Las primeras escuelas. Mileto

De cómo Tales y Anaximandro
hicieron posible la aventura marinera de los griegos

Aunque la escuela de Mileto es la más lejana en el tiempo, y aunque sus descubrimientos e intuiciones son por eso mismo muy difíciles de reconstruir, se conoce con toda certeza el tiempo y lugar en que nace y florece. El lugar es una ciudad portuaria del Asia Menor, que en su época dorada alcanza una floreciente estructura económica. El tiempo es la primera mitad del siglo VI antes de Cristo. Efectivamente, el testimonio unánime de los biógrafos sitúa la vida de Tales aproximadamente entre los años 624 y 546 y la de su compañero Anaximandro entre el 610 y 547.

Se conoce muy bien la situación histórica de Mileto en estos años, como también su largo y lento proceso de formación. Al parecer está fundada, ya antes del siglo X sobre una comunidad prehelénica que desaparece o queda absorbida por los conquistadores. Su primitivo régimen político es una monarquía, que funciona sobre una economía de guerra. Los épos homéricos describen con riqueza de detalles y con precisión la forma de vida, en paz y en guerra, de la sociedad de esta época arcaica.

A lo largo de cuatro siglos, desde el XII al VIII a. de C., la única estirpe real se despliega en una serie de ramas, cuyo número se multiplica según pasa el tiempo. Entonces aparece de forma gradual una aristocracia de sangre, que primero coexiste con la institución monárquica y después la va sustituyendo o relegando a un segundo término. El antiguo rey queda convertido en una especie de presidente honorario con atribuciones civiles y religiosas puramente simbólicas.

Esta trasformación de una monarquía en una nobleza de sangre real está acompañada necesariamente de un cambio en la economía. La nueva forma de producción es la agricultura, bien entendido que los señores no explotan la tierra con fines lucrativos, sino para asegurar –a niveles muy distintos– su vida y la de sus servidores. No se trata pues de una economía agraria mercantil, sino de un régimen señorial de riquezas. Todavía no hay monedas y el ganado es instrumento de permuta. En resumen es un modelo aristocrático, señorial y pecuniario.

Los siglos VIII y VII señalan los comienzos de una crisis decisiva en la historia de Grecia. Las pequeñas comunidades locales van creciendo hasta tal punto que ya no pueden autoabastecerse en un régimen de economía cerrada. Hace falta entonces establecer un sistema de relaciones comerciales con las otras ciudades estado, para dividir el trabajo e intercambiar los productos. Hace falta también que los ciudadanos sobrantes se trasladen de domicilio, por decirlo así, y hagan apoikía en nuevas comunidades.

También en esta ocasión la trasformación económica conlleva una mutación política, y esto en dos tiempos. En un primer momento la aristocracia de sangre se mezcla con la alta burguesía mercantil de banqueros y armadores formando una sola oligarquía. Los caminos de casi todas las ciudades estado griegas –y también de las comunidades jónicas del Asia Menor– siguen marchando paralelos. En el caso concreto de Mileto, cualquier ciudadano admitido en la corporación de armadores puede elegir y ser elegido pritano de la ciudad.

Este nuevo régimen político mantiene una serie de contradicciones difícilmente soportables a largo plazo. Por un lado hay una oposición creciente entre el partido oligárquico y los pobres, la plútis y la khirómata, o lo que es igual, el oro y las manos. Por otra parte, la clase dominante, compuesta por eupátridas y por ricos banqueros y armadores no tiene todavía la homogeneidad suficiente para enfrentarse sin ambigüedades con la nueva forma vida. Estos dos conflictos explican la aparición de los tiranos a fines del siglo VII o principios del VI.

La tiranía griega es un sistema de gobierno lejanamente parecido a un despotismo ilustrado. Arrincona a la aristocracia más conservadora, establece una serie de mejoras y reformas en favor de la mayoría aplazando cualquier confrontación social, y sobre todo potencia al máximo la alta burguesía y la economía mercantil. Es la época de los sabios de Grecia, que en su mayoría reproducen este esquema de dirigentes ilustrados y autocráticos. El tirano de Mileto es Trasíbulo, que llega al cargo de pritano por elección y una vez en el poder se convierte en presidente vitalicio, zanjando el conflicto entre pobres y ricos y cortando de raíz las pretensiones de los eupátridas.

La aventura marinera

La alta burguesía de banqueros y armadores es el protagonista de este radical cambio socioeconómico. La banca tiene sus focos en Efeso y Colofón, que sirven de enlace entre los pueblos del Egeo y los sucesivos imperios del Asia, el babilonio, el lidio y el persa. Otras ciudades jonias, como Teos y Lebedos, tienen una aristocracia agraria, pero su objetivo es la explotación de la tierra con fines lucrativos, y no el mantenimiento de un régimen señorial de crecimiento cero.

En Mileto conviven los banqueros y armadores, pero la iniciativa política y económica pertenece a los segundos. Son efectivamente los armadores quienes eligen las más altas magistraturas, son ellos también los que organizan y emprenden la fundación de nuevas colonias y de agencias comerciales, y los que entran en contacto con las ciudades estado del Mediterráneo, con Egipto y sobre todo con los territorios que bordean al Ponto Euxino y los ríos que desembocan en él.

Por supuesto que estas dos dimensiones, política y económica, siguen todavía juntas. Los viajes y las fundaciones que los marinos de Mileto realizan no son efecto de una iniciativa azarosa de unos cuantos individuos audaces sin comunicación entre sí. Muy al contrario, obedecen a un plan de conjunto y a unos proyectos concretos muy meditados, consultados con los ciudadanos más ilustres, y –por si eso fuera poco– con los dioses. La fundación de cada ciudad y la instalación en ella de los emigrantes que hacen apoikía está encomendada a comisarios especiales –los ecistos– que concretan los lugares elegidos por la ciudad madre, instalan a los colonos y reparten las tierras.

Mileto comercia en el Mediterráneo con los egipcios, a través de Naucrátis, una gigantesca agencia comercial instalada en la delta del Nilo y explotada conjuntamente por todas las ciudades jonias. La dinastía saíta, que reina en Egipto, potencia la economía mercantil y las relaciones económicas con los griegos del Asia Menor y por su parte las comunidades del Asia Menor abandonan por una vez su política particularista y mantienen en cooperativa esa especie de supermercado.

En el centro del Mediterráneo los clientes más interesantes de Mileto son las ciudades estado aqueas del golfo de Tarento, unidas en confederación, y entre todas ellas Crotona y Síbaris. Concretamente Síbaris construye una carretera que enlaza el sur de Italia con su antepuerto de Laos en el mar Tirreno. De esta forma pone en contacto indirecto a los jonios de Asia y a las ciudades etruscas, pues la comunicación por el estrecho de Mesina está cortada por la marina de Calcis. De esta forma la legendaria opulencia de los sibaritas y la empresa comercial de los milesios están en recíproca dependencia.

En todo caso, si Mileto se hubiese limitado a comerciar a través del Mediterráneo con los otros griegos, con los etruscos y los egipcios, su aventura, ciertamente gloriosa, sería común a muchas otras ciudades estado. Lo que la diferencia de todas ellas y lo que eleva su rango político, económico e intelectual a cotas increíbles es la colonización del Ponto Euxino en toda su costa y a lo largo de sus grandes ríos.

