Contra Nietzsche y Deleuze
Por Iván Durán Sánchez
En la encrucijada del pensamiento contemporáneo, la filosofía crítica, tradicionalmente vista como el vigía de la razón y la emancipación, parece haber sido eclipsada por la filosofía exenta histórica. En este artículo, exploraremos cómo la hegemonía de la filosofía exenta histórica, con su énfasis en el contexto y la continuidad, ha contribuido a la decadencia de la filosofía crítica, diluyendo su capacidad de cuestionar y transformarse en una mera crónica del pensamiento.
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Antes de entrar en materia, vamos a exponer las diferentes concepciones de la filosofía a lo largo de la historia desde las coordenadas del Materialismo Filosófico. Se puede hablar de filosofía en dos sentidos, en sentido lato y en sentido estricto. La filosofía en sentido lato es la concepción del mundo o la filosofía de vida de toda sociedad que haya superado la fase de salvajismo, está filosofía evoluciona únicamente dentro del ámbito cultural y aunque no se las puede sentenciar como irracionales, dan lugar a cosmovisiones mitológicas y precientíficas. Por otro lado, la filosofía en sentido estricto es la que sigue la tradición helénica, la que trabaja con ideas. Esta va más allá del ámbito cultural y se vincula con las ciencias, gracias a ellos se la considera un saber universal y las concepciones del mundo son más científicas y racionalistas. Estas tienen como antecesoras las cosmovisiones primitivas (filosofía en sentido lato).
Aunque la filosofía esté inmersa en el presente, es más común considerarla como un saber permanente al que no le afectan los asuntos efímeros y los problemas del presente, es lo que denominamos Filosofía Exenta (la podemos considerar como un saber de primer grado). Esta se nos puede presentar de dos maneras diferentes (que vamos a considerar como dos tipos de filosofía exenta). La Filosofía Exenta Dogmática, que concibe la filosofía como un saber intemporal que trata con ideas eternas e inamovibles a las que no les afecta el estado presente de las cosas; y la Filosofía Exenta Histórica, que considera que el saber filosófico ya ha sido formulado y establecido en el pasado por los grandes filósofos. Lo único que les queda a los filósofos del presente es interpretar los textos “clásicos” y extraer de ellos las verdades que aún no han sido desveladas.
Hoy en día es muy común el pensamiento de que la filosofía y los filósofos no son necesarios, al ser la filosofía un saber de segundo grado, ¿no bastaría con que los propios científicos, políticos, técnicos, artistas o ciudadanos reflexionen ellos sobre sus propias actividades para que hubiese ya filosofía y filósofos? La respuesta es no. Los científicos al tratar cuestiones de índole filosófica que obviamente no pertenecen a sus campos se enredan con ideas filosóficas que les superan, por lo que acaban en malentenderlas y distorsionarlas. A esto lo conocemos como Filosofía Espontánea de los Científicos.
Fuera del ámbito científico también puede darse esta filosofía espontánea, en este caso en actividades mundanas del presente, así se habla de la “filosofía de una empresa”, la “filosofía de un departamento” o la “filosofía de un equipo de fútbol”. A esto se le llama Filosofía Genitiva. Si la Filosofía Espontánea de los Científicos nace de las actividades científicas, la Filosofía Genitiva nace del resto de actividades mundanas, es una Filosofía Mundana.
Tanto la Filosofía Espontánea de los Científicos como la Filosofía Genitiva conciben la filosofía como un saber ”adjetivo”, que se limita a colorear lo principal, los saberes de primer grado. Sin embargo, existe una última acepción de filosofía que estima que las reflexiones ”adjetivas” hechas desde estos saberes no bastan, es lo que llamamos Filosofía Crítica (saber de segundo grado). Esta es por ejemplo la que se ejerce en los diálogos de Platón (Sócrates ante una problemática presenta una serie de alternativas posibles y va descartando “lógicamente” las que llevan a contradicciones). Crítica no se debe entender en su significado común de “juicio”, generalmente negativo, sino en su sentido etimológico de “criba”, clasificar ideas sistemáticamente, y tras distinguirlas y compararlas, hacer una criba de aquellas que no son contradictorias.
Ya habiendo hecho un recorrido por todas las diferentes concepciones de filosofía, podríamos concluir en que la actual es la Filosofía Crítica, y comúnmente aceptada. De alguna manera mediante un proceso de “selección natural” las diferentes concepciones han ido superándose paulatinamente cada una con la anterior hasta llegar a la Filosofía Crítica, pero ciertamente hoy en día nos damos cuenta de que no es la única. La Filosofía Exenta Histórica sobrevivió hasta nuestros tiempos. El único efecto que provoca esto es oscurecer la rigurosidad de la Filosofía tal y como la conocemos y hacerla aún más clandestina de lo que ya es (tómese por cierta la analogía propiamente empleada por Bueno en la entrevista “La Filosofía en España” (TVE) que le concedió a Sánchez Dragó en 1978: “Un libro de Filosofía tirado en la calle es igual de clandestino que un libro de álgebra superior”).
