Nuevas controversias del realismo francés

Debate. “Después de la finitud”, de Meillassoux, inició en 2006 una controversia entre posmodernos y neorrealistas. Aquí, un análisis de sus causas y efectos.


1944. Sartre y Camus, en el suelo, rodeados por genios como Jacques Lacan, Pablo Picasso, Simone de Beauvoir, Michel Leiris y Brassaï, entre otros.
Un viejo chiste asegura que los filósofos alemanes toman cerveza, los ingleses whisky y los franceses posición. Y si algo abunda en Francia, son las querellas del foro: el avance de la extrema derecha, la crisis de los refugiados, el modelo europeo, el laicismo, la ecología, el orden neoliberal. Desde que estas polémicas abandonaron las páginas de publicaciones como Esprit , Critique o Les Temps Modernes para mudarse a los talk shows audiovisuales, los herederos de Sartre y Camus se replegaron en las aulas. Algunos filósofos, como Bernard-Henri Lévy, Alain Finkielkraut o Michel Onfray, consagran buena parte de su tiempo a los estudios (televisivos). Pero el auténtico debate filosófico tiene lugar en otro lado, aunque no sea ajeno a ciertos fenómenos de época como las innovaciones en el campo de la informática, las modelizaciones científicas y las inquietudes ecológicas.

Al entredicho mayor que atraviesa en nuestros días la filosofía francesa suele presentárselo como una división entre posmodernos y neorrealistas. Pero estos rótulos no contribuyen a la comprensión de esas teorías. Recordemos el ensayo que supuestamente habría iniciado la controversia: Después de la finitud (2006) de Quentin Meillassoux. Este discípulo de Alain Badiou no empieza por discrepar con Lyotard, Derrida, Foucault u otros autores tachados de “posmodernos”. Discrepa con el fundador de la filosofía crítica moderna: Immanuel Kant. Para este no había nada real fuera de los datos empíricos: aquello que se daba a nuestros sentidos. Como muchos empiristas de la época, Kant pretendía aligerar a la ciencia de todos los cachivaches sobrenaturales heredados del medioevo: sustancias, almas, ángeles, quintaesencias, íncubos o influjos astrales. Ninguna teoría, por más racional que fuese, podía considerarse “realista” si no suministraba pruebas materiales para convalidar sus aserciones. No podía juzgarse verdadera por el solo hecho de no contradecir a la Biblia o a Aristóteles; pero tampoco, por no contradecirse a sí misma. Se volvía verdadera cuando se verificaba. La “crítica” de la razón no significaba otra cosa: la razón tenía un límite y ese límite era la experiencia o la intuición llamada “finita”.

Para Meillassoux, en cambio, esta es la típica posición “correlacionista”: una proposición debe tener un correlato verificable para considerarse verdadera. De otro modo, se trata de una ficción. Sin embargo, los científicos son capaces de conocer muchas cosas acerca de las cuales no tienen, dice, experiencia alguna. Por ejemplo: el nacimiento de nuestra galaxia. La condición para que una teoría pueda estimarse “realista” ya no serían entonces los datos empíricos sino el rigor racional, es decir, la demostración matemática. Suprimida la limitación crítica, Descartes puede resucitar de entre los muertos. Y la metafísica racionalista con él.

