“Aquí y allá”: hacia una reivindicación cultural a través del lenguaje

“Aquí y allá”: hacia una reivindicación cultural a través del lenguaje

Nican Uan Ne: Hacia una reivindicación cultural a través del lenguaje

La palabra es un reflejo del mundo que se expresa a través del ser humano; por lo que éste tiende a dar por sentado que el mundo es lo que la palabra dice. A pesar de que la palabra no logra captar totalmente al mundo, sí permite al individuo desentrañar la realidad en la que vive.

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo. (Borges, El Golem)
No obstante, la palabra no es el modelo de la cosa en sí, sino el modelo que el ser humano da a la cosa; y en ese que el ser humano radica el principal interés del presente ensayo. Dice Borges que las palabras son extensiones del ser mismo que expresan su manera de interpretar al mundo; son símbolos que postulan una memoria compartida. (Borges, 1995) En la historia de la palabra se encuentran los puentes entre los seres humanos y entre las naciones, y en este sentido, el conocimiento del origen de la palabra permite comprender cómo los individuos han moldeado sus sociedades.

Martin Buber (Yo y tú1922), en su teoría de la relación dialógica, habla de cuatro relaciones principales que debe resolver el ser humano. Según su postulado, cuatro son las esferas en que surge el mundo de la relación: la relación consigo mismo, la relación con la naturaleza, la relación con lo absoluto y la relación con los otros. Para Buber, la persona aparece en el momento en que se entra en relación con otras personas, y la manifestación de la relación que construye la vida con otros adopta la forma del lenguaje.

El lenguaje, entendido como un sistema de códigos creados a nivel fisiológico y psíquico, permite al ser humano abstraer, conceptualizar y comunicar, tanto en el dominio individual como en el colectivo. Como Buber señala, la conducta lingüística es adquirida por contacto con otros seres humanos, y por tanto el lenguaje es un fenómeno social.

Si la palabra es una manera en la que la persona abstrae la realidad percibida y el lenguaje la manifestación que de esta realidad hace en sus relaciones con otros, es posible presumir un vínculo estrecho entre el lenguaje y la dinámica social. En este sentido, el encuentro entre distintas formas de ver el mundo, tendrá necesariamente implicaciones dentro del lenguaje.

Romana Falcón (México descalzo, 2002), socióloga e historiadora mexicana, explica que la definición del concepto “indio” es mucho más que una preocupación semántica, metodológica o teórica, en la medida que denota grupos humanos sometidos a la condición de vencidos y hace referencia a una relación de explotación y dominio. Refiere que en el esfuerzo por comprender a las sociedades del Nuevo Mundo, el hombre occidental optó por la conversión de todo lo diferente y lo nuevo en lo “otro”, por lo que para él hablar de indio significaba precisar en qué y cómo los habitantes de América eran diferentes a él. (Falcón, 2002)

La diferencia, natural entre los seres humanos, era entonces tan evidente como ahora. Diferentes creencias y cultos, diferente vestimenta, diferente fisionomía, diferentes tradiciones, diferente alimentación, diferente organización social y todo un conjunto de diferentes cosmovisiones manifiestas en los distintos lenguajes. El problema de la diferencia no es la desemejanza, sino una cuestión de percepción e interpretación de la misma, susceptible en la mayoría de los casos a traducirse en dinámicas de exclusión.

Desafortunadamente, la interpretación que los primeros conquistadores dieron a las diferencias que observaron permitió que florecieran concepciones de desarrollo social dentro de las cuales las etnias se vieron como estadios “atrasados” y “primitivos”, cuya “condición” requería del gobierno y de la sociedad su ayuda en el proceso de “superación” (Falcón, 2002), convirtiendo a las denominaciones “mestizo” e “indígena” en un reflejo palpable de relaciones muy diferenciadas que han llegado a ser violentas, y que hasta la fecha no han logrado conciliarse.

Cotidianamente, nos referimos a los grupos étnicos con el término genérico del “indígena”, sin hacer distinción entre sus distintas lenguas u organizaciones. En cambio, el impacto es fuerte cuando por vez primera, creyéndonos norteños, capitalinos, regios, o en todo caso ciudadanos mexicanos, escuchamos a alguien referirse a nosotros como “mestizos”, evidenciando que la manera en que nos asumimos como grupos sociales desligados de una raza o etnia particular, no es compartida por aquellos quienes asumidos como grupo étnico tienen necesidad de diferenciarse y con ello diferenciarnos.

