La Filosofia, la aventura de pensar, no ha muerto (ni debe morir)

Ahora el gobierno mexicano, en medio de su más mediática que real crisis creada por la nueva gripe “asesina”, ha decretado la eliminación de los cursos de filosofía en la escuela media. Pero pese a ello, todo indica que seguirá habiendo filosofía. O, al menos, eso debemos impulsar. La filosofía, esa gran aventura del pensamiento, no puede morir por un decreto. En definitiva: si eso fuera a lo que se apunta, no lo podemos permitir.
La imaginación al poder

“Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintas maneras; de lo que se trata es de transformarlo”, sentenciaba terminante el joven Marx en la tesis XI sobre Ludwig Feuerbach, en 1845. Para muchos esa fue la declaración de muerte de la filosofía clásica. De todos modos siguió habiendo filosofía.

Para muchos, la obra del alemán Martin Heidegger fue la última expresión de un gran sistema filosófico, tal como existieron por más de dos milenios en la tradición occidental, desde los griegos clásicos hasta el idealismo alemán. Pero desaparecido Heidegger, el gran filósofo del siglo XX, siguió habiendo filosofía.

Ahora el gobierno mexicano, en medio de su más mediática que real crisis creada por la nueva gripe “asesina”, ha decretado la eliminación de los cursos de filosofía en la escuela media. Pero pese a ello, todo indica que seguirá habiendo filosofía. O, al menos, eso debemos impulsar. La filosofía, esa gran aventura del pensamiento, no puede morir por un decreto. En definitiva: si eso fuera a lo que se apunta, no lo podemos permitir.

¿Acaso es inmortal la filosofía? No puede afirmarse con total seguridad, pero hay que intentar que así sea. Cabe entonces la pregunta: ¿y qué es en verdad la filosofía?

La respuesta dependerá de quién la formule. Para nosotros, la gran mayoría, o quizá la totalidad de los lectores de este breve artículo –si es que los tiene–, seguramente occidentales, son inevitables ciertas representaciones, en algún caso ya estereotipadas: saber por el saber mismo, reflexión profunda, meditación serena. E inmediatamente se nos podrá figurar la estatua de Rodin: “El pensador”, o el fabuloso fresco “La escuela de Atenas”, de Rafael, con las distintas vacas sagradas del pensamiento griego clásico, aunque muy probablemente no evocaremos los tlamatinime, los sabios o filósofos aztecas. Ni tampoco pensaremos, por ejemplo, en los filósofos musulmanes de la escuela de Bagdad, surgidos hacia el año 800, uno de los momentos más fecundos del pensamiento universal, fundamento del posterior desarrollo científico de Occidente, doctos en la filosofía y en numerosas artes aplicadas como las matemáticas (ahí se inventaron los actuales números arábigos, difundidos luego universalmente), la arquitectura, la astronomía. Quizá pensemos en los míticos sabios orientales, muy poco conocidos –eurocentrismo mediante– en nuestra civilización occidental, pero más como una invocación espiritual-religiosa que como filósofos. Seguramente no haremos mención de las cosmogonías precolombinas de América (maya e inca), riquísimas sistematizaciones de un rigor filosófico indudable, pero desconocidas en la academia de raíz europea. Y quizá, entre los filósofos, no se ponga a Marx, considerado más bien un revolucionario. ¿Pero no es acaso revolucionaria la filosofía misma? Aunque en nuestro mundo científico-técnico actual, dominado por la ideología de la eficiencia y el lucro como bienes supremos, de acuerdo a esos estereotipos que nos inundan, filosofía también puede identificarse con inservibilidad. ¿Para qué filosofar si con eso no se come? ¡Las humanidades han muerto!, podría proclamarse –quizá al menos en la línea que llevó a anunciar que las ideologías estaban muertas, cuando cayó el muro de Berlín y se autodesintegró el bloque soviético–.

