El conservadurismo no es una ideología. Por Ignacio Sánchez Cámara

Creo que una buena guía para clarificar la cuestión se encuentra en la obra del pensador inglés Michael Oakeshott, en La actitud conservadora o en Ser conservador y otros ensayos escépticos

Por Ignacio Sánchez Cámara

La versión habitual sobre el conservadurismo adolece de algunos graves errores. Los principales derivan de uno previo que procede de la falsa tipología propia de la izquierda radical. Según ella, la izquierda representa el bien y la derecha el mal. Por lo tanto, la extrema derecha es lo peor y la extrema izquierda lo mejor. El conservadurismo se encontraría así próxima al extremismo de derechas, solo superado por el fascismo. En realidad, el conservador es considerado como una especie de fascista moderado, humanizado. En su lenguaje, calificar a alguien como «muy conservador» es casi lo peor que se le puede decir. El conservadurismo sería el fascismo con rostro humano.

Es evidente que esta tipología es falsa, ideológica e inservible. Creo que una buena guía para clarificar la cuestión se encuentra en la obra del pensador inglés Michael Oakeshott, en La actitud conservadora o en Ser conservador y otros ensayos escépticos. Una primera observación que debe hacerse es que el conservadurismo no es una ideología, sino una actitud general ante la realidad. Si por ideología entendemos un conjunto de ideas que tienen consecuencias para la organización de la vida política, el fascismo, el socialismo, el liberalismo, el comunismo y la socialdemocracia son, de un modo u otro, ideologías. Todos ellos encarnan algo que podría ser calificado como «políticas del libro». Los problemas sociales y políticos se resuelven aplicando la receta, la ideología, el «libro». Todos los sistemas mencionados presuponen que la solución se encuentra en la aplicación estricta de su recetario. Por eso, disputan vivamente entre sí. En ocasiones faltando a la más mínima educación.

Por el contrario, el conservador carece de ese recetario que lo resuelve todo. Es, sobre todo, una actitud que parte del aprecio y la gratitud hacia lo mucho que de bueno hay en la realidad. Consiste en el afecto hacia lo que ya es, antes que hacia lo que debería ser o será. Así, es frecuente que el conservador ame su religión (desde luego, la tiene), su familia, la arquitectura de la ciudad en la que vive y, sobre todo, han vivido sus antepasados, las viejas costumbres y las instituciones. Normalmente recela del cambio. Invierte, en cierto modo, la carga de la prueba. Es quien pretende cambiar algo el que está obligado a probar que la reforma va a mejorar la situación. El hecho de que una cosa haya durado durante siglos es prueba de que necesariamente algo bueno tendrá. Es todo lo contrario de un pesimista que piensa que el mundo marcha siempre mal. Tampoco es un conformista que niegue el cambio, ni un tradicionalista que quiera volver a formas de vida del pasado. Es reformista pues admite los cambios siempre que mejoren la situación. Y si hay injusticias deben ser eliminadas, pero nunca mediante la revolución. En cierto modo, es políticamente escéptico. Rechaza el racionalismo moderno. Se aprende más mediante la cercanía de un maestro que en la falsa seguridad de un manual. Ya se trate de la ciencia, la filosofía, la pesca, la amistad o el arte de la conversación. Oakeshott expresa con claridad cuál es el fin de la política: «La función del gobierno no consiste en imponer otras creencias y actividades a sus súbditos, ni tampoco en protegerlos y educarlos; ni hacerlos mejores o más felices en otra forma; ni dirigirlos ni estimularlos a la acción; ni guiarlos ni coordinar sus actividades para evitar motivos de conflicto. La función del gobierno consiste simplemente en gobernar.

Esta es una actividad específica y limitada, fácilmente corruptible cuando se combina con cualquier otra y, dadas nuestras circunstancias, indispensable. La imagen del gobernante es la del árbitro cuya función consiste en aplicar las reglas del juego, o la del presidente que dirige el debate con arreglo a reglas conocidas, pero sin participar en él». Un árbitro que es, al mismo tiempo, jugador no es un árbitro.

Es imposible que un conservador sea fanático. El prisionero de una ideología puede serlo, con alguna frecuencia lo es. Por eso nadie está tan alejado como él de las ideologías totalitarias, como el comunismo y el fascismo. La política no es un choque de sueños en el que cada uno intenta imponer el suyo. Abundan los monomaníacos, estamos habituados a convivir con ellos y soportarlos. Lo que no es prudente es permitir que nos gobiernen. Entre otras cosas, para eso sirve la democracia.

Notas

Fuente: https://www.eldebate.com/opinion/20250622/conservadurismo-no-ideologia_309606.html

22 de junio de 2025.

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