Praxis política y estado republicano

Crítica del republicanismo liberal. Entrevista a Joaquín Miras Albarrán

“Todo uso del saber hacer es concreto, depende de un contexto y de la interpretación que hagamos del mismo”

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.

Estábamos resumiendo, asunto siempre oportuno. Habéis comentado:

Explicación que da cuenta de la génesis de dicha consciencia desde sus micofundamentos genéticos de la realidad cotidiana de cada subjetividad. Para ello me baso en lo que nos explica Hegel, tanto en Fenomenología del Espíritu como en Ciencia de la lógica, libro segundo y tercero. Y en los resúmenes que él elabora en su Enciclopedia de las Ciencias filosóficas. Nuestros lectores han de tener en cuenta esto, porque la consciencia subjetiva es, para Hegel, consecuencia de cada tipo de praxis, esto es, es tan histórica y variada como lo es la praxis, y Hegel nos presenta una multitud de praxis históricas diversas que generan consciencias individuales históricas distintas –por ejemplo, en el capítulo V y VI de la Fenomenología del Espíritu. Y tras recalcar nuevamente el esquematismo del resumen que procedo a presentar, vamos a la cosa.

Te había interrumpido aquí. Vamos entonces a la cosa.

El individuo se constituye en subjetividad al apropiarse del saber hacer que le dará la posibilidad de ser ente autónomo en interacción con sus inmediatos que constituyen su área de desarrollo próximo o interaccionan con él y su área interna de desarrollo próximo –esto es la Escuela Socio histórica de Psicología, Lev Vygotsky, claro-. La apropiación de ese saber hacer que constituye la consciencia subjetiva exige actividad protagonista por parte de la individualidad e interacción constante con otras consciencias subjetivas inmediatas que nos lo proporcionan y nos ayudan a ponerlo en obra –área de desarrollo próximo-. La actividad o puesta en obra de nuestro saber hacer es siempre social tanto en su génesis como en su aplicación (la división social de trabajo).

Ese saber hacer poseído en nuestro fuero interno es el que constituye, genera, la consciencia subjetiva, que no es sino primero: la posesión interiorizada de ese saber hacer; segundo: la inherente capacidad consciente, emergente, de poder ponerlo en obra, a partir de las propias expectativas culturales, del ethos; tercero, la experiencia que nos genera su puesta en obra y sus resultados. Pero este conjunto integrado que acabo de describir, es tan solo una parte de la consciencia; existe, también, otra, a la que le denominamos autoconsciencia, o consciencia de nuestra consciencia, y que es lo que constituye la consciencia inherente a toda subjetividad de ser un yo.

Háblanos de esta autoconsciencia.

Esta otra parte, o instancia, que nos dota de capacidad para reflexionar sobre nuestro hacer, y de contrastarlo con las necesidades, las expectativas, etcétera, con las que viene ese mismo hacer, no se constituye solamente por reflexión inmediata sobre el hacer y la experiencia de su puesta en obra. Existe como construcción generada, creada, de forma inmediata, por la interacción social misma. También su génesis, la génesis de esa otra instancia interna, la autoconsciencia, surge de la interacción inmediata de cada individuo con las subjetividades con las que nos relacionamos en la vida cotidiana, de forma capilar. Cada individualidad subjetiva se apercibe de que es tratada y considerada por ellos como una subjetividad diferenciada, dotada de características específicas singulares: de que es Reconocida –categoría fuerte hegeliana- como un tú, un yo. Nos apropiamos de esta percepción desdoblada de nosotros mismos como una subjetividad singular, y comenzamos a reflexionarnos a nosotros mismos interiormente pero desdoblándonos, desde un yo interior distinto del yo que posee el saber hacer y obra. Se genera a partir de ahí una auto reflexión una auto consciencia sobre la propia consciencia

Nos aprendemos a considerar, a valorar, etcétera a través de las valoraciones de los demás. Y en este proceso aprendemos a auto reflexionarnos, a auto desdoblarnos y a ejercer crítica respecto de nosotros mismos.

Dialogicidad interna…

Exacto. Estamos ante la dialogicidad interna de toda consciencia, que es ese sabernos como alguien que no es exactamente igual a la voz desde la que nos vemos y mediante la que nos hablamos, una u otra –don Quijote y Sancho Panza, la elaboración de Mijail Bajtin…o de Boloshinov, si ese es el nombre del autor, sobre la dialigocidad interior…

Todo esto constituye en nuestra consciencia esa parte denominada autoconsciencia, que posibilita la auto reflexión, que es la génesis de la propia reflexión desdoblada, «exterior pero al lado del mismo», «cabe» la consciencia, sobre nuestro hacer, y sobre sus consecuencias: la reflexión sobre la experiencia generada por nosotros mismos en relación con nuestro hacer y nuestras expectativas. La auto reflexión interna .