Al menos algo así pueden haber pensado los funcionarios aztecas que tomaron la medida de marras. Quizá leyeron demasiado literalmente a González Tuñón: “con la filosofía poco se goza”, seguramente sin entender nada de la metáfora en juego. ¿Con qué se goza entonces: con los nuevos espejitos de colores con que nos inunda el actual sistema económico? ¿Con los teléfonos celulares de última generación? ¿Con los spa cinco estrellas? ¿O con las nuevas muñecas inflables de silicona?

Con la filosofía se goza, y mucho. El preguntar, la sed de saber, la búsqueda de lo desconocido ha sido y sigue siendo la llama que enciende el hecho humano, desde el interrogante que posibilitó labrar la primera piedra hace dos millones y medio de años atrás a nuestros ancestros apenas descendidos de los árboles hasta el día de hoy, en que nos seguimos preguntando cosas, seguramente las mismas de aquellos remotos antepasados. Por ejemplo, en la tierra donde ahora se toma la medida de eliminar las clases de filosofía, tierra donde existió esa larga tradición de pensadores, los tlamatinime, sabios filósofos admirados incluso por los conquistadores españoles: ¿qué hay con esto de la terrible gripe porcina? ¿No es necesario que una actitud de pensamiento crítico, de indagación filosófica, de apasionada búsqueda de la verdad por la verdad misma eche un poco de luz sobre tanta sombra? ¿Por qué decretar el no pensar? (como si ello fuera posible acaso). ¿Acaso alguien puede pensar que la “tecnología de avanzada” lo resolverá todo? ¿Por qué se sigue apostando por los “espejitos de colores”?

Todo esto lleva a algunas consideraciones más de fondo. Saber por el saber mismo siempre ha sido una práctica usual en cualquier cultura, desde el neolítico en adelante, y nada indica que eso, mientras sigamos siendo seres humanos y no autómatas, vaya a cambiar (aunque cualquier dictadura lo intente, incluida la actual dictadura del mercado, disfrazada de democracia y sutilmente manejada con tecnologías de punta, mercadotecnia y psicología del consumidor). El impulso por saber es lo que pone en marcha todo proceso humano: saber, preguntar, descubrir, investigar, he ahí el motor de la humanización, lo que hace del infante un adulto. He ahí lo que hizo del mono esta obra tan peculiar que es el ser humano. Preguntar, reflexionar, ordenar el caos de la vida para entenderla y poder manejarse mejor: esa es la necesidad que lleva a esta actitud tan humana que sigue siendo sorprenderse ante el mundo y buscarle un sentido (aunque la tendencia actual nos orille a pensar que los manuales ad hoc nos dan la respuesta adecuada para todo, para ser feliz, para tener amigos o para conquistar el espacio sideral, siguiendo los pasos indicados y no preguntando más allá).

Filosofar en tanto preguntar sin anestesia, sin concesiones: he ahí lo que, en un esfuerzo extremo, lleva a Marx a formular su llamado a transformar el mundo superando la contemplación pasiva, pero no para negar el hecho de preguntar, la sed de saber, sino para profundizar todo ello más aún (radical “crítica implacable de todo lo existente”, reclamaba estricto). Si prefirió no llamar a eso “filosofía” fue por la carga negativa que encontró en mucha de ella, filosofía barata y complaciente que no sirve para la transformación requerida.

Con distintos nombres, esa sed por saber dónde estamos parados en el mundo, saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, esa pulsión irresistible por conocer acerca de nuestros límites, recorre toda la historia de la civilización, llámese filosofía, sabiduría, pensamiento crítico, reflexión o como se quiera.

¿Se puede eliminar la filosofía? ¿Morirá el pensamiento crítico?

