El estoicismo existencial

Epicteto, Marco Aurelio y Séneca. El tiempo, la muerte y la vida del sabio

La variante romana del estoicismo tiene sus máximos representantes en los dos primeros siglos de nuestra era, y de acuerdo con el espíritu práctico de Roma, deja de lado los brillantes desarrollos teóricos de sus maestros helenos, insistiendo sobre todo en la dirección moral de la doctrina. Empezando por los que, dentro de una cultura bilingüe, filosofaron y enseñaron en griego, el primero de ellos, Epicteto, es doblemente original, por su condición de liberto de un liberto de Nerón, y porque, a semejanza de su admirado Sócrates, no ha dejado nada escrito en sus ochenta años de vida.
Epicteto nace aproximadamente en el 50, y en el 93, cuando Domiciano expulsa a los filósofos de Roma, se traslada a Nicópolis y allí abre escuela. Se conoce su doctrina moral, gracias a los escritos de uno de sus discípulos, Flavio Arriano, que recoge sus lecciones en los ocho libros de sus Disertaciones, de que sólo se conservan los cuatro primeros. El mismo Arriano resume en el Enquiridion o manual, su enseñanza moral, tan sencilla en sus principios como rica en consecuencias prácticas.

SOCRATES-CICUTA

Epicteto inicia su filosofía con un análisis de la existencia o diaíresis. Nuestra vida tiene dos componentes: en primer lugar lo que nos pasa, algo que no depende de nosotros, como no sea para aceptarlo sin perder la serenidad. Los componentes de lo que escapa a nuestro control son la salud, la riqueza, el honor, los elogios o las injurias, la muerte propia o la de los seres queridos. Preocuparse por estos accidentes externos, seguir las opiniones del vulgo, y ser esclavo de la fatalidad es una vida impropia del hombre y del sabio.

Por el contrario, la proaíresis o libertad se proyecta sobre lo que depende de nosotros, lo que hacemos. Hay que saber controlar el deseo de los aparentes bienes externos, la aversión al dolor y a los daños de que no somos dueños, y el temor a la muerte y a cuanto lamentan las opiniones de la masa. El sabio que así vive es lo que decide ser y por tanto el constructor de su propio destino, y su existencia es la propia de los hombres. La moral de Epicteto es la primera y más elemental formulación de una filosofía existencial.

Marco Aurelio

La otra gran figura del estoicismo romano en lengua griega, Marco Aurelio, nace en el 121 en Roma. A los dieciséis años Adriano le designa futuro emperador y sucesor del que será su padre adoptivo, Antonino Pío. En el 161 y hasta su muerte en 180, hereda el imperio en circunstancias muy difíciles –son años de guerra casi continua, primero contra los partos en Oriente y más tarde contra los germanos que amenazan la frontera del Danubio–. No tiene, desgraciadamente, el genio político de Adriano, el creador de la edad de oro del imperio, y nombra sucesor a su hijo Cómodo, con el que Roma inicia su decadencia final. Marco Aurelio sólo escribe un breve libro –sus pensamientos o meditaciones– compuesto por una serie de apuntes, hechos probablemente en sus últimos años.

El libro se inicia con el recuerdo de un conjunto de personajes, familiares y educadores del emperador, a los que debe su carácter, su formación filosófica y la misma composición de su obra. En este apartado de agradecimientos, Marco Aurelio elogia la serenidad de su abuelo, la discreción de su padre, la generosidad y la frugalidad de Domicia Lucila su madre, la largueza de su bisabuelo y sobre todo las virtudes de Antonino, su padre adoptivo, modelo de firmeza, de amor y perseverancia en el trabajo, de sagacidad política y de tolerancia.

Aparecen después sus maestros estoicos, Rústico, Apolonio de Calcis, Sexto de Queronea, Catulo y Máximo, el retórico Frontón y Alejandro el gramático. Prolonga a lo largo de las Meditaciones esta galería de personajes ilustres con figuras eminentes del pasado de Grecia y de Roma, a las que dirige la pregunta nostálgica –y existencial– ubi sunt? Esto le hace reflexionar continuamente sobre la caducidad de la vida en vista de que ya han desaparecido Hipócrates y Alejandro, Pompeyo y César, y hasta ciudades enteras, como Hélice, Pompeya y Herculano: «Dentro de poco no serás nada, igual que no son nada ya, Adriano y Augusto.»

