
Por Miguel Pastorino
En Voces del 4 de abril, Marcelo Aguiar se refirió a mi artículo “¿Necesita la democracia de la religión?” (Voces, 15 de marzo), como si fuera una infundada apología de las bondades de la religión en la vida democrática. Mi escrito era más bien una reseña y breve resumen de la conferencia del filósofo Hartmut Rosa, en la que se pregunta si la democracia necesita de la religión.
El primer problema de comprensión de la columna que tuvo Aguiar es la reducción de la religión al cristianismo y a la dimensión institucional, así como pensar que se está hablando de laicidad o de relación Iglesia-Estado, cuando Rosa se refiere a la religión en su sentido más amplio y al aporte de las tradiciones religiosas a la sociedad y la cultura en tiempos de aceleración irreflexiva. Aclaremos nuevamente que Hartmut Rosa no es una persona religiosa, cosa que en un debate de ideas no sería necesario avisar, porque es irrelevante y lo que importan son los argumentos, sean de ateos, creyentes o agnósticos. En ningún momento se refiere a la “vida eclesiástica” el filósofo alemán, sino a las virtudes que se cultivan en las tradiciones religiosas y su sentido de trascendencia.
Pero la crítica de Aguiar no fue a las tesis del artículo, sino que disparó hacia otro asunto y concretamente al cristianismo, repitiendo las caricaturas y prejuicios del positivismo cientificista y el jacobinismo anticlerical del siglo XIX, lugares comunes donde la religión es siempre un pensamiento primitivo, anticientífico, oscurantista, dogmático, peligroso y culpable de retraso cultural. No es necesario después de más de un siglo de estudios filosóficos, antropológicos, históricos y sociológicos sobre la religión, explicar que esas ideas de aversión a la religión pertenecen más a un prejuicio repetido, que a la realidad histórica y social del pluralismo religioso en su diversidad de expresiones culturales.
La pregunta que se hace H. Rosa sobre la relación entre democracia y religión no es de un “boletín parroquial” como dice Aguiar, sino que se la han hecho incluso con mayor profundidad Jürgen Habermas, John Rawls, Hannah Arendt, Karl Popper, Isaiah Berlin, Jouvenel, Raymond Aron, Charles Taylor, René Girard, Remi Brague, entre otros, por mencionar algunos pensadores solo de la segunda mitad del siglo XX. Pero dejo esta cuestión para próximos artículos.
El prejuicio ideológico con la religión
Lo que afirmó Aguiar es que la evidencia histórica muestra más bien que las religiones no aportan más que efectos negativos sobre la sociedad, cuando un rastreo intelectualmente honesto por la historia de la civilización occidental nos daría muestras evidentes de que no pocas veces ha sido al revés.
Cuando se quiere reproducir el prejuicio, alcanza con poner como ejemplo al fundamentalismo islámico, incluso en sus peores versiones -que no representa al Islam- o al fundamentalismo bíblico evangélico de Estados Unidos -que no representa a la mayoría del cristianismo-, para creer que se puede demostrar así que la religión es una peste social y un obstáculo al progreso. Así se hace también con una selección de las formas de intolerancia que existieron y existen en nombre de Dios, o de visiones ingenuas y anticientíficas de la lectura literal de la Biblia, para “demostrar” que la religión es algo de lo que deberíamos deshacernos cuanto antes o al menos reducirla a su mínima expresión, dado el peligro latente para la salud de las sociedades democráticas y plurales.
Y aunque se repita esta caricatura, poco se repara en que podría también hacerse una larga lista de los horrores de la Revolución Francesa, de la Revolución Rusa, del Fascismo y el Nazismo, del Comunismo soviético, donde en nombre de la ideología y sus falsos absolutos, se cometieron crímenes que avergüenzan a la humanidad, donde el nuevo dios es el Estado o el Partido y a esa “divinidad” incuestionable se le sacrificaron millones de vidas humanas sin piedad. Los que se sacaron la religión de encima y la persiguieron, no resultaron ser muy tolerantes, ni democráticos.