Pretender eliminar el deseo de saber es ingenuo. ¡E imposible!, obviamente. Pero se puede hacer que ese ánimo interrogativo, esa sed de verdad, juegue para la conveniencia de ciertos poderes. La filosofía puede ser –y de hecho lo ha sido en numerosas ocasiones– revolucionaria, así como puede ser también una buena aliada disciplinada de los poderes de turno. Ancilla theologiae, esclava de la teología, la llamaban en tal caso los escolásticos medievales de Europa. Ancilla scientae, esclava de las ciencias, pasó a ser con el mundo moderno dominado por los nuevos industriales. De lo que se trata es que no sea esclava de nadie, que se constituya en el “tábano socrático” instigador que fuerza a seguir cuestionando siempre. La filosofía, si sirve para algo, es porque es irreverente, provocativa. Ahí está el mayor de los goces.

Lo que, en todo caso, la medida tomada en México expresa, es un espíritu general de la época: la tecnocracia se ha enseñoreado y campea victoriosa. Un pensamiento parcializado, sin interés por la universalidad, bastante miope, ciegamente confiado en el saber del especialista (aquél que sabe todo sobre casi nada). Eso es lo que puede llevar a pensar que la sed de preguntar puede colmarse con respuestas técnicas parciales, fragmentarias. La cultura del “no piense” (no piense en términos de integralidad, de visión universal y orgánica de las cosas) se ha impuesto con mucha fuerza. “No hay alternativa”, pudo decir feliz la dama de hierro, la británica Margaret Tatcher para referirse a estos tiempos de pensamiento único. “¡No piense, siga las instrucciones, mire la pantalla y sea un triunfador en esta vida!” (si puede, claro…), pasó a ser la consigna dominante. Y la pregunta filosófica se ha trocado en… ¡libros de autoayuda! (el renglón de la industria editorial más poderoso en estos últimos años). ¿En eso devino la filosofía: esclava de qué? ¿Quién tuvo la torpeza de creer que el pensamiento fragmentario de hiper super mega especialistas con post doctorados daría larazón del mundo, la luz necesaria en tiempos de tinieblas?

La filosofía como orientadora, como grito de guerra, como actitud crítica ante la vida, la filosofía como búsqueda absoluta e incondicionada de la verdad (recordemos que Sócrates, pudiendo salvarse desdiciéndose de lo dicho, optó por la cicuta antes que avalar el conformismo, la mentira, la superficialidad), la filosofía en ese sentido, como pregunta crítica, no ha muerto ni puede morir. Si bien es cierto que el sistema capitalista desarrollado ha llevado a un modelo social que puede manipular todo con creciente capacidad (ahí se inscriben los saberes técnicos, sin duda efectivos, los diversos manuales de mercadotecnia y los libros de autoayuda, entre otras cosas), la pregunta rebelde sigue estando siempre en pie. Y eso es lo que debemos alentar: la sana y productiva rebeldía. En otros términos: la actitud socrática, para decirlo según nuestras raíces occidentales.

Sin filosofía, como dijo Enrique Dussel, “se formarían profesionales aptos para “apretar botones” de máquinas que no podrían desmontar ni inventar para que fueran las adecuadas para una sociedad más equitativa. Serían autómatas al servicio del mejor postor sin ninguna conciencia crítica, ni creadora ni ética”. Lo que se sigue necesitando, entonces, en México y en cualquier parte de nuestro atribulado planeta, es esa actitud de sana rebeldía, de actitud crítica, de irreverencia con los poderes y las “buenas costumbres”. ¿Qué otra cosa, si no, es la filosofía? Filosofemos para transformar esta agobiante realidad que nos ata, injusta, violenta, hipócritamente moralista. No le tengamos miedo a la palabra: “filosofar” no significa sólo contemplación improductiva. Filosofemos a martillazos, como quería Nietzsche, filosofemos para perder el miedo. En relación a esta maravillosa aventura de pensar, de ser rebeldes en las ideas, nuestro peor enemigo, por cierto, no es externo, no es el sistema capitalista ni el imperialismo, no es la burocracia o la mediocridad, ni la falta de presupuesto o la posibilidad de caer en manos del torturador; nuestro principal enemigo es el miedo que llevamos dentro, el miedo a desembarazarnos de los prejuicios.

“Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”, pudo decir con la mayor valentía un pensador como Giordano Bruno en el seno mismo de la institución religiosa, a la sazón unos de los principales poderes del mundo cuando él lo formuló, siendo él mismo un religioso. Y aunque eso le valió la condena a la hoguera, su enseñanza, su actitud, su búsqueda apasionada por la verdad es lo que nos debe quedar como síntesis de lo que significa la filosofía, la sana irreverencia, la rebeldía como actitud constructiva, crítica, propositiva en definitiva. Eso fue lo que le permitió decir en la cara a sus jueces: “tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”. La historia se escribe con actitudes como la de Bruno. ¡Eso es la filosofía!, aunque algún pusilánime pueda decir que lo que el mundo necesita son “técnicos eficientes y que no se metan en política, bien portados y con el pelo corto”.

De eso se trata entonces: aunque se la quiera maniatar, amansar, presentar en formato “light” –tan a la moda hoy día, en que todo es light– o simplemente suprimir por decreto como en México, la filosofía, la pasión por la pregunta que da cuenta del sistema, que explica lo universal, la interrogación por el sentido general de las cosas, por uno mismo, por nuestros límites, sigue siendo tal vez la mayor aventura humana. “En momentos de crisis –dijo ungran pensador como Einstein– sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”. Sin pregunta crítica seguiríamos aún en las cavernas (en sentido literal y en el sentido del mito platónico de “La República”). Aunque estemos inundados de libros de autoayuda, no todo está perdido, pues como dijera un gran pensador italiano, Galileo Galilei: eppur si muove.
Fuente: http://www.argenpress.info/2009/05/la-filosofia-la-aventura-de-pensar-no.html

ARGENTINA. 8 de mayo de 2009.

Publicado por ARGENPRESS



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Una respuesta a "La Filosofia, la aventura de pensar, no ha muerto (ni debe morir)"

  1. “LOS ORIGINES DEL TERRORISMO”
    (O: “Utilizando a Rousseau como chivo expiatorio”)

    Los sentidos de la vista, el tacto, el de la audición, el olfativo nos conectan con el mundo “externo”, el físico, jugando un papel de gran valor la mente, constituida, en este caso, como el elemento medular. En este sentido podemos afirmar que el ojo es un órgano, como también lo son el oído, la nariz, la piel; la mente es el sentido o los sentidos; es decir: la mente es quien ve, escucha, siente, huele… ¿Por qué?; porque somos la mente; lo demás es materia. Cuestionando el concepto, tenemos materia y espíritu; esto es: la mente y el espíritu son una misma cosa… Al decir nosotros: “nuestra mente”, estamos diciendo: “nuestro espíritu, nosotros”. Si somos mente, somos espíritu; en donde: cada persona es un espíritu… dentro de la materia, del cuerpo. La mente o espíritu no muere; la mente o espíritu es universal y eterno. Eso somos.

    Los sentidos captan los fenómenos y transmiten estas imágenes y sensaciones a la matriz, la mente. Desafortunadamente ésta se halla bajo el dominio de los animales-pensamiento, nuestros huéspedes, encargados de clasificar y calificar la información. Esto nos lleva a darnos cuenta de que estamos desconectados con nosotros mismos, con nuestra parte esencial, nuestro principio. Los animales- pensamiento, al apoderarse de la mente, nos hacen creer que somos ellos. Es como cuando los ladrones se meten en una casa, amarran al dueño y toman su lugar. Así estamos nosotros en nuestro cuerpo. Estos animales-pensamiento son los encargados de crear nuestra personalidad, nuestra imagen, debiéndose esto a la existencia de los ladrones, los estafadores, los mentirosos, los asesinos, los violadores, los fumadores, los bebedores de ron, la prostitución, los pirómanos, los invertidos, etc., etc., relacionándose todas estas actividades con lo incorrecto y lo indigno si se pretende la integridad en el individuo, conociéndose además que cualquiera de estas disposiciones contiene el principio de la violencia.

