿Qué es la crítica? Tiene que ver con el iluminismo. En un texto brillante Emmanuel Kant expone su respuesta a lapregunta ¿Qué es el iluminismo? En otro texto brillante Michel Foucault expone un análisis minucioso de ¿Qué es el iluminismo?, el libro aludido de Kant. Para Kant, el iluminismo es la crítica, y la crítica es la razón, la única autoridad posible. Michel Foucault encuentra en el análisis de Kant la iluminación de las condiciones de posibilidad de la experiencia y el conocimiento, sobre todo el papel de la crítica, que pone bajo su observación iluminista todo. Nada puede explicarse sin esta labor crítica de la razón. Estamos con Kant en plena modernidad, sobre todo en la elocuencia de la filosofía moderna. Estamos con Foucault en la modernidad tardía o, si se quiere, en su clausura. Foucault despliega un iluminismo del iluminismo, una crítica de la crítica, una crítica de la modernidad.

Filosóficamente la crítica viene a ser el iluminismo. La razón es el enfant terrible, el demoledor de mitos. Si los discursos son narrativas y si las narrativas son tramas, la crítica puede interpretarse como una contra-trama; desmantela la trama, la secuencia de la trama, la lógica de la trama, sus conexiones, que supuestamente llevan al desenlace. La crítica, entonces, deshila la trama; convierte a la trama en lo que es, una invención. Sin embargo, sobre todo busca explicarse la trama, por qué está compuesta de esa forma, además comprende que pueden darse otras composiciones; incluso puede sugerir que la trama se explica por sus condiciones de posibilidad, que se encuentran fuera de la trama. La crítica comprende la composición de la trama, sus articulaciones, su funcionamiento y su estructura. Ciertamente hay distintas modalidades de crítica, según las corrientes filosóficas, las corrientes teóricas, de acuerdo a su vinculación con la interpelación política, también de acuerdo a su vinculación a la crítica de la “ideología”. Así mismo, hay crítica especializada, como la crítica literaria, la crítica del arte. De esta manera, la crítica se convierte en un modo de relacionarse con las obras. Tanto una crítica como la otra, la crítica especializada y la crítica filosófica, comparten un manejo analítico, incluso integral, de su referente, sea una formación discursiva o una obra de literatura o de arte. La crítica, en este sentido, es una interpretación, es decir, una hermenéutica. Interpreta el texto en el contexto.

Fuera de esta práctica de la crítica, en sentido pleno de la palabra, se llama “crítica” a opiniones, a exposiciones de puntos de vista, que, generalmente son provisionales. Desde nuestra perspectiva, este es un abuso del término, que más que aclarar, confunde. La opinión, como decía Habermas, es raciocinio; puesta en cuestión, que más tiene que ver con la libertad de expresión y la libertad de pensamiento; si se quiere, tiene que ver con la democracia, el ejercicio democrático. Vamos a llamar a esta “crítica”, sin quitarle el nombre, que es, en realidad, una pretensión, opinión política. No estamos hablando de opinión pública. No negamos la contribución de la opinión política en el debate, tenga la posición que tenga; empero, no se la puede confundir con la crítica, en pleno sentido de la palabra.

Toda obra, ahora hablando de obras en general, sean filosóficas, teóricas, históricas, literarias, de arte, es susceptible de crítica. La crítica se relaciona con la obra como su interpretación, también su desmontaje, incluso, su deconstrucción; entonces la obra es comprendida, no sólo como lenguaje, incluyendo el lenguaje de la imagen, sino como composición y estructura. En otras palabras, la crítica pone en suspenso la obra. La opinión política no hace esto, no pone en suspenso la obra, no la comprende como composición, como estructura, no la desmenuza. La opinión política opone unos puntos de vista a otros, entra en polémica, para afirmar sus creencias. Si se quiere, frente a la “ideología” de la obra opone la “ideología” política del opinador. Esto es democrático, esto contribuye al debate político; sin embargo, nada tiene que ver con la contribución a la comprensión de la obra en cuestión. Mas bien, atiborra la comprensión de la obra, compartamos o no con ella sus premisas y sus conclusiones.

A nosotros nos interesa debatir sobre comprensiones de la obra de Zavaleta, comprensiones que pueden ser históricas y teóricas distintas; sin embargo, estas distintas comprensiones ayudan en la interpretación de nunca acabar, como les gusta hablar a los hermenéuticos. En otras palabras coadyuvan a la interpretación de la obra, aunque las interpretaciones singulares sean polémicas. Desde esta perspectiva, encontramos poco útil el debate de las opiniones políticas. Creemos que toda interpretación es política, en pleno sentido de la palabra, por la toma de posición; sin embargo, la opinión política se circunscribe en la política en sentido restringido. Para decir algo, pelean las pequeñas verdades, antepone unos prejuicios a otros. Esto puede ser concurrente en el campo del debate mediático; empero, no contribuye a esclarecer la comprensión de la narrativa, la composición, la estructura teórica de una obra, compartamos o no con ella.