El Mar Negro es como un inmenso lago interior donde los ciudadanos de Mileto hacen apoikía, es decir, instalan su residencia y encuentran posada. Por esto mismo lo llaman Ponto Euxino, es decir mar hospitalario o si se quiere, pensión marítima. Entran a él por la Propóntide –el actual Mar de Mármara– y allí empiezan su colonización fundando Abydos y Cizicos y asegurando la entrada al gran mar y el dominio de los estrechos.

En la ribera occidental del Ponto aparecen las ciudades de Odessos, Tómoi y sobre todo Istros, en la desembocadura del Danubio. Un poco más al norte Tyras domina al Dniester y Olbia al Bug. Cercina está cerca del istmo que da entrada a la península de Crimea, mientras que Panticopea y otras fundaciones bordean el estrecho que se abre al Mar de Azof, y Tanais recibe las aguas del Don. El ángulo que forma en su lado oriental el Ponto Euxino está coronado por una serie de colonias, la más importante Phásis. En fin al sur y marchando siempre en la dirección de las agujas del reloj, se encuentran sucesivamente Trebisonda, Amisos y Sínope.

Pero falta todavía algo, porque es un hecho bien comprobado que los marinos y comerciantes de Mileto ascienden por los grandes ríos, el Danubio, el Bug, el Dnieper, el Dniester y el Don, que a sus orillas y a lo largo de cientos de kilómetros establecen agencias comerciales, y que se comunican, primero con otras vías fluviales de Europa, y después con los países del Báltico. Comerciando con ellos, obtienen oro y una extraña sustancia que atrae los cuerpos, el ámbar, que los griegos conocen con el nombre –por cierto mucho más actual– de electrón .

Cualquier cambio en la forma de vida lleva consigo una alteración paralela en el modo de pensar y en las técnicas que se van a usar. Cuando esa alteración es pequeña, se produce gradualmente o tiene como sujetos activos a masas de población muy grandes, la simple adaptación a las nuevas circunstancias, una técnica puramente empírica y una sabiduría popular es suficiente para producir y acompañar las trasformaciones sociales y económicos.

Pero en las ciudades griegas, empezando por Mileto, la mutación desde un régimen señorial a otro mercantil y desde la navegación de cabotaje a la gran aventura marinera es radical. La transición, por lo menos en su última fase, es brusca, y sus protagonistas sólo unos cientos de armadores llenos de audacia y de iniciativa. Necesariamente tiene que existir una forma de pensar, distinta de la simple veteranía, que haga posible este paso, casi sobrehumano.

Los griegos llaman sóphoi, sabios, a quienes descubren las nuevas técnicas, necesarias para organizar la vida social y para explorar el mundo hasta entonces desconocido. Todos hacen corro alrededor de unos cuantos ciudadanos, cuya actividad consiste justamente en no hacer nada con las cosas, como no sea preguntarse por ellas para conocer lo que de verdad son. El pensamiento no está inmediatamente ligado a la práctica, pero este alejamiento permite contemplar la realidad de forma global, para dar en su momento soluciones radicales a problemas también radicales.

Orientarse en el mar es un arte difícil, que exige no sólo marinos expertos, sino también jefes de ruta. Estos navegantes necesitan para no perder su camino nada menos que una visión global del universo, es decir, de la tierra y del orbe de las estrellas. Porque llega un momento en que una técnica empírica, basada únicamente en la costumbre y en experiencias pasadas, es del todo insuficiente.

Más concretamente, los navegantes tienen que saber orientarse por medio del sol durante el día y por medio de las estrellas de noche, utilizando métodos e instrumentos más o menos complicados. Es cierto que esa orientación sólo permite conocer la dirección de la nave y en el mejor de los casos su latitud. pero esto es precisamente lo más interesante, pues aunque los marinos no saben cuánto tardan en llegar a su destino, sí saben y ya es bastante, que van por el buen camino.

Además de esto, los jefes de ruta necesitan algún instrumento que les informe de la situación de las tierras que desean visitar. No es suficiente el recuerdo ni la tradición oral, por muy rica y detallada que sea. Hay que disponer de una semejanza del mundo habitado para consultarla cuando haga falta. La astronomía náutica y la cartografía son dos ejemplos –los más expresivos– de las técnicas y los instrumentos exigidos por la nueva situación.

Todo eso sería imposible si no se dominasen unos conocimientos científicos, aunque sean todavía rudimentarios y balbucientes. Por eso no tiene sentido comparar la nueva astronomía con la infinitamente más precisa de los babilonios, porque la situación vital de la que se parte es radicalmente distinta. El título de uno de los primeros libros, «Astrología Náutica» es tan expresivo que ahorra cualquier aclaración.

En cuanto a la técnica de la cartografía, también empieza en Mileto con Anaximandro, se desarrolla gracias a Hecateo y muy pronto pasa a los ciudadanos comunes. Heródoto, con su genial mezcla de fantasía, exactitud y sentido del humor, nos describe el orgullo del tirano Aristágoras, cuando enseña al rey de los espartanos, perplejo y confuso, el mapa del Asia con los dominios del Gran Rey.

Todas estas nuevas técnicas, igual que la geometría, que les sirve de fundamento, tienen su origen y su razón de ser en la necesidad de encontrar soluciones a problemas que son ciertamente urgentes por el súbito tránsito a otra forma nueva de vida. Parece que quienes arriesgan estas soluciones no son pensadores aislados, pues forman una comunidad de la que únicamente se conocen las figuras más eminentes. de tan rica circunstancia social, política y económica viven y piensan Tales y Anaximandro.

Tales de Mileto

Los testimonios más dignos de fe sitúan la vida deTales entre los años 626 y 546 antes de Cristo. Esta cronología es sólo aproximada y bastante convencional. Efectivamente, según ella su floruit cae en el año 585, precisamente cuando realiza la singular hazaña de predecir un eclipse de sol en circunstancias extraordinarias.

También su muerte se produce con excesiva exactitud. En el año 546 Ciro de Persia por medio de su general Harpago domina todas las ciudades jonias del Asia Menor. Es cierto que Mileto ha pactado previamente con los medos y puede aspirar a un régimen de semiautonomía. Pero en todo caso la interferencia de una gran potencia continental en la sociedad y en la vida marinera de los puertos jonios señala el final de su apogeo económico, político y científico. Desde este punto de vista la muerte de Tales adquiere categoría de símbolo.

De todas formas, aunque estas fechas no sean exactas y estén inscritas dentro de una biografía artificial, es seguro que Tales desarrolla su carrera científica y política en la primera mitad del siglo VI, que es contemporáneo, tal vez de la misma generación, de Anaximandro. Al parecer conoce a Trasíbulo de Mileto y a Creso de Lidia, y además interviene de forma decisiva en la vida política de su ciudad, amenazada por los persas. Es seguro –y no es lo menos importante– que toda la antigüedad griega tiene ante él una actitud llena de admiración, de veneración y de simpatía.