    A falta de la conexión con la mente y estando, por tal motivo, a merced de los animales-pensamiento, al hombre se le imposibilita el conocimiento de sí mismo, la incursión en el mundo filosófico, única manera de deshacerse de los huéspedes oscuros para conseguir la verdadera libertad. Así, por ejemplo, cuando Rousseau dice: “… Nada he dicho del rey Adán, ni del emperador Noé, padre de tres grandes monarcas que se repartieron el imperio del universo, como los hijos de Saturno, a quienes se ha creído reconocer en ellos. Espero que se me agradecerá la modestia, pues desciendo directamente de uno de estos tres príncipes, tal vez de la rama principal, ¿quién sabe si, verificando títulos, no resultaría yo como legítimo rey del género humano? Sea como fuere, hay que convenir que Adán fue soberano del mundo, mientras lo habitó solo…” Esta parte es clave para reconocer que los trabajos de Rousseau no se refieren a lo externo. ¿Por qué le llama rey a Adán, y emperador a Noé? Sencillamente porque el elemento Noé contiene mayor carga, teniendo en este caso, mayor sensibilidad la sustancia, en comparación con el elemento Adán. Aquí Noé representa lo dicho por Kant: “Puedo reconocer antes analíticamente el concepto de cuerpo, impenetrabilidad, forma, etc., las cuales son todas ellas pensadas en este concepto.” ¿A qué imperio del universo se refiere Rousseau? Cuando Rousseau dice: “… descendiendo directamente de uno de estos tres príncipes, tal vez de la rama principal, ¿quién sabe si, verificando títulos, no resultaría yo como legítimo rey del género humano?”, se refiere a un proceso llevado por él con respecto a la sustancia, donde el sujeto, su otra personalidad, la no física, en ese otro plano, expresa lo de su vínculo directo con la escena filosófica, reconociendo sus dos mundos; mostrándose además, que la única forma de ser rey del género humano o rey del mundo es desde el componente sustancial. Si escudriñásemos minuciosamente los tratados de filosofía, veremos cómo a estos héroes míticos los llaman dueño del mundo, Señor del universo o del cielo, Señor de los océanos, Dueño de la Tierra, etc.; a uno de estos elementos de nombre Abraham mencionado en un tratado de metafísica, su dios le obsequia toda la tierra, diciéndole: “Alza tus ojos y mira el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por siempre.”; otro de estos héroes, llamado dios del mundo, dice: “Mi reino no es de este mundo.”

    Género humano es la misma sustancia sensible, puede ser sensible a medias o en su totalidad; es lo mismo que muchedumbre, pueblo, asociación, hombres, masa, etc., etc. Sobre estos componentes metafísicos, Rousseau desarrolla sus temas “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”, “Discurso sobre las Ciencias y las Artes”, etc. Ya hemos hablado sobre el término desigualdad entre los elementos sustanciales, mismos hombres (nada externo), donde unos elementos expresan menos voluntad que otros, debiéndose esto a que la ciudad legisladora, sea Roma, Atenea, Ginebra, etc. (Ginebra es utilizada por Rousseau en reemplazo de otras), es atrayente. Como filósofo, Rousseau se vale del método o sistema “binario en la narrativa filosófica”, utilizando elementos del plano exterior, relacionados inclusive con el tiempo, simplemente para dejar en claro ciertos puntos, algunas veces, como fue usual en Nietzsche, o porque determinados nombres le son muy apropiados, o porque otras acciones externas se prestan para enfrentarlas en el plano interno.