Los nadie: los ningunos, los ninguneados
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
…Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
(Eduardo Galeano. 1940)

Durante los primeros debates del “México moderno” del siglo XIX, los proyectos de nación predominantes consideraban necesario “homogeneizar” el tejido social para forjar “una verdadera nación mexicana” pues como atinó a relatar Francisco Pimentel, parecían existir dos “Méxicos”, uno de habla castellana, de tez clara, católico y el otro con más de cien idiomas, oscuro de piel e idólatra. (Falcón, 2002)

El lenguaje, como componente cultural, no logró escapar a las imposiciones occidentales. Su supresión, junto con la igualación de formas de tenencia de tierras y la estandarización de pesos y medidas, constituyó un mecanismo más, entre muchos otros, de control hegemónico dentro de las políticas diseñadas para la búsqueda de una “identidad nacional” a través de la modernización, en donde ninguna medida fue tan hiriente como el intento por desmantelar las bases culturales de las comunidades prehispánicas a partir del lenguaje. (Falcón, 2002)

Quedó desde entonces asentada la palabra “indígena” como la acentuación negativa de lo diferente, y vino con ella la supresión del reconocimiento de las más de 80 distintas culturas que habitaban el territorio mexicano, y la aglutinación de toda su riqueza en un solo vocablo, fuertemente basado en una marcada relación de dominio; denominación que constituyó un ataque a su dignidad misma, puesto que la dignidad se basa en el reconocimiento de la persona, en lo individual como en lo colectivo, y pueblos enteros dejaron con esto de ser reconocidos.

Los diversos grupos étnicos se fueron encontrando con una serie de leyes y políticas que intentaban salvarlos de sí mismos para dejar de ser indios con el fin de incorporarse a una identidad “progresista” y “superior”. La supresión del lenguaje –cuanto más si ésta es involuntaria, inconsciente y violenta-, enfrenta al individuo a perder su propia manera de ver y sentir el mundo.

La historia de la creación de México es, desde su origen, la historia de una tensión que se sigue viendo reflejada hoy en día. Basta asomarse a los índices de desarrollo humano, para saber que “es en los municipios donde hay más alto porcentaje de población indígena donde haymás bajos niveles de desarrollo humano, como el caso Batopilas, Chihuahua, cuya cifra de 0.30 es menor que la del país con menor desarrollo humano en el mundo. (Marta Singer. Exclusión del indígena)

No obstante las alarmantes cifras que evidencian las desigualdades económicas y sociales que se han venido marcando a lo largo de los años, enfatiza Marta Singer que la demanda actual de inclusión de los pueblos indígenas no es tanto por mayor acceso a los bienes y servicios, como por el reconocimiento a la diversidad cultural y la diferencia y por la condición para formular preferencias y deseos, que implica simultáneamente reconocimiento de la autonomía, dando vida a la manifestación de dignidad, y autodeterminación.

Incluso más allá de la palabra, los idiomas también se expresan con rasgos distintivos de tipo fónico, morfológico, sintáctico o semántico en cada región o grupo social en que se desarrollan. La connotación del acento del indígena, por ejemplo, es todavía hoy en día utilizada a manera de burla o insulto para denotar en el otro una condición de inferioridad y de ignorancia.

“… en un principio no quería reconocer que soy indígena,
y no quería presentarme así porque esta palabra
algunos la usan en sentido despectivo.
Decirle indio o indígena a una persona era decir: tonto, menso…
pero cuando me di cuenta que palabra indígena significaba
“el que es propio de un pueblo, de una cultura…,
me dio mucho gusto y desde entonces fui
descubriendo la riqueza de nuestra vida indígena”
(José Hernández. Indígena de habla náhuatl)

Sin duda, el lenguaje – en este caso el de la palabra- es un importante elemento de identidad, que no ha podido escapar a las relaciones sociales experimentadas desde el siglo antepasado. Señala Torregrosa, que solamente desde los otros podemos tener nota inicial de quiénes somos, y que la individualidad personal y su identidad son, por tanto, una realidad social construida desde la identificación y las relaciones con otros individuos.

Conviene resaltar que toda relación es recíproca (Buber, 1922); reciprocidad que tiene como punto de partida la idea de que el ser humano es relación de dar y recibir que acontece; en donde la reciprocidad más elemental exige para todos los participantes igual oportunidad de expresión (Villarroel, Raúl. n.d.) . Dentro del pluralismo valorativo que presenta el mosaico actual mexicano la acción comunicativa de la que habla Jürgen Habermas será, tal vez, necesaria para lograr un entendimiento lingüístico a través del diálogo, cuya diferencia con la comunicación es que requiere no solamente la condición de reciprocidad, sino la voluntad de ser recíproco. Ambas, comunicación y diálogo, ocurren siempre que hay un encuentro de significados.