Otra vez el libro sexto manda pensar en la muerte, que ha llevado a tan gran número de filósofos, a tantos héroes, generales y tiranos , y al terminar el cuarto repite y generaliza esta idea: «Mira detrás de ti el abismo de la eternidad y delante de ti otro infinito. Viendo esto, ¿en qué se diferencia el niño, que ha vivido tres días y el que ha vivido tres veces más que Geneseo? …aunque vivieses tres mil años y otras tantas veces diez mil, recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde.» La filosofía del gozo de vivir de Epicuro, queda así sustituida en Marco Aurelio y los estoicos por la dura ética de resignación ante la muerte.

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El resto de las Meditaciones de Marco Aurelio reproduce con bastante fidelidad los lugares comunes de la teología física de los primeros estoicos griegos, que sus maestros en filosofía le han enseñado. El mundo es un ser viviente único, y como contiene una sola sustancia y una sola alma, todo cuanto acontece en él es solidario. Está compuesto de causa formal –una razón que es fuego y aire activo– y de materia, hecha de tierra y agua, pero ambos principios se someten al orden y a la mezcla. Ninguno de los dos elementos empieza ni termina en el no ser, pues cada una de las partes del universo se trasformará en otra en un proceso infinito.

En consecuencia todas las cosas están entrelazadas, y contribuyen al orden y a la armonía de un mundo común. Porque además uno solo es el dios que las abarca, una sola la sustancia, la ley y la razón de todos los seres. En este sentido las partes del mundo son amigas, y en un proceso universal una está a continuación de la otra por efecto del movimiento racional de su principio activo, y de la unidad de su sustancia. La naturaleza que todo lo gobierna está sometida a una trasformación constante, a fin de que el mundo siempre se rejuvenezca.

Marco Aurelio define la relación entre este principio universal y los cuerpos y almas individuales en dos pasajes muy cercanos. Igual que la luz del sol es única, aunque se proyecte sobre innumerables cuerpos, también es única la sustancia común, por más que se multiplique y divida entre naturalezas particulares. También se ha distribuido un alma entre los animales, una sola inteligencia entre los seres dotados de razón y uno es el aire que respiramos quienes estamos dotados de vida. «Recuerda –dice en V, 24– la totalidad de la sustancia de la que eres una pequeñísima parte, y la totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un intervalo breve e insignificante.»

El hombre, en cuanto está dotado de razón, ha de mantener una actitud y una conducta inteligente. Marco Aurelio recuerda la máxima central de Epicteto y exige imperturbabilidad hacia lo que depende de una causa externa y justicia en los actos que podemos controlar. Que el dios que reside en él le prohíba actuar de forma insociable y sin reflexión, y sea por el contrario la guía de un hombre venerable, ciudadano romano y dueño de sí mismo.

4. Séneca

La figura más notable del estoicismo romano es, además de la valiosa aportación de Epicteto y Marco Aurelio, el filósofo Lucio Anneo Séneca. Aunque cita continuamente a los pensadores griegos, y todavía en la carta 58 a Lucilio se queja de la pobreza del latín, es el primero que lo eleva a la categoría de lenguaje filosófico. Y su aportación es tanto más valiosa cuanto más numerosa, variada y original.

Séneca no deja nunca de escribir, incluso en circunstancias tan difíciles como el destierro, las enfermedades y los contratiempos políticos. Pero más que el número de sus obras, sorprende la variedad de los temas que abarca su ingenio. Las cartas a sus familiares y amigos y la copiosa correspondencia con Lucilio, las breves consideraciones sobre la actitud del sabio, las nueve tragedias, las poesías que se le atribuyen, los largos consejos a Nerón en los cinco primeros felices años de su imperio y las cuestiones naturales, demuestran una curiosidad universal.

