El totalitarismo de la libertad

A diferencia de las sociedades disciplinarias que –como lo mostraron Michel Foucault o Gilles Deleuze– hacían pasar a los individuos de un medio cerrado a otro –de la familia a la escuela, de la escuela a la fábrica o al cuartel–, las nuestras, equipadas con medios de comunicación cada vez más sofisticados, “ya no funcionan –como bien lo señala Finkielkraut– por encierro, sino por control continuo e información instantánea”.

La aparente libertad que un control remoto para la televisión o una computadora equipada con internet nos hacen sentir –esa sensación de poder que crea en la percepción la ilusión de que abolimos las fronteras de lo real y lo sometemos a los dictados de nuestra voluntad–, en realidad nos encierra en un nuevo y más terrible tipo de control: el de quien, abandonado a la aparente satisfacción inmediata de sus deseos e impaciencias, está preso de una instantaneidad ilusoria, condenado al encierro en sí mismo.

Al igualar todo bajo la égida de la información y de la interacción, el internet y la televisión destruyen cualquier sacralidad –nada es ya misterioso ni está atravesado por umbrales–, diluyen cualquier alteridad –nos relacionamos con seres virtuales que no nos comprometen y de los que podemos prescindir con sólo apretar una tecla– y niegan cualquier trascendencia –rotos los límites y las distancias, ya no hay acá ni allá ni más allá; sólo el espacio cibernético y las hondas hertzianas en las que todo puede ser atraído o sacado de nuestra presencia con sólo apretar los comandos precisos.

Más que la televisión, el internet parece confirmar el triunfo de los principios de la democracia sobre cualquier poder o jerarquía. Delante de la pantalla y su teclado, cada hombre se experimenta como un dios al que nada puede limitar, un ser libre que se cumple en su plena satisfacción. Reducido a la libertad de sus deseos, él, al igual que todos, es el único que impera en el espacio uterino de su computadora. Nada lo constriñe, porque todo ha sido liberado para su satisfacción.

El prometeico dominio tecnológico de las sociedades modernas que prometió al hombre liberarlo de sus cargas, y que en el internet adquirió el rostro democrático de la resistencia al poder, al control y a todas las formas del dominio, se ha convertido en una forma cuya libertad desenfrenada nos encierra en una cárcel atroz: la de la pérdida de los límites y la exaltación del egoísmo liberalizado y elevado a virtud.

“Cada vez –escribía Paul Claudel– que el hombre intenta imaginar un paraíso en la tierra, inmediatamente genera un infierno muy conveniente”. El espacio absoluto del antiautoritarismo que es el internet, su libertad desenfrenada, es el infierno del paraíso democrático. En esa pantalla de la igualdad, de la abolición de las jerarquías, de la exaltación y satisfacción de los deseos, están confundidos en un mismo plano la Enciclopedia Británica y el nazismo; el Louvre y la pornografía en todas sus versiones y vertientes; las voces de los poetas y las Iglesias satánicas; la cocina mundial y los instructivos para fabricar armas; la venta de libros y la venta de objetos destructivos…

Poblado de ángeles y demonios, cuya demarcación, en el territorio de lo igual, se ha borrado, el hombre, encerrado en su computadora, los convoca para la única libertad que reconoce: la de sus propios deseos y solicitudes; la de su propia permisividad. Si ya no hay límites ni fronteras; si los umbrales de los que está lleno lo real ya no existen en ese espacio inmenso; si los otros ya sólo tienen un rostro virtual, todo, entonces, es posible, y el vicio y la virtud, el bien y el mal se vuelven sólo nombres que el deseo utiliza en función del placer y del gusto.

En ese mundo fascinante de la comunicación, “los espacios para la contemplación –dice Finkielkraut–, la admiración, la sorpresa, la soledad o el silencio, se van reduciendo” hasta dejarnos encerrados en nuestra propia apariencia de libertad. Liberados de cualquier constricción, los hombres de hoy ya no tenemos más referencia que nuestro propio derecho a hacer lo que queramos; la libertad de nuestro propio encierro abierto al desenfreno y a la desmesura.

Si la fuerza de las burocracias totalitarias, como lo ha demostrado Filkienkraut en su interpretación sobre Levinas, se basa en la abolición del rostro del otro, de la relación directa con alguien y de los escrúpulos que nacen de la proximidad (cuando a los hombres se les reduce a masas sin rostro, y la naturaleza y sus límites a recursos y resistencias a vencer y dominar, como lo hizo el nazismo, quienes detentan el poder pueden entonces inventar una manera concienzuda de vivir sin conciencia), la fuerza de la libertad desenfrenada del internet se basa en el mismo principio: reducido todo a una circunstancia en la que la alteridad está diluida en una pura virtualidad, comenzamos a vivir concienzudamente sin conciencia. Ciertamente, no sometemos ni asesinamos a nadie en un sentido real –cómo podríamos hacerlo si somos democráticos–, pero al estar sometidos a nuestros propios deseos, sin los límites que nos marca el rostro de lo real, asesinamos nuestra propia alma y, al hacerlo, diluimos a los otros en una realidad sin significado que no nos compromete y nos abre a todas las formas modernas de la desmesura totalitaria: la aplicación de normas productivas a la destrucción del medio ambiente y de los hombres sometidos al empleo; la apreciación de la vida en términos de gestión y provecho.

