Alejandro Magno

En su libro El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, Nietzsche aseguraba que el origen del teatro griego estaba en una celebración religiosa en honor al dios Dionisos y a su contraste con Apolo.
Un dios personificaba lo racional, la consciencia y el otro lo instintivo e irracional.

Estas dos fuerzas opuestas estaban reconciliadas en la tragedia griega, cuyo objetivo era transformar al público, curarlo del dolor que produce el enfrentamiento entre ambas tendencias.

Esta magnífica terapia sanadora desapareció cuando Eurípides realizó su reforma de la tragedia, con la que hizo que lo apolíneo imperase sobre lo dionisíaco. Desde entonces muchas personas han tratado de volver a lograr esa unión en el teatro.

Incluso Néstor pintó en el frontispicio del escenario del Teatro Pérez Galdós un Apolo dionisíaco con el mismo propósito.

Para lograr volver al teatro en el cual la obra era una terapia, no puede existir ninguna división entre el espectador y el actor, entre la materia y el espíritu, entre la gravedad y la risa.

Y eso fue lo que ocurrió en el Cabaret místico, taller social colectivo del inclasificable artista chileno Alejandro Jodorowsky. Con una original combinación de cuentos, ejercicios de intercomunicación que realizaron los espectadores entre ellos, actos colectivos y prácticas de meditación, el resultado fue más allá de la conferencia de un gurú o del espectáculo, para convertirse en un taller de psicomagia, que es como Jodorowsky ha bautizado su técnica.

Siguiendo las directrices de Jodorowsky los espectadores se pusieron en pie, recorrieron parte del patio de butacas, contaron toda su vida a gente que no conocían de nada de manera cada vez más resumida, gritaron por separado y al unísono, e interpretaron los cuatro centros en los que Gurdjieff dividía al ser humano.

Aquella parte de los espectadores que conocían la obra de Jodorowsky, especialmente la dedicada a difundir y explicar la psicomagia, sabían que los ejercicios no buscaban cambiar a las personas en las dos horas que duró la sesión, sino hacer que comenzasen a transformarse.

Todo estaba concebido con un propósito eminentemente curativo, como un empujón para ayudarnos a eliminar la tristeza, las frustraciones y las heridas vitales. Al resto les habrá parecido un poco trivial e insubstancial, y a algunos un auténtico ritual de la vacuidad creado a partir de lugares comunes de la nueva era, pero lo que es innegable es que el Cabaret místico, taller social colectivo fue tan original como su creador.

Aunque las prácticas de Jodorowsky estén en gran medida basadas en el cuarto camino, un sistema creado por en la pasada centuria por Gurdjieff, quizás por un momento el teatro recuperó lo que perdió hace más de veinticinco siglos.

Fuente: http://www.laprovincia.es/opinion/2014/12/11/alejandro-magno/656032.html

11 de diciembre de 2014. ESPAÑA



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