    En la actualidad existe un abismo entre la real filosofía y lo conocido en estos tiempos como filosofía; de eso somos conscientes. Y ha sido tan estruendosa y violenta la caída de los que se consideran filósofos sin serlo, que para ellos es inconcebible creer que todos los trabajos de Rousseau sean metafísicos. Podríamos nombrar a otros filósofos reales de los últimos tiempos utilizados como chivos expiatorios por los antifilósofos o seudofilósofos. Podríamos nombrar algunos de los pocos filósofos reales habidos, pero por el momento traemos a Rousseau, si bien a éste se lo utilizó, malinterpretando su doctrina, para encender la chispa que ocasionó la “Revolución Francesa.”

    Cuando Rousseau dice: “… lo que es aún más grande y más difícil, concentrarse en sí mismo para estudiar al hombre y conocer su naturaleza, sus deberes y su razón de ser” se refiere a que esto de concentrarse en sí mismo para estudiar al hombre, es conectarse con la sustancia, no es otra cosa; en este caso hombre es un elemento sustancial. Refiriéndose a esto, Platón lo deja claro cuando expresa: “La Filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma en torno al ser. ¿Se le ha oído decir a algún antifilósofo lo de la necesidad de concentrarse en sí mismo para estudiar al hombre y conocer su naturaleza…? Porque en este caso el hombre necesitaría hallarse dentro del hombre… Cosa que sí sucede con el filósofo, como en el caso de Rousseau, donde él estudia al hombre en su interior, al hombre sustancial…

    También habla Rousseau de la patria, de la necesidad de defender la patria, refiriéndose a esa patria interior. ¿Pero qué es la patria interior? Se trata del entorno donde se “mueve” el elemento sustancial, la muchedumbre. Puede decirse también que es el lugar desde donde se proyecta dicho elemento, entendiéndose que todos ellos deben vincularse al proceso, implicando tal cosa su alejamiento del punto de origen, pero manteniéndose siempre conectados con a aquél, gracias a la sensibilidad en la sustancia. No obstante se da también el fenómeno de que la patria es todo lo acumulado, un capital (de aquí el nombre de “capital” de un país; así, capital no es otra cosa distinta a recaudo, acumulación de bienes, donde toda capital es un bien común, una riqueza obtenida con el sacrificio). En lo externo, capital también es la ciudad donde se instala el gobierno. Esto nos está corroborando lo de pasar los significados metafísicos al plano exterior. De esta manera vemos cómo patria y capital son una misma cosa. Para el elemento sustancial, capital representa el esfuerzo, sus ahorros, y algo muy importante: la razón de su vida. Así, el capital se convierte en el tesoro, en la hacienda, y de hecho lo es: constituye la riqueza, la aparición del rey en la escena filosófica y forma parte del ser. Uno de los propósitos del plan filosófico es la conservación del capital, su buen manejo y su entrega sin tacha; esto es: el capital, al entregarse, debe ser excelso, conocido como crisol. Eso es la patria, eso es el capital: el agua transformada en oro (en metafísica, naturalmente, conociéndose que una parte de la metafísica es la alquimia). De este plano se tomaron estas ideas y se pasaron al mundo exterior. De esta idea de la transformación de trabajo en capital, de esta idea de transportar el material sustancial, por parte de los elementos, la muchedumbre, el pueblo, los trabajadores, etc., etc., los antifilósofos crearon el socialismo, la lucha de clases, la movilización de los obreros, las masas; es decir, trastocaron elementos metafísicos por elementos externos, el hombre de carne y hueso, desconociendo que todo se reduce a una ofrenda a Dios, eso es la movilización de las masas en metafísica: trabajar para Dios; sin embargo se le dio un giro adverso. Con razón Rousseau dice: “Todo es perfecto al salir de las manos de Dios y todo degenera en manos de los hombres”.