Pero sus escritos, además de numerosos y variados, son originales. Es el primero, y casi el único que cultiva en Roma el teatro trágico, con la particularidad de que no pretende representar sus tragedias, nacidas para la lectura o para un culto público de salón. Sus consolaciones a su madre y a Marcia, son análogamente un pretexto para publicar un análisis de situaciones difíciles de la vida humana. Su correspondencia con Lucilio, tiene la forma de unas cartas abiertas, redactadas con la soltura de un editorial de prensa actual y destinadas a cualquier lector. Y sus sentenciosos tratados sobre la vida, la providencia, las pasiones y afectos humanos toman por su brevedad la forma de un ensayo moderno.

Pero, además de su creación de géneros literarios inéditos, Séneca da a su filosofía una dirección totalmente nueva y muy acorde con el genio latino de entonces y del futuro. En vez de elaborar un sistema que explique la constitución del mundo e indirectamente de nuestra vida, sigue un camino inverso, describiendo las situaciones por las que atraviesa la existencia del hombre, y apuntando a la actitud y al comportamiento determinado por la doctrina de los maestros estoicos.

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Lucio Anneo Séneca nace en Córdoba, ciudad ilustre de la Bética, elevada al rango de provincia senatorial y colonia patricia, por los primeros años de nuestra era. Su padre, Marco Anneo, por su fortuna y su clase de caballero, pertenece, igual que su madre Helvia a la alta nobleza provincial. Es además un notable retórico, que expone por escrito setenta y cuatro casos legales imaginarios, siguiendo el modelo de la Defensa de Helena de Gorgias. Sus Controversias presentan además cada caso desde distintos puntos de vista, los mecanismos para demostrar las sentencias opuestas y convencer de circunstancias atenuantes y se completan con una animada discusión sobre el carácter de determinados oradores.

Su familia toda mantiene el prestigio social heredado de su padre. Su hermano Galión es en tiempos de Claudio, procónsul de la provincia de Acaya, que gobierna con tanta sabiduría como energía. Su otro hermano, Mela es padre de Lucano, que en plena juventud, a los veinticinco años, compone La Farsalia, una brillante epopeya en defensa de Pompeyo y de los ideales republicanos. Una medio hermana de Helvia se casa con Cayo Valerio, que ocupa por mucho tiempo la prefectura de Egipto.

La figura de Séneca en su nacimiento es, si creemos a testimonios del propio filósofo, lamentable. Pesa dos veces menos que un niño normal, es ya a tan tempranísima edad, enano y muestra un aspecto macilento. Esta constitución no va a cambiar a lo largo de su vida, pues será calvo, miope, de impresionante delgadez, además de acumular toda clase de enfermedades, la tisis, el asma, que los romanos llaman suspirum, la gota, amén del paludismo, una peste endémica entre los romanos.

Mientras vive en Hispania, los males de Séneca sólo tienen alivio gracias a los cuidados de su amantísima tía, pero cuando se traslada a Roma, su malsano clima y su edad adolescente le causan una tos seca, acompañada de accesos de fiebre. Para curar esta tisis gravísima, diagnosticada por los mejores médicos de la Ciudad ha de trasladarse, en busca de un ambiente más benigno, primero a Pompeya, y después a Egipto. Allí está desde los veinticinco a los treinta años, siempre asistido por su tía, y cuando vuelve a Roma parece definitivamente curado. Reanuda entonces su oficio de orador y pronto es nombrado cuestor y alcance un puesto en el Senado.

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Esta carrera ascendente se ve truncada cuando el año 41, el emperador Claudio destierra a Séneca, acusado de adulterio con Julia Livila, hermana de Calígula, a la isla de Córcega. Durante diez años –de los cuarenta a los cincuenta– debe soportar un clima infernal, que agrava todavía más el estado de su naturaleza valetudinaria. Pero es entonces cuando comienza su carrera literaria, al escribir sus Consolaciones a Marcia, a su madre Helvia y a Polibio, y dos cortos tratados, muy apropiados para la difícil situación existencial en que ha de vivir La paciencia del sabio y La vida retirada.

En el año 49 cambia bruscamente la fortuna de Séneca. El emperador Claudio, muerta Mesalina, se casa en segundas nupcias con Agripina la Menor, y por influencia de esta mujer, levanta el destierro de Séneca y lo nombra pretor y educador de Nerón, entonces joven de diecisiete años. Desde el año 50 hasta la muerte de Claudio en el 54, escribe con toda probabilidad su ensayo sobre la Serenidad del alma y el tratado De la Providencia, donde da razón de la existencia, al parecer injusta de buenos y malos.