Tales de Mileto figura con el número uno en la lista de los Sabios de Grecia, al lado de otros seis varones conocidos por su brillante actuación política al frente de sus ciudades. Este hecho es tanto más curioso cuanto que a primera vista parece un intelectual sólo preocupado por la geometría y sus derivaciones científicas. Su anuncio de un eclipse de sol que interrumpe la batalla entre lidios y medos es totalmente accidental.

Y sin embargo los testimonios repetidos de los historiadores y biógrafos aseguran que la actividad política no es marginal en la vida de Tales. Según Diógenes Laercio, convence a los milesios de que no hagan la guerra al imperio persa y gracias a su consejo la ciudad logra sobrevivir y tener, en un primer momento, una cierta autonomía. Heródoto le atribuye la idea de formar una confederación de todas las ciudades jonias con una especie de Junta Central en Teos, pero conservando cada polis su independencia plena y gobernándose como un démos. Otros documentos le hacen amigo de Trasíbulo y de Solón, y hasta ingeniero militar al servicio del rey Creso de Lidia.

Algunos historiadores antiguos atribuyen a Tales una obra que lleva el expresivo título de «Astrología Náutica». Simplicio recoge ese título, añadiendo que es lo único que escribió el filósofo. Suidas alude al mismo texto cuando aproximadamente dice que «(Tales) escribió un poema sobre los fenómenos celestes», y Plutarco le incluye entre los que hicieron poemas sobre los astros «en caso de ser cierto que Tales haya compuesto la astrología que le atribuyen».

En cambio Diógenes Laercio, por otra parte tan aficionado a simplificar y a hacer mitología en favor de los grandes filósofos, dice únicamente que «según algunos «la Astrología Náutica pertenece en realidad al astrónomo Foco de Samos. Esa atribución tan concreta y tan precisa a un personaje que sólo se conoce por esta breve referencia, es con toda seguridad verdadera. Nada tiene de particular que algunos consideren a una figura de la talla histórica y prestigio de Tales como autor incluso de obras que no ha compuesto. Pero en cambio es difícil que nadie atribuya a un pensador de segunda fila, como Foco, una obra que no sea efectivamente suya, mucho más si esa atribución falsa se hace a expensasdel jefe de la escuela de Mileto.

De todas formas es arriesgado suponer ya desde ahora y sin más averiguaciones que Tales no ha tenido nada que ver con la preparación o la inspiración más o menos directa del poema de Foco de Samos. La cercanía en el espacio y el tiempo de ambos pensadores y las mismas ambiguas referencias de ciertos documentos, hacen suponer que los problemas teóricos y prácticos a los que se enfrentan los dos astrónomos son los mismos, o por lo menos muy semejantes.

El mismo Diógenes Laercio cita sin nombrarlos otros documentos, según los cuales Tales escribió dos tratados, uno sobre los equinoccios y el otro sobre los solsticios, e insiste en que es el primero que anuncia las revoluciones del sol, y ahora sí nombra la «Historia astronómica» de Eudemo y el testimonio de Jenófanes, Heráclito y Heródoto. Y todavía por tercera vez repite eso mismo pero de forma mucho más concreta y simple diciendo que el maestro de Mileto es el primero que descubre el camino del sol del uno al otro trópico.

Otros escritores independientes y muy variados concuerdan con esas citas de Diógenes. Suidas reitera que Tales escribe acerca de los equinoccios y que observa la revolución del sol. Un documento anónimo de la escuela de Platón dice –y es mucho decir– que conoce los puntos de inflexión (trópai), la naturaleza y la magnitud del sol. Y todavía Aecio lo pone junto a Pitágoras y los que dividen la esfera celeste en zonas, bien entendido que el zodiaco ciñe en forma oblicua a las tres intermedias, es decir, el trópico estival, el equinoccio y el trópico invernal.

Sería un capricho suponer que todos estos testimonios son otros tantos inventos de biógrafos e historiadores ociosos y mentidores. Es casi seguro que Tales elabora una astronomía que da cuenta del movimiento de los astros y de la revolución anual del sol en torno a la tierra. Queda por averiguar –y ahora sí hay división de opiniones– si da a conocer sus ideas por medio de escritos o desde su posición de fundador y primer jefe de escuela, igual que harán después Pitágoras y Sócrates.

Tales de Mileto no es un científico solitario –especie que por otra parte nunca existió– pues está rodeado de una serie de astrónomos, que se integran en la misma escuela y dominan las mismas ciencias y técnicas. Hay que contar ya desde ahora con Anaximandro, su mayor discípulo. En cuanto a Foco de Samos nace muy cerca de Mileto y estudia con toda probabilidad allí mismo así que la atribución de su Astrología a Tales no es un capricho, sino más bien el intento de señalar la continuidad de una tradición escolar. Esa continuidad está simbolizada también en los pasajes aislados que hacen morir al gran maestro en Tenedos, justamente el lugar de nacimiento de Cleóstrato, otro de los astrónomos más notables del siglo VI.

Así pues, los textos referidos a nombres concretos –y estos nombres son probablemente una parte ínfima de los científicos de la época– apuntan de una forma u otra hacia Tales. El es, por lo menos a los ojos de los historiadores antiguos, el fundador de una escuela que tiene su centro en Mileto pero que va a influir sobre la forma de pensar de todas las ciudades cercanas. No es seguro que haya escrito nada, pero sí que es el primero y principal inspirador y descubridor de las intuiciones geométricas y astronómicas de los jonios.

Antes de entrar en el análisis de la obra científica de Tales y antes de intentar la comprensión de su sentido, hay que plantearse algunas cuestiones previas, por cierto bastante molestas, y zanjarlas del modo más radical. En primer lugar es preciso saber si su pensamiento es original o –por lo menos en parte– unproducto de importación.

La contestación es fácil y desoladora para los helenistas puros. Por lo que se refiere a la ciencia –más concretamente a la astronomía– los conocimientos de Tales de Mileto vienen de oriente, exactamente de los caldeos. El cálculo de los eclipses por los saros, el descubrimiento del Polo Norte del cielo en las estrellas del carro y la medición de los movimientos diurnos y anuales del sol, son obra de los astrólogos babilonios, mucho antes de que la escuela jonia los trasmita a occidente.

Es cierto que la situación histórica de las ciudades estado del Asia Menor es fundamentalmente distinta a la babilonia. Es cierto que la actividad científica y técnica tiene ahora un sentido y una finalidad totalmente distintos. Pero el cuerpo de esa ciencia de los astros está ya plenamente organizado cuando los astrónomos de Mileto lo hacen suyo. Por lo demás los teoremas geométricos que Eudemo atribuye a Tales son el efecto de un análisis, una descomposición en sus elementos simples de problemas muy complejos, pero perfectamente reconocibles, también planteados por la astrología caldea.

La segunda cosa que hay que aclarar es el carácter de los conocimientos del fundador de la escuela de Mileto. Tales aparece en la nómina de los filósofos griegos y en la nómina también de los primeros científicos. Y no está nada claro si la ciencia es en él un accidente de la filosofía, o si a la inversa, la filosofía es sólo una dimensión de su obra científica. Desde luego esos dos conocimientos no pueden coexistir en un mismo pensador sin influirse ni siquiera tocarse, como si estuviera azotado por una extraña esquizofrenia.