Fuente: http://www.proceso.com.mx



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4 respuestas a "El totalitarismo de la libertad"

  1. INTERNET, … << cuya libertad desenfrenada nos encierra en una cárcel atroz: la de la pérdida de los límites y la exaltación del egoísmo liberalizado y elevado a virtud. ...Si ya no hay límites ni fronteras; si los umbrales de los que está lleno lo real ya no existen en ese espacio inmenso; si los otros ya sólo tienen un rostro virtual, todo, entonces, es posible, y el vicioy la virtud, el bien y el mal se vuelven sólo nombres que el deseo utiliza en función del placer y del gusto. >>
    Me quedo maravillado ante las cualidades malignas que son atribuidas a Internet, poniéndolas como inmediatamente actuantes desde que cualquier persona use la red, de modo que caiga en esas actitudes perjudiciales.
    Leer en Internet es esencialmente leer, lo mismo en la red, que un libro, o una estela de piedra. Ver un rostro en foto, o en película, puede hacerse con una foto en papel, o por televisión, o yendo al cine. La alteridad no desaparece, cuando la pensamos con la ayuda instrumental de una imagen representativa de “el otro”. Un crucifijo no aliena de Cristo, sino que nos lo re-presenta, nos conduce a Él (real), aunque no podamos verlo directamente. “Los otros”, aunque tengan un rostro “virtual”, no pierden el suyo real, ni nos impide ver el real, al contrario, nos comunica mentalmente con éste, y nos brinda esta comunicación incluso cuando no nos sea posible ver el real. Igual hacemos con las fotos de familiares que podemos ver cara a cara sólo de vez en cuando; en ocasiones, en ausencia de ellos, ver una su foto nos conforta, nos hace pensar en ellos, nos recuerda sus rostros reales, nos los presenta en una copia que sirve para eso.
    El vicio y la virtud, el bien y el mal, se hallan por doquier; en unos sitios más y en otros menos. Quien no distinga entre límites de lo real, y los de lo virtual, o entre lo real y lo imaginado, o lo representado, ya sea en Internet, o en otros formatos, está bastante demente.
    Internet es un inmenso archivo, de lo bueno y de lo malo, es un instrumento que, como todo instrumento, puede usarse para el bien, o para el mal. Hasta un cuchillo primitivo, sencillo, puede ser mucho peor que una máquina, un ordenador, o Internet, si está en manos de un psicópata cuya mayor inclinación criminal es acuchillar a inocentes; pasará de largo del ordenador, cogerá el cuchillo y apuñalará a su víctima.
    “Corruptio optimi pesima”. Mientras mejor, más rico, más perfecto es un instrumento usable para el bien, peor, más dstructivo puede resultar, si se lo quiere usar para hacer daño injusto. E internet es un óptimo instrumento.
    Ricardo de Perea, Presbítero.

  2. Internet se creó para la guerra y para la investigación científica, y, gracias a portales como éste, accedemos a tántos buenos artículos que nos instruyen con generiosidad y desprendimiento, por hombres que nos regalan sus escritos, nos dan a conocer sus pensamientos y reflexiones.
    Añoro mis tiempos de seminarista estudiante de Filosofía en la Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma. No estaba prohibido exponer cualquier pensamiento, incluso el más terrible, el más heterodoxo; no era menester declarar que era el propio, bastaba con manifestarlo como objeción a una tésis que podía ser la del mismo sujeto que exponía la objeción o “Difficultas”. Tan apreciadas y necesarias eran las “Difficultates” para Santo Tomás de Aquino que, en su Suma de Teología o manual para estudiantes, cuando abordaba una tésis empezaba con las objeciones, después exponía la doctrina contraria a la de ellas; y, finalmente, las resolvía una por una CONTRADICIENDOLAS, refutándolas. Sin dialéctica no hay mayor progreso de la Ciencia.
    Hay fanáticos, enemigos del método dialéctico, que pretenden privarnos del conocimiento de las objeciones a la verdad, o a nuestras tésis que solemnemente declaremos verdades, como si fueran un nuevo dios que nos vede conocer el bien y el mal. Una cosa es comer del fruto de ese árbol, haciendo el mal y conociéndolo por experiencia de sujeto activo del mísmo, y otra es conocerlo porque tengamos acceso a su manifestación o evidenciación. Necesitamos a Platón, Aristóteles, también a Protágoras, a Parménides (lo que queda), Heráclito, como a Nietsche, Descartes, Kant, Hegel, Schelling, Heiddeger, Hartmann, Bergson, y tantos otros, no cristianos. Y no sólo por lo que nos inspiren de verdades a que no hubiéramos podido llegar siguiendo nuestra doctrina propia, sino también por las inteligentes objeciones que nos ponen sus respectivas filosofías, y que nos ofrecen objetivamente la posibilidad de pensar cómo refutarlas y cómo corregir los errores que no obstante tengamos.
    Ricardodeperea, Caesar Borgia (pseud.).

  3. << En el método de la escolástica escuchábamos a todos con mucho respeto. Estudien, por ejemplo, lo que era una discusión pública, lo que llamábamos “quaestiones disputatae”. Se trataba de reunir el mayor número de afirmaciones sobre todos los temas, con una gran libertad de espíritu. Por ejemplo, vamos a hablar de Dios. Veamos si existe (opiniones a favor) o si no existe (opiniones en contra). Luego, hemos de discernir entre lo que vale y lo que es falso. Pero incluso al criticar la opinión equivocada (en el máximo respeto de quien la emitió), siempre intentábamos ver los motivos de su error, los elementos válidos de su pensamiento, para no eliminar lo bueno junto con lo malo. Algunos modernos tienen demasiada prisa y fulminan con condenas absolutas las ideas del pasado, la metafísica, el pensamiento escolástico. Si tuviesen un poco de espíritu verdaderamente científico, como el que teníamos nosotros, serían más prudentes, más abiertos, y sabrían aprovechar los elementos válidos de la Escolástica. >> En el artículo “¿Muerte del Tomismo? … en esta web

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