A vueltas con el racionalismo. Por Fernando Rodríguez Genovés

Por Fernando Rodríguez Genovés

Sobre la actualidad del racionalismo para entender el mundo sin perderse en un laberinto de desinformación factual

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Podría entenderse como propósito de esta Buhardilla el propugnar una vuelta al racionalismo en nuestros días, cuando de lo que se trata no es tanto de cambiar de mundo, como de entender lo que pasa, de saber lo que nos pasa…

Unas previas precisiones, y continúo. En primer lugar, cabe puntualizar que para quien esto escribe, dicho concepto (racionalismo) no ha dejado de estar nunca presente en su forma de pensar, al menos desde que tiene uso de razón… Al no haberse ido, en consecuencia lógica, nada tendría que volver. Aclaremos también conceptos en este preludio: entiendo el término «racionalismo» a la manera clásica, o sea, como modelo gnoseológico o epistemológico de conocimiento y de habérselas con la realidad; concepción histórica contrapuesta al empirismo; considerando dichas categorías –racionalismo y empirismo– en sentido amplio, sin entrar ahora en sus incontables versiones, producto de la época histórica o el uso aplicado por autores o escuelas de pensamiento, en particular. En segundo lugar, aprecio que tal vez debería estar este punto en primer lugar, porque en el momento presente la comprensión de lo real se sostiene menos que nunca en los (supuestos) hechos, en la (des)información factual o en la percepción sensorial, y casi diría que se justifica por sí mismo el dar la primacía gnoseológica a la razón frente a los (sin)sentidos.

Vivimos en la era del Big Data que es el trasunto del sense data, expresión aquí vertida como sin datos, y en un tiempo anónimo y desamparado, huérfano de datos fiables en la experiencia, colmado de unos hechos con traza de desechos, de los que es preciso dudar sistemáticamente y sin reserva alguna o directamente, librarse de ellos. Esta es la época de la denominada «posverdad», manera bastarda y huidiza de no mentar la mentira, tras la cual se oculta. Una época sumida en la epojé, que exige ensimismamiento frente a alteración, así como moderación en la formulación de juicios. Henos, entonces, en un momento histórico dominado por la vigencia de la Apariencia sobre la Realidad, conformado en un reino de sombras, es decir, en un Régimen de la Mentira, membrete, dicho sea de paso, por el que reconocemos la faz del totalitarismo. Y esto es lo que nos pasa…

Los sujetos, sujetados y objetivados, están cómodamente instalados en una sala de ver, tras ser redecorada y reestructurada de esta guisa la anterior y antañona sala de estar. En la sala de ver (¡hay que ver!), una especie de cibercaverna, sus moradores se colocan de cara a la pared, como en señal de castigo y sin saber el delito cometido, condenados a estar pendientes (y ser dependientes) de las imágenes proyectadas en la gran pantalla, antes pequeña pantalla, y ahora pantallón (y paredón), al haber aumentado de talla (Gran Hermano como es), bastantes pulgadas, las pulgas de la televisión. Con el sonido del aparato a todo volumen, reciben un aluvión de cifras y datos, corregidos o aumentados minuto a minuto, que les dejan materialmente hipnotizados, cautivados; ojalá estuviesen perplejos.

Según advirtió Giovanni Sartori a finales del siglo pasado, el Homo Sapiens ha dado paso al Homo Videns: el primero, ser activo, jornalero de palabras; el segundo, ente pasivo, receptor de imágenes. He aquí el conflicto.

«[…] casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que no tienen ningún correlato en cosas sensibles, y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes.» Giovanni Sartori, Homo videns (1997)

El saber, como es sabido, no ocupa lugar, y lo alimenta el lenguaje simbólico masticando despacio las palabras, meditando con ellas y sobre ellas, a fin de hacer bien, sin empacho, la digestión intelectual. Entiendo que saber o conocer no significa disponer de mucha información, que siempre se me antoja excesiva. La llamada «sociedad de la información», en la que vivimos apresuradamente, no es sinónimo de sociedad del conocimiento, como sostienen los comunicadores en los medios, los «expertos», las «autoridades», las celebrities y los influencers en las pantallas, allí donde se les suele ver y les gusta aparecer. Allí donde los datos se precipitan, aunque no caigan al vacío, como en un precipicio, sino, lo que resulta más alarmante, sobre las cabezas de los espectadores.

La «sociedad de la información» actúa, principalmente, en un mundo virtual activado por la omnipresente maquinaria digital. Es ese un mundo en el que las percepciones que causa deben entenderse, en relación a objetos y sujetos, como apariciones o phantasmata.