Tanto Kant como Meillassoux (o su mentor, Alain Badiou) son realistas. Solo que el primero es realista empírico, mientras que los segundos son realistas especulativos. Alguien podría alegar que el posmodernismo privilegió la vía nietzscheana de la ficción alejándose del realismo. Este ficcionalismo, no obstante, proviene del realismo empírico. Son ficciones, justamente, todas aquellas nociones, ideas o conceptos que carecen de correlato sensible. Por eso las ficciones no son ni verdaderas ni falsas. Sé que la proposición “las vacas tienen cinco patas” es falsa porque basta con examinar sus cuerpos para verificar que no es así. Pero ya no podría verificar esto si se tratara de dragones. Existían, para Kant, categorías del entendimiento o ideas de la razón que carecían igualmente de referente sensible. La sustancia, por ejemplo, o la relación causal, o incluso el alma o el mundo. Nadie vio jamás una sustancia, pero para poder decir que “algo cambia” debo presuponer que, en el fondo, sigue siendo lo “mismo”. Incluso la “cosa en sí”, la cosa desvinculada de nosotros, la cosa que no nos afecta y resulta, por este mismo motivo, imperceptible, no podría considerarse real. No hay, en principio, nada. O solamente una ficción: algo que el sujeto “pone” o “presupone” por detrás de los “datos” sensibles. Porque sin estos dragones del pensamiento no lograríamos conocer las vacas de la realidad. Que no podamos desembarazarnos de ellos no significa que sean reales, como suponía la metafísica “dogmática”. Bentham efectuaría una crítica similar del dogmatismo: la voluntad general, el pueblo, el contrato social o la propiedad son ficciones imprescindibles para la supervivencia de ciertos sistemas sociopolíticos. Y Nietzsche no terminaría diciendo otra cosa. Por supuesto que el mundo era, para filósofos como Lyotard, una fábula, pero esto ya era así para los modernísimos kantianos: los datos reales forman parte de un mundo que no lo es.

El ficcionalismo posmoderno es un heredero estricto de la Aufklärung . No vino después del modernismo. Fue un modernismo postrero, un antidogmatismo radical. Pero si decidimos, con Meillassoux, que lo real no se limita a los datos materiales, o si consideramos que la razón especulativa o pura piensa, sin necesidad de pruebas empíricas, lo real, entonces el ficcionalismo pierde su razón de ser. No hace falta que nuestra experiencia verifique algún estado de cosas para juzgarlo real: basta con que no sea contradictorio. Para Kant estas cosas no contradictorias eran meramente posibles, como una montaña de oro. Para calificarla de real, había que encontrar una. Meillassoux, en cambio, propone una identidad entre lo posible y lo real que corresponde a la contingencia de los entes: no hay ninguna razón para que las cosas sean así, ya que podrían ser de otra manera. Lo único necesario en el universo es, según él, la contingencia. En Forma y objeto (2011), Tristán García lleva su “realismo” aún más lejos dado que su universo “acoge” a seres fabulosos y entidades absurdas. Fiel a la tradición crítica moderna, Pascal Engel declaró el año pasado que el nuevo realismo era un “idealismo absoluto” y, por este mismo motivo, un auténtico “realismo kitsch”, ya que no solamente “suena impostado” sino que además se contenta con llevar a cabo un revival de los viejos clásicos de la metafísica.

Entre los representantes del nuevo realismo galo se encuentra un viejo construccionista: Bruno Latour. Este discípulo de Michel Serres había dedicado lo más granado de su obra a la antropología de la ciencia. En aquel entonces se consagraba a estudiar las “mediaciones” sociales e institucionales que hacían posible un “descubrimiento” científico. De modo que su sujeto constituía, muy kantianamente, al objeto. Con su Investigación sobre los modos de existencia (2012), Latour consumó el “giro metafísico” de su pensamiento. Ya no hay sujetos y objetos. Hay “actores-red” que interactúan. El científico no habla “sobre” los microbios o los cometas: “traduce” a otra lengua la información que ellos le suministran. La semiología de Latour asume proporciones metafísicas, ecológicas y, desde luego, informáticas. Su modelo reticular se inspira en la web o el net. Y pone los “terminales” humanos, biológicos, y hasta sobrenaturales en un mismo plano de igualdad. Las cosas no son reales por afectar nuestros sentidos sino por enviarnos mensajes preñados de información. El “realismo” de Latour ya no preconiza un abandono del lenguaje humano para regresar a las cosas sino una disociación del lenguaje y de lo humano: un bacilo, un árbol o un cometa hablan, y conocerlos equivale a traducir, en nuestras propias palabras, los signos que nos envían. Para decirlo con el antropólogo argentino Axel Lazzari: en la metafísica de Latour ya no hay una primacía del sujeto sobre el objeto porque los propios objetos se volvieron, como en las “metafísicas caníbales” del brasileño Viveiros de Castro, sujetos.
Es autor, entre otros, de La filosofía actual. Pensar sin certezas (1999) es profesor de Pensamiento latinoamericano en la Universidad de Pau (Francia).
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Nuevas-controversias-realismo-frances_0_1601839817.html

24 de junio de 2016.



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