Y es que, todavía se cree que un sistema filosófico fundamentado en ser enigmático y farragoso se debe considerar una “buena filosofía”, es más, suelen ser alabados. La primera problemática que vamos a criticar es la propia definición de Filosofía Exenta Histórica, un saber filosófico que ya ha sido formulado y está oculto en las obras del filósofo que lo formula con el objetivo de que sus ideas sean interpretadas y desveladas en tiempos posteriores. Dicho de esta manera parece algo más místico que científico, como si de una revelación se tratase. El principal representante de la Filosofía Exenta Histórica es Friedrich Nietzsche. Al leer obras como La Genealogía de la Moral o El Nacimiento de la Tragedia nos damos cuenta de que son pura fantasmagoría. En El Nacimiento de la Tragedia aquello que Nietzsche considera apolíneo y dionisiaco no se corresponde nada con la tragedia griega. Aquellas obras que considera dionisíacas son las más racionalistas, y las más apolíneas las menos racionalistas. En palabras de Jesús G. Maestro: «Nietzsche es un hombre que todo lo que ha escrito tiene sentido para alguien que desconozca aquello lo cual se refiere Nietzsche». Por otro lado tenemos el Así Habló Zaratustra del que los filonihilistas actuales han desvelado, entre otras, la idea de “La muerte de Dios” y la idea de “Superhombre”. ¿Cómo puede ser que un joven Nietzsche tan marcado por la religión y educado en la moral cristiana, afirmase que Dios había muerto? Fácil, gracias a un trauma. Ya nos advertía el sabio Freud de lo importante y decisiva que era la infancia (aunque en su obra se refiera a los primeros años de vida) pero tomémonos la licencia de aplicar la teoría freudiana a este caso. Y es que la muerte de su padre, pastor luterano, cuando él tenía cinco años y el apodo de “pequeño pastor” que tan poco le agradaba eran los factores idóneos para que Nietzsche perdiera la fe. La idea de Superhombre, como escribió María Zambrano en El Hombre y lo Divino, es un delirio. Y tan delirio, que en su última instancia fundamentó las bases de la ideología nacionalsocialista alemana. María Zambrano argumenta que el delirio del Superhombre es producto de la deificación, el apetito que tiene el hombre de hacerse divino.
Anhelo de deificación que llega, como todos los anhelos profundos, a ser delirio. Mas, entre todos los anhelos, éste de ser divino o llegar a lo divino bien puede ser el más hondo, el más irrenunciable. Iba implícito en el delirio de persecución que debió de acompañar o ser el vehículo del nacimiento de los dioses. Pues el que se siente perseguido bien pronto persigue, o quizá se siente perseguido porque no se atreve o no sabe declarar lo que persigue.
Este delirio de deificación se agita siempre en el fondo de los sombríos conflictos de la tragedia: de la tragedia poética, y de esa tragedia real que es la marcha del hombre sobre la tierra, en su historia verdadera; en esa lucha y conflicto perenne en que consiste ser hombre. Y si todo delirio nace de un anhelo del fondo más oscuro de la condición humana, el delirio de deificación nace y descubre el anhelo más imposible. Y, como tal, al renacer una y otra vez en formas diferentes, muestra la imposible condición del ser humano. Como si el ser hombre fuese un imposible; un empeño imposible que persiste. Y al persistir es porque, en cierto modo, se realiza. En cierto modo… Así, la verdadera historia del hombre sería, más que la de sus logros, la de sus ensueños y desvaríos; la historia de sus persistentes delirios.
Los oscuros ensueños se van aclarando en la historia. Y se aclaran cuando alguien los ha expresado, llevándolos a su extremo; cuando alguien ha sido su víctima, pues los delirios sagrados se resuelven o aclaran solamente en el sacrificio.
Nietzsche fue la víctima, en estos tiempos que aún no acaban de pasar, del sacrificio que exige el delirio del ser humano de transformarse en divino. Un sacrificio que le aisló de la vida intelectual de su tiempo; le puso aparte, lo hizo incomprensible. Por él fue llevado, más allá de toda comunidad, a donde la palabra ya no puede brotar, a ser consumido en silencio. Había retrocedido desde el pensar de la filosofía, y aun desde la «inspiración» poética, al mundo trágico; no sólo en su pensamiento, sino en su ser. Mas no podría haber concebido tan claramente su delirio del superhombre, si su ser hubiese permanecido aparte. No fue un pensamiento; fue un delirio de protagonista de tragedia que ningún poeta ha podido transcribir. Nietzsche fue el autor de su propia tragedia, al par que protagonista. Como si Edipo hubiera escrito su fábula en lugar de ir a insinuarse en la conciencia impasible de Sófocles.