La respuesta es ahora más compleja, pero también desoladora, esta vez para los partidarios de la filosofía pura. Cuando a partir de datos empíricos complejos se buscan los principios más simples y más abstractos que los fundamentan, entonces se está en actitud de filosofar y justamente eso es lo que hace la escuela de Mileto. Cuando, a la inversa, partiendo de primeros principios, se construyen sobre ellos las verdades derivadas en cada zona de la realidad y del conocimiento, se está haciendo ciencia.

Lo que distingue entonces a los filósofos de los científicos no es la realidad que estudian, sino su actitud teórica y la dirección de su mirada. Y puede suceder que un conocimiento que en un momento dado pertenece a la filosofía llegue a través del tiempo a entrar en una nueva fase científico positiva. En este caso concreto, los teoremas descubiertos por Tales y su escuela pertenecen ahora a la ciencia, pero en su tiempo eran ciertamente filosofía.

Queda por ver únicamente si Tales y los milesios, además de una filosofía geométrica y astronómica, tienen en su haber una metafísica. La pregunta es tanto más incómoda cuanto que la palabra y en rigor la noción misma aparecen muy tardíamente en la historia de la filosofía. Es por otra parte tanto más urgente cuanto que Aristóteles y su escuela trasmiten al hablar del filósofo la doctrina del principio –arkhé– único, universal, e invisible como principio de todo lo que hay. Lo cual es metafísica al cien por cien.

El texto en que se apoya esta interpretación pertenece al libro primero de la Filosofía Primera y juega con un doble significado de la palabra. Principio quiere decir soporte o fundamento, y en este sentido Aristóteles afirma categóricamente que «la tierra, según Tales, está sobre el agua». Coinciden con él en este punto Aecio, Simplicio y el mismo Séneca. Por supuesto que esto no es metafísica, sino una particular visión del mundo físico.

El otro significado de principio, que coincide con el aristotélico de arkhé está introducido en los textos a contrapelo y precedido de un dubitativo quizás. Además sus argumentos están lejos de la problemática de la escuela de Mileto y muy cerca del mundo de la fisiología y medicina desarrolladas mucho más tarde por los físicos de la Magna Grecia y Sicilia. Las semillas de donde procede el ser vivo y el alimento que conserva su calor vital son húmedos y en consecuencia tienen su principio-arkhé en el agua, eso es lo que «quizás» dice Tales. Es casi seguro que este carácter del agua como elemento primero del universo y sobre todo del ser vivo debe ser atribuido a Hipón de Samos, según un texto complementario de Simplicio.

Astronomía y geometría

Diógenes Laercio y Proclo dicen que los antecedentes de la geometría y la astronomía de Tales son egipcios. En cambio, según el testimonio de Heródoto, su vida y su pensamiento se desarrollan en contacto con los imperios continentales de Lidia y de Media.

Ahora bien, si se presta atención al contenido de la obra de Tales, que se centra sobre la astronomía de posición, a la importancia que en ella se da a la revolución anual del sol, y por fin a su geometría que estudia exclusivamente los ángulos, queda claro que el núcleo de su actividad científica está centrado en el sistema astrológico y geométrico de los caldeos. Es posible, y hasta probable, que las técnicas de agrimensura de los egipcios influyan en la formulación del teorema de la semejanza, pero el punto de vista desde el que la escuela de Mileto enfoca la ciencia, se deriva inequívocamente de Babilonia.

La astrología es el intento más radical y desmesurado de racionalizar y medir con exactitud el destino y la vida de los hombres de acuerdo con un proceso totalmente calculable. El modelo matemático de este proceso es el movimiento de los cuerpos celestes, particularmente de aquéllos cinco o siete –los planetas– cuyas posiciones son lo suficientemente variadas para dar razón del particular destino de cada uno, y lo bastante fáciles de observar, de calcular y predecir según leyes geométricas precisas. Los astrólogos dan por sentado que la vida humana, igual que cualquier otra realidad, se atiene a este modelo trazado por los astros.

Ahora bien, esta astrología caldea se fundamenta en una astronomía de posición. Conocer la posición de los astros en la hora exacta del nacimiento de un hombre –su horóscopo– ayuda a calcular y predecir su destino. Aunque esta actitud inicial no es todavía una ciencia, sí admite derivaciones que la sitúan en un ámbito de conocimiento totalmente nuevo.

Es cierto que las posiciones respectivas de los astros permiten sobre todo anunciar cuál va a ser la vida de cada hombre. Pero también permiten y obligan a calcular futuras predicciones, es decir, futuras posiciones astrales. Y ello no sólo en el caso bien sencillo de los movimientos del sol y la luna, sino en los más complejos de los cinco-siete planetas, siempre con relación al ritmo uniforme de las estrellas. Esta parte de la astrología puede emanciparse en cualquier momento del saber madre y convertirse en una auténtica ciencia en el sentido estricto de la palabra.

Las referencias a Tales, relativamente abundantes, y los mismos títulos y contenidos generales de su obra exigen colocarla dentro del campo de la astronomía de posición. Es verdad que los estudios de los movimientos estelares desempeña en la circunstancia histórica concreta de la escuela de Mileto una función muy distinta a la de los horóscopos caldeos. Ahora no se trata de adivinar el destino inmediato o lejano de los hombres, sino de orientarse en los viajes marineros (astrología náutica), de señalar el camino que el sol mantiene a lo largo del día y del año –trópicos, equinoccios y solsticios– y de organizar el tiempo de acuerdo con la doble revolución solar.

Los caldeos usan para fijar la posición de los astros unos pocos instrumentos. El pólos, que los griegos van a heredar y perfeccionar, trasformándolo en la esfera armilar, es una semiesfera cóncava excavada en el suelo y por tanto inversa y simétrica a la bóveda celeste. En el centro de esa semiesfera hay una bola o glóbulo, que proyecta la sombra del sol sobre el fondo del pólos. Las sucesivas posiciones de esa sombra reproducen con toda precisión pero en sentido inverso la trayectoria del sol.

Precisamente los teoremas que Eudemo atribuye a Tales en su Historia de la Geometría son los principios sobre los que se funda la construcción y el funcionamiento del pólos y en cierta forma la filosofía de aquella astronomía. La bisección angular del círculo por su diámetro y la igualdad de los ángulos opuestos por el vértice explican sucesivamente la correspondencia de las dos semiesferas y la del ángulo descrito por el sol y por su sombra. El instrumento de los caldeos es, de acuerdo con estos principios, un espejo perfecto del movimiento solar entre las horas del día y entre los dos solsticios del año.

Mucho más trascendental para la geometría y para las ciencias que se derivan de ella es el teorema –también recogido por Eudemo– que precisamente la historia posterior atribuye a Tales. Cuando dos triángulos tienen un lado común y los ángulos adyacentes iguales, son semejantes y sus lados proporcionales. Reducir esta proposición a una intuición puramente empírica es tanto más caprichoso cuanto que el propio Eudemo avisa que es una regla general para solucionar cierto problema, concretamente la determinación de la distancia (apóstasis) de las naves en el mar, lanzando una visual a un objeto lejano.