«Relacionado con φαντασία se hallan los verbos φαντασία (= ‘hacer aparecer algo”, que puede ser una idea o una imagen) y φανταζείν (= ‘hacer nacer o surgir una idea, imaginación o representación’ [en el espíritu o mente], ‘figurarse algo’, ‘representarse algo’). Desde muy pronto fue concebida la “fantasía” (o, mejor, φαντασία) como una actividad de la mente por medio de la cual se producen imágenes –las llamadas φάντασματα (phantasmata o “fantasmas”, en un sentido no común de este último vocablo). Las imágenes producidas por la “fantasía” (que desde ahora escribiremos sin comillas) no surgen de la nada; tienen su origen en representaciones, o bien son equivalentes a estas mismas representaciones.» José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, vol. I, Entrada «Fantasía» (Quinta edición, 1964)

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Con imágenes, percepciones o apariciones, el sujeto contemporáneo conforma su realidad, que es más bien apariencia. Sobre esta base no puede hablarse, en rigor, de conocimiento (episteme) de lo real, sino de mera opinión (doxa), lo que irónicamente funda la prepotencia de la opinión pública en la «sociedad de la información». La sociedad está saturada de información, amontonada, hacinada ésta en la mente del individuo; en el lenguaje digital la capacidad de recepción de datos es denominada «almacenamiento», y si falta espacio en un solo dispositivo, tiene la posibilidad de recurrir a la «nube» (cloud), proporcionada por los distintos servidores remotos (en Internet, está todo…), lo que le permite literalmente estar en las nubes y tener, como los ricos, servidumbre. Según la teoría de la comunicación, cuando la información alcanza determinado nivel adquiere la forma de ruido lingüístico; no dispongo de datos, pero me aventuro a afirmar que el mínimo propuesto al respecto por cualquier autor o corriente de pensamiento ya ha sido sobrepasado a día de hoy.

En la «sociedad de la información», la desorientación, el despiste, la confusión y el desconocimiento de lo que pasa es directamente proporcional a la cantidad de cifras y datos acumulados. Ocurre, por tanto, que recurrir lo menos posible a los medios de información y comunicación (televisión, prensa, páginas web, redes sociales, etcétera) supone la mayor garantía de poder hacerse una idea de lo que está pasando en realidad, sin estar al hilo (que lleva a la madeja) de la noticia; de modo semejante a como acudir poco o muy poco a hospitales, clínicas o consultas médicas conlleva para la persona una salud más llevadera, no ser considerado un «paciente» y reducir así las posibilidades de enfermar, favoreciendo la calidad de vida.

«[…] ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían garantizarnos cosa alguna, si nuestro entendimiento no interviniera.» René Descartes, Discurso del método (1637)

¿Medios de comunicación? La excelente película The Great Man’s Lady (Una gran señora, 1942), dirigida por William A. Wellman, contiene escenas memorables. Reparemos en una de las que sirven de prólogo en la misma: en la celebración de la erección de un monumento al pionero y senador Ethan Hoyt (Joel McCrea), una turba de periodistas irrumpe sin contemplaciones en la vivienda de Hannah Sempler (Barbara Stanwyck), primera esposa del homenajeado, anciana mujer que, elegantemente, les reprende tamaña intrusión en su hogar, rogándoles que se vayan. Uno de los agresivos reporteros, disculpándose formalmente por su brusquedad, justifica su acción, junto a la de su colegas, argumentando de esta forma: «Es el público quien ha entrado y tiene derecho a ser informado.» A lo cual responde la gran señora:

«Hannah Sempler (Barbara Stanwyck): ¿El público, señor? Ustedes no son el público. El público son millones de hogares privados como el mío.»

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¿De qué manera saber, más o menos, lo que está pasando, hacerse una idea cabal y estar al tanto de lo que ocurre en el mundo (exterior), condiciones para disponer cabalmente de criterio de y sobre las cosas que nos rodean? Respondo que es preciso no leer ni escuchar noticias o informes en demasía, sin mesura; favorecer el silencio y la reflexión; practicar la relajación y mirar a lo lejos (Alain); ejercitar la mente por medio de procedimientos de razonamiento, deducción, inferencia, síntesis, sospecha, cifrado de datos; atar cabos y efectuar descartes en lo confuso y lo sospechoso; juzgar las informaciones oscuras o turbias no como increíbles, sino no creíbles; perseverar en la investigación y no dejarse vencer por la molicie o la comodidad; teorizar y no tener miedo a (ni sufrir de ansiedad por) equivocarse en algo o desconocer algo; conceder una buena parte de la propia mente al misterio y al secreto; aspirar a conocer, mas no a querer conocerlo todo; no atender ni conceder valor a las chanzas y malevolencias del ignorante o el tunante, sino entender…

En resolución, ten el valor de servirte de tu propia razón (Kant). Aprende a razonar, a pensar, a calcular (por ejemplo, sumar dos y dos), a meditar, a cavilar. Una manera posible y cabal hoy de discurrir en la vida, en el océano que nos rodea por todas partes, menos por una: la península de nuestro propio yo pensante.

Notas

Por Fernando Rodríguez Genovés

Fuente: https://nodulo.org/ec/2025/n211p06.htm

2 de julio de 2025.  ESPAÑA

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