Sobre todo esto, insisto, ha investigado la Escuela Socio Histórica de Psicología, la vygotstkiana, que parte de la metafísica de Hegel.

Hegel está por todas partes. No sé si es omnisciente pero cuanto menos omnipresente seguro.

En Hegel, esta capacidad de posesión de autoconsciencia es un elemento teórico fundamental: es esta autorreflexión nuestra sobre nosotros mismos que se genera mediante la interrelación con la conciencia de los demás la que nos permite autorreflexionarnos como uno más idéntico a ellos en nuestra singularidad específica y exigir el Reconocimiento –categoría fuerte de Hegel- como tales. Esta exigencia, el Reconocimiento, de la que trata Hegel por ejemplo, en el capítulo IV de la Fenomenología del Espíritu, es la que explica la rebelión del Esclavo contra el Amo, y la revolución, el hundimiento del mundo feudal. Explica también la teoría del enamoramiento, que Hegel apunta al comienzo del capítulo V de la misma obra. Donde Fausto necesita, desea, pero no obtiene el Reconocimiento por parte de Margarita: desea ser reconocido como una individualidad singular, y ser deseado precisamente por ello, pero Margarita, cuya voluntad está anulada, y cuya capacidad de ser libre y elegirse y elegir, no existe, no le puede negar nada, salvo eso, que es resultado de la libertad del individuo que se nos enfrenta. La teoría del enamoramiento queda apuntada en esas pocas páginas, pero no es desarrollada por Hegel, como ya sabemos. Reconocimiento.

Pero hasta aquí tan solo he resumido la explicación de Hegel –y de la Escuela Socio Histórica de Psicología- sobre la génesis de esa parte de nuestra consciencia que denominamos autoconsciencia. Falta por explicar, en esquema, qué es lo que reflexiona esa autoconsciencia, ese nivel de la consciencia inescindible del otro, inherente al mismo

Volvamos a la consciencia.

Vayamos a ella.

El sujeto consciente, en el estadio de edad que sea, se esfuerza, actúa, se auto activa, se ejercita y va logrando apropiarse, con esfuerzo, con fracaso, con dificultad, y cansancio, con satisfacción, reforzada por el elogio de sus inmediatos –o por su menosprecio-, de ese saber hacer. Va logrando apropiarse de todo ese saber hacer. Pero este esfuerzo activo, fracasar, lograr, cansarse, tener éxito, produce un desdoblamiento experiencial en la subjetividad consciente, en la consciencia que se constituye o se auto genera mediante esa misma apropiación –no por otra cosa, pues no preexiste antes de la misma-, de que ese apropiarse no es lo mismo que el intento de apropiarse. Primer desdoblamiento, entre la intención de apropiarse de saber hacer, que guía a la consciencia, y el resultado conseguido, experienciado. Un desdoblamiento sobre el que la ya constituida autoconsciencia desdoblada, en la medida en que se auto genera en interacción, toma consciencia reflexiva. Una primera reflexión que hacemos en nuestro fuero interno, sobre nuestro hacer, pero considerándolo como un objeto interior puesto ante nuestra consideración, respecto del que nosotros, el yo autoconsciente, está fuera, se auto excluye, aunque sea tan solo a través de la reflexión; se desdobla, lo «niega», como algo inevitable e inmodificable, aunque constituya parte de nosotros, de mí: aunque me constituya. Un primer nivel de libertad, de consciencia libre, nuestra y ante nosotros mismos. Una reflexión que nos permite entendernos como una capacidad práxica necesitada de ser puesta en acción para sobrevivir, pero que no es idéntica a la actividad que pone en obra, la cual puede ser modificada, exige ser modificada. Consciencia de libertad.

Segundo paso. El sujeto se ha apropiado ya, según hemos resumido, de su saber hacer, que es lo que construye, constituye, su consciencia: que es esa cosa interna, ese objeto interno. Pero ese saber hacer, debe ser puesto en obra. Para todo uso y para todo acto.

¿Por ejemplo?

