El sujeto (2)

Alain Badiou, conocido filósofo contemporáneo francés, desarrolló, en el seno de su ontología matemática, una teoría formal del sujeto. Esta teoría, que es vasta y algo compleja, se corresponde con un pensamiento filosófico, el suyo, que está rigurosamente ordenado como un sistema. Mi acercamiento a este pensamiento es todavía muy superficial. Es un acercamiento extraño, en la medida en que mi apuesta se lanza, en gran medida, desde una producción cuya consistencia no sea deudora de ninguna sistematización.

Sin embargo, en este camino de descubrimiento, atravesado por no pocos desacuerdos, encuentro ideas en las que descubro una potencia fabulosa. Son ideas que hago mías y elaboro sin que me interese en absoluto evangelizar su doctrina, militarla con alguna fidelidad, o propagarla como la buena nueva.

Nombrar a Alain Badiou en este contexto es un intento de honestidad que significa: “hay alguien que ha pensado y de las señas que su pensamiento va dejando yo me alimento y elaboro, construyo, pienso”. Sería tan deshonesto y torpe obviar su nombre como hablar en su nombre. En este contexto, su nombre es la marca de un saber contra el que pienso. Valga entonces esta aclaración inicial para decir que no me apropio de las extensas consecuencias que puedan desprenderse de la teoría del sujeto de Alain Badiou, sino de su glosario funcional a las ideas que intento elaborar como un ladrón selectivo que confiesa.

En mi opinión, los pensamientos filosóficos suelen aparentar una complejidad diferente a la que alcanzan a tener. Esa diferencia es a veces una falta y otras veces un exceso. En ocasiones la complejidad es mayor de lo que su exposición aparenta, y muchas otras es menor. Lo que nunca ocurre, o casi nunca, es que coincidan. Sobre este fenómeno pueden tejerse muchas causas. Pero hay una que me parece primordial, y es que un discurso filosófico tienta un pensamiento. Leer lo que otro piensa o pensó, particularmente cuando se ordena como un sistema sumergido en su propia consistencia, inquieta a los lectores en la tentación de sucumbir enteramente a sus verdades o en la tentación de interrumpir su plenitud con atentados ideológicos, con la experiencia propia, con la libertina fuerza de la subjetividad que se niega a ser leída en las palabras escritas por otros.

Así es como una filosofía puede convertirse en un aparato que transfiere movimiento más que dirección. Ese movimiento, sea consonante o disonante, sea incluso destinado a destruir a la filosofía entera, es en sí lo mejor que puede la filosofía dar al mundo de las ideas. Es precisamente el movimiento, tal y como sea dispuesto, lo que agujerea la completitud de un discurso. Después de todo, aquello que ha sido pensamiento escrito y dado, se convierte en saber. Así como Platón haya pensado, hay un saber según Platón en los escritos de Platón, puesto que jamás un pensamiento se transfiere. Un pensamiento se convida, pero el convite no puede ser destinado a otra cosa que un saber. Es en verdad un pensamiento en contra del convite lo que vuelve generosa a la acción de convidar.

Se trata, entonces, de pensar en contra de un pensamiento devenido en saber. No obstante ese saber es un saber de otro, es un saber sobre una otra subjetividad. No pudiendo pensar como Platón, puedo saber lo que Platón nos dijo que pensaba. Se trata, entonces, del atravesamiento de dos subjetividades: la mía en tanto lector que piensa, y la del otro en tanto pensador que dice. Son dos trazos que hay en el mundo, dos subjetividades.

Sin embargo, ahí donde hubo pensamiento hubo alguna interrupción. Lo que hay en la situación, ese saber, es interrumpido por un pensamiento que vino a decir algo acerca de su inscripción, sea lo que sea, que excede a lo sabido, que faltaba antes de aparecer. Ahí, en la lectura, algo de la situación que albergaba ese saber acurrucándolo en sí misma tan dócil, tan consistente, se interrumpe y aparece entonces el sujeto. Ha sido necesario decidir una lectura en contra de lo escrito. Es la diferencia entre una lectura que piensa y una lectura que absorbe.

