El bardo Shakespeare y mister B.

Crítico literario, semiólogo y novelista italiano. Nació el 5 de enero de 1932 en la ciudad de Turín. Licenciado en filosofía por la Universidad de dicha ciudad, se gradúa en 1954 y a partir de ese año es profesor de estética y semiótica en universidades como las de Milán, Bolonia, Florencia y Turín.
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Es bien conocida por los bibliófilos y estudiosos del Bardo la “Bacon-Shakespeare Controversy”. Desde hacía mucho tiempo, especialmente en algunas alusiones debidas a Selenus (que en realidad era el duque de Brunswick), pero sobre todo en la estela de numerosas especulaciones nacidas en ambientes Rosa-Cruz, se sospechaba que el verdadero autor de las obras de Shakespeare era Lord Francis Bacon. Ahora bien, sólo el siglo pasado y a principios de éste se produjo una vasta bibliografía sobre el argumento, de la que me limito a citar sólo los textos mayores (y nótese cómo en la polémica participaron también científicos insignes como el matemático Georg Cantor): Selenus Gustavus, Cryptomenytices et CryptographiaeLibri IX (1624); Cantor Georg, Die Rawley”sche Sammlung von zweiunddreissig Trauergedichten auf Francis Bacon (1897); Donnelly Ignatius, The great Cryptogram (1888); Durning-Lawrence, Sir Edwin, Bacon is Shake-Speare (1910); Reed Edwin, Bacon and Shake-Speare Parallelism (1902); Stopes C., The Bacon-Shakespeare question answered (1889); Theobald Bertram G., Francis Bacon concealed and revealed (1930); Theobald Robert M., Shakespeare studies in baconian light (1901); Wigston W.F.C., Francis Bacon (1891).

Brevemente: el debate nacía de la convicción de que un hombre de escasa cultura e ínfima extracción social como Shakespeare (en definitiva, un actor) no habría sido capaz de elaborar textos de semejante valor artístico y profundidad de pensamiento. Parecía más aceptable la idea de que Shakespeare era sólo un testaferro, o a lo sumo aquel que ponía en escena y recitaba las obras que se le atribuían, pero que las obras se debían a un personaje de gran ingenio y sensibilidad. Nadie por aquel entonces podía exhibir tales cualidades como no fuera Francis Bacon, filósofo, hombre político, sutil literato como prueba su New Atlantis, y profundo conocedor del ánimo humano. Todos los textos citados demuestran, a veces reimprimiendo las obras shakesperianas y subrayando o marcando en rojo los pasos relevantes, cómo todo el Opus del Bardo, tal y como aparece en el infolio de 1623, contiene alusiones, indicios cifrados, criptogramas totalmente leíbles que revelan la paternidad baconiana.

La que es menos conocida es la simétrica Shakespeare-Bacon Controversy. Para escribir todas las obras de Shakespeare, se decía, no sólo las tragedias sino también los inmortales sonetos, era necesario el trabajo de toda una vida. ¿Cómo habría podido Bacon encontrar el tiempo para llevar a cabo ese trabajo titánico, como no fuera delegando en otros el esfuerzo de escribir sus obras filosóficas?

Por lo tanto, se elaboró la hipótesis de que Shakespeare, que era, con todo, un hombre de no pocas habilidades, había sido asalariado para tal finalidad por Bacon. La extracción social de Shakespeare probaría también la vena de sano sentido común con el que están concebidas las obras baconianas. Así pues, Shakespeare sería el autor de las obras que ahora se atribuyen a Bacon. La bibliografía sobre el argumento ha sido tan rica como la simétrica citada arriba, y contiene páginas enteras de la obra baconiana, subrayadas o impresas en rojo, donde aparecen claros indicios criptográficos de la paternidad shakesperiana. Y he aquí algunos títulos que he conseguido encontrar sobre este fascinante debate: Cantor Georg, Die Rawley”sche Sammlung von zweiunddreissig Trauergedichten auf Shakespeare (1899); Donnelly Ignatius, The small cryptogram (1890); Durning-Lawrence, Sir Edwin, Shake-Speare is Bacon (1920); Reed Edwin, Shake-Speare and Bacon parallelism (1905); Stopes C., The Shakespeare-Bacon question answered (1889); Theobald Bertram G., William Shakespeare concealed and revealed (1936); Theobald Robert M., Bacon studies in shakespearean light (1903); Wigston W.F.C., William Shakespeare (1899).

En un determinado momento, los partidarios de la Bacon-Shakespeare y los de la Shakespeare-Bacon Controversy se pusieron razonablemente de acuerdo. Se podía sostener que Bacon era el autor de las obras de Shakespeare y Shakespeare el autor de las de Bacon sin que las dos teorías se contradijeran. Por otra parte las pruebas textuales eran absolutamente indiscutibles en ambos casos. La objeción puntillosa de Julius Stapleton (If so, why? London, Faber &Faber 1930), es decir, que si Bacon era el autor de las obras de Shakespeare y no de las suyas, no podía haber diseminado en la obra de Shakespeare indicios que se referían a las obras de Bacon, que podía ignorar perfectamente, y que si Shakespeare era el autor delas obras de Bacon no había razón para insertar remisiones a la obra de Shakespeare, de la cual podía saber poquísimo (estas objeciones fueron tachadas de escepticismo positivista y se las dejó de lado rápidamente). Aún así, quedaba abierta otra cuestión.