La claridad que arroja el delirio del superhombre nietzscheano alumbra la historia del hombre occidental en su secreto, íntimo fondo. Pues su delirio es coherente y hasta cierto punto inevitable; por eso es historia y no simple “locura” individual.
Hacía tiempo que el hombre no se ensoñaba a sí mismo con tanta violencia y quizá nunca se había atrevido a hacerlo con tan declarada audacia. Pues a partir de Grecia, la filosofía primero y la religión cristiana más tarde ya en la Edad Media habían aplacado este delirio de deificación. La filosofía sobre todo había sido su máxima cura; había conseguido casi el anularlo. Y así, resulta explicable el odio de Nietzsche a la filosofía. Tenía que desandar todo su camino, deshaciendo toda la sabia, lenta persuasión que ella había desplegado desde los tiempos de Sócrates.
Extracto del capítulo “El delirio del superhombre”,
de la obra El hombre y lo divino de María Zambrano, Alianza 2020.
Habiendo terminado ya con Nietzsche, vamos con la segunda problemática. Esta está directamente relacionada con la primera, pues al un texto ser enigmático no puede estar escrito de manera clara. Que un texto sea filosófico no significa que deba estar escrito de manera indescifrable, esto es una falsa creencia que se ha aceptado popularmente gracias a la falta de conocimiento filosófico general que hay, y escaso pensamiento crítico. A lo largo de la historia de la filosofía hay pensadores que por medio de sus obras nos han regalado bastantes dolores de cabeza. Cualquier idealista alemán lo podríamos tachar de oscurantista, pero puestos a criticar vamos a hacerlo doblemente.
Definir posmodernismo es más difícil que definir Idea de Amor, pues cada uno de los filósofos pertenecientes a este movimiento tienen sus concepciones, la gran mayoría se contradicen entre ellas. De alguna manera en el posmodernismo todo vale. Uno de los representantes más conocidos es Gilles Deleuze cuya obra es oscura y caótica, como un Rizoma, una red viva de conexiones en continuo cambio sin principio ni final. Deleuze es, junto con Derrida, el postestructuralista más conocido, sin embargo su enfoque es distinto, ambos pretenden cuestionar lo que damos por sentado. Desestabilizar, pero no utiliza la desconstrucción, sus métodos e ideas eran otras. Si a Derrida no le gustaría que se intentase definir “Deconstrucción” a Deleuze no le gustaría que se intentase sistematizar su filosofía de manera ordenada. Su obra se puede dividir en cuatro etapas: La primera en la que publica libros sobre otros filósofos, la segunda en la que empieza a exponer sus propias ideas filosóficas, la tercera cuando comienza su colaboración junto a Félix Guattari, y la cuarta en la que se centra en la estética. Pero también podemos decir que en la obra de Deleuze no hay etapas, ya que a lo largo de su obra se dedicó siempre a lo mismo, a hacer filosofía, en términos deleuzianos. Pero hablar de este tema sobrepasa la finalidad de este artículo, así pues ignoraremos esto último. Deleuze también fue lector de Nietzsche y dedicó una de sus obras para divagar sobre el pensamiento de este. La esencia de la filosofía de Deleuze en su intento de ser misteriosa y oscura, consiguió todo lo contrario, pues lo dejó bastante claro desde sus inicios, la esencia de su filosofía es esto mismo, su oscuridad. Dicho en pocas palabras, la filosofía de Deleuze se basa en ser oscura y utiliza esto como marca de identidad.
Creer que un sistema filosófico de tales características llegaría muy lejos es de tener muy poco conocimiento. La idea de Rizoma de la mejor manera que se explica es con la premisa “todo vale”, pero siendo conocedores del principio de Symploké no debemos perder el tiempo con invenciones posmodernas que son pura metafísica barata.
Como conclusión de este breve trabajo consideramos que es necesaria la destrucción de este tipo de corrientes de pensamiento, como la de Nietzsche o la de Deleuze, que son sucesoras directas de la Filosofía Exenta Histórica, ya que estas contribuyen a aumentar la “clandestinidad” de la filosofía y hacer de ella un saber sin ningún rigor científico. Somos conscientes de la influencia que han tenido este tipo de filosofías a lo largo de la historia pero resulta inútil seguir dándolas cabida en la actualidad.
En Serranillos Playa (San Román de los Montes), a 22 de septiembre de 2024.
Notas
Fuente: https://nodulo.org/ec/2024/n209p11.htm
14 de febrero de 2025