Es raro que se interrumpa lo habitual; el sujeto es raro. Lo que habita en lo habitual no es el sujeto, sino la subjetividad. La decisión ha dejado huellas que se inscriben en la situación, en la nueva situación obligada a decir que hubo una ruptura, que algo pasó, en la situación que es nueva porque hubo alguna novedad destinada a interrumpir la anterior. Se trata de un salto, un salto que es signo de un impasse, pero no un salto sobre el vacío, sino desde el vacío. Aquello que no era posible, aquello que era impresentado en la situación, vino a presentarse y así, en sí mismo, en su presentación, se ha hecho novedad.

Ahí donde nombramos la decisión anunciamos algo de lo político. No porque cualquier decisión sea política, sino porque lo político se inscribe en lo social ahí donde se observan dinámicas específicas acerca de las decisiones colectivas sobre asuntos colectivos. ¿cómo aparece en lo político, entonces, lo subjetivo y el sujeto?

Recapitulando lo dicho hasta aquí, cabe afirmar que para que haya sujeto debe haber ruptura (interrupción), que la aparición de un sujeto (sujeto-decisión) deja huellas, que las huellas hacen la subjetividad en la medida en que forman parte de la nueva situación.

La primera diferencia que puede afirmarse entre un sujeto y una subjetividad es una diferencia de momentos en relación a la ruptura. Momentos, hay que decirlo, más lógicos que cronológicos. Para intentar clarificarlo, diré que un sujeto político es un cuerpo de ideas, es decir, una ideología (siempre en relación a las decisiones colectivas). Una ideología que puede estar más o menos sistematizada, ser más o menos orgánica, ser más o menos doctrinal, etc. En el instante en que este cuerpo de ideas es asimilado por la situación, en el momento en que forma parte, el sujeto deja lugar a una subjetividad que, como un trazo en el territorio de la nueva situación, predispone a los cuerpos sociales capaces de soportarla hacia una u otra posición política.

Es imprescindible diferenciar un cuerpo social de un cuerpo político. Aquí es donde la autonomía de lo político adquiere una relevancia decisiva. Un cuerpo social es un cuerpo de personas, sean colectivas o singulares. Se trata de agrupamientos, de multiplicidades reunidas ya sea en virtud de lo Uno o en virtud de lo múltiple, es decir, forzando consistencias o invocando inconsistencias. Es precisamente lo ideológico lo que opera subjetivando un cuerpo social ante la aparición de un indecidible. Luego, la subjetividad aparece en el momento en que lo ideológico es re-presentado en la situación, es decir, cuando su presentación ya no produce una novedad sino que re-produce una vieja novedad, ya consustanciada con la situación. Formar parte es tener lugar, es decir, identificarse en la estructura, ser representado. En el orden simbólico, la representación implica la incorporación de lo representado a las condiciones de posibilidad de la situación misma. Lo que alguna vez fue inventado en relación a una ruptura, ahora es parte de las lógicas que activan la situación. Aún dispuestas a la transformación y la crítica, las subjetividades forman parte de la situación, tienen lugar en la estructura, están presentes y representadas, es decir, simbólicamente asimiladas, comprendidas por la situación.

Así como el pensamiento dado es un saber sobre otro, la aparición de una subjetividad acaba con la presentación del sujeto. Es el eterno retorno del movimiento que va de la invención a la convención.

Un sujeto político, entonces, es un cuerpo de ideas. No es sensato abordar aquí y ahora el asunto del cuerpo, de los cuerpos. Habrá de ser otro asunto pendiente en este camino sinuoso. Lo que sí puede volverse sensato es subrayar las diferencias entre subjetividad y sujeto, y entre cuerpo social y cuerpo político (aunque más no sea para agregar tensión a lo pendiente). Afirmo, entonces, que existe un espacio, un volumen de la mutación estructural, que viene políticamente señalado por la aparición de un indecidible, por la presentación de los sujetos y por la aparición de las subjetividades. Afirmo también que un sujeto-decisión dura lo que tardan las ideas en tener lugar. Será quizás la aventura de pensar contra lo dado, de atentar contra las subjetividades en virtud de la intermitente y rara aparición de eso que, a distancia de cualquier herencia, pueda ser nombrado sujeto.
Fuente: http://elmercuriodigital.es/content/view/15476/300/

Madrid, Spain. Viernes 6 de Febrero de 2009



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Una respuesta a "El sujeto (2)"

  1. es aseptable el comentaio o publicacion bno se puede nota que gira un poko en torno al filosofo, peo se puede pesivir el cosepto de SUJETO FILOSOFANTE

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