Durante los cinco primeros años del reinado de Nerón, Séneca y Burro se convierten de hecho en los gobernantes de Roma. Son unos tiempos felices, en que el filósofo dedica al emperador su tratado De la Clemencia, así como siete densos libros sobre Los Beneficios, para orientar la vida moral y política de su discípulo. Al mismo tiempo sigue con sus análisis existenciales en dos obras centrales De vita beata y De brevitate vitae. Su sátira política contra Claudio del género de las Menipeas demuestra Todavía más su facilidad para tocar los géneros literarios más diversos.

En el año sesenta y tres, después de la muerte de Agripina, Nerón abandona su política de convivencia con el Senado, último residuo de la República, y se inclina por un despotismo ilustrado, a imitación de los emperadores helenistas. Desaparece de la escena Burro, y Séneca pierde poder en la corte, pero no por eso se interrumpe su carrera literaria. Escribe entoncessus siete libros acerca de cuestiones naturales y las ciento veinticuatro cartas a Lucilio, probablemente su obra más novedosa. En el año 65 toma parte en una conspiración fallada contra Nerón, organizada por Pisón con la colaboración de su hermano Galión y su sobrino Lucano, y el probable visto bueno del Senado: todos los conjurados son invitados al suicidio, acto que Séneca cumple, bebiendo la cicuta que le proporciona su médico Estacio.

7. El tiempo

La correspondencia con Lucilio se inicia con un análisis del tiempo, que después se prosigue en la carta 49. No se trata del tiempo físico de los relojes, marcado por la marcha uniforme, circular e interminable de los astros, sino del tiempo existencial, marcado por un pasado que se nos roba, un futuro que se nos hurta y un presente que se nos desliza entre las manos. Y la Naturaleza nos ha puesto en posesión de esta única condición a pesar de su carácter fugaz y escurridiza, y además única e irrepetible.

Su velocidad es infinita, y si miramos hacia nuestro pasado, instantánea: «Todo el tiempo que pasó está siempre en el mismo lugar, se le ve todo de golpe… se verifica ahora en el momento en que lo recuerdo. Ahora mismo me sentaba de niño en la escuela del filósofo Soción ; ahora mismo empezaba a llevar pleitos; ahora mismo desistí de llevarlos.» Y aunque el presente nos engaña –hasta ese punto es imperceptible el paso de su fuga precipitada– debemos atraparlo fuertemente, pues es el único momento de que disponemos.

Aparece en estas cartas una idea, a la que Séneca dedica uno de sus escritos más célebres, el De brevitate vitae. En rigor nuestra vida sería larga, si la supiésemos aprovechar, pero al preocuparnos de cuanto no depende de nosotros –de la no vida– perdemos, además de la libertad como en Epicteto, algo todavía más precioso, el tiempo: «Mide qué parte de ese tiempo se lleva el acreedor, la amiga, el rey, el cliente, el trato con tu mujer, la corrección de los esclavos, las caminatas para cumplir deberes de cortesía, las enfermedades… y verás cómo tienes pocos años en tu cuenta.» Al olvidarnos de nuestra muerte, pensamos que viviremos siempre, y perdemos el tiempo como si tuviésemos un repuesto colmado y abundante.

Al tratar de las edades del hombre Séneca hace en la carta 12, en la 26 y la 67 alabanza de la vejez, al parecer el estadio más feliz de la vida. Cualquiera, joven. viejo o párvulo tiene la suficiente edad para morir, pero sólo los ancianos tienen el privilegio de haber vivido. Por lo demás sólo ellos están forzados a prescindir de buena gana de los deleites y de las riquezas y cuanto en la vida está de más. Es verdad que. mirada desde fuera la decadencia parece una desgracia, pero «¿qué salida hay mejor que ir resbalando hasta el fin por el suave desfiladero que nos brinda la Naturaleza?»