Cruzar una calle, escribir un renglón, trabajar, declararse a un ser amado…pero todo uso del saber hacer es concreto, se da en concreto, depende de un contexto situacional y de la interpretación que hagamos del mismo. El saber hacer, e incluso los instrumentos al alcance –objetivaciones de otro saber hacer- no tiene explicitado su forma de aplicación. El uso depende de la oportunidad, la situación, de la interrelación con los coparticipantes, si los hay –los hay, por ejemplo, el coche que viene por la calzada, si se trata de cruzar la calle, el suelo mojado…-. El saber hacer es indefinido respecto del cómo hacer concreto. Nos vemos obligados a interpelarnos, reflexionar -a reflexionarnos desdobladamente-, sobre cómo poner en obra, de una forma u otra, un saber hacer concreto u otro, o a retirarnos del campo –no me declaro…-. Los resultados son lo que son. Pensábamos estar acertados pero sobreviene el fracaso. Nos desdoblamos reflexivamente respecto de nosotros y reflexionamos la experiencia generada por nuestra acción. Extraemos consecuencias de ello, e incluso nos ponemos a investigar cómo hacerlo mejor. Decidimos no reiterar formas de aplicar saberes anteriores ya conocidos. Estamos nuevamente ante un desdoblamiento reflexionado, reflexivo de nuestra consciencia, negación, al menos en potencia, del saber hacer que nos constituye y constituye a la vez el mundo social humano. Reflexionamos ahora sobre la aplicación hecha de nuestro saber hacer, que ha sido la que genera esos resultados objetivos. Pero esto, la reflexión sobre esto, se abre al desarrollo de una posible nueva autoconsciencia.

¿Qué nueva autoconsciencia?

Los resultados que se producen no dependen de una cosa, ya sea el mundo exterior, o el saber hacer sabido, sino de nuestra capacidad de hacer, del protagonismo nuestro sobre nuestro hacer, de nuestras decisiones; vamos un paso más allá. Reflexionamos libremente como algo ajeno, pero interno, no solo sobre el saber hacer, sino también sobre nuestro uso del mismo y, al hacerlo recuperamos, seamos conscientes de ello o no, la capacidad constitutiva básica, ser un ente que es energía práxica que se genera y se pone en obra tan solo como resultado de la actividad en común, de su carácter de constituir un ser intersubjetivo, que obra en interacción común, pero que carece de proyecto, y puede elaborar en común, siempre, al menos en potencia, uno nuevo. Esto que resumo explica tanto la ontogénesis o desarrollo individual de la consciencia, como la filogénesis, posibles cambios de la consciencia social a lo largo de la historia: es «saber de la experiencia de la consciencia», reflexividad sobre la experiencia de la consciencia para ambos planos.

Vayamos al tercer paso.

Tercer paso: a partir de la consciencia del fracaso de nuestro hacer, podemos reflexionar conscientemente y decidir que no aplicaremos ese saber hacer, que no es idéntico a nosotros, que no determina nuestra capacidad práxica, la cual es libre respecto del mismo, y combinada con la experiencia que ya teníamos de que ese saber hacer que nos constituye no es idéntico con nosotros mismos, podemos llegar a la conclusión de que por qué no tratar de aplicar otro saber hacer, e incluso decidimos ser nosotros quienes lo creamos, mediante nuestra inventiva. Inventamos un saber hacer, que creemos apropiado para resolver tal problema. Incluso, quizá inventamos una nueva objetivación material.

¿Una nueva objetivación material?

Por ejemplo, la dinamita –es la leyenda- para liberar a los mineros de la dureza de su trabajo…somos geniales…pero entonces llegan los demás «como moscas al cubo de la leche», los individuos de nuestra sociedad con quienes nos sostenemos anudados por las relaciones sociales –prioridad ontológica de la interacción social sobre la individualidad-, y éstos, hacen con ello lo que quieren: usarlo para la guerra, por ejemplo. Nuevo desdoblamiento nuestro, éste, ya no referido a nuestra fatiga autoconscientemente reflexionada, ni a la auto reflexión sobre nuestra capacidad de usar saber aprendido en circunstancias concretas, sino referido al uso de lo que creíamos más nuestro, lo creado u objetivado como saber hacer, o como objetivación material, por nosotros; a la eficacia social de lo que hacemos y logramos hacer exitosamente y a las relaciones sociales que organizan la intersubjetividad práxica dentro de la cual generamos nuestro hacer como parte de la misma. Experiencia de desconcierto y nuevo, perplejo desdoblamiento reflexivo, mediante el que nos desdoblamos del orden social de las relaciones sociales concretas que ordenan la puesta en obra, o praxis del ethos o saber hacer. Nos sentimos negando, reflexionando negativamente, esa concreta manera de organizar la praxis intersubjetiva, y reflexionando con libertad frente a ella, y, en potencia, recobrando, consiguientemente, la capacidad de tratar de elaborar en común con otros, unas nuevas relaciones sociales ordenadoras de la actividad, diversas; libertad subjetiva consciente…