Una ilustración de esta técnica y esta proposición puede ser la medición de la altura del sol sobre el horizonte por medio de la sombra que proyecta en el suelo un objeto vertical interpuesto. La determinación del triángulo se consigue por medio de un lado –la horizontal– y dos ángulos adyacentes –el perpendicular al horizonte y la visual– mecánicamente determinados por el bastón vertical y por su sombra.

De esta forma la geometría analiza el principio que sirve de base para la construcción y funcionamiento de otro instrumento de medida angular de posiciones, concretamente el primitivo reloj de sol de los caldeos, y una vez más se convierte en el fundamento primero de la ciencia de los astros y por decirlo así, en su filosofía. Pero el teorema de Tales no es sólo un análisis de las leyes matemáticas del gnómon, porque sus consecuencias van a afectar a todas las ciencias y las técnicas que ya en el siglo VI y en Mileto permiten la navegación de altura y el conocimiento esquemático de la tierra habitada.

En primer lugar, según un texto de Eudemo trasmitido por Proclo este enunciado es, no sólo útil, sino absolutamente necesario para medir la distancia de los barcos en el mar. «Apóstasis «, distancia o desviación de la dirección, no sólo significa la lejanía a un punto de la costa. Significa más bien, si no se quieren complicar inútilmente las cosas, la distancia (latitud), o desviación de la nave con relación a los astros y concretamente a la polar y al sol. En este sentido hay que interpretar el poema de Calímaco, confirmado por otros textos, según el cual el filósofo «descubrió las estrellas de la Osa, que orientan a los navegantes fenicios». Efectivamente, la determinación de la posición angular de la nave con relación a las estrellas –e indirectamente la orientación en el mar– depende de una medición exactamente igual a la del gnómon o reloj de sol y sigue los mismos principios geométricos.

En resumen, el teorema de la semejanza, al hacer abstracción de las longitudes para fijarse exclusivamente en la igualdad de ángulos, es el que está a la base de la geometría de Tales, y el que define eso que mucho después se llamará su objeto formal. Esto es tanto más verdad cuanto que la finalidad de los instrumentos de medida analizados por esa geometría es la construcción de magnitudes angulares isomorfas con la posición del sol y de los demás astros, y de modo indirecto la determinación precisa de las rutas de navegación que deben seguir los marineros de Mileto.

La imagen del mundo en Tales

Así pues, las figuras que analizan los teoremas de Tales están en relación con la astronomía y con sus principales instrumentos de medición llegados de Caldea. Sólo falta saber si es posible ampliar esa hipótesis y suponer en el fundador o por lo menos en la escuela de Mileto una peculiar idea del universo en conexión con los primeros descubrimientos. Algo dicen los documentos de forma expresa y segura :simplemente que la tierra flota sobre el agua, más concretamente sobre el río Océano. Pero esto es demasiado poco.

Sorprende entonces que los historiadores y doxógrafos griegos atribuyan a Tales una imagen del mundo perfecta y coherente. Aparte de los hallazgos parciales referidos sobre todo a la marcha anual del sol y a la posición de la Osa Mayor como punto fijo de referencia para los navegantes de altura, todavía Diógenes Laercio conserva y trasmite las palabras grabadas en la sepultura del filósofo, que al parecer es un teórico capaz de visualizar el universo de los astros. «Esta es una tumba pequeña pero ilustre, porque en ella está toda la grandeza de los orbes celestes, que encerraba el sabio Tales en su inteligencia». Hay que averiguar, empezando por los datos seguros, cómo es esa maqueta que reproduce en pequeño tamaño el mundo y cada una de sus partes.

Según todos los testimonios –incluidos los malentendidos de Aristóteles y Simplicio– la tierra está situada en medio del universo, rodeada y sostenida por el Océano. Se mantiene inmóvil, porque no cae ni se hunde «igual que un madero o algo parecido «, y porque además mantiene la misma posición con relación a los cuerpos celestes. Sólo los terremotos –según la interpretación de Séneca– recuerdan de vez en cuando, que el fundamento sobre el que descansa no es totalmente estable.

Los documentos aseguran además que el agua o el río Océano está girando continuamente alrededor de la tierra. Este movimiento circular no es ningún capricho ni un adorno, porque explica hechos y unifica pasajes de los doxógrafos, aparentemente deshilvanados. En primer lugar el agua es interminable por el carácter cíclico de su movimiento. Además se vuelve perpetuamente sobre sí misma constituyendo un mundo cerrado y unitario (Aecio). Finalmente el río Océano se mantiene sin caer –salvando la objeción de Aristóteles– en virtud de su violenta rotación.

Un precioso y escondido texto de Hipólito, dice que Tales fue el primero que elaboró una física filosófica, según la cual el agua es el origen de todo movimiento, más concretamente de los terremotos y del giro circular de los vientos. Según esto, el gran río Océano no se limita a sostenerse y sostener la tierra al rotar sobre sí mismo, sino que además arrastra en su marcha circular al viento. Unos pocos pasajes de filósofos contemporáneos y de intérpretes tardíos confirman este pasaje.

Pero hay más. La continuación más segura del texto de Hipólito atribuye al agua en revolución, el movimiento también circular por supuesto, de los astros. De esta forma queda completo el esquema del mundo, apoyado en el Océano, que proporciona unidad y movimiento organizado y armónico a todas las cosas. El agua es lo más decisivo en todo este proceso, pero no por ser el principio invisible en que todo consiste, sino más sencillamente porque explica la compleja figura y funcionamiento del mundo de un modo tan sencillo en su esencia como rico en sus efectos.

En resumen, el río Océano, a través de un violento torbellino circular, sostiene a la tierra y se sostiene a sí mismo por la propia fuerza de su movimiento. Esa rotación circular arrastra también a los vientos y hace girar a los astros en horizontal. Cualquier otra interpretación –por ejemplo el baño diario del sol, la luna y las estrellas en el mar– no hace más que plantear nuevos y más difíciles problemas, y además complica hasta lo indecible el modelo del mundo físico.

Los distintos mapas celestes –los climas– y la aparición y desaparición del sol en su movimiento diario proporciona a los navegantes una geografía y una cronología tanto más de agradecer cuanto que es su solo punto de referencia. Pero su variación en zonas diversas del mundo y en horas distintas del día y de la noche parecen incompatibles con el giro horizontal del cielo sobre una tierra plana. En este punto los fragmentos de Tales son escuálidos y casi inexistentes y vale la pena recurrir a la ayuda de sus maestros caldeos y de sus compañeros jonios para que su física no quede manca.

Diodoro de Sicilia dice en su gran obra histórica a propósito de este problema tres cosas. Que los babilonios tenían una idea muy concreta de la forma de la tierra, que según ellos era cóncava y que en fin no les faltaban argumentos suficientes para sostener su creencia. Parece evidente que esos misteriosos argumentos están tomados de su casi exhaustivo conocimiento astronómico y de los correspondientes instrumentos de medida. Según esto es posible que el mundo habitado tenga la forma de una semiesfera cóncava, en todo semejante a las almadías que navegaban por el Eufrates y al propio pólos. Y como mínimo es seguro que los pueblos de Caldea y cuantos en Oriente están influidos por su civilización figuran la tierra como un disco que flota sobre el abismo del agua, rodeado en todo su círculo por montañas.