8. La muerte

Es uno de los temas favoritos y centrales de las escuelas epicúreas y estoicas. Séneca tiene el privilegio –si se puede llamar así– de tener la experiencia de la muerte, causa de una de sus muchas dolencias, el asma. Los romanos llaman a la sensación de ahogo que acompaña a los ataques de esta enfermedad «suspirum», y –en un alarde de medicina psicosomática– «meditatio mortis».

El filósofo describe uno de sus episodios con sus enseñanzas filosóficas en la carta 54 a Lucilio: «En la misma falta de respiración descanso con pensamientos alegres y fuertes, pues hace tiempo que he experimentado la muerte… ¿Cuándo? Antes de nacer. No ser es la muerte, así que después de mí será lo que antes de mí, y si en ella hubiese tormento también lo tendríamos antes de que naciésemos… Ninguna diferencia hay entre no empezar y dejar de ser, porque el efecto de las dos cosas es el mismo.»

Dentro del tiempo de nuestra vida, la muerte es el episodio absolutamente último, y esta condición enseña a no temerla, pues una calamidad postrera nunca es grande y una vida serena sólo se trastorna cuando nos preocupamos de alargarla. Además es irremisible, y por eso no hay que temerla, pues sólo se teme lo dudoso, mientras que sólo cabe esperar lo seguro. En fin es cierto que este drama sólo sucede una vez, sin posibilidad de repetición ni de ensayo general, pero precisamente por este carácter único debemos prepararnos para jugar bien este arte.

La larguísima carta 82, además de presentar el ejemplo de los soldados de Grecia y de Roma que supieron sobrellevar la muerte con el espíritu impasible propio del estoicismo, descubre otras dos propiedades de la muerte. En primer lugar, aunque es una de las cosas que no dependen de nosotros –como la salud, la riqueza, el honor– sí podemos y debemos controlar nuestro temor ante ella. Además tiene la virtud de igualar a todos los hombres, lo mismo el que se acuesta en una cama perfumada, que quien cuelga de una horca. En medio de este análisis existencial, Séneca apenas se preocupa de la teoría física de los estoicos y su eterno retorno: únicamente hace una referencia breve en la carta 37, y promete explicarlo más detenidamente.

9. La vida del sabio

Las cartas a Lucilio y el escrito De vita beata proporcionan una descripción de los ideales de vida de los estoicos, de paso que polemizan contra quienes acusan a Séneca de no vivir de acuerdo con la doctrina que predica. En primer lugar defienden el retiro y la soledad, porque el sabio está ante la doble alternativa de olvidarse de sí mismo en medio de la multitud, o por el contrario de huir de la masa y encontrarse consigo. Parecidamente la carta 19 contrapone el sosiego de la vida privada a los afanes de la pública.

Esta vida sin preocupaciones ni tropiezos –ni envidiada ni envidiosa– debe evitar por igual una condición miserable y una prosperidad desmesurada. Sólo una suerte mediana, la dorada medianía, es el canon y el límite que protege de esos dos extremos indeseables. Cuando acusan a Séneca de que habla de una forma y vive de otra –en su última vida es efectivamente acaso una de las mayores fortunas de Roma– se defiende de esa crítica –la verdad es que bastante mal– alegando que no es sabio, y que por otra parte los filósofos, Platón, Epicuro, Zenón, no han contado cómo viven, sino cómo deben vivir.

Séneca recomienda abandonar todos los negocios, los muchos viajes y lecturas inútiles, para encontrar consolación en la soledad y el retiro y en la dedicación a la filosofía. No consiste esa filosofía en palabras sino en obras, ni tiene por objeto pasar la vida en una apacible diversión, sino que gobierna los actos y dice lo que debe o no debe hacerse, y en caso de que el pensador sea estoico enseña a obedecer a dios y a resistir con tenacidad los caprichos de la fortuna. El solitario aprende así a gozar de los bienes interiores e indivisibles, olvidar las circunstancias externas y prestar veneración y honor a los antiguos educadores, a los dos Marco Catón, a Sócrates, Zenón y Cleantes, maestros de virtud.