    Cuando Rousseau dice: “Yo no hubiera querido vivir en una república de reciente institución, por buenas que fuesen sus leyes, temiendo que, no conviniendo a los ciudadanos el gobierno, tal vez constituido de modo distinto al necesario por el momento, o no conviniendo los ciudadanos al nuevo gobierno, el Estado quedase sujeto a quebranto y destrucción casi desde su nacimiento”, se refiere a que la república o patria de reciente institución carga con la experiencia última (en este caso la experiencia de que nos habla Kant, de donde emana el conocimiento transcendental), un tanto incómoda debido al sentimiento de culpabilidad que se percibe al ver “el edificio en ruinas” de que también nos habla Kant. En este punto, donde también se es consciente de que sus leyes se muestren firmes a simple vista, estado común en el inicio de toda república, aunque se sabe que poco a poco y con el sacrificio de todos, se va adquiriendo la templanza. Pero no todas las veces es así, si bien nadie puede garantizar el no consumo temprano de la bebida. Es a lo que se refiere Rousseau cuando dice: “…o no conviniendo los ciudadanos al nuevo gobierno, el Estado quedase sujeto a quebranto y destrucción.”

    En todos los tratados de Filosofía se muestra a los elementos defendiendo la patria, el capital. Lo que se conoce como Imperio Romano no es otra cosa que la pelea por este capital, por este componente de la sustancia; ¿cómo iba a darse este fenómeno en lo externo si todos estos personajes pertenecían a la sustancia?, si ninguno existió en el plano físico. La figura del héroe mítico de las Galias es tan antigua, que la “gaya ciencia” se refiere a su ciencia.

    Por lo general, en los trabajos de filosofía aparece un héroe conduciendo a las masas, las cuales conforman el capital, mostrándonos la figura del transporte de dicho producto. Todo héroe lucha por conservarlo, inclusive pagando por ello con su propia vida. Utilizando erradamente esta figura, esta simbología, los antifilósofos, queriendo aparecer como conductores de masas (fanatismo que terminó convirtiéndose en síndrome), como defensores de pueblos, dieron comienzo al socialismo.

    En trabajos anteriores, ya hemos explicado lo de la comunión, la igualdad de clases, lo del derecho, la rectitud, la disciplina, donde todos piensen en un bien común, donde todos sean iguales, esto para que no haya alteración en el conjunto, dándose así una conducción ordenada. Lo de este comportamiento, el interés del “guía de hombres” en mantener la igualdad de comportamiento en todos, de que ninguno posea más que otro, no es sino porque, al uno poseer más que el otro, adviene el desequilibrio en toda la masa, la sustancia. Aclaramos que la sustancia es atrayente, todos quieren tomarla, y con uno solo que meta la mano en el plato antes de tiempo, se pierde el trabajo, el trabajo de muchos, de todo el pueblo; por eso se hace necesario la igualdad de clases; esto es la igualdad de clases, lo cual se da únicamente en el plano metafísico; en el exterior es imposible que se dé, porque la vida misma radica en eso, en la desigualdad, el desequilibrio. Así ha sido y será por siempre. Esta terquedad por pretender conseguir la igualdad entre los hombres sin que sea cada quien, individualmente, quien la busque en su interior, ha contribuido también a la destrucción del planeta. Recordemos que nadie es perfecto, nadie lo será jamás; quien diga serlo, miente; solamente se puede controlar, con esfuerzo, el mal; pero el mal siempre está en el hombre, siempre estará, porque el mal es el soporte para el resurgimiento del bien; por eso se dice, y con razón, que de la materia descompuesta emerge la vida. Ahora, en el plano metafísico sólo se da, esta igualdad de clases, en un determinado tiempo, corto, conocido, en los tratados de metafísica, como tiempo de reposo, sabad, sin vinculación con el último día, ya que el tiempo de reposo o igualdad de clases lo determina la tenacidad del elemento guía; o sea que el sabad no obedece a un ciclo establecido, sino a la voluntad recia del guía, siendo este guía la suma del conjunto, el pueblo; así, el guía contiene al pueblo, mas no éste al guía, si bien no son de la misma naturaleza; es como decir: la mónada en el pueblo, en la masa. Vemos entonces cómo la escena filosófica se compone de dos acciones fundamentales: la guerra y la paz; movimiento y reposo, ambas conteniendo al ser. Esta guerra o lucha, determinante en filosofía (de aquí las guerras púnicas y todas las demás mencionadas en los escritos de Tito Livio, Plutarco, Hesíodo, Herodoto, Julio César Cayo, las nombradas en los cartuchos y papiros de los egipcios antiguos, etc., etc.) se la conoció como “Lucha Santa”, “Esfuerzo en el Camino de Dios”, “Yihad”, etc., etc. Esto es: defender lo de Dios, la ofrenda, el hombre mismo o su esencia; es como cuando uno siembra un grano de maíz con el objeto de recoger la cosecha, siendo estos frutos la esencia del hombre, lo bueno que éste pueda brindar a Dios, la ofrenda, el oro, el oro extraído de las aguas (sin estar hablando de diezmos ni dinero; los diezmos son espirituales). Vemos cómo el cuerpo del hombre no es más que un elemento de Dios, con el cual puede El conseguir su alimento; esto es: somos el alimento de Dios, siempre y cuando lo procesemos limpiamente, procesemos esa sustancia contenida en nosotros. Intentando cumplir con este requisito, obviamente confundiendo el simbolismo, a las iglesias o templos se los adornó con oro, y muchos reyes se “bañaban” en oro, se cubrían en oro. En lo referente a las Luchas Santas, tomándose el asunto por la letra muerta, el hombre de carne y hueso propició y continúa propiciando guerras reales, matanzas bestiales. Son tan determinantes las guerras en la escena filosófica, que los dioses se hacen llamar “Dios de los Ejércitos”, “Dios de la Guerra”, “Thor”, “Marte”, etc., etc. El mismo Sun Tzu, buscando guiar a los filósofos sobre este componente filosófico, escribió “El Arte de la Guerra”, pero como sucedió con el resto de tratados filosófico, el hombre de carne y hueso lo malinterpretó, creyendo que se trataba de guerras en lo externo, siendo unos de estos equivocados Mao Tse Tung y el mismo Napoleón, entre otros.