Casi todos los físicos jonios heredan esta visión del mundo de los orientales. Según Anaxímenes es una artesa –un tronco de pirámide invertido y hueco– cuyas partes más altas tapan al sol en su marcha horizontal y circular. Arquelao y Demócrito con toda seguridad y Anaxágoras muy probablemente reiteran este tópico de la tierra cóncava y todos cuatro insisten en que es una inmensa laguna desecada. Precisamente es Arquelao quien prueba su concavidad observando que el sol –y por consiguiente las demás estrellas– no sale ni se pone al mismo tiempo en todas las zonas.

Suponiendo que Tales acepta el esquema de sus maestros y discípulos, una tierra total o parcialmente cóncava, entonces puede explicar fácilmente la existencia de estrellas –las Osas– que en su giro horizontal están dentro de los bordes del cuenco y en consecuencia son siempre visibles. Otros meteoros –el sol por ejemplo– rebasan en su trayectoria los límites de la semiesfera y sólo son parcialmente visibles en zonas alternantes y sucesivas. En fin, cada punto de la tierra tendrá en todo momento un mapa del cielo –un clima– propio y distinto.

Lo que más admiran en Tales los griegos y los latinos es la sencillez para explicar la aparente complejidad del universo. «Maximas res parvis lineis reperit» dice Apuleyo y algo parecido el epitafio que trasmite Diógenes Laercio. Una tierra cóncava, sostenida por el gran río Océano que gira sobre sí mismo y arrastra en su movimiento circular a los vientos y los astros, es una teoría tan simple como rica a la hora de dar razón de las observaciones de todos lo días. Mucho más si se tiene en cuenta que el análisis de todos estos datos y de los instrumentos de medida que los determinan desembocan en una geometría que en su momento histórico y gracias a muy escasos principios cumple las funciones de una filosofía científica.

Anaximandro de Mileto

La cronología de Anaximandro de Mileto está fijada con suficiente seguridad, aunque no con exactitud matemática. Apolodoro hace coincidir su muerte con el año segundo de la Olimpiada cincuenta y ocho (546 a de C.) cuando Ciro anexiona la Jonia. Es un hito histórico privilegiado que sirve para situar también a Tales, a Jenófanes y de modo indirecto a los filósofos griegos más arcaicos. Al parecer en esa fecha Anaximandro tiene sesenta y cuatro años, lo cual retrotrae su nacimiento al 610 y su floruit al 570.

No cabe ninguna duda de que Anaximandro es ciudadano de Mileto, y que allí centra su vida. Sus biógrafos no le relacionan –como sucede con Tales– con la historia y la cultura de los caldeos, los egipcios o cualquier otro pueblo extranjero. Al contrario, si se hace caso a testimonios casi seguros, su actividad de científico y de ciudadano se orienta hacia ciudades y colonias de la Hélade, concretamente Lacedemonia y Apolonia en el Ponto. Igual que Tales, vive en el momento de máximo esplendor de su ciudad natal.

Los biógrafos y los historiadores de la filosofía, con distintos matices pero con absoluta unanimidad, colocan a Anaximandro dentro de la escuela de Mileto. Suidas y Simplicio le llaman discípulo de Tales y sucesor, se supone que al frente de la esuela. Ese breve y expresivo texto indica una tradición escolar común y una cierta jerarquía, adquirida y trasmitida seguramente por el mero prestigio científico. Plutarco dice que es compañero de Tales y quien pensó detrás de él. Otros, mucho más sobrios, dicen sólo que fue discípulo, o incluso un alumno joven de la escuela náutica.

De todas formas la figura de Anaximandro revela algo nuevo, y es el carácter colectivo del conocimiento. La existencia de escuelas –la primera de ellas la de Mileto– no es algo accidental, porque proporciona a cada científico o filósofo una tradición, sin la cual siempre estaría partiendo de cero. En este sentido se puede decir que la historia de la filosofía empieza por el pensador que es segundo en el tiempo.

Además de esto, Anaximandro es el primero que con toda seguridad trasmite su doctrina por escrito, con lo cual asegura todavía más la continuidad de sus ideas, de su escuela y de la propia filosofía. Los griegos pudieron leer todo o parte de su libro, al que mucho más tarde dieron el título, esta vez totalmente convencional, de Peri Physeos. Todavía hoy se conserva un fragmento y se discute sobre su sentido, porque al carecer de todo contexto es muy difícil de interpretar.

Pocas cosas se saben de la vida de Anaximandro, si se prescinde de sus trabajos científicos. Parece cierto que es él quien dirige la expedición a Apolonia en el Ponto Euxino. Desde luego, el filósofo no hace apoikía en la nueva colonia y vuelve a su ciudad natal. Pero su función en esa aventura marinera es –como advierten los testimonios– directiva y tan importante que llama la atención de sus biógrafos, por otra parte concisos y silenciosos. Todo empuja a creer que Anaximandro es el comisario especial enviado por la ciudad para fundar el nuevo asentamiento. Es un detalle importante, porque sus conocimientos son precisamente los que un navegante y un ecistos necesita. La técnica para orientarse por las estrellas o por el sol, los rudimentos de cartografía para situar con toda exactitud esta nueva fundación y la geometría –medición de la tierra– para medir y repartir sus lotes, son otros tantos saberes que el compañero de Tales domina a la perfección, e incluso introduce por primera vez.

La cartografía

Para empezar, es el mismo Anaximandro quien dentro del programa científico y técnico de la escuela de Mileto, realiza la singular hazaña de diseñar un mapamundi, o más exactamente una carta náutica que figura a todas las tierras descubiertas hasta entonces. La construcción de este «pínax», ella misma integrada en una particular imago mundi, sienta las bases de la geografía y de la cartografía del futuro. Diógenes Laercio, Suidas y después

Agathemero –cada uno a su manera– dan noticia de este descubrimiento verdaderamente excepcional.

Sin embargo la condición de filósofo de Anaximandro obliga a reflexionar sobre los principios en que se funda su descubrimiento, cosa tanto más fácil de buscar y de entender cuanto que ya su maestro utiliza este principio y hasta hace de él, expresa o calladamente, el centro de su geometría. Efectivamente, el teorema de la semejanza, que hace posibles las mediciones con el gnómon y la orientación por medio del sol y de la polar está basado en el isomorfismo de dos figuras simples. Ahora bien, esto no sólo es aplicable a los triángulos, pues cualquier forma espacial, sea o no triangular, sea o no regular, admite una representación gráfica por medio de una imagen rigurosamente isomorfa en sus contornos rectos o curvos, en sus ángulos y en la dirección de sus líneas.

La idea –por otra parte muy sencilla– que Anaximandro aplica a la construcción de su pinax, consiste en establecer entre las tierras y su figuración un isomorfismo, generalizando así el teorema de la semejanza. Sólo falta añadir una escala que haga expresa la proporción entre las dos magnitudes. Desde ahora y para siempre este principio será imprescindible a la hora de construir cualquier mapa o carta náutica.