Lo mismo los epicúreos que los estoicos, despreciadores de la opinión del vulgo y temerosos de la masa, cumplen su vocación social con el cultivo de la amistad. La filosofía de Séneca es una buena muestra de esta actitud del sabio, pues buena parte de sus escritos están dirigidos como cartas de conuelo de consejo a familiares o amigos, a los que se comunica de forma inmediata. Lo mismo la consolación a Marcia, a su madre Helvia o a Polibio, que el género literario ensayado en su abundante correspondencia con Lucilio corrigen por su carácter intimista las cartas con que Epicuro expone su teoría física y moral a los discípulos.

10. Situaciones

Los escritos de Séneca –sobre todo los que por su brevedad se acomodan a la condición fugaz de la existencia– van describiendo las situaciones por las que un hombre puede atravesar, tanto más cuanto que él mismo ha tenido la suerte o la adversidad de soportarlos. El filósofo es un enfermo crónico, y además de contar los síntomas de sus dolencias, cuenta la forma en que las ha vivido. En su carta a Lucilio recuerda cómo la tisis la afectó tan gravemente en su juventud, que había pensado en suprimir sus molestias y dolores por el método estoico del suicidio, y sólo le convenció del heroísmo de seguir viviendo, la clemencia hacia las penas de su padre Marco. Ya quedó dicho cómo el asma le ha proporcionado la vivencia de su propia muerte, pero además el paludismo y sobre todo la podagra de su vejez son para él motivos de soportar las condiciones que no están bajo su control de una fortuna enemiga.

La segunda situación experimentada por Séneca es el largo exilio de diez años en la isla de Córcega, sostenido con tan grande ánimo que ha de consolar del disgusto por el hijo castigado a su madre Helvia. En su carta más que en ningún otro escrito aparece la terapéutica de la reflexión racional: en rigor el exilio no es más que un cambio de lugar que los hombres han experimentado y hasta buscado desde siempre, lo mismo los griegos cuando emigran a los pueblos bárbaros de Asia, del sur de Italia y de los puertos vecinos a los escitas, que la multitud que invade Roma, persiguiendo el placer, los estudios o la ambición. En rigor no hay tierra en el mundo que no sea vivienda de extranjeros, pues la misma isla de Córcega a la que Helvia mira con tanto espanto, ha sido habitada voluntariamente por los griegos de Focea, después por dos colonias de romanos.

Su tratado sobre la Providencia se pregunta por qué es feliz la vida de los malos y desgraciada la de los justos y los sabios. La prosperidad –contesta Séneca– es plebeya, y quien no tiene contrariedades en la vida es a la larga infeliz, pues los dioses ponen a prueba mediante dolorosas correcciones a los que verdaderamente quieren. Los gladiadores no quieren luchar con quienes son más débiles y sólo están contentos cuando sus rivales son iguales o más fuertes, y como ellos los varones más grandes son modelo de grandeza de ánimo, Mucio Escévola con el fuego, Sócrates con el veneno, Catón con la muerte. El filósofo no se detiene en la doctrina del estoicismo clásico que enseña la acción del Lógos en el mundo y se dispara una vez más hacia un problema existencial.
Gijón, España 1932. En 1954 obtiene la Licenciatura en la Universidad de Madrid y en 1958 el grado de Doctor en Filosofía con una tesis titulada «El conocimiento de si mismo en San Agustín» (refundida en De Plotino a San Agustín: el conocimiento en San Agustín y en el neoplatonismo, Editorial Augustinus, Madrid 1964). Desde ese año es catedrático de Instituto, ejerciendo, sucesivamente, en Algeciras, Mieres y Gijón. Ha publicado diversos artículos en distintas revistas y es autor de un importante número de inéditos que desde el año 2003 están viendo la luz en El Catoblepas. En la actualidad trabaja en un Atlas de Fenomenología, en el que se recogería una descripción esencial de todos los estados de ánimo (proyecto que él mismo considera prácticamente inagotable).
JOSE-R-SANMIGUEL
Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2011/n113p08.htm
El Catoblepas • número 113 • julio 2011 • página 8

SPAIN. Agosto de 2011



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Una respuesta a "El estoicismo existencial"

  1. bns m gustaria saber mas cosas del emperador marco aurelio,su real servidor maximo,su hijo comodo y su hija lucia,stoy muy impresionante d saber mas alla d ellos

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