La lección del anti-humanismo

¡Hay que defender la persona!… Se convirtió en una consigna de los que propugnaban el libre mercado, los que separan la vida cotidiana de la política, del Estado y de la ciencia.

En los años sesenta y setenta del siglo pasado se produjo un ‘escándalo’ en el terreno cultural y político del mundo occidental, cuando se planteó la ‘muerte del hombre’. Idea ya formulada por el filósofo Federico Nietzsche a fines del siglo XIX. Muchos filósofos, científicos, periodistas, hombres de Estado y políticos se aliaron contra todos los que proclamaban esta muerte y su denuncia del humanismo moderno. Los llamaron irresponsables, nihilistas, amorales, insensibles. No escatimaron adjetivo alguno para perseguirles y acorralarles, para convertir cualquier asunto privado, de los pensadores ‘anti-humanistas’, en un mecanismo de escarnio y ajusticiamiento público, es decir, de persecución moral.

Lo que los pensadores de la ‘muerte del hombre’ desafiaron fue el mito moderno de la individualidad, base de las teorías políticas del Estado y de la propiedad privada, de los partidos políticos; mito que condujo a la humanidad a vivir el horror de los totalitarismos (nazi, fascista, nacional-católico, es decir, franquista). Los defensores del humanismo, sin saberlo, defendían los regímenes de la exclusión, de la muerte selectiva y de la infamia. Como lo decía el poeta Juan Gelman, el romántico es el torturador.

Diseccionaron este mito al mostrar que el “hombre” es un ser histórico, esto es que sus ideas, pensamientos, modos de ver, sentir y hacer no tienen un “origen” en alguna naturaleza humana esencial aún no descubierta, o reducida simplemente a una toma de conciencia. Los pensadores del anti-humanismo teórico, como Althusser o Foucault, sostuvieron que el ‘hombre’ es un sujeto construido por el mundo de las prácticas, de los lenguajes y de las instituciones. La crítica, sostuvieron, no es un esclarecimiento de la conciencia, sino mostrar las formas como operan las distintas instituciones con sus mecanismos de poder con los que se racionaliza la vida de los hombres y de las mujeres.

Estos filósofos y sociólogos no dudaron en desafiar los poderes, en denunciar las injusticias y desigualdades, en combatir las mezquindades humanas.

Combatieron las exclusiones y los totalitarismo, no solo del Estado sino, ante todo, de la vida cotidiana, donde el cuerpo y la subjetividad, donde la creencia y la moral basados en unos supuestos universales humanos pueden ser vehículos de la destrucción sistemática de vida. Por ejemplo, el racismo, no es solo un pre-juicio, sino que fue y es un mecanismo de exclusión y de muerte, de silencio y de conversión de individuos en seres subhumanos, sin palabra; el racismo prevaleciente y silencioso mantiene en nuestro país esquemas de exclusión coloniales, donde el ‘otro’ es estigmatizado, excluido.

Los pensadores del anti-humanismo nos previnieron que defender la ‘persona’ puede ser una consigna que encubra el odio, el racismo y la ira de los que se ven a sí mismos como los ‘poderosos’, como la ‘elite’ económica, cultural o política.
http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2008/10/21/La-lecci_F300_n-del-anti_2D00_humanismo.aspx

by gore



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