En cuanto a los datos geográficos –físicos y humanos– que dan contenido a esta previa elaboración geométrica y que están encuadrados en ella, Anaximandro los toma de las noticias que los navegantes griegos y en particular los milesios le proporcionan cada vez con más abundancia y precisión. El Mediterráneo, el Ponto Euxino y todas las ciudades y agencias comerciales, que rodean sus costas y enfilan los ríos que desembocan en ellas, han sido recorridos cientos de veces por los comerciantes y los marineros, de tal forma que es posible y hasta necesario traducir estos continuos testimonios verbales a un documento gráfico fácilmente manejable.

No se conserva el pínax de Anaximandro, pero se dispone en cambio del testimonio de Heródoto que resume y critica a un tiempo los ensayos de cartografía anteriores a sus libros de historia. «Me muero de risa cuando veo que muchos antes de ahora diseñaron el contorno del mundo, pero que ninguno lo hace con sentido. Dibujan en efecto al Océano fluyendo alrededor de una tierra rigurosamente circular como hecha a compás, e igualan en magnitud a Europa y Asia». Este documento se refiere primero que nada a la misma carta náutica de Anaximandro.

El filósofo tiene un insigne continuador en su conciudadano Hecateo, que ha conocido muchos países por sus propios y frecuentes viajes y por testimonios de los demás griegos. El mapa de Hecateo se conserva y responde con bastante exactitud al modelo del que Heródoto se ríe tan estrepitosamente. Probablemente es bastante semejante al pínax de Anaximandro, al que añade nuevos datos sin desfigurar su esquema global. Poco después Aristágoras de Mileto se vale de un mapamundi para hacer propaganda política en Esparta, lo que demuestra que a fines del siglo VI y en Jonia el uso de este instrumento es conocido por los mismos políticos.

La cronología

Según Diógenes Laercio, Anaximandro, además de descubrir el gnómon, lo instala nada menos que en Lacedemonia con funciones de reloj de sol. No hay por que dudar de este testimonio concreto que por consiguiente real. Según esto, aunque el filósofo no es el inventor del gnómon, sí es en cambio quien lo hace popular en Grecia y –hablando a lo moderno– quien lo comercializa. Suidas, con la concisión y exactitud que le suelen acompañar, dice simplemente que introdujo el gnómon.

También están de acuerdo Diógenes y Suidas en diferenciar netamente el gnómon del indicador de horas –horoskópeion– otro instrumento utilizado por Anaximandro cuya función es triple. Marca con toda exactitud las horas de cada día y además las posiciones del sol en su decurso anual, es decir, los equinoccios y los solsticios. Gracias al pínax y a los dos relojes, el filósofo de Mileto consigue introducir en Grecia simultáneamente el diseño del espacio y la medición del tiempo.

Parece ser que Anaximandro conoce los dos modelos de relojes de sol. El más sencillo y más antiguo consiste en una vara vertical y en un círculo horizontal, donde están señalados a través de líneas las distintas horas del día. El mediodía señala el punto de inflexión diario del sol y, según su sombra sea máxima o mínima, los solsticios anuales.

El instrumento gana en exactitud cuando la vara o punzón tiene determinada inclinación angular, pero tanto en un modelo como en otro, las longitudes de las sombras y sus ángulos varían a lo largo de todo el año de acuerdo con reglas demasiado complejas para que la medida del tiempo sea totalmente exacta. Sí vale en todo caso como medida cotidiana del tiempo.

Los historiadores griegos, al hablar del otro instrumento usado por Anaximandro, el contador de horas, trasmiten datos breves y escasos, pero bien significativos. Efectivamente, tanto Suidas como Diógenes le atribuyen la virtud de contar matemáticamente las horas, (horoskópeion, horologeion), algo que un reloj de sol simple difícilmente conseguirá. Pero es que además este cronómetro señala con absoluta precisión los equinoccios y los solsticios. Ahora bien, hay un instrumento capaz de realizar estas tres funciones, ni una más ni una menos, y es precisamente el pólos.

En efecto, la semiesfera cóncava del instrumento está dividida en arcos iguales, que se corresponden con las diferentes horas del día y traducen las unidades de tiempo a magnitudes espaciales. Por otra parte y con el mismo mecanismo, el pólos refleja exactamente el semicírculo de los equinoccios y los arcos anuales de circunferencia máximos y mínimos de los solsticios de verano y de invierno. Parece seguro a la vista de todos estos datos que Anaximandro –y de rebote la escuela toda de Mileto– conoce el mágico aparato de medición de los caldeos y lo introduce también en Grecia.

La astronomía

La astronomía de Anaximandro, a pesar de la novedad de sus ideas, es en principio una prolongación de su geografía, porque se refiere, no ya a la configuración interna de la tierra, sino a su posición con relación al resto del universo, a su figura total y a su estado de reposo o movimiento.

La tierra está puesta en el centro del mundo. No se trata de una simple comprobación empírica, sino del principio que funda toda la astronomía de Anaximandro. Pues justo esta posición central, sin desviación hacia la derecha o la izquierda, hacia arriba o hacia abajo, explica simultáneamente el comportamiento extraño de ese cuerpo, y la distribución de todos los otros meteoros con relación a él.

En cambio no se sabe con exactitud cuál es la forma de la tierra según Anaximandro. Diógenes Laercio afirma taxativamente que es esférica, y Plutarco que es cilíndrica y su altura un tercio del diámetro de la base. En medio de esos dos testimonios contradictorios, Aecio e Hipólito, recogiendo documentos anteriores y bastante seguros, dejan un texto que ha sido traducido e interpretado de dos formas también distintas. La tierra puede ser circular (gyron), redonda, semejante a una piedra de columna (lítho kióni), o bien húmeda (ygron), redonda, semejante a una piedra de nieve (lítho khióni). Según esto se puede adelantar la figura terrestre hacia la esfera, o hacerla retroceder hacia una forma más rudimentaria y más artificial, concretamente el cilindro o el capitel de columna.

A partir de aquí, Anaximandro arriesga una afirmación que deja literalmente suspensos a todos sus conciudadanos de Mileto y a los hombres que piensan y viven después de él. La tierra, que es el cimiento firme de nuestra existencia colectiva, no se apoya en nada, ni flota en agua, ni vuela en el aire, sino que está suspendida en el vacío en una quietud total. La genialidad de esa teoría –que permanecerá intocable durante siglos y que convierte para siempre a la astronomía en una ciencia abstracta cuyas leyes determinan el comportamiento exacto de cada trozo del universo– obliga a retroceder hasta el principio que la hace posible.

Ese principio primerísimo es justamente la posición central de la tierra con relación a los demás cuerpos celestes, o lo que vale tanto, la posición equidistante y simétrica de los astros con relación a la tierra. Estas dos formulaciones se pueden intercambiar y son como un primer atisbo y un adelanto de la ley del cuadrado de las distancias. Hipólito resume todo esto diciendo que (según Anaximandro) «la tierra está suspendida en el vacío y en nada se apoya y no se mueve porque equidista de todo».