Se pude usar a un autor de distintas maneras, políticamente, para legitimar actos políticos, o, al contrario, para deslegitimar los mismos u otros actos políticos. Se lo puede usar como dispositivo de la “ideología”, se lo puede usar para descalificar al autor, descalificando, en consecuencia, a los que se quiere interpelar. Todo esto son usos del autor, de su obra o fragmentos de su obra con objetivos políticos, en sentido restringido, no como tarea de la crítica. Nuestras observaciones no cuestionan tal o cual opinión política del opinador político. Lo que hacemos es distinguir la crítica de la opinión política, aunque la segunda contribuya a la democracia.

La obra de Zavaleta es importante para comprender cómo pensamos o, mas bien, como pensábamos los bolivianos, si se quiere, unos bolivianos, así como es importante la obra de Alcides Arguedas para comprender como piensan otros bolivianos. Cómo ambas formaciones discursivas se conectan, se entrelazan, se contrastan, forman parte de lo que llamamos la episteme boliviana. En este sentido, es indispensable una comprensión estructural de las obras, para entender formas de pensar de un pueblo, diferenciado en sus estratos encontrados. Si desatendemos esta exigencia, estamos en otra cosa, no en la crítica, en pleno sentido de la palabra.

No se trata de convertir a un autor en un mito, precisamente cuando criticamos los mitos. Se lo puede hacer de dos formas; primero, haciendo del autor una apología, convirtiéndolo en el referente de un paradigma; segundo, también convirtiendo al autor en execrable, en el responsable de una “ideología”, la que se considera, desde un punto de vista, de autoritaria. Todo hombre o mujer es, de alguna manera, hijo e hija de su época. No escapa a la “ideología”, no escapa a los presupuestos, sobre todo no escapa a las luchas, al campo de fuerzas político. En este sentido, convierte sus prejuicios en presupuestos, sus presupuestos en premisas, que juegan un papel constructivo en su propia narrativa. Un autor puede ser consciente de que esto acontezca, entonces, trata de escapar del sentido común, incursiona otras rutas; piensa, si se quiere, de otra manera. Sin embargo, haga lo que haga, en la medida que ha estructurado una forma enunciativa, una forma discursiva, una forma teórica, su obra es una expresión elaborada de una formación discursiva, de una estructura de pensamiento. Por eso, es indispensable considerar su obra como composición, más allá de sus presupuestos, de sus prejuicios, de su “ideología”. Interpretar una obra es interpretarla a partir de otros signos, los de la escritura, en este caso, no los signos de la política, en sentido restringido. Los signos de la escritura pertenecen a la obra, los signos de la política están fuera de la obra; forman parte del debate de la cotidianidad que toca y ocupa.

No se trata tampoco de separar la obra de su contexto, incluso de otros contextos histórico-culturales, donde se actualiza e interpreta una obra; de ninguna manera. Se trata de valerse de la obra para interpretar mejor un contexto histórico-cultural. Pero, esto no vamos a poder hacerlo si reducimos el contexto, que es un acontecimiento, al recorte restringido de la polémica política, en sentido restringido. El contexto histórico-cultural es lo que escapa a la mirada reductiva, parcial y fragmentaria de la opinión. Para alcanzar a mirar el contexto, por lo menos desde un ángulo, que lo haga visible, es menester comprender la desmesura del acontecimiento, que no puede reducirse al realismo ordinario y restringido de la opinión.

No vamos a exponer Zavaleta, ya lo hicimos en Pensamiento propio[1]. Nos interesa recuperar los horizontes de la crítica, convocar a los y las jóvenes que lo hagan. La crítica, si se quiere, el iluminismo del iluminismo, como decían Horkheimer y Adorno, es una actitud liberadora, no solo racional, en el sentido del uso crítico de la razón, liberadora de ataduras heredadas, que generalmente son institucionales, que tienen que ver con los mitos institucionales. Se requiere de la crítica para inventar otros horizontes.—

Raúl Prada AlcorezaEscritor, docente-investigador de la Universidad Mayor de San Andrés. Demógrafo. Miembro de Comuna, colectivo vinculado a los movimientos sociales antisistémicos y a los movimientos descolonizadores de las naciones y pueblos indígenas. Ex-constituyente y ex-viceministro de planificación estratégica. Asesor de las organizaciones indígenas del CONAMAQ y del CIDOB. Sus últimas publicaciones fueron: Largo Octubre, Horizontes de la Asamblea Constituyente y Subversiones indígenas. Su última publicación colectiva con Comuna es Estado: Campo de batalla.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Pensamiento propio. Dinámicas moleculares. La Paz 2015.

Fuente: http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2015052705

29 de mayo de 2015.



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