Visto desde ésta óptica, cierto grado, aunque mínimo, de reciprocidad no ha dejado de estar presente en las relaciones entre mestizos e indígenas. Tan cierto es que comúnmente utilizamos palabras como aguacate, ejote, tomate, elote, papalote; como que zihuatl, tlaskamati, amochtli, yolotl, chalchocotl (Mujer, gracias, libro, corazón, guayaba en náhuatl) son palabras que no se encuentran dentro del léxico cotidiano del “mexicano”.

Aunque a menudo, la diferencia de lenguaje, está catalogada entre las principales barreras de la comunicación y del diálogo, en tanto que se trata de una confrontación entre distintas formas de ver al mundo, no es necesariamente una barrera insalvable. En la lengua náhuatl, por ejemplo, algo interesante sucede con la conformación de palabras como avión y teléfono, en donde teposmekatlkamanal (teléfono) se conforma de tepostli = fierro, mekatl = mecate y kamanal = palabra, y tepostototl (avión) se conforma de tepostli = fierro y tototl = pájaro.

La tenacidad que los grupos étnicos en México han tenido para seguir siendo ellos mismos, aún cuando se vean obligados a serlo fuera de las estructuras sociales impuestas por la mayoría y padeciendo relaciones a partir del menosprecio y la discriminación, es admirable. Sin embargo, pese a que las etnias constituyen realidades socioculturales fluidas, creadas y recreadas constantemente, según los estudios de Marta Singer, si bien su incorporación al desarrollo ya no supone la extinción de su cultura, éstas siguen considerándose como agentes pasivos.

Desde el punto de vista social, cualquier idioma que deja de cambiar o de desarrollarse se considera una lengua muerta, mientras que la lengua viva se caracteriza por estar sufriendo continuamente reajustes. Es una ilusión creer que una identidad es completamente fija, pues como afirma Claude Lévi-Strauss, el contacto entre las culturas supone necesariamente el cuestionamiento de la integridad y estabilidad de cada una de ellas, y contribuye a la disolución de unas y a la remodelación constante de otras.

De hecho, la diferencia cultural significa cambio. El valor central imperante en gran parte del mundo, especialmente del mundo occidental, ha sido por largo tiempo la igualdad; que se traduce en la expectativa de “asimilación” de los otros, de quienes se espera que por medio de la instrucción abandonen sus costumbres y tradiciones para adoptar un individualismo sobre principios universales y se conviertan en ciudadanos. Sin embargo, la igualdad en dignidad y derechos a la que se refiere tal universalidad, no refiere ni implica la homogeneización cultural. Al contrario, a partir de que la diversidad es riqueza, la diferencia es conciliable y reconciliable.

La transculturación ha enriquecido a todas las culturas en la historia de la humanidad en mayor o menor grado dependiendo de la asimilación de las diferencias, porque a través del lenguaje, -abarcando aquí cuerpo, palabra y silencio- es posible entrar en la cosmovisión del otro.

“Istok”, por ejemplo, se utiliza en la lengua náhuatl para indicar que un ser vivo “está”, mientras que “Eltok” se emplea para indicar que un objeto “está”. Los cerros y las estrellas son considerados, en este caso, como seres vivos, por lo que para designarles el verbo “estar” se utiliza istok. La ampliación del vocabulario permite ampliar las ideas, lo que hace también posible la reivindicación personal y cultural a través de la reivindicación del lenguaje y con ello la ampliación de las potencialidades sociales.

Por tanto, dice Falcón, no es la pluralidad étnica lo que entorpece la forja de la nación que México quiere ser, sino la naturaleza del dominio que vincula a los diversos núcleos de su tejido social. (Falcón, 2002) Los procesos recíprocos de intercambio entre los grupos diferenciados, pudieran ser el camino hacia la re-construcción de un Estado pluricultural, incluyente e inclusivo. Pero para esto, es necesario que la inclusión no sea únicamente en un sentido, la premisa de que todos tenemos algo que aportar. Tal aportación mutua –intercambio- implica una lectura y una escucha respetuosas, activas y autónomas.

El principio de autonomía supone que cada miembro de cualquier grupo étnico pueda decidir qué recibir y qué aportar, con la intención de diluir cada vez más la distinción violenta entre “ellos” y “nosotros” –la que se traduce en desigualdad- sin dejar de reconocer las diferencias; dicho de otro modo, aunque los espacios, actividades y opiniones sigan siendo distintos, “llegar a su casa como él/ella a la mía”, dejar de sernos ajenos.