También se olvida fácilmente de estados ateos que han impuesto el terror y han masacrado a millones en nombre de su ideología. El problema no es ni la religión, ni el ateísmo, sino cuando en nombre de cualquier absoluto, religioso, materialista, político, o presuntamente científico, un grupo se cree con poder para desconocer la dignidad y la libertad de los otros. Justamente la concepción de esa igual dignidad es una creación de la Biblia, que luego heredó la cultura occidental hasta los Derechos Humanos. Dignidad que no siempre fue ni es reconocida, no solo por algunas religiones, sino especialmente por quienes dicen ser los promotores del progreso.
La experiencia histórica
Es cierto que se han podido fundar morales laicas, que han secularizado los valores de origen religioso, pero pocas veces se reconoce que estos valores tan importantes para las sociedades laicas y plurales, es un indiscutido aporte de las tradiciones religiosas, especialmente del pueblo de Israel y del cristianismo. Asistimos a una gran amnesia cultural, particularmente si se trata del legado cultural de la tradición judeocristiana a occidente. Una pequeña lista de creaciones que debemos a esta tradición religiosa:
- La concepción de la igual dignidad entre los seres humanos, sin distinción. No hay jerarquías naturales, sino que todos los seres humanos tienen el mismo valor.
- Las concepciones de fraternidad universal y de justicia social nacen de teólogos cristianos.
- La concepción racional de un mundo ordenado con sentido y de una historia lineal que marcó el desarrollo de la ciencia. La desdivinización y desmitologización de los astros que hizo Israel, inició una primera secularización del mundo distinguiéndolo de Dios.
- Los monasterios que preservaron el conocimiento antiguo y obras que hoy podemos leer gracias a quienes copiaron y cuidaron la literatura y la filosofía antigua.
- En el siglo XIII (En la supuesta “oscura Edad Media”), se crearon las Universidades. Todavía hoy sorprende estudiar el nivel del debate intelectual de esos tiempos, de la mano de la Iglesia, donde la exaltación de la razón humana y sus capacidades les comprometió con un debate racional y riguroso sin censuras, con grandes impulsos a la investigación y el intercambio académico entre Universidades. La institución que hoy conocemos, con facultades, programas, exámenes y títulos, procede del mundo medieval y particularmente de la Iglesia. Como narra J. Le Goff la obtención de un título de “Maestro” permitía el acceso al gremio de docentes y era frecuente que las universidades lucharan con la autoridad exterior para alcanzar su autogobierno, además del reconocimiento legal como corporaciones. El Papa Gregorio IX en la bula Parens Scientiarum otorgó a la Universidad de París el derecho de autogobierno y la facultaba para establecer sus propias reglas en lo relativo a cursos y estudios. También el documento papal otorgaba el privilegio de “cessatio”: el derecho a suspender las clases e ir a la huelga general si se abusaba de sus miembros.
- La separación entre Iglesia y Estado también nace de la concepción cristiana en un contexto donde los emperadores siempre eran figuras divinas: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22,21).
- La tradición de Concilios y Sínodos inspiró la idea de tomar decisiones en asambleas deliberativas.
- La concepción de derechos naturales, pre-políticos, inherentes a la condición humana, inalienables, que están presente en nuestras Constituciones y en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
- La defensa de la conciencia individual frente al poder absoluto. Es en la doctrina de teólogos medievales donde se desarrolla la idea de obedecer en primer lugar a la propia conciencia antes que a la Iglesia o al poder político. Idea que ya aparece en San Pablo y luego en San Agustín.
- El cristianismo creó los hospitales y ha sido pionero en la educación y cuidado de los más vulnerables. Su doctrina de la compasión ha marcado la moral occidental que está a la base de los Derechos Humanos.
- El desarrollo del concepto del Derecho Internacional surgió en las universidades españolas en el siglo XVI y fue Francisco de Vitoria, un profesor y sacerdote católico, quien mereció el título de padre del Derecho Internacional. Ante el maltrato que los españoles infligían a los indígenas del Nuevo Mundo, Vitoria junto a otros sacerdotes filósofos y teólogos católicos, comenzó a desarrollar una teoría sobre derechos humanos y la correcta relación entre los pueblos. La noción de derechos ordenadamente formulados no nació en el siglo XVIII, sino en el Derecho canónico de la Iglesia. De hecho, fue la Iglesia la que introdujo procedimientos judiciales con fundamento racional para acabar con prácticas irracionales y supersticiosas que caracterizaban al orden legal germánico.