Aristóteles dice lo mismo a su modo. »Según algunos filósofos antiguos, como Anaximandro, la tierra está quieta a causa de su equidistancia. Porque lo que está situado en el centro no puede moverse más hacia abajo que hacia arriba o hacia los extremos. Y como además es imposible que se traslade simultáneamente en direcciones opuestas, necesariamente tiene que permanecer en reposo «. El texto reproduce exactamente el pensamiento de Anaximandro, traducido a silogismos, y al mismo tiempo expresa con singular transparencia la total simetría del universo.

Todos los cuerpos celestes –el sol, la luna y las estrellas fijas– giran alrededor de la tierra inmóvil, cortando en órbitas o anillos oblicuos su plano horizontal. Resulta entonces que la imago mundi de Anaximandro tiene la forma de un pólos, o a la inversa, que este instrumento de observación es como un mapa del universo, porque ha sido fabricado a su imagen, siempre de acuerdo con el teorema de semejanza.

El orbe de los cielos, igual que la esfera del pólos, está dividido por un plano en dos semiesferas opuestas y simétricas. La tierra, situada en su centro geométrico, cumple la misma función –sobre todo si la suponemos esférica– que el glóbulo central. En cuanto a las estrellas ecuatoriales –la vía láctea, la luna y el sol,– Anaximandro los inscribe en anillos armilares, que cortan en oblicuo el plano horizontal de la tierra, pasando debajo de él y completando la trayectoria sugerida por el contador de horas caldeo.

Así pues, Anaximandro no sitúa a los astros en esferas o en órbitas, como harán los físicos que vengan después, sino en anillos o ruedas, que al girar se mantienen en el mismo plano. Según una cita de Aecio «Los astros son como anillos en forma de una llanta de carro llena de fuego, que sale en parte por unas aberturas «. No se puede dudar de la veracidad de este pasaje, no sólo por su concordancia con otros doxógrafos, sino por una serie de expresiones –la llanta, el agujero en forma de fuelle– que por su carácter extraño y concreto, remiten a un texto previo y de paso recuerdan el estilo poético, atribuido al filósofo por sus comentaristas.

La disposición de los tres anillos con relación a la tierra central es aparentemente extraña. El más cercano y en consecuencia más corto –sólo nueve veces mayor que la circunferencia terrestre– es el de las estrellas ecuatoriales que en su ciclo marcan los días. En cambio el círculo de la luna, responsable de los meses, es mucho más amplio –dieciocho veces– según el testimonio conjunto de Hipólito y Aecio. En cuanto al anillo exterior del sol, mide los años, y multiplica por veintisiete al perímetro de la tierra, siempre tomado como unidad. La longitud de los tres ciclos sigue según esto una progresión aritmética de razón nueve, que anuncia de lejos al pitagorismo.

El apeiron

A través de Teofrasto y Simplicio llegó a nosotros un texto de Anaximandro, en principio muy claro, aunque la adición del término y del concepto de ápeiron y la interpretación desde contextos extraños lo ha complicado hasta lo indecible. »(Los seres proceden de aquello mismo en que se convierten al morir) según pautas necesarias. Porque se dan mutuamente compensación y venganza por su injusticia, de acuerdo con plazos marcados por el tiempo». El paréntesis no corresponde exactamente al texto original y parece una traducción libre.

Anaximandro –no hay que olvidar su decidida vocación de relojero– explica la constante y recíproca alternancia de los opuestos temporales –el día y la noche, las estaciones cálidas y frías– a través de una comparación jurídica. El predominio del día sobre la noche, cuando efectivamente es de día, constituye una injusticia cósmica que está sometida al tribunal del tiempo. Efectivamente el tiempo emplaza al día a compensar la injusticia –y por eso llega la noche– y a pagar una multa adicional –y por eso deja de ser de día–. Sólo que ahora la injusticia se reproduce, pero invertida, porque la noche predomina sobre su opuesto, y otra vez el tiempo tiene que dar sentencia, emplazando a la noche a restituir y a pagar sobre lo restituido, dando lugar al día.

Igual sucede con todos los opuestos, que se alternan en un proceso necesario, circular e interminable. A ellos es aplicable la perífrasis de Teofrasto, según la cual los seres irremisiblemente tienen que nacer de aquello mismo en que van a dar a su muerte, vale decir, de sus opuestos temporales. Justamente la cronología y la astronomía de Anaximandro sirve para medir el plazo que marca el tiempo en función de juez.

Las cosas se complican mucho más cuando Anaximandro introduce el término ápeiron para dar razón del principio de todas las cosas. Por muy incómodo y por muy ambiguo que sea, no se puede prescindir de él, porque todos los doxógrafos lo trasmiten, aunque cada uno lo interpreta a su modo. Los documentos más importantes son los de Simplicio, Hipólito y el Pseudoplutarco, que repiten al parecer un texto anterior de Teofrasto. Hay que añadir además los testimonios e Aecio y de Hermias y las alusiones de Aristóteles, tan numerosas como variadas.

Lo más importante, por supuesto, es averiguar el sentido del término. En primer lugar hay que dejar de lado, por anacrónica, la idea de que el ápeiron es una realidad intermedia entre los elementos, o una mezcla de todos ellos. Los elementos y sus correspondientes propiedades sólo aparecen más tarde en las escuelas médicas de Italia y Sicilia, que responden a nuevos problemas y operan con categorías mentales del todo desconocidas en Mileto.

Todavía más anacrónico es traducir ápeiron por indefinido, y ello por tres razones. En primer lugar en la época de Anaximandro el vocablo «ápeiros» tiene un significado inequívocamente espacial. Además la explicación del proceso del nacimiento y de la muerte a partir de un principio internamente indefinido lleva nada menos que hasta Aristóteles y su materia prima. Y finalmente esa semejanza ápeiron-materia se convierte en identidad total, cuando se parte de la base de que sólo el ápeiron es sustrato de todo cambio en virtud de su propia indefinición.

En el contexto literario en que se mueve Anaximandro, ápeiros y el correspondiente sustantivo neutro ápeiron, puede traducirse por espacio ilimitado. Sólo que el término y el concepto correspondiente no está todavía bastante definido, y por eso es preciso seguir eliminando, en lo que sea posible, falsos significados.

Es poco probable que ápeiron se refiera al espacio inmenso e infinito. No sólo porque un griego que renuncie a medir, es un griego venido a menos, sino porque una vez más se mudarían las fechas de la historia. La teoría de la infinitud del espacio o de un mundo espacial infinito sólo aparece en la interpretación que Aristóteles h
Fuente: El Catoblepas • número 56 • octubre 2006 • página 8
http://www.nodulo.org/ec/2006/n056.htm



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14 respuestas a "Las primeras escuelas. Mileto"

  1. pues no habia encontrado nada como esto en otra pagina, me salve,,, la verdad es que tiene de mucho pero le asi como hay de Tales de Milero y Anaximandro de Mileto un texto para cada quien, falto el de Anaximenes, que es otro que conformaba la escuela de mileto o segun eso entendi en clase 😛

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