Hace 12 años escuchaba que había líderes
y decían que ellos son los que
nos representan ante la autoridad máxima,
ellos son la voz de los sin voz…
ahora, al reflexionar sobre esa expresión
no me agrada mucho,
porque nosotros indígenas también tenemos VOZ y PALABRA,
falta que de verdad nos escuchen (…)
para nosotros escuchar, es recibir la palabra, interiorizar,
respetar, valorar… es acoger a la persona porque toda ella
es expresión, es lenguaje, es nuestro hermano-hermana.
(José Hernández. Indígena de habla náhuatl)

Según la tesis de la ética discursiva, el mundo social no debe ser entendido como un mundo objetivo de entes vinculados por relaciones causales, sino como el mundo intersubjetivo constituido por significados reconocidos y compartidos como un trasfondo de presupuestos comunes que hacen posible la interacción cotidiana. Toda comunidad de comunicación se constituye sobre la base de un sistema de referencias, con por lo menos tres dimensiones: objetiva, social y subjetiva, en donde el discurso de sujetos iguales y solidariamente corresponsables podría ser el punto de conciliación de sus participantes.

Para lograrlo, Apel (APEL, Karl-Otto, 1991) propone la modificación de las relaciones existentes para la generación de condiciones de aplicación de la ética discursiva, y para ello el camino sugerido es el de la construcción de comunidades argumentativas, produciendo con ello la sustitución progresiva de la racionalidad estratégico- instrumental por la consensual- comunicativa, consecuencias de una comunidad ideal de comunicación.

En cualquier caso, la construcción de una sociedad verdaderamente multicultural (Alain Touraine, 2006) exige pensar ¿en dónde empieza la diferencia?, y comenzar por reconocerla, -incluso y particularmente en el lenguaje-, pues uno se define a partir de su diferencia con el otro y de ahí se genera el intercambio hacia el consenso. Reconocer la diferencia debe evitar caer en la tentación de acentuarse en ella, pues por el otro lado, un exceso de relativismo cultural impide la comunicación, tan productiva y necesaria, entre las culturas.

Las culturas no deben ser consideradas mejores o peores,
son, todas ellas, culturas y basta.
Desde ese punto de vista se valen unas a otras,
y será por el diálogo entre sus diferencias
por lo que se encontrarán justificadas.
No hay, y espero que no la haya nunca,
por ser eso contrario a la pluralidad del espíritu humano,
una cultura universal. Cada cultura es, en sí misma,
un espacio comunicable y potencialmente comunicante.
(José SARAMAGO. El nombre y la cosa)

En raras ocasiones la diferencia cultural es socialmente neutra, pupes generalmente supone una carga de conflictualidad natural que, con la diversidad de pensamiento, de precepción, de gustos y de tendencias, se genera dentro de los procesos de intercambio humano, en este caso el lenguaje. (Michel Weviorka, 2006) Bien dice Saramago que la frontera más compleja de cruzar es la del otro, y que no obstante, descubrir al otro será siempre descubrirse a sí mismo. Para que exista una verdadera integración, entonces, se requerirá de un reconocimiento, más allá de la mera tolerancia, que Michel Weviorka describe como aprender a reconocer en los demás aspiraciones comparables.

Si el lenguaje se hizo para pronunciarse con propiedad, ¿cómo no sensibilizarse ante la desaparición de lenguas y la imposibilidad de expresar nuevas ideas en ellas, incluso por aquellos que las hablan? Entender que cada cultura tiene una aportación importante que hacer a la construcción de la realidad es trascender la soberbia de creerse dueño de la única interpretación válida del mundo, es caminar hacia un universo más rico.

Coincido con Alain Touraine, en su afirmación de que el multiculturalismo “tiene sentido si se define como la combinación de una unidad social y una pluralidad cultural, lo que supone abandonar cualquier pretensión de una cultura que identifique a la modernidad y al universalismo.” Evidentemente, el camino hacia una realidad multicultural en México es todavía muy largo. No obstante, la palabra y su uso pueden reducir la brecha. “Un viaje de mil millas comienza con un primer paso”.
Fuente: Claudia E. Romero Herrera

MEXICO. 21 de junio de 2011



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Una respuesta a "“Aquí y allá”: hacia una reivindicación cultural a través del lenguaje"

  1. hola,
    encontre tu texto cuando estaba buscando informaciones sobre definiciones y aspectos sobre el término “cultura” y “lenguaje” para escribir mi tesis final de mis estudios. Me parece muy bien lo que has escrito y muy interesante.
    No me podrías mandar una lista de tus fuentes? Osea, informaciones más completas de lo que está en en texto. (p.ej.: Falcón 2002 – nombre del libro, nombre completo del auto, número de páginas…)

    te lo agradecería muchísimo porque sería una gran ayuda para mí.

    Gracias y saludos,
    Martina

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