- En economía, J. Schumpeter escribió en 1954 sobre los escolásticos medievales como los fundadores de la economía científica. Lo mismo afirmaron A. Chafuen, Marjorie Grace-Hutchinson, Raymond de Roover y Murray N. Rothbard, quien dedicó amplia atención al tema en su historia del pensamiento económico. Y es que en el siglo XIV Jean Buridan y Nicolás Oresme realizaron significativas aportaciones a la teoría monetaria. El Cardenal Cayetano, conocido por su confrontación con Lutero, escribió su tratado De Cambiis en 1499 donde señalaba que el valor del dinero en el presente podía verse afectado por las expectativas del mercado en el futuro y defendía el mercado de cambio desde una perspectiva moral. El jesuita Juan de Mariana, miembro de la Escuela de Salamanca, fue uno de los primeros en explicar el origen monetario de la inflación en el siglo XVI.
- La lista de su influencia en el arte, las ciencias, la filosofía, la literatura, la economía, lleva varios tomos para poder detallarla.
Cristianismo y ciencia.
El mito del conflicto entre ciencia y religión, creado en el siglo XIX por el positivismo y alimentado por el conflicto anglosajón del fundamentalismo bíblico con la teoría de la evolución, ha dejado como lugar común que el cristianismo ha vivido temiendo y obstaculizando a la ciencia, cuando ha sido impulsor del desarrollo científico en toda la historia de Europa. Para no repetir la incontable lista de aportes del cristianismo a la ciencia, ya publicada en este mismo semanario en 2021 “El mito del conflicto entre ciencia y religión”[1], solo recuerdo que el sacerdote, físico, astrónomo y matemático belga, George Lamaitre, fue la primera persona, en 1933, en comprender la naturaleza del horizonte de un agujero negro, mucho antes de que se le llamara agujero negro. Además de ser el padre de la teoría del Big Bang sobre el origen del Universo. Y no es un caso aislado, porque nunca fue un problema la conciliación entre fe, filosofía y ciencia, salvo cuando llega el siglo XIX donde se crea el relato que se ha multiplicado en novelas, películas, pseudo-documentales, y se repite en las aulas por falta de investigación y rigor histórico, cuando no por simple desconocimiento.
El obispo Nicolás de Oresme (1325-1382) estableció que la Tierra giraba sobre su eje. Nicolás de Cusa (1401-1464) estableció que la Tierra se mueve a través del espacio, por lo cual no era una novedad en la Edad Media pensar que el geocentrismo era una teoría equivocada. De hecho, los fundamentos del geocentrismo no eran religiosos, sino de teorías que progresivamente fueron refutadas. Copérnico ya conocía las teorías anteriores.
Los pocos casos trágicos como el de Galileo, que, aunque no fue torturado y murió en su casa, la Iglesia le obligó a abjurar de su teoría por no poder demostrarla y porque contradecía la ciencia de su tiempo (aristotélica), pero no porque iba en contra de la fe como suele repetirse. O el triste caso de Giordano Bruno, donde se le persiguió y ejecutó por sus herejías teológicas y místicas, no por sus teorías científicas. En general se los suele usar como ejemplos de una mentalidad anticientífica de la Iglesia, pero la historia en su conjunto muestra más bien lo contrario.
Son solo algunos ejemplos. Lo cierto es que la historia del lugar de las religiones en la sociedad está llena de complejidades y matices, no se puede hacer juicios simplistas, ni para hacer apologías ingenuas de las religiones, ni para despacharse con juicios de desprecio que solo se basan en un rechazo irracional y emocional que ha creado un mito que no coincide con la realidad. Agradezco la crítica ya que me permite ahondar un poco más en el prejuicio decimonónico que persiste cuando asoma el fantasma de la religión.
Mucho de lo que aquí apenas resumo esquemáticamente, puede confrontarse con bibliografía especializada de historiadores, sin importar cual sea su opinión sobre la religión.
Notas
Bibliografía básica para profundizar:
Stark, Rodney. (2021). Falso testimonio. Sal Terrae.
Woods, Thomas (2010). Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental. Madrid.
Fuente: https://semanariovoces.com/la-religion-peste-social-o-riqueza-de-la-humanidad-por-miguel-pastorino/
13 de abril de 2025.