    Llevando la equivocación a los extremos, los antifilósofos inculcan a sus seguidores las consignas de “¡Patria o muerte!”, donde los incautos, sin conocer de dónde viene todo, se arman, se lanzan a la guerra, matan y se hacen matar. ¿Qué tenemos aquí? Tenemos lo siguiente: En vez de convertirse en un alimento para Dios, para su Creador, el hombre se convierte en un alimento desechado por Dios. Esto nos está mostrando que la única forma de solucionar todos nuestros problemas, económicos y demás, es convertirnos en alimento de Dios. ¿Cómo puede el grano de maíz revelarse contra quien lo siembra?, ¿qué es el grano de maíz frente al hombre? He aquí el principio de la claridad, la inteligencia: reconocer nuestra posición. Para solucionar nuestros problemas no debemos pensar en que otros nos los resuelvan, porque nadie nos los va a resolver si no comenzamos con ofrecernos como alimento para quien nos sembró. Al no hacer esto, quedamos desamparados y nos aprovechan otras fuerzas, muy terribles por cierto.

    Esos que se hacen llamar “salvadores de masas” esos “libertadores” o “salvadores del mundo”, que es lo que ha dado la antifilosofía, la proliferación de “salvadores”, no salvan a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Y no lo pueden hacer porque ellos mismos están hundidos en el inframundo.

    Cuando Rousseau dice: “Todo hombre nacido esclavo, nace para la esclavitud. Los esclavos pierden todo, hasta el deseo de su libertad: aman”, no se refiere al hombre de carne y hueso, al de este mundo, sino al de la sustancia, el del plano metafísico. La esclavitud aquí no es otra cosa que la debilidad por la sustancia, su fuerza atrayente; se es esclavo mientras exista esta rendición.

    fragmento del libro: “LA REAL FILOSOFIA II”, autor: ANTONIO RAMOS MALDONADO

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