Si Bacon era el autor de las obras de Shakespeare, no habría podido concebirlas sin una frecuentación cotidiana del mundo del teatro –por no decir que no habría podido escribir sus Sonetos si, en vez de frecuentar cada día a la reina Isabel, no hubiera tenido tiempo de frecuentar a la Dark Lady –y viceversa, si Shakespeare era el autor de la obra de Bacon, no habría podido concebirla sin una frecuentación cotidiana de la sociedad cultural de Londres y de la misma corte. Por lo tanto, debía suponerse no sólo que Bacon era el autor de las obras de Shakespeare, sino que suplantó directamente a Shakespeare en la dirección cotidiana del Globe; y a la inversa por lo que concernía a la presunta obra baconiana. Por consiguiente, Shakespeare, es decir, aquel que la gente reconocía como Shakespeare, de hecho era Bacon, y Bacon era Shakespeare. ¿De quién son, pues, los retratos que nos han llegado como retratos respectivamente de Shakespeare y Bacon? Los retratos de Shakespeare retrataban evidentemente a Bacon y los de Bacon a Shakespeare. Pero, ¿cuándo se produjo la sustitución? Si se produjo cuando ambos personajes tenían ya una cierta edad, durante el resto de sus vidas habrían sostenido una insostenible ficción, y cabe preguntarse si en ese estado de ánimo Bacon podía mantener la serenidad necesaria para concebir el Opus shakesperiano, y Shakespeare la agudeza indispensable para concebir el Opus baconiano. Si, en cambio, la sustitución se produjo, digamos, en la cuna, entonces de hecho Shakespeare se consideraba Shakespeare y Bacon Bacon. Lo único que habría podido iluminarles sobre su identidad real habría sido una prueba del adn, por aquel entonces inconcebible.
Por lo tanto, a la luz de esta última hipótesis, Shakespeare era Shakespeare y Bacon Bacon. Así pues, la obra de Shakespeare era de verdad de Shakespeare y la de Bacon de verdad de Bacon. Muchos de los estudiosos que habían animado la Bacon-Shakespeare-Bacon Controversy (que para algunos era la Shakespeare-Bacon-Shakespeare Controversy) con el tiempo se desdijeron, como demuestra la bibliografía que se alega: Donnelly Ignatius, There was no cryptogram (1899); Durning-Lawrence, Sir Edwin, Shakespeare was Shakespeare (1925); Reed Edwin, Shakespeare and Bacon: an incompatibilty (1910); Stopes C., Fuck Shakespeare (and Bacon too)! (1890); Theobald Bertram G., Both Shakespeare and Bacon did not exist (1936); Theobald Robert M., Bacon-Shakespeare studies discombabulated (1906); Wigston W.F.C., Was Shakespeare Kaspar Hauser, the masonic mask (1900).

Tan sólo Cantor permaneció insensible al problema gracias a una teoría que había elaborado, la teoría de la Absoluta Identidad de los Conjuntos Nada Normales, afirmando que, si dos personas están locas –y locos no podían no estar, o por elección o por condena, los dos desafortunados isabelinos–, entonces ninguno de los dos podía saber ya quién era quién, y el grado máximo de confusión se alcanzaría en el momento en que Shakespeare se creyera Shakespeare y Bacon Bacon.

Está claro que, llegada a este punto, la controversia podía decirse acabada. Sólo pocas alusiones a sus últimos coletazos. Es conocida desde hace tiempo la afirmación de María Kodama por la que tanto las obras de Shakespeare como las de Bacon son fruto de un trabajo inédito de Pierre Menard (que más tarde los presuntos autores transcribirían de memoria). Recientemente Antonio Tabucchi (Sostiene Ulloa, impreso a expensas de Mediaset) avanzaba la hipótesis de que las escribió Pessoa. Casi en la misma época, Roberto Calasso, remitiéndose a un voluminoso manuscrito debido a la pluma de Roberto Bazlen, demostraba que ni Shakespeare ni Bacon escribieron nunca nada (el primero fue asesinado cuando era joven en la Cripta de los Capuchinos en Viena; el segundo al haber decidido, en el cementerio judío de Praga, tras leer la opera omnia de Emanuele Severino, que si el error de Occidente es el error de Occidente, entonces más valía callar). Por consiguiente, la editorial Adelphi anunciaba la publicación inédita, en edición crítica, de todas las obras de Shakespeare y de Bacon, a cargo de Mazzino Colli, ilustradas con las ruedas mnemotécnicas de Giordano Bruno.

Pero a los de Adelphi se les adelantaban los herederos de Scheiwiller, que anunciaban una edición para coleccionistas, con aguafuertes del nieto de Ardengo Soffici, así como Franco Maria Ricci, que abría una suscripción para una edición de lujo de 100 ejemplares numerados de I a IV, en pergamino árabe con reproducción de los manuscritos autógrafos, introducidos por un ensayo de Albucasim-al-Yagar-Kuwarizmi-ibn-Kaldun-Hasan-de Baldach (siglo XII), encuadernado en piel humana, y de 10 ejemplares en papel Fabriano azul, acid-free y lavable, numerados de 1 a 2456. Ambos proyectos encallaron gracias a Silvio Berlusconi que, en una transmisión del Michele Santoro Show de la televisión búlgara, anunciaba: “Bacon soy yo”, añadiendo: “ad interim”. Luego, contestando a una pregunta de los periodistas sobre Shakespeare: “Sería mejor que la gente de cine se ocupara de cine y no de política”.

Traducción de Helena Lozano
Artículo del portal electrónico: www.elcultural.es



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