… Esto de las moscas y el cubo de leche es otra de las tantas bromas gruesas de Hegel que hay en Fenomenología del Espíritu, junto con la que ya expliqué del cornudo como broma contra quienes creen que la fisiognómica es real, que hay relación entre la constitución física y el hacer humanos, o el chiste en el que compara a quien confunde un determinado tipo de pensamiento y lo usa para lo que no toca con quien confunde la función procreadora de determinado órgano con la de mear…así de suyo es Hegel… pero bueno, junto a estos, aparecen también pasajes de una hermosura, de un lirismo, admirables, sin embargo…bueno, prosigo.

Prosigue un poco más. Esta vertiente bromista-irónica de Hegel me era desconocida.

Además, y como otro potente foco de generación de experiencia negativa sobre la que reflexiona nuestra propia autoconsciencia, y desarrolla así otro nuevo desdoblamiento respecto de su saber hacer y su vivir, y en potencia, nueva negatividad, también están las expectativas que la cultura o ethos-sittlichkeit en el que nos formamos, nos hacen esperar de nuestro vivir y sobre cuyo incumplimiento, o frustración, sobre lo injusto de la sociedad que se ordena de tal modo que unos sí lo logran y otros no. O sobre nuevas necesidades y expectativas originadas en una sociedad concreta, a partir de un ethos concreto, pero que éstos impiden que sean satisfechas. Todo esto, si lo consideramos bien, es algo evidente para todo sujeto. Ha inspirado poesía, incluso: «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, por ejemplo.

Está muy bien que cites a Jaime Gil de Biedma.

Reflexión cuyo contenido reflexivo, cuyo desdoblamiento sobre la propia vida anterior experienciada, no tiene por qué ser así de individualista pesimista-cínico, como lo es el poema de Biedma. Otra alternativa de reflexión ante la vida pasada en comunidad, puede ser la del abuelo de Cornelius Castoriadis, que, ya muy viejo, se puso a plantar olivos, reflexionando sobre la comunidad a la que pertenecía, pensando en el porvenir de la misma…

Algo parecido hizo el abuelo de José Saramago si no recuerdo mal, quien, además, daba nombres a esos olivos.

Una auto reflexión sobre nuestras necesidades o sobre nuestros deseos y aspiraciones, que, también, puede generarnos angustia, culpa: la voz reflexiva interna de la consciencia que se sabe libre o diversa del hacer que la constituyen nos dice: yo no quiero vivir así, tal como me lo propone el ethos existente; sin embargo, la autoconsciencia reflexiva, que ha reflexionado sobre el sentido de la vida y se ha apropiado y asumido discursos justificativos, añade: Pero es así como… quien sea, dios, quiere que yo viva: ¡qué pecado es no quererlo! ¡Qué pecado es tratar de obtener eso que yo deseo! Es la «consciencia desgraciada», cristiana, de la que nos habla Hegel.

En resumen y para lo que nos ocupa, que es mostrar la existencia de la libertad subjetiva, consciente, y que ésta existe precisamente como resultado de la socialidad que nos constituye.

Adelante con el resumen.

Solo ya reflexionar sobre nuestro propio vivir, es estar poniéndonos fuera del mismo. Solo con ponernos a reflexionar sobre aquello que nos cuesta, que se nos aparece en nuestro fuero consciente interno como a lograr, a lograr poner en obra, a lograr usar, a lograr ejecutar, o a reflexionar sobre lo no logrado, eso, está ya poniendo en crisis esa realidad, ese ethos que nos constituye como subjetividad, y cuya existencia objetiva –el «mundo»- no es otra cosa que el resultado u objetivación de nuestro hacer constante ; ya está, en potencia, dejando de ser, de ser válido o de existir, ese saber hacer y ese mundo creado a cada instante por nuestra praxis actualizadora de nuestro saber práxico. Es lo que Hegel denomina «Negatividad».

Vale, descansemos un poco (yo he sudado tinta hoy lo confieso). Lo dejamos aquí esta semana.

Fuente: http://www.rebelion.org/

5 de marzo de 2